A las pocas horas de partir de Banjarmasin camino de Samarinda, pude comprobar que mi suposición era completamente acertada: la fila uno de los autobuses es siempre una mierda. Para empezar (pero esto no tiene que ver), se me sentó al lado un indonesio grande y gordo, cosa rara, porque casi todos son pequeños y livianos. Pero cuando en las múltiples paradas el autobús se llenó, otro tipo se sentó en el hueco que tenía para los pies, anulando por completo el privilegio que me habían asegurado como "el mejor sitio del autobús". Fue un viaje duro porque apenas pude pegar ojo por estar atrapado entre mi voluminoso compañero y el señor de a mis pies, el calor que hacía en la primera fila (al que no le llegaba el aire porque entraba por las ventanas situadas detrás) y los continuos trompicones debido a los baches.
Llegué a Samarinda sobre las diez de la mañana. Había elegido esta ciudad como siguiente destino porque está en la desembocadura del río Mahakam, por el que tenía previsto navegar para adentrarme en el interior de Borneo en los pocos días que me quedaban de visado indonesio.
Esa mañana llovía y en la parada de autobuses pregunté en qué parte de la ciudad me encontraba. Nadie supo explicarme; tan sólo recibí las propuestas de algún taxista, que en lugar de informarme sólo decían de llevarme. Como había dormido muy poco y estaba cansado, decidí evitarlos a toda costa porque podría ser una presa fácil para estas sabandijas.
Salí de la estación y me encontré en medio de una carretera vacía de peatones. Me puse a caminar y cuando encontré a alguien, me dijo que cogiera una barca para llegar a la ciudad, cruzando a la otra orilla del río.
En el muelle el barquero me ofreció salir enseguida, yendo junto con otra persona que también aguardaba, por un precio mayor al habitual que cuando la embarcación va llena. Acepté.
En la otra orilla en seguida llegué a un hotel que resultó ser, una vez más, de escala muy superior a mis posibilidades. Pregunté por otro más barato, pero no sabían.
Caminé bajo una leve lluvia por una avenida junto al río y seguí preguntando, pero no me supieron responder, así que cogí un taxi compartido y le dije al conductor que me avisara cuando pasáramos cerca de un hotel. El conductor no me había entendido, así que después de un rato de viaje decidí bajarme.
Seguí buscando, pero la gente me decía que por allí no había donde alojarse, así que tras un tiempo caminando decidí descansar en una cafetería. Había un par de personas con los que estuve hablando y que me invitaron al café mientras por fin, elegía un hotel de la guía. Después, estas buenas gentes hablaron con los de la cafetería que me acompañaron fuera, pararon un taxi colectivo y le dijeron al conductor dónde debía dejarme.
Así, dos horas después de haber llegado a Samarinda conseguí alojamiento.
Tras descansar un poco, fui a dar una vuelta por los alrededores, poco atractivos, y llegué hasta un centro comercial donde comí y compré agua y alimentos compuestos de grasas polisaturadas y azúcares refinados para los siguientes desayunos.
Después me fui en busca del puerto fluvial para informarme de primera mano sobre los horarios del barco para remontar el río. El único del día partiría a las siete de la mañana. Quería llegar hasta Muara Muntai, la primera parada importante río arriba.
El río Mahakam tiene 980 kilómetros de largo por lo que, de haber tenido más tiempo, y tras varios días de navegación, me habría internado hasta donde comienza la selva primaria, pero no podía ser.
A la seis y pico de la mañana del día 14 de febrero llegué al embarcadero y subí al mismo barco donde la tarde anterior me habían informado. De madera y dos plantas, en la parte inferior iba la carga y las motos, y en la parte superior, el paisanaje. No había sillas ni bancos, sino unas plataformas elevadas de madera sobre un estrecho pasillo central donde se extendían colchones y almohadas para reposar y dormir. En el barco además, iban otras dos guiris algo antipáticas que, como más tarde me enteré, no eran viajeras sino estudiantes para realizar un proyecto de desarrollo.
Después de un rato tumbado en el colchón me quedé dormido, algo así como una siesta a las ocho de la mañana. Tras el breve descanso me levanté y recorrí el barco saludando a los pasajeros. Luego fui a la parte inferior de la proa donde estaba el piloto, y más tarde subí a la parte superior de la proa donde estaban las dos guiris y su acompañante, Rusha, un chica local. Estuve hablando un poco con ella y me comentó que pertenecía a una ONG conservacionista y que aquella era su área de trabajo. Acompañaba a las otras dos para ayudarlas en lo que necesitaran para realizar su proyecto. También se ofreció para informarme de los lugares a visitar y las actividades de la zona a la que nos dirigíamos.
