Brendan y yo partimos de nuestro hotel de Wamena el día 27 de mayo sobre las nueve y pico de la mañana, camino del comienzo de un trekking por las montañas del sur del valle de Baliem, en Papúa. Lo hicimos en bicitaxi y acompañados por el guía Micky Maus y el porteador-cocinero US-Army.
Día 1. Wamena - Yatni - Italiem - Uguma
Día 1. Wamena - Yatni - Italiem - Uguma
Las bicistaxis nos dejaron al sur de la ciudad en un muy concurrido mercado tradicional. Allí esperamos un rato a que el guía hiciera unas últimas compras con el dinero que le acabábamos de dar y que nos había pedido un rato antes porque aseguraba que, con la parte que le habíamos entregado el día anterior, no tenía suficiente.
Hasta el momento de la partida estuvimos dando un paseo por el mercado y yo hice fotos de manera disimulada, pues como ya he escrito con anterioridad, a los habitantes del valle de Baliem solo les gustan las fotos si se les paga un buen dinero por ellas.
Después de más de media hora, Micky Maus regresó y nos subimos a una furgoneta todoterreno que puso rumbo hacia el sur, siguiendo la carretera paralela al cauce del río Baliem. Su firme era bastante correcto, pero al llegar a un anchísimo barranco, el asfalto desaperció y nos metimos por un tortuoso camino de grandes piedras y agua. Íbamos dando votes y el equipaje del techo empezó a caer. Hubo que parar y recuperar los bultos caídos.
Al llegar a un lugar llamado Yatni el vehículo se detuvo y nos bajamos prestos a iniciar la excursión. Nos dieron nuestras mochilas, y guía y porteador cargaron con su parte.
Cuando Micky Maus nos explicó un par de días antes las posibles excursiones a realizar, insistía en que necesitaríamos tres porteadores para cargar con todo. Yo entonces me reía y le preguntaba qué era lo que íbamos a necesitar que ocuparía tanto, y que yo era perfectamente capaz de cargar con mis cosas. Luego, con las sucesivas rebajas de precios, los tres porteadores se quedaron en uno: US-Army. Una vez en camino me di cuenta que hasta un solo porteador estaba de más porque el guía cargaba con una mochilita, y US-Army con una caja y un saco, ambos no muy grandes. Tanto Brendan como yo íbamos bastante más cargados que ellos.
Al llegar a un lugar llamado Yatni el vehículo se detuvo y nos bajamos prestos a iniciar la excursión. Nos dieron nuestras mochilas, y guía y porteador cargaron con su parte.
Cuando Micky Maus nos explicó un par de días antes las posibles excursiones a realizar, insistía en que necesitaríamos tres porteadores para cargar con todo. Yo entonces me reía y le preguntaba qué era lo que íbamos a necesitar que ocuparía tanto, y que yo era perfectamente capaz de cargar con mis cosas. Luego, con las sucesivas rebajas de precios, los tres porteadores se quedaron en uno: US-Army. Una vez en camino me di cuenta que hasta un solo porteador estaba de más porque el guía cargaba con una mochilita, y US-Army con una caja y un saco, ambos no muy grandes. Tanto Brendan como yo íbamos bastante más cargados que ellos.
En seguida nos metimos por un bosquecillo de pinos de aspecto muy similar al de nuestras sierras. Al comienzo la inclinación no era muy grande, pero a pesar de eso el guía y el porteador no andaban demasiado veloces: en cuanto me despistaba me adelantaba tanto que les perdía de vista.
El porteador US-Army iba tan mal equipado que al poco tuvo que parar y hacerse una cuerda con las hojas de un arbusto para poder llevar más comodamente la caja y el saco. El hombre era bastante simpático, hablaba algo de inglés, y caminaba descalzo con unos piés que por anchos y robustos, parecían botas.
Al llegar a un alto, y antes de cruzar un profundo y estrecho barranco, hicimos una parada. El guía necesitaba echar un cigarrillo y reponerse un poco, porque no estaba en muy buena forma.
Por allí había gran cantidad de atillos de madera que era recogida en el bosque para ser vendida en Wamena. Micky Maus nos contó que no hacía muchos años, allí mismo había un poblado, pero unas lluvias torrenciales habían arrasado con todo y habían matado a buena parte de sus habitantes.
Retomamos el camino con US-Army a la cabeza, pero cuando llegó al fondo del barranco, de tierra y rocas grises muy sueltas, y con el agua del mismo color, se le abrió la caja que portaba al hombro y se le calleron las cacerolas al agua. Recuperó todo menos una tapa y tuvo que salir corriendo por el río para no perderla. Con lo oscuras que eran esas aguas, no se veía nada de lo que contenían, así que con arrastrando los piés, fue recorriendo todo el cauce.
Como no conseguía encontrarla, nosotros seguimos el camino remontando el valle hasta que llegamos al siguiente. Allí cruzamos un bonito puente de madera y paramos de nuevo. Enseguida estuvimos rodeados de niños que ese día no habían ido a la escuela, y mientras el guía se fumaba otro cigarrillo, esperamos la reaparición de nuestro porteador.
Una vez que apareció con la tapa de la cacerola, continuamos la marcha acompañados por los niños. Aquellas eran unas cuestas con mucho desnivel, pero no tardamos en llegar a las inmediaciones de Italiem, un conjunto de pequeños poblados rodeados de cercas de piedra y madera en lo alto de una ladera. Allí además había unas vistas espectaculares sobre el valle de Baliem.
Descansamos una vez más y se nos acercaron todos los niños del poblado para contemplarnos. Los más chiquitines iban asustados agarrados a las piernas o manos de sus hermanos mayores. Como veía que algunos de esos chiquitines me miraban desde detrás de una empalizada, salí repentinamente corriendo hacia ellos y estos comenzaron a correr gritando y llorando presas del terror. En su frenesí, algunos tropezaron con las piedras y calleron al suelo, y supongo que pensaban que esa mañana iba a terminar su corta vida. Sin embargo tomé la decisión de que por lo que a mi concernía, podían seguir viviendo y gozando.
Panorama 180º del valle de Baliem desde Italiem |
Seguimos nuestra marcha subiendo por una empinadísima pista que, sin ningún pudor, cogía la máxima pendiente de la montaña. Me acordé entonces de lo que me contó Pery, el guía de Tana Toraja, de cuando estuvo trabajando en Papúa. Me aseguraba que las carreteras se construían siguiendo siempre el camino más corto entre dos puntos, no importando desniveles o accidentes geográficos que pudiera haber. Parecía que tenía razón.
Una vez cogida altura de forma tan enérgica, seguimos por la ladera de la montaña en dirección sur y en media hora, algo antes de la una, llegamos a Uguma, nuestro destino para ese día. Yo me quedé sorprendido de que hubiésemos terminado tan pronto la excursión. La marcha había durado tres horas, pero habíamos hecho tres descansos bastante largos. Y es que nuestro guía, mister Micky Maus no se puede decir que fuera un tío muy esforzado ni en forma, todo lo contrario, era un tremendo perezoso y un barrilete. Tampoco Brendan iba muy fuerte, se me ahogaba a cada poco, pero me comentó que había tenido un problema muscular y estaba todavía en la fase de recuperación.
Nuestro alojamiento era una casa de madera en el extremo de la población de Uguma. No había electricidad y en nuestra habitación solo había un camastro, por lo que uno tenía que dormir en el suelo. La diferencia era solo una cuestión de altura sobre el nivel del mar, porque la dureza del camastro (de madera y sin colchón) era la misma que el suelo. Lo echamos a suertes y me tocó suelo.
Antes de partir yo le había pedido a Micky Maus que me proporcionara colchoneta y saco de dormir, pues yo no tenía. Por lo tanto podría dormir medio blando y bastante calentito.
Con tan corta excursión yo casi no había empezado a desperezarme, así que decidí darme una vuelta por los alrededores de la aldea. Había una gran explanada en cuyo fondo estaba la iglesa. Fui hasta allí, pero estaba cerrada. No pude orar pues. Las cabañas del poblado estaban situadas en la pendiente de la montaña, en grupos de dos o tres, acotadas por cercas de piedra y madera, con cerditos y pequeños huertos. La aldea estaba cruzada por un riachuelo que era el lugar para el aseo.
El suelo era casi todo de barro y cuando me crucé con algunos paisanos, que vestían sin ropa, les saludé y les invité a unos cigarrillos. Después les quise hacer unas fotillos, por aquello del recuerdo, pero me dijeron ¡bayar!: que les pagara, así que renuncié a fotografiarles apuntando con la cámara.