Para rematar la faena subí al techo del barco por una vertiginosa escalerilla de la popa y desde allí, estuve disfrutando del hermoso paisaje.
Sin embargo no era naturaleza lo que me rodeaba. El río era surcado por muchas barcas, en sus márgenes se podían ver pequeños poblados, y más allá de una primera línea de árboles, había cultivos o terrenos despejados de bosque. También se podían observar numerosos apilamientos de carbón con cintas transportadoras para cargar el combustible en los paquebotes.
Borneo es la tercera isla más grande del mundo y sufre la mayor deforestación jamás realizada por el hombre. Hasta hace unas décadas estaba cubierta de bosque casi en su totalidad, pero se espera que para el año 2020 solo quede el 32% de su territorio. Parte del suelo deforestado es ocupado con palmeras para la producción de aceite, utilizado en la bollería mundial.
Se espera que lo que finalmente quede de selva original sea la parte central de la isla, habiéndose perdido para entonces una de las mayores selvas del planeta.
Estaba yo descalzo sobre el techado metálico del barco disfrutando tranquilamente del espectacular paisaje, pero no había recaído en que pude llegar allí gracias a que estaba nublado porque, en seguida que apareció el sol, la temperatura de la chapa comenzó a subir llegando casi al punto de ebullición. Tuve que salir a toda prisa dando brinquitos para no achicharrame los piés, y procurando, además, no caer al agua.
De vuelta a mi colchón, Rusha desplegó su mapa de la provincia de Kalimantan Este y me estuvo explicando qué recorrido podría hacer. Me preguntó que cuántos días tenía y yo le confesé que no muchos, porque en breve se me acabaría el visado. Me dijo que era una pena llegar hasta ese lugar y no tener más tiempo, porque si me internaba más en el río llegaría hasta la jungla virgen y los poblados más apartados de la civilización, de cultura Dayak original.
La excursión que me proponía para tan poco tiempo era llegar hasta Muara Muntai esa noche para al día siguiente, hacer en barca el recorrido por el río Mahakam y los lagos que forma, pasando por Mantiong y Tanjung Isuy, y terminar en Muarapahu, donde ella tenía la casa familiar. Además, por la noche podría coger un barco de vuelta hasta Samarinda, con lo que optimizaría el tiempo al máximo.
Se ofreció para ponerse en contacto con un barquero que conocía para que, cuando llegara esa noche a Muara Muntai, me acompañara hasta un hostal, y al día siguiente me llevara por el río. Le agradecí enormemente su ayuda, pues la verdad es que más fácil no me lo podían poner.
Yo le expliqué que viajaba tan solo por tierra o agua y que quería salir de Kalimantan por el norte, pero tenía como fecha tope el 21 de febrero. Me dijo que no estaba segura que pudiera llegar por tierra hasta el norte porque en el mapa las carreteras no aparecían unidas en varios de sus tramos. Me sugirió ir en barco desde Balikpapan, una ciudad cercana a Samarinda, pero que estos no salían a diario.
Sobre las 18 horas llegué a Muara Muntai y me despedí de Rusha hasta el día siguiente. Allí me estaba esperando mi barquero que me llevó a una bonita y económica posada de madera.
En seguida que dejé mis cosas salí para buscar dónde cenar. Caminando por la calle principal, me crucé con un chico que me saludó y con el que estuve hablando un rato. Como le dije que estaba buscando un lugar para cenar se ofreció a acompañarme. Cenamos juntos y después me llevó en su moto hasta el mercado nocturno.
El trayecto me resultó increible pues recorrimos varios kilómetros de calles y todo era de madera, las casas, pero también el pavimento. Toda la población estaba construida sobre pilares en el agua, y la moto en su avance por los tablones de la calzada generaba un sonido atronador.
Dejamos la moto en la entrada del mercado e hicimos el paseo a pié mientras yo saludaba a la gente que se sorprendían mucho al verme. Me comentó que era un mercado semanal itinerante que se mueve entre las distintas poblaciones de la zona a razón de dos días en cada lugar. El mercado no era muy grande, así que después de recorrerlo, en un rato ya estábamos de vuelta en la entrada. Cogimos de nuevo la moto y me dejó de regreso en el hostal.
A la mañana me levanté con tiempo para poder hacer alguna foto de aquel lugar tan peculiar y a las siete, apareció mi barquero-guía.
Monté en la barca y empezamos a remontar el río Mahakam. Al poco llegamos a uno de los lagos. Esta es una zona lacustre, un terreno inundado de poca profundidad donde viven diferentes comunidades que se asientan en pequeños poblados sobre las aguas. Su medio de vida es casi exclusivamente la pesca.
La luz de la mañana iluminaba con tonos cálidos las casas de madera, muchas pintadas de fuertes colores. Además de disfrutar de la belleza del entorno, también pude observar diferentes tipos de aves.