Siguiendo el consejo de Micky Maus, había comprado unos paquetes de cigarrillos Gudang Garang, fuertes, para invitar a las gentes y que con ello se dejaran fotografiar. Pero a pesar de los cigarrillos me pedían dinero, por lo que al poco renucié a fotografiarlos y acabé fumándome una buena parte de los mismos.
Cuando nos cruzábamos con algún paisano, lo normal era que nos diéramos la mano para a continuación pedirnos cigarrillos. Como yo veía que mucha de esta gente nos saludaba solo para pedir, acabé respondiendo casi siempre que no teníamos cigarrillos.
Después estuvimos un rato sentados a la puerta de nuestra cabaña hasta que apareció Micky Maus con un café y unas galletas. Ese era el almuerzo.
Nos comentó que cuando nos vieron aparecer por el poblado, las gentes tenían la esperanza de que fuéramos un numeroso grupo de turistas adinerados porque en esos casos, y siempre que estos estén dispuestos a pagarlo, hacen una gran fiesta, matan a un cerdito y los hombres hacen el paripé poniéndose sus atuendos de guerreros, realizan alguna danza tradicional y se dejan fotografiar y todo. Como sólo éramos dos, dieron por hecho que no teníamos el suficiente poder adquisitivo para tan magno evento. Y tenían razón.
Luego hablamos sobre la ruta para los siguientes días y Micky Maus sacó su mapa y nos explicó por dónde seguiríamos. Nos comentó que ese era el mejor mapa del valle de Baliem, pero que le faltaban muchos detalles, y él lo había ido completando un poquitín. El mapa era una castaña, levantado a mano y bastante incompleto. Yo supongo que el instituto geográfico indonesio o el ejército tienen mejores mapas, pero no estarán a la venta. En todo caso, en mi concienzuda labor de documentar estos lugares tan remotos le hice una foto, y ahora la pongo aquí al servicio del explorador que haya dado con este blog tan malo (percute aquí para descargar la versión grande):
Como quedaban muchas horas y no había nada que hacer, me puse a jugar con los chavalines a pasarnos la pelota. Lo bueno de ser el extranjero era que todos los niños me la pasaban siempre, por lo que estuve muy entretenido e hice bastante ejercicio. Se quedaron muy sorprendidos de lo bien que yo jugaba al fútbol, pero el más sorprendido fui yo, que no recordaba tener un toque tan preciso y una flexibilidad y reflejos tan desarrollados. Igual cuando vuelva me presento a los alevines del Atlético de Madrid.
Después me fui con Brendan a jugar al voleibol en la explanada de la iglesia. Aquí ya no se puede decir que estuviera tan afortunado como con el fútbol.
Al rato de estar jugando, uno de los chicos del poblado apareció cojeando y doliéndose del pié. Casi todos los niños se fueron a ver qué le pasaba y le rodearon mirándole con caras sombrías. Brendan y yo también nos acercamos.
Paulus se dolía del dedo gordo del pié derecho, que llevaba envuelto en un trozo de plástico negro recortado de una bolsa. Se lo quitó y lo que vi me estremeció. El dedo tenía un enorme corte longitudinal que lo dividía en dos trozos y estaba muy hinchado, blanquecino y pestilente. Se lo había cortado días atrás con un golpe de machete.
Me fui nervioso hasta la habitación y cogí mi botiquín, luego me lavé las manos en el riachuelo y me puse a ver qué podía hacer con el dedo. Pero yo no soy enfermero ni tengo experiencia en tratar grandes heridas, y menos gangrenosas. Saqué el yodo y las gasas y temblando, lo limpié como pude mientras sangraba ligeramente y se desprendían trozos de carne. Tras hacer esa limpieza, claramente insuficiente, le vendé el dedo con gasas y esparadrapo. Le di antibióticos e ibuprofeno, y le expliqué con mi indonesio básico cómo y cuándo tomarlos.
La cosa tenía tan mala pinta que nervioso me fui a hablar con Micky Maus para que le dijera que tenía que ir sin falta a la clínica de Wamena si no quería perder el pié o peor.
Le pregunté a Micky cuánto costaba la clínica en caso de que le tuvieran que amputar, y le dije al chaval que llamara a sus padres porque quería hablar con ellos. Mi idea era darles el dinero para que fueran al día siguiente a la capital. Pero no aparecieron.
Según iba acabándose la luz del día la temperatura era más y más fresca y me sorprendió ver al jefe del poblado que iba aterido de frío en su desnudez. Dado que en estas tierras siempre hay las misma temperatura todo el año, pensé que ese hombre con su indumentaria debía estar pasando frío todas las noches de su vida desde que nació.
Después llegó la hora de la cena y comimos en la cabaña. Una vez terminado y sin otra cosa que hacer, le pregunté a Micky Maus si podíamos ir a la choza donde habían preparado la comida y dónde estaba reunida la gente. Allí fuimos y nos sentamos en el suelo de paja con el jefe de la aldea, US-Army y otro paisano. Estuvimos bien calentitos con el fuego del hogar, alumbrados por una vela y tomando unos tés.
El jefe se mostró gratamente sorprendido de que entrásemos a la choza y que quisiéramos estar con ellos porque según decían, a los turistas indonesios nunca se les ocurría mezclarse. Llegaban, veían y mantenían las distancias.
Después siguieron comentando que no les gustaban nada los indonesios ni que hubieran ocupado Wamena. El jefe decía que él seguía vistiendo de forma tradicional como una forma de reivindicación de su cultura, que los indonesios no respetaban. Además habían prohibido llevar el pelo largo porque a los greñudos se les identificaba con ideas independentistas.
Todos los allí presentes, y todas las gentes del valle, querían la independencia de Papúa y nos explicaron que cada dos por tres había rebeliones. Recordando la última rebelión comenzaron a reir a carcajadas: para mitigarla, el ejercito llegó en aviones, pero tenían tal desconocimiento del terreno, que diez de los paracaidistas que saltaron murieron ahogados al caer en zonas pantanosas.
Una de las cosas que me llamó la atención en mis días de visita en Papúa era que había una gran cantidad de indígenas llevaban camisetas con los colores y el escudo de Papúa Nueva Guinea, por lo que supuse que era una forma disimulada de reivindicación nacionalista.
Día 2. Uguma - Anyelma - Wamen - Kilise
Por la mañana tomamos un frugal desayuno: café con un paquetito de galletas, a compartir entre Brendan y yo, y tardamos mucho en partir. Como la noche anterior no se habían presentado los padres de Paulus y yo, tras la visión de esa horrenda herida había quedado muy preocupado, le volví a decir a Micky Maus que les llamara. Después de un largo rato apareció el padre y le pedí al guía que me tradujera. Le expliqué que la herida que tenía su hijo parecía bastante grave y que era muy importante que lo llevara lo antes posible a Wamena. También se lo recalqué al propio Paulus. Le di el dinero con la condición de que sólo lo utilizara para pagar la clínica. El padre aceptó, claro, pero su expresión no me transmitió esa idea.
Sobre las diez y media de la mañana nos pusimos en marcha. Yo este día portaba además, el saco y la colchoneta que me había prestado el guía. No lo menciono porque me importara demasiado cargar con ello. Es porque en ningún momento ni guía ni porteador hicieron por llevarlo, ni por repartirse parte de nuestro equipaje. Mientras nosotros llevábamos grandes mochilas, era sorprendente la ligereza con la que iban Micky Maus y US-Army. Parecía que ellos eran los clientes, Brendan el guía y yo el porteador.
Seguimos recorriendo las laderas de ese lado del valle de Baliem, siempre con unas espectaculares vistas. Atravesamos terrenos de árboles pelados (a los que debían haber cortado las ramas para leña) y cultivos de patatas y hortalizas, trabajadas por señores desvestidos con el traje regional. Cada poco había que atravesar cercados que separaban unos terrenos de otros. Para poder hacerlo, había que subir por una rama de árbol firmemente clavada al suelo y que tenía tallados unos ligeros peldaños.
Pasamos por las bonitas aldeas de Anyelma y Wamen, en las laderas de la montaña. En una de ellas, donde paramos a descansar un ratito, además de acercarse los chavalines, vino un señor a preguntarnos si teníamos medicamentos contra la malaria porque estaba enfermo. Como yo estaba tomando las pastillas para su profilaxis, Micky Maus le respondió que sí, pero yo le tuve que explicar que mis pastillas eran para intentar no enfermar, pero que no servían para curarse.
En todo el trayecto fui viendo con preocupación cómo las suelas de mis zapatos de trekking se iban despegando, que es lo que tiene comprar productos falsos, en este caso en Vietnam. Así que intenté andar con cuidado, lo que no significaba intentar flotar, actividad para la que se necesita mucha práctica, sino apoyar el zapato de forma que no forzara la parte delantera de las suelas.
Continuamos la marcha y en menos que canta un gallo, quiquiriquí, llegamos a Kilise, nuestro destino de ese día.
Era sobre la una y media yo no daba crédito, pues un día más habíamos caminado tres horas, con sus largas paradas intermedias, aunque lo cierto es que al poco de llegar, se puso a llover.
Algo mosqueado con una segunda jornada tan corta le comenté a Micky Maus, con ironía, que no me veía capacitado para afrontar tan dura expedición. Él me comentó que estaba fastidiado de una rodilla y que no podía andar demasiado, pero que no me preocupara, que esa tarde iríamos a dar un paseo.
El alojamiento de Kilise era, según la guía, el mejor de toda la región, y la verdad es que era bien bonito, con un grupo de chozas bien acondicionadas, jardín con bancos de piedra y unas vistas fabulosas sobre el valle y las aldeítas circundantes. Tenía una casa que era el salón-comedor con otras estancias, pero que estaban cerradas. En su pared colgaba un bonito mapita de las aldeas de alrededor que, por supuesto, fotografié:
La ducha era una cabaña construida pegada a la roca, por donde caía una cascada y donde parte del agua era encauzada mediante un caño que vertía su caudal justo en la mitad del recinto. Desde luego que aclararse tras el enjabonado no era allí ningún problema, y el agua a pesar de una primera impresión, no estaba realmente congelada, estaba sólo fresquita.
Parece ser que el dueño de este lujoso alojamiento de Kilise era un famoso boxeador del valle que cuando se retiró, decidió construirlo para invertir sus ganancias. A este señor no le llegamos a ver porque el que se ocupaba de la gestión era un simpático paisano que vestía de forma tradicional, aunque cuando iba a trabajar al campo se ponía una chaqueta. El lugar tenía cables y bombillas pero nunca nos llegó la electricidad. Le pregunté a Micky Maus que porqué no teníamos luz y me dijo que era porque funcionaba con paneles solares y que los solían robar, así que cuando no estaba el dueño, los guardaba bajo llave.
Esto nos hizo pensar que seguramente el dueño no se iba a enterar de que había tenido clientes y que el precio de nuestro alojamiento se lo repartirían el guía y el encargado nudista.
Este día sí que almorzamos en condiciones y después nos marchamos con Micky a dar una vuelta. Pasamos por una aldeita donde nos mostró los arcos y flechas que todavía se siguen utilizando para cazar tanto animales como a algún enemigo que se ponga a tiro. Para tensar el arco se necesitaba bastante fuerza y maña, y el conjunto de arco más flechas (muy largas y con una o dos puntas de madera) daba en general un poco de miedo. También nos mostró una lanza que debía tener casi cuatro metros de largo. Muy cómoda de manejar no era, pero convenientemente arrojada podría atravesar al señor que pillara por allí.
En el poblado encontramos a una señora a la que le faltaban las falanges delanteras de la mayor parte de los dedos de la mano derecha. En Papúa tienen una bonita costumbre: cada vez que fallece un familiar cercano, las mujeres en señal de duelo se cortan un dedo de la mano. Si se sigue esta costumbre al pié de la letra, cuando son ancianas pueden llegar a no quedarles ninguno, y de estas vi bastantes.
Nos acercamos hasta un bonito mirador donde se contemplaba el comienzo de valle del río Mugi, afluente del río Baliem.
Al poco de estar contemplando tan bonito paisaje, dos simpáticos niños se sentaron junto a nosotros. Resultaron ser los hijos del encargado del alojamiento.
El encargado pasó por allí de regreso de sus labores agrícolas. A diferencia de todos los demás indígenas con los que me había encontrado, este no tenía ningún problema para que le hiciera las fotos que quisiera. Al ser encargado del alojamiento, una de sus funciones seguramente sería la dejarse fotografiar para alborozo de los turistas. Venía muy elegante con su gorrito de plumas y con la chaqueta de polipiel, y que tuvo la amabilidad de despojarse para posar.
Tras las fotos regresamos todos juntos hacia el alojamiento y el guía nos dijo que veríamos luego al encargado porque vendría a cenar con nosotros.
La cena no fue en el salón-comedor, sino dentro de la cabaña, donde dormían US-Army y Micky Maus, y que tenía en su centro unas piedras para acotar la zona del hogar.
Allí dentro se estaba bien calentito, en contraposición del fresco del exterior. Eso sí, las comodidades estaban algo alejadas del concepto de restaurante cinco tenedores: no había electricidad, sólo nos alumbrábamos con una vela y con el fuego de la pequeña hoguera, y estabamos sentados en el suelo de paja.
US-Army había preparado la cena y, una vez que terminamos de comer Brendan y yo, ellos comieron de lo que quedaba y finalmente, lo que sobró, se lo comió el encargado.
El encargado había llevado consigo unos objetos artesanales. Los más baratos eran unas pulseritas y unos collares sin interés. También tenía kotekas, pero en lugar de ser la sencilla calabaza que él vestía con elegancia, eran unas mucho más elaboradas. También tenía unos collares muy impresionantes, hechos de conchas y colmillos de jabalí que utilizan los guerreros, pero su precio nos desarmó. Con el muestrario delante yo de primeras le dije que tururú, pero Brendan argumentó que no había luz suficiente como para elegir, por lo que el encargado le dijo que se los enseñaría de nuevo a la mañana siguiente.
A continuación el encargado nos hizo una demostración de cómo hacer fuego a la manera tradicional papuense, y la verdad es que no tardó nada en conseguirlo. Tenía unas fibras resecas, parecidas al esparto, un palo de madera bien pulido y un cordón. Pasó el cordón por el palo, sujetó este con los dedos de los piés y con energía comenzó a friccionar cordón y palo. Al poco empezó a salir humo, pero en sus bríos rompió el cordón y el hombre casi se cae por el retroceso. En seguida juntó las fibras al palo y soplando, el humo dio paso a una pequeña llama.
Después los tres papúos estuvieron hablando entre ellos mientras yo me bebía un café y me fumaba algún cigarrillo destinado a invitar a los paisanos, y Brendan se bebía su té. Al rato nos dijo Micky Maus que estaban hablando del puente que deberíamos cruzar al día siguiente sobre el río Baliem para llegar hasta Wuserem. El encargado le había dicho que estaba algo deteriorado y que cruzarlo no era muy seguro. Era un puente muy peligroso porque a partir de cierta hora, la zona era muy ventosa y comenzaba a balancearse. Nos decía que no hacía mucho habían muerto un turista y su guía al intentar cruzarlo. El turista se desestabilizó y el guía intentó ayudarle, pero ambos cayeron a las bravísimas aguas del río y murieron ahogados. Le preguntamos entonces que qué podíamos hacer. Nos respondió que podríamos hacer una excursión circular alternativa, muy bonita, alrededor de esas montañas, y regresar por la tarde al mismo sitio. Además nos comentó que como el sitio en el que estábamos, no íbamos a encontrar otro.
Yo no me acababa de creer lo que me decía porque él nos había preparado la ruta, y debía conocer cómo era ese puente. Además, a estas alturas de la excursión estaba claro que Micky Maus era un poco gañán y un perezoso. Le dijimos que mejor lo decidiríamos al día siguiente por la mañana, que estábamos muy cansados.
Día 3. Kilise - Ibroma - Nalatna - Wamerek - Tangma - Ibroma - Kilise
Cuando nos levantamos había mucha animación en la explanada del alojamiento porque habían venidos varios habitantes de esas tierras para vendernos sus artesanías: bolsas de fibra para llevar en la cabeza, pulseras, colgantes y kotekas adornadas. Yo no hice mucho caso, pero como Brendan le había dicho al encargado la noche anterior que miraría con más detenimiento sus artículos, estuvo haciendo un poco el paripé.
Luego nos dirigirnos a desayunar. De nuevo Micky Maus nos puso unos cafés y un paquete de galletas para los dos, pero como yo me había quedado con hambre el día anterior, le dije que ya valía de racaneos y que queríamos desayunar más. Así, nos dio un paquete para cada uno, y la verdad, ya se me hizo demasiado, aunque me lo comí todo.