Pasamos por delante de la población de Mantiong pero la barca no paró, y siguiendo el recorrido, nos introdujimos en la parte más boscosa del trayecto, con grandes árboles a ambos lado del río. El reflejo en el agua hacía que casi el único color que nos envolvía fuera el verde.
Después la barca se introdujo por un estrecho canal entre matorrales para llegar a un cauce más ancho y despejado rodeado de grandes árboles: el manglar.
Después la barca se introdujo por un estrecho canal entre matorrales para llegar a un cauce más ancho y despejado rodeado de grandes árboles: el manglar.
Yo iba cómodamente sentado en el centro de la barca bajo un techado a refugio del sol que pegaba con fuerza, pero ese lugar no era el más adecuado para hacer fotos, así que cambié de posición y me coloqué, algo más incómodo, junto a la proa.
Cada pocos minutos se cruzaban delante de la barca, jugando, los martines pescadores, de tantos y llamativos colores que parecía que lo que pasaba por delante era un catálogo de pinturas.
De vez en cuando se podía ver el movimiento de las ramas de los árboles: por allí estaban los monos narigudos, o mono probocis, de buen tamaño. No era nada fácil fotografiarlos porque no andaban quietos, sino saltando de unas ramas a otras. Las pocas tomas las pude hacer cuando estos hombrecillos de los árboles se paraban para observarnos pasar. Cuando a Borneo llegaron los europeos, los nativos los denominaban igual que a estos monos, pues tomando como referencia la nariz, los europeos estamos más emparetados con los probocis que con los dayak, la gente aborigen de estas tierras.
En ambiente tan prístino, lo que estropeaba el paseo era el fuerte ruido del motor de la embarcación. En un punto del recorrido el espacio se estrechó tanto que quedamos atrapados, por lo que el barquero apagó el motor y maniobró con una larga vara de bambú. Fue en ese momento donde pude escuchar el canto de los pájaros y el aullido de los monos de esta jungla inundada.
Seguimos navegando en medio de la floresta y llegamos a la población flotante de Tanjung Isuy donde había un museo de cultura tradicional dayak.
Los Dayak son la etnia originaria de la mayor parte de Borneo y agrupa a un buen número de pueblos. Se dedican a la pesca, la caza y al cultivo del arroz. Su religión es (o era) animista, con la figura del chamán como intermediario entre su pueblo y las fuerzas de la naturaleza. Los Dayak son un pueblo de cazadores de cabezas, es decir, en su luchas se hacían con la cabeza de sus enemigos como trofeo. Sin embargo, esto ahora no está bien visto, sobre todo por la justicia. Así que amigo, si quieres visitar este lugar no temas por tu pescuezo, aunque sí por tu cartera.
Os muestro tres imágenes de cómo eran los dayak no hace mucho.
En la parte central de Tanjung Isuy y sobre tierra firme, se erigía una gran casa comunal o lamin, que era donde tradicionalmente se alojaba toda la comunidad dayak. Hoy en día la gente prefiere vivir en sus propias casas, aunque mucho más en el interior de Borneo, donde yo nunca llegué, las comunidades siguen viviendo en las grandes casas, y quien sabe, si les disgusta el visitante, igual se lo hacen pagar con afilado cuchillo revanando cuello.
Por delante del lamin había una gran colección de esculturas en madera representando figuras grotescas de hombres, muchas junto con animales. Este es el llamativo arte de la cultura dayak, terrorífico y fascinante.
Caminé por los alrededores del lamin pero apenas vi a nadie. Subí las escalerilla hasta la casa y como estaba cerrada me colé a través de una ventana. Su interior era oscuro, larguísimo y diáfano. Discretamente y sin hacer ruido salí, no fuera que...
Continué por el poblado, alzado sobre el río con las calles-pasarela de madera comunicando las diferentes casas. Después de esta pequeña pero fascinante visita regresé al embarcadero donde estaba esperándome mi navío.
Regresamos por donde habíamos venido, pero en esta vuelta fui fijándome en los detalles de los reflejos de la vegetación en las tranquilas aguas del Mahakam, de un verde intenso y de exótica belleza, tan solo rota por el ruido ensordecedor del motor de la embarcación.
En la vuelta nos cruzamos con algunas otras barcas que portaban turistas, casi todos con cara de bobos, y es que si en el largo trayecto no se adopta una actitud activa, como la mía al estar siempre atento por ver animales o por encuadrar fotos, lo normal es que te quedes adormilado y eso, con cara de tonto.
Sobre la 13h40 llegué a Muarapahu. El barquero me acompañó a la casa de Rusha, la cual estaba durmiendo en el suelo para ahorrarse las horas