Después procedí a reparar mi calzado con esparadrapo y cordón de escalada, esperando que fuera una solución de suficiente resistencia.
El encargado, al verme con mis herramientas médicas, se acercó y me mostró varias heridas que tenía por el cuerpo para que se las curara. En Papúa de profilaxis saben lo justo, porque las heridas estaban cerradas en falso y para abrirlas de nuevo, cogió un palito polvoriento del suelo y se las rascó apartando la piel. Todas estaban infectadas, así que las limpié con gasa y yodo y le puse tiritas. El encargado quedó muy guapo y comprendí porqué el que inventó las tiritas para pieles achocolatadas se hizo rico.
Luego apareció por allí un señor vestido de guerrero, equipado con una buena cantidad de colmillos y huesos de jabalí, gorro de plumitas rojas estilo papúo-carlista, koteka bien enhiesta, y un pedazo de lanza que dificilmente entraba en el encuadre de la cámara. Supuse que sería uno de los amigos del guía y del encargado, porque el tipo era bastante simpático y Micky Maus me dijo que por supuesto, le podía echar unas instantáneas y sin tenerle que pagar un pastoncio por cada una de ellas.
Así que aproveché para hacerme la típica foto de aguerrido turista jilipollesco. Ustedes perdonen.
Pero como uno también tiene sus inquietudes culturales, le hice alguna foto más, ya de claro estilo antropólogo de pacotilla.
Después nos pusimos a hablar de nuevo de la ruta para ese día. Yo no me creía mucho los argumentos que nos impedían cruzar el puente hasta Wuserem y en todo caso me sentía con el suficiente valor para hacerlo, aunque se bamboleara y tuviera el suelo roto. Pero tampoco podíamos desprestigiar tanto a nuestro guía como para contradecirle en sus argumentos, por lo que finalmente accedimos a su cambio de ruta, con la buena cosa de que no tendríamos que cargar con las mochilas.
Al comenzar la excursión pasamos junto a la finca del encargado y Micky Maus le pidió unas frutas para alimentarnos durante el día. El encargado se subió con gran destreza a un árbol y estuvo seleccionando los mejores ejemplares, deliciosos, y que comimos en cada una de las numerosas paradas de la jornada.
La excursión finalmente resultó estupenda y bien larga. Recorrimos las laderas de la montaña cruzándonos con bastantes lugareños que trabajaban la tierra o que transportaban sus hortalizas por el sendero. Cuando en nuestros países vamos a las montañas, en los senderos apenas se ven a otros excursionistas, y solo si es verano o fin de semana, pero en esta sociedad completamente rural, estas son las únicas vías de comunicación y el tránsito de personas era constante.
Tras haber bajado una empinadísima pendiente cubierta de árboles y patatales, descansamos junto a un caudaloso riachuelillo y tomamos una ricas frutas del árbol del encargado. Entonces llegó una familia muy risueña que iban con sus cerditos. Al llegar al cauce, les dieron un buen baño antes de cruzar al otro lado. Como cruzar con tantas piedras y tanto caudal no era tarea sencilla, uno de ellos tropezó y calló al agua. Ni se ahogó ni le pasó nada, pero todos se estuvieron desternillando de risa durante un buen rato.
Después continuamos nuestra marcha y también cruzamos el río, pero en lugar de hacerlo atravesando el caudal, algo solo reservado a los que van sin calzado, cruzamos un puente hecho con varios troncos.
En seguida llegamos al bonito poblado de Wamerek que tenía cabañas para turistas en una explanada que era como un parque, con cesped y árboles. Allí jugaban los niños, pero como debían estar acostumbrados a los extranjeros, no nos hicieron ningún caso. Sabían que no teníamos ningún interés.
Esta era la parte más baja de toda la excursión, un cerrado y húmedo valle tremendamente frondoso. Seguían después algunos pequeños poblados y según fuimos cogiendo altura, nos fuimos acercando al nivel de las nubes, que estaban atrapadas en el fondo del valle.
Por allí nos encontramos a una mujer con una bandeja llena de comida y que venía acompañada de sus tres hijos y de un pájaro muerto de un bonito color azul eléctrico con el que jugaban. El pajarillo, pobre, no decía ni pío.
Micky Maus nos preguntó si queríamos comer y le respondimos que eso no se preguntaba: claro que sí.
Habló con la señora y esta dejó su petate, abrió la bandeja y nos puso a cada uno una tremenda ración de arroz con vegetales que nos supo a gloria. Parece ser que venía de un funeral de los alrededores de Tangma y, por alguna tradición que desconozco, estaba obligaba a dar de comer, porque no vimos que Micky Maus le pagara.
Seguimos la marcha y mientras nos íbamos adentrando en la niebla, se puso a llover de forma intermitente.
Llegamos entonces a Tangma, que tenía una misión cristiana y un aeródromo de esos tan propicios para los accidentes de aviación en Papúa: una pista de hierba envuelta en la bruma y con una fuerte inclinación.
Seguimos cogiendo altura en un entorno tremendamente frondoso. Además, con la niebla y el silencio que nos envolvía, el lugar irradiaba misterio y aventura. Como no se puede tener todo, no se podía ver desde allí el fondo del valle, que debía ser magnífico.
Al llegar finalmente al collado que salía de ese valle, rebasamos el manto de nubes y continuamos por la otra vertiente, ya despejada. No mucho tiempo después volvimos al camino por el que habíamos comenzado la jornada, y regresamos a Kilise cuando la noche se nos iba echando encima.
En nuestro alojamiento todo el terreno estaba encharcado, por lo que parecía claro que había llovido mucho cuando nosotros estábamos ausentes. Y volvió a llover de nuevo al poco de llegar.
La cena no se hizo esperar y ni siquiera me dio tiempo a darme una ducha. Como US-Army desconocía que nos habíamos dado un atracón no muchas horas atrás, nos tenía preparada la cena.
Cuando llegamos a la cabaña, parte del suelo estaba mojado (se ve que las técnicas constructivas de papúa no son infalibles), así que todos anduvimos algo dispersos en su interior sentados en las zonas secas.
Yo no tenía mucho hambre, por lo que casi no comí. Pero la pena fue que ese día el porteador-cocinero se había esmerado más que otras veces y había más variedad y calidad. Así que como nos sobró muchísimo, tanto él, como Micky Maus y el encargado se pusieron las botas zampando esa noche.
Después nos volvió a contar Micky Maus que al día siguiente no podríamos ir a Wuserem porque el puente estaba roto. Esto nos extrañó, porque el día anterior solo era peligroso. Algo raro pasaba allí que el guía no nos quería llevar.
Siguiendo la charla, el encargado nos contó la historia de un guía de Wamena que había muerto hacía poco. El hombre llevaba a un turista haciendo más o menos el mismo recorrido que nosotros, pero padecía de malaria y con el esfuerzo de la excursión tuvo un ataque. El turista decidió continuar solo y al guía le llevaron a Wamena, pero al poco de llegar, falleció.
La verdad es que todas las historias que nos contaban los amigos papúos acababan con alguien muerto.
Antes de retirarnos, Micky se dirigió a mi y me dijo que me tenía que pedir un favor: necesitaba que le diéramos más dinero porque ya se le había acabado, y no tenía para pagar el alojamiento de Kilise.
Nos quedamos atónitos, y Brendan irritado le respondió que él estaba muy cansado como para hablar del tema en ese momento, que lo dejáramos para la mañana siguiente.
Micky volvió a insistir y Brendan, con fuerza, le repitió varias veces más que mejor a la mañana siguiente.
Cuando nos retiramos a nuestros aposentos comentamos que a la mañana igual se liaba una buena.
Día 4. Kilise y ....
En el desayuno del día 4 de excursión, en el salón-comedor estaba con nosotros Micky. Cuando terminamos de comer y nos disponíamos a ir a preparar nuestras mochilas para continuar el recorrido, el guía nos preguntó que qué pasaba con el dinero. Nos repitió que necesitaba más porque, el que le habíamos entregado, ya se le había acabado y no tenía para pagar el alojamiento y la comida de los siguientes días. Nos volvimos a sentar y le preguntamos que cómo era eso posible, si al principio nos había dicho que con una tercera parte del presupuesto era suficiente y luego le dimos hasta la mitad para que comprara, entre otras cosas pan, y ni siquiera habíamos visto el pan. Nos dijo que cuando el tendero le preparó la caja con todas las compras, le engañó y no incluyó el pan. Después repitió que todo en la ruta era muy caro y que no tenía dinero. Le insistimos en que eso él lo sabía antes de partir, que para algo era el guía, y que era lamentable que nos mintiera de esa forma.
Micky Maus se quedó callado mirando al suelo como un niño bobo cuyos argumentos carecen de sentido. Le insistimos en que nos explicara porqué al principio del viaje era suficiente el dinero que le habíamos dado, pero ahora ya no le quedaba. Pero siguió sin decir nada mientras miraba al suelo. Como no respondía, nos marchamos y fuimos hasta nuestra cabaña.
Allí comentamos de la gañanería de Micky Maus, y que seguramente no sería el último problema que tuviéramos con él porque, si aseguraba que nos estaba pidiendo el dinero justo para pagar el alojamiento y la comida, al día siguiente volvería a suceder lo mismo. Echando cuentas, lo que nos pedía más lo que le habíamos dado al principio de la excursión sumaba las dos terceras partes del presupuesto total, más o menos lo que llevábamos de excursión.
Acordamos darle ese dinero pero ninguno más antes de finalizar, y que si nos volvía a hacer otra, le despediríamos ipso facto.
Cogí el dinero y me acerqué a él, que seguía muy serio fumando bajo un árbol. Se lo entregué diciéndole que no nos volviera a hablar de dinero hasta que no hubiésemos terminado la excursión, porque no le íbamos a dar más.
Me dijo que no le diera a él el dinero, que se lo diera al encargado para pagar la factura del alojamiento. Le respondí enojado que de eso nada, que él era el guía y que él hacía los pagos, no yo.
Volvimos a la cabaña, preparamos nuestras mochilas y yo me volví a remendar con esparadrapo mis zapatos rotos.
Cuando salimos, Micky seguía allí sentado y nos dijo que se despedía, que él no continuaba de guía y que se volvía a Wamena. Que nuestro guía, para lo que quedaba de trekking, iba a ser US-Army.
Brendan entró en cólera y le dijo que no tenía palabra, que una vez más incumplía nuestro acuerdo porque habíamos quedado en que él sería el guía para toda la excursión. No argumentó nada, solo repetió que él se volvía a Wamena y que US-Army sería el guía.
Brendan y yo nos apartamos y decidimos instantáneamente que nos íbamos por nuestra cuenta. Nos acercamos de nuevo al ex-guía y le dijimos que seguiríamos solos y que no queríamos saber nada que tuviera que ver con él.
Micky Maus continuó mirando al suelo y no dijo nada.
Nos marchamos, y si no dimos un portazo, fue porque no había puerta.
Antes de partir yo le había pedido a Micky Maus que me proporcionara colchoneta y saco de dormir, pues yo no tenía. Por lo tanto podría dormir medio blando y bastante calentito.
Con tan corta excursión yo casi no había empezado a desperezarme, así que decidí darme una vuelta por los alrededores de la aldea. Había una gran explanada en cuyo fondo estaba la iglesa. Fui hasta allí, pero estaba cerrada. No pude orar pues. Las cabañas del poblado estaban situadas en la pendiente de la montaña, en grupos de dos o tres, acotadas por cercas de piedra y madera, con cerditos y pequeños huertos. La aldea estaba cruzada por un riachuelo que era el lugar para el aseo.
El suelo era casi todo de barro y cuando me crucé con algunos paisanos, que vestían sin ropa, les saludé y les invité a unos cigarrillos. Después les quise hacer unas fotillos, por aquello del recuerdo, pero me dijeron ¡bayar!: que les pagara, así que renuncié a fotografiarles apuntando con la cámara.
Siguiendo el consejo de Micky Maus, había comprado unos paquetes de cigarrillos Gudang Garang, fuertes, para invitar a las gentes y que con ello se dejaran fotografiar. Pero a pesar de los cigarrillos me pedían dinero, por lo que al poco renucié a fotografiarlos y acabé fumándome una buena parte de los mismos.
Cuando nos cruzábamos con algún paisano, lo normal era que nos diéramos la mano para a continuación pedirnos cigarrillos. Como yo veía que mucha de esta gente nos saludaba solo para pedir, acabé respondiendo casi siempre que no teníamos cigarrillos.
Después estuvimos un rato sentados a la puerta de nuestra cabaña hasta que apareció Micky Maus con un café y unas galletas. Ese era el almuerzo.
Nos comentó que cuando nos vieron aparecer por el poblado, las gentes tenían la esperanza de que fuéramos un numeroso grupo de turistas adinerados porque en esos casos, y siempre que estos estén dispuestos a pagarlo, hacen una gran fiesta, matan a un cerdito y los hombres hacen el paripé poniéndose sus atuendos de guerreros, realizan alguna danza tradicional y se dejan fotografiar y todo. Como sólo éramos dos, dieron por hecho que no teníamos el suficiente poder adquisitivo para tan magno evento. Y tenían razón.
Luego hablamos sobre la ruta para los siguientes días y Micky Maus sacó su mapa y nos explicó por dónde seguiríamos. Nos comentó que ese era el mejor mapa del valle de Baliem, pero que le faltaban muchos detalles, y él lo había ido completando un poquitín. El mapa era una castaña, levantado a mano y bastante incompleto. Yo supongo que el instituto geográfico indonesio o el ejército tienen mejores mapas, pero no estarán a la venta. En todo caso, en mi concienzuda labor de documentar estos lugares tan remotos le hice una foto, y ahora la pongo aquí al servicio del explorador que haya dado con este blog tan malo (percute aquí para descargar la versión grande):
TOURIST MAP WAMENA-JAYAWIJAYA, BALIEM VALLEY, PAPUA |
Como quedaban muchas horas y no había nada que hacer, me puse a jugar con los chavalines a pasarnos la pelota. Lo bueno de ser el extranjero era que todos los niños me la pasaban siempre, por lo que estuve muy entretenido e hice bastante ejercicio. Se quedaron muy sorprendidos de lo bien que yo jugaba al fútbol, pero el más sorprendido fui yo, que no recordaba tener un toque tan preciso y una flexibilidad y reflejos tan desarrollados. Igual cuando vuelva me presento a los alevines del Atlético de Madrid.
Después me fui con Brendan a jugar al voleibol en la explanada de la iglesia. Aquí ya no se puede decir que estuviera tan afortunado como con el fútbol.
Al rato de estar jugando, uno de los chicos del poblado apareció cojeando y doliéndose del pié. Casi todos los niños se fueron a ver qué le pasaba y le rodearon mirándole con caras sombrías. Brendan y yo también nos acercamos.
Paulus se dolía del dedo gordo del pié derecho, que llevaba envuelto en un trozo de plástico negro recortado de una bolsa. Se lo quitó y lo que vi me estremeció. El dedo tenía un enorme corte longitudinal que lo dividía en dos trozos y estaba muy hinchado, blanquecino y pestilente. Se lo había cortado días atrás con un golpe de machete.
Me fui nervioso hasta la habitación y cogí mi botiquín, luego me lavé las manos en el riachuelo y me puse a ver qué podía hacer con el dedo. Pero yo no soy enfermero ni tengo experiencia en tratar grandes heridas, y menos gangrenosas. Saqué el yodo y las gasas y temblando, lo limpié como pude mientras sangraba ligeramente y se desprendían trozos de carne. Tras hacer esa limpieza, claramente insuficiente, le vendé el dedo con gasas y esparadrapo. Le di antibióticos e ibuprofeno, y le expliqué con mi indonesio básico cómo y cuándo tomarlos.
La cosa tenía tan mala pinta que nervioso me fui a hablar con Micky Maus para que le dijera que tenía que ir sin falta a la clínica de Wamena si no quería perder el pié o peor.
Le pregunté a Micky cuánto costaba la clínica en caso de que le tuvieran que amputar, y le dije al chaval que llamara a sus padres porque quería hablar con ellos. Mi idea era darles el dinero para que fueran al día siguiente a la capital. Pero no aparecieron.
Según iba acabándose la luz del día la temperatura era más y más fresca y me sorprendió ver al jefe del poblado que iba aterido de frío en su desnudez. Dado que en estas tierras siempre hay las misma temperatura todo el año, pensé que ese hombre con su indumentaria debía estar pasando frío todas las noches de su vida desde que nació.
Después llegó la hora de la cena y comimos en la cabaña. Una vez terminado y sin otra cosa que hacer, le pregunté a Micky Maus si podíamos ir a la choza donde habían preparado la comida y dónde estaba reunida la gente. Allí fuimos y nos sentamos en el suelo de paja con el jefe de la aldea, US-Army y otro paisano. Estuvimos bien calentitos con el fuego del hogar, alumbrados por una vela y tomando unos tés.
El jefe se mostró gratamente sorprendido de que entrásemos a la choza y que quisiéramos estar con ellos porque según decían, a los turistas indonesios nunca se les ocurría mezclarse. Llegaban, veían y mantenían las distancias.
Después siguieron comentando que no les gustaban nada los indonesios ni que hubieran ocupado Wamena. El jefe decía que él seguía vistiendo de forma tradicional como una forma de reivindicación de su cultura, que los indonesios no respetaban. Además habían prohibido llevar el pelo largo porque a los greñudos se les identificaba con ideas independentistas.
Todos los allí presentes, y todas las gentes del valle, querían la independencia de Papúa y nos explicaron que cada dos por tres había rebeliones. Recordando la última rebelión comenzaron a reir a carcajadas: para mitigarla, el ejercito llegó en aviones, pero tenían tal desconocimiento del terreno, que diez de los paracaidistas que saltaron murieron ahogados al caer en zonas pantanosas.
Una de las cosas que me llamó la atención en mis días de visita en Papúa era que había una gran cantidad de indígenas llevaban camisetas con los colores y el escudo de Papúa Nueva Guinea, por lo que supuse que era una forma disimulada de reivindicación nacionalista.
Día 2. Uguma - Anyelma - Wamen - Kilise
Por la mañana tomamos un frugal desayuno: café con un paquetito de galletas, a compartir entre Brendan y yo, y tardamos mucho en partir. Como la noche anterior no se habían presentado los padres de Paulus y yo, tras la visión de esa horrenda herida había quedado muy preocupado, le volví a decir a Micky Maus que les llamara. Después de un largo rato apareció el padre y le pedí al guía que me tradujera. Le expliqué que la herida que tenía su hijo parecía bastante grave y que era muy importante que lo llevara lo antes posible a Wamena. También se lo recalqué al propio Paulus. Le di el dinero con la condición de que sólo lo utilizara para pagar la clínica. El padre aceptó, claro, pero su expresión no me transmitió esa idea.
Panorama 180º del sur de valle de Baliem desde Uguma |
Sobre las diez y media de la mañana nos pusimos en marcha. Yo este día portaba además, el saco y la colchoneta que me había prestado el guía. No lo menciono porque me importara demasiado cargar con ello. Es porque en ningún momento ni guía ni porteador hicieron por llevarlo, ni por repartirse parte de nuestro equipaje. Mientras nosotros llevábamos grandes mochilas, era sorprendente la ligereza con la que iban Micky Maus y US-Army. Parecía que ellos eran los clientes, Brendan el guía y yo el porteador.
Seguimos recorriendo las laderas de ese lado del valle de Baliem, siempre con unas espectaculares vistas. Atravesamos terrenos de árboles pelados (a los que debían haber cortado las ramas para leña) y cultivos de patatas y hortalizas, trabajadas por señores desvestidos con el traje regional. Cada poco había que atravesar cercados que separaban unos terrenos de otros. Para poder hacerlo, había que subir por una rama de árbol firmemente clavada al suelo y que tenía tallados unos ligeros peldaños.
Pasamos por las bonitas aldeas de Anyelma y Wamen, en las laderas de la montaña. En una de ellas, donde paramos a descansar un ratito, además de acercarse los chavalines, vino un señor a preguntarnos si teníamos medicamentos contra la malaria porque estaba enfermo. Como yo estaba tomando las pastillas para su profilaxis, Micky Maus le respondió que sí, pero yo le tuve que explicar que mis pastillas eran para intentar no enfermar, pero que no servían para curarse.
En todo el trayecto fui viendo con preocupación cómo las suelas de mis zapatos de trekking se iban despegando, que es lo que tiene comprar productos falsos, en este caso en Vietnam. Así que intenté andar con cuidado, lo que no significaba intentar flotar, actividad para la que se necesita mucha práctica, sino apoyar el zapato de forma que no forzara la parte delantera de las suelas.
Continuamos la marcha y en menos que canta un gallo, quiquiriquí, llegamos a Kilise, nuestro destino de ese día.
Era sobre la una y media yo no daba crédito, pues un día más habíamos caminado tres horas, con sus largas paradas intermedias, aunque lo cierto es que al poco de llegar, se puso a llover.
Algo mosqueado con una segunda jornada tan corta le comenté a Micky Maus, con ironía, que no me veía capacitado para afrontar tan dura expedición. Él me comentó que estaba fastidiado de una rodilla y que no podía andar demasiado, pero que no me preocupara, que esa tarde iríamos a dar un paseo.
El alojamiento de Kilise era, según la guía, el mejor de toda la región, y la verdad es que era bien bonito, con un grupo de chozas bien acondicionadas, jardín con bancos de piedra y unas vistas fabulosas sobre el valle y las aldeítas circundantes. Tenía una casa que era el salón-comedor con otras estancias, pero que estaban cerradas. En su pared colgaba un bonito mapita de las aldeas de alrededor que, por supuesto, fotografié:
Área alrededor de Kilise, Valle de Baliem, Papúa |
La ducha era una cabaña construida pegada a la roca, por donde caía una cascada y donde parte del agua era encauzada mediante un caño que vertía su caudal justo en la mitad del recinto. Desde luego que aclararse tras el enjabonado no era allí ningún problema, y el agua a pesar de una primera impresión, no estaba realmente congelada, estaba sólo fresquita.
Parece ser que el dueño de este lujoso alojamiento de Kilise era un famoso boxeador del valle que cuando se retiró, decidió construirlo para invertir sus ganancias. A este señor no le llegamos a ver porque el que se ocupaba de la gestión era un simpático paisano que vestía de forma tradicional, aunque cuando iba a trabajar al campo se ponía una chaqueta. El lugar tenía cables y bombillas pero nunca nos llegó la electricidad. Le pregunté a Micky Maus que porqué no teníamos luz y me dijo que era porque funcionaba con paneles solares y que los solían robar, así que cuando no estaba el dueño, los guardaba bajo llave.
Esto nos hizo pensar que seguramente el dueño no se iba a enterar de que había tenido clientes y que el precio de nuestro alojamiento se lo repartirían el guía y el encargado nudista.
Este día sí que almorzamos en condiciones y después nos marchamos con Micky a dar una vuelta. Pasamos por una aldeita donde nos mostró los arcos y flechas que todavía se siguen utilizando para cazar tanto animales como a algún enemigo que se ponga a tiro. Para tensar el arco se necesitaba bastante fuerza y maña, y el conjunto de arco más flechas (muy largas y con una o dos puntas de madera) daba en general un poco de miedo. También nos mostró una lanza que debía tener casi cuatro metros de largo. Muy cómoda de manejar no era, pero convenientemente arrojada podría atravesar al señor que pillara por allí.
En el poblado encontramos a una señora a la que le faltaban las falanges delanteras de la mayor parte de los dedos de la mano derecha. En Papúa tienen una bonita costumbre: cada vez que fallece un familiar cercano, las mujeres en señal de duelo se cortan un dedo de la mano. Si se sigue esta costumbre al pié de la letra, cuando son ancianas pueden llegar a no quedarles ninguno, y de estas vi bastantes.
Nos acercamos hasta un bonito mirador donde se contemplaba el comienzo de valle del río Mugi, afluente del río Baliem.
Al poco de estar contemplando tan bonito paisaje, dos simpáticos niños se sentaron junto a nosotros. Resultaron ser los hijos del encargado del alojamiento.
El encargado pasó por allí de regreso de sus labores agrícolas. A diferencia de todos los demás indígenas con los que me había encontrado, este no tenía ningún problema para que le hiciera las fotos que quisiera. Al ser encargado del alojamiento, una de sus funciones seguramente sería la dejarse fotografiar para alborozo de los turistas. Venía muy elegante con su gorrito de plumas y con la chaqueta de polipiel, y que tuvo la amabilidad de despojarse para posar.
Tras las fotos regresamos todos juntos hacia el alojamiento y el guía nos dijo que veríamos luego al encargado porque vendría a cenar con nosotros.
La cena no fue en el salón-comedor, sino dentro de la cabaña, donde dormían US-Army y Micky Maus, y que tenía en su centro unas piedras para acotar la zona del hogar.
Allí dentro se estaba bien calentito, en contraposición del fresco del exterior. Eso sí, las comodidades estaban algo alejadas del concepto de restaurante cinco tenedores: no había electricidad, sólo nos alumbrábamos con una vela y con el fuego de la pequeña hoguera, y estabamos sentados en el suelo de paja.
US-Army había preparado la cena y, una vez que terminamos de comer Brendan y yo, ellos comieron de lo que quedaba y finalmente, lo que sobró, se lo comió el encargado.
El encargado había llevado consigo unos objetos artesanales. Los más baratos eran unas pulseritas y unos collares sin interés. También tenía kotekas, pero en lugar de ser la sencilla calabaza que él vestía con elegancia, eran unas mucho más elaboradas. También tenía unos collares muy impresionantes, hechos de conchas y colmillos de jabalí que utilizan los guerreros, pero su precio nos desarmó. Con el muestrario delante yo de primeras le dije que tururú, pero Brendan argumentó que no había luz suficiente como para elegir, por lo que el encargado le dijo que se los enseñaría de nuevo a la mañana siguiente.
A continuación el encargado nos hizo una demostración de cómo hacer fuego a la manera tradicional papuense, y la verdad es que no tardó nada en conseguirlo. Tenía unas fibras resecas, parecidas al esparto, un palo de madera bien pulido y un cordón. Pasó el cordón por el palo, sujetó este con los dedos de los piés y con energía comenzó a friccionar cordón y palo. Al poco empezó a salir humo, pero en sus bríos rompió el cordón y el hombre casi se cae por el retroceso. En seguida juntó las fibras al palo y soplando, el humo dio paso a una pequeña llama.
Después los tres papúos estuvieron hablando entre ellos mientras yo me bebía un café y me fumaba algún cigarrillo destinado a invitar a los paisanos, y Brendan se bebía su té. Al rato nos dijo Micky Maus que estaban hablando del puente que deberíamos cruzar al día siguiente sobre el río Baliem para llegar hasta Wuserem. El encargado le había dicho que estaba algo deteriorado y que cruzarlo no era muy seguro. Era un puente muy peligroso porque a partir de cierta hora, la zona era muy ventosa y comenzaba a balancearse. Nos decía que no hacía mucho habían muerto un turista y su guía al intentar cruzarlo. El turista se desestabilizó y el guía intentó ayudarle, pero ambos cayeron a las bravísimas aguas del río y murieron ahogados. Le preguntamos entonces que qué podíamos hacer. Nos respondió que podríamos hacer una excursión circular alternativa, muy bonita, alrededor de esas montañas, y regresar por la tarde al mismo sitio. Además nos comentó que como el sitio en el que estábamos, no íbamos a encontrar otro.
Yo no me acababa de creer lo que me decía porque él nos había preparado la ruta, y debía conocer cómo era ese puente. Además, a estas alturas de la excursión estaba claro que Micky Maus era un poco gañán y un perezoso. Le dijimos que mejor lo decidiríamos al día siguiente por la mañana, que estábamos muy cansados.
Día 3. Kilise - Ibroma - Nalatna - Wamerek - Tangma - Ibroma - Kilise
Cuando nos levantamos había mucha animación en la explanada del alojamiento porque habían venidos varios habitantes de esas tierras para vendernos sus artesanías: bolsas de fibra para llevar en la cabeza, pulseras, colgantes y kotekas adornadas. Yo no hice mucho caso, pero como Brendan le había dicho al encargado la noche anterior que miraría con más detenimiento sus artículos, estuvo haciendo un poco el paripé.
Luego nos dirigirnos a desayunar. De nuevo Micky Maus nos puso unos cafés y un paquete de galletas para los dos, pero como yo me había quedado con hambre el día anterior, le dije que ya valía de racaneos y que queríamos desayunar más. Así, nos dio un paquete para cada uno, y la verdad, ya se me hizo demasiado, aunque me lo comí todo.
Después procedí a reparar mi calzado con esparadrapo y cordón de escalada, esperando que fuera una solución de suficiente resistencia.
El encargado, al verme con mis herramientas médicas, se acercó y me mostró varias heridas que tenía por el cuerpo para que se las curara. En Papúa de profilaxis saben lo justo, porque las heridas estaban cerradas en falso y para abrirlas de nuevo, cogió un palito polvoriento del suelo y se las rascó apartando la piel. Todas estaban infectadas, así que las limpié con gasa y yodo y le puse tiritas. El encargado quedó muy guapo y comprendí porqué el que inventó las tiritas para pieles achocolatadas se hizo rico.
Luego apareció por allí un señor vestido de guerrero, equipado con una buena cantidad de colmillos y huesos de jabalí, gorro de plumitas rojas estilo papúo-carlista, koteka bien enhiesta, y un pedazo de lanza que dificilmente entraba en el encuadre de la cámara. Supuse que sería uno de los amigos del guía y del encargado, porque el tipo era bastante simpático y Micky Maus me dijo que por supuesto, le podía echar unas instantáneas y sin tenerle que pagar un pastoncio por cada una de ellas.
Así que aproveché para hacerme la típica foto de aguerrido turista jilipollesco. Ustedes perdonen.
Pero como uno también tiene sus inquietudes culturales, le hice alguna foto más, ya de claro estilo antropólogo de pacotilla.
Después nos pusimos a hablar de nuevo de la ruta para ese día. Yo no me creía mucho los argumentos que nos impedían cruzar el puente hasta Wuserem y en todo caso me sentía con el suficiente valor para hacerlo, aunque se bamboleara y tuviera el suelo roto. Pero tampoco podíamos desprestigiar tanto a nuestro guía como para contradecirle en sus argumentos, por lo que finalmente accedimos a su cambio de ruta, con la buena cosa de que no tendríamos que cargar con las mochilas.
Al comenzar la excursión pasamos junto a la finca del encargado y Micky Maus le pidió unas frutas para alimentarnos durante el día. El encargado se subió con gran destreza a un árbol y estuvo seleccionando los mejores ejemplares, deliciosos, y que comimos en cada una de las numerosas paradas de la jornada.
La excursión finalmente resultó estupenda y bien larga. Recorrimos las laderas de la montaña cruzándonos con bastantes lugareños que trabajaban la tierra o que transportaban sus hortalizas por el sendero. Cuando en nuestros países vamos a las montañas, en los senderos apenas se ven a otros excursionistas, y solo si es verano o fin de semana, pero en esta sociedad completamente rural, estas son las únicas vías de comunicación y el tránsito de personas era constante.
Panorama 180º de la confluencia del río Mugi con el río Baliem desde Nalatna |
Tras haber bajado una empinadísima pendiente cubierta de árboles y patatales, descansamos junto a un caudaloso riachuelillo y tomamos una ricas frutas del árbol del encargado. Entonces llegó una familia muy risueña que iban con sus cerditos. Al llegar al cauce, les dieron un buen baño antes de cruzar al otro lado. Como cruzar con tantas piedras y tanto caudal no era tarea sencilla, uno de ellos tropezó y calló al agua. Ni se ahogó ni le pasó nada, pero todos se estuvieron desternillando de risa durante un buen rato.
Después continuamos nuestra marcha y también cruzamos el río, pero en lugar de hacerlo atravesando el caudal, algo solo reservado a los que van sin calzado, cruzamos un puente hecho con varios troncos.
En seguida llegamos al bonito poblado de Wamerek que tenía cabañas para turistas en una explanada que era como un parque, con cesped y árboles. Allí jugaban los niños, pero como debían estar acostumbrados a los extranjeros, no nos hicieron ningún caso. Sabían que no teníamos ningún interés.
Esta era la parte más baja de toda la excursión, un cerrado y húmedo valle tremendamente frondoso. Seguían después algunos pequeños poblados y según fuimos cogiendo altura, nos fuimos acercando al nivel de las nubes, que estaban atrapadas en el fondo del valle.
Por allí nos encontramos a una mujer con una bandeja llena de comida y que venía acompañada de sus tres hijos y de un pájaro muerto de un bonito color azul eléctrico con el que jugaban. El pajarillo, pobre, no decía ni pío.
Micky Maus nos preguntó si queríamos comer y le respondimos que eso no se preguntaba: claro que sí.
Habló con la señora y esta dejó su petate, abrió la bandeja y nos puso a cada uno una tremenda ración de arroz con vegetales que nos supo a gloria. Parece ser que venía de un funeral de los alrededores de Tangma y, por alguna tradición que desconozco, estaba obligaba a dar de comer, porque no vimos que Micky Maus le pagara.
Seguimos la marcha y mientras nos íbamos adentrando en la niebla, se puso a llover de forma intermitente.
Llegamos entonces a Tangma, que tenía una misión cristiana y un aeródromo de esos tan propicios para los accidentes de aviación en Papúa: una pista de hierba envuelta en la bruma y con una fuerte inclinación.
Seguimos cogiendo altura en un entorno tremendamente frondoso. Además, con la niebla y el silencio que nos envolvía, el lugar irradiaba misterio y aventura. Como no se puede tener todo, no se podía ver desde allí el fondo del valle, que debía ser magnífico.
Al llegar finalmente al collado que salía de ese valle, rebasamos el manto de nubes y continuamos por la otra vertiente, ya despejada. No mucho tiempo después volvimos al camino por el que habíamos comenzado la jornada, y regresamos a Kilise cuando la noche se nos iba echando encima.
Panorama 180º orientado al este del collado que separa Tangma de Ibroma (más o menos, oiga) |
En nuestro alojamiento todo el terreno estaba encharcado, por lo que parecía claro que había llovido mucho cuando nosotros estábamos ausentes. Y volvió a llover de nuevo al poco de llegar.
La cena no se hizo esperar y ni siquiera me dio tiempo a darme una ducha. Como US-Army desconocía que nos habíamos dado un atracón no muchas horas atrás, nos tenía preparada la cena.
Cuando llegamos a la cabaña, parte del suelo estaba mojado (se ve que las técnicas constructivas de papúa no son infalibles), así que todos anduvimos algo dispersos en su interior sentados en las zonas secas.
Yo no tenía mucho hambre, por lo que casi no comí. Pero la pena fue que ese día el porteador-cocinero se había esmerado más que otras veces y había más variedad y calidad. Así que como nos sobró muchísimo, tanto él, como Micky Maus y el encargado se pusieron las botas zampando esa noche.
Después nos volvió a contar Micky Maus que al día siguiente no podríamos ir a Wuserem porque el puente estaba roto. Esto nos extrañó, porque el día anterior solo era peligroso. Algo raro pasaba allí que el guía no nos quería llevar.
Siguiendo la charla, el encargado nos contó la historia de un guía de Wamena que había muerto hacía poco. El hombre llevaba a un turista haciendo más o menos el mismo recorrido que nosotros, pero padecía de malaria y con el esfuerzo de la excursión tuvo un ataque. El turista decidió continuar solo y al guía le llevaron a Wamena, pero al poco de llegar, falleció.
La verdad es que todas las historias que nos contaban los amigos papúos acababan con alguien muerto.
Antes de retirarnos, Micky se dirigió a mi y me dijo que me tenía que pedir un favor: necesitaba que le diéramos más dinero porque ya se le había acabado, y no tenía para pagar el alojamiento de Kilise.
Nos quedamos atónitos, y Brendan irritado le respondió que él estaba muy cansado como para hablar del tema en ese momento, que lo dejáramos para la mañana siguiente.
Micky volvió a insistir y Brendan, con fuerza, le repitió varias veces más que mejor a la mañana siguiente.
Cuando nos retiramos a nuestros aposentos comentamos que a la mañana igual se liaba una buena.
Día 4. Kilise y ....
En el desayuno del día 4 de excursión, en el salón-comedor estaba con nosotros Micky. Cuando terminamos de comer y nos disponíamos a ir a preparar nuestras mochilas para continuar el recorrido, el guía nos preguntó que qué pasaba con el dinero. Nos repitió que necesitaba más porque, el que le habíamos entregado, ya se le había acabado y no tenía para pagar el alojamiento y la comida de los siguientes días. Nos volvimos a sentar y le preguntamos que cómo era eso posible, si al principio nos había dicho que con una tercera parte del presupuesto era suficiente y luego le dimos hasta la mitad para que comprara, entre otras cosas pan, y ni siquiera habíamos visto el pan. Nos dijo que cuando el tendero le preparó la caja con todas las compras, le engañó y no incluyó el pan. Después repitió que todo en la ruta era muy caro y que no tenía dinero. Le insistimos en que eso él lo sabía antes de partir, que para algo era el guía, y que era lamentable que nos mintiera de esa forma.
Micky Maus se quedó callado mirando al suelo como un niño bobo cuyos argumentos carecen de sentido. Le insistimos en que nos explicara porqué al principio del viaje era suficiente el dinero que le habíamos dado, pero ahora ya no le quedaba. Pero siguió sin decir nada mientras miraba al suelo. Como no respondía, nos marchamos y fuimos hasta nuestra cabaña.
Allí comentamos de la gañanería de Micky Maus, y que seguramente no sería el último problema que tuviéramos con él porque, si aseguraba que nos estaba pidiendo el dinero justo para pagar el alojamiento y la comida, al día siguiente volvería a suceder lo mismo. Echando cuentas, lo que nos pedía más lo que le habíamos dado al principio de la excursión sumaba las dos terceras partes del presupuesto total, más o menos lo que llevábamos de excursión.
Acordamos darle ese dinero pero ninguno más antes de finalizar, y que si nos volvía a hacer otra, le despediríamos ipso facto.
Cogí el dinero y me acerqué a él, que seguía muy serio fumando bajo un árbol. Se lo entregué diciéndole que no nos volviera a hablar de dinero hasta que no hubiésemos terminado la excursión, porque no le íbamos a dar más.
Me dijo que no le diera a él el dinero, que se lo diera al encargado para pagar la factura del alojamiento. Le respondí enojado que de eso nada, que él era el guía y que él hacía los pagos, no yo.
Volvimos a la cabaña, preparamos nuestras mochilas y yo me volví a remendar con esparadrapo mis zapatos rotos.
Cuando salimos, Micky seguía allí sentado y nos dijo que se despedía, que él no continuaba de guía y que se volvía a Wamena. Que nuestro guía, para lo que quedaba de trekking, iba a ser US-Army.
Brendan entró en cólera y le dijo que no tenía palabra, que una vez más incumplía nuestro acuerdo porque habíamos quedado en que él sería el guía para toda la excursión. No argumentó nada, solo repetió que él se volvía a Wamena y que US-Army sería el guía.
Brendan y yo nos apartamos y decidimos instantáneamente que nos íbamos por nuestra cuenta. Nos acercamos de nuevo al ex-guía y le dijimos que seguiríamos solos y que no queríamos saber nada que tuviera que ver con él.
Micky Maus continuó mirando al suelo y no dijo nada.
Nos marchamos, y si no dimos un portazo, fue porque no había puerta.
Panorama 180º de Wamen y sus alrededores |
Hola Juan, soy Dani. Interesante relato y muy buenas fotos a pesar de hacerlas en control remoto. Joder con el Micky. Ya tengo ganas de ver como sigue la 2ª parte del trek.Tu fortaleza es envidiable, aunque el entrenamiento de Annapurna,etc, habrá ayudado.
ResponderEliminarUn abrazo !
PD. Bien por lo del niño herido.
Si Walt Disney levantara la cabeza (o saliera de su gélido letargo, no sabemos, bien, qué ocurrió con él)estaría orgullosísimo de Mickey, qué pedazo de buscavidas, se ha hecho pasar por guía pero si anda menos que un caracol herido, la próxima vez pide el carnet de Ranger !No falla nunca!
ResponderEliminarEn Spain he visto cientos de veces como se empiezan megaconstrucciones con un presupuesto y se acaban con un presupuesto doble o triple del inicial, seguro que si el político y/o constructor se llamara Mickey Maus, ya lo habríamos echado como hiciste tú pero con un nombre más pomposo es más difícil tomar la iniciativa. Si tu guía se hubiera llamado Hillary o Ten-Zing ¿lo hubieras echado?
Y encima sin pan, mandagüevos,MI NUEVO ÍDOLO ES MICKY MAUSE.
Por cierto no sé como acabará la aventura de tu zapato deconstruido, pero tengo que decirte que en el 110 % de los casos no funciona el recubrimiento con esparadrapo, no funciona atarlo con una cuerda, cordino, cinta de escalar,etc,tampoco funciona pegarlo con pegamento: superglú, cola de zapatero,...
Un saludo Donbenitense
PD Huye de los personajes de Disney, intenta acercarte a la Warner Bros, Marvel,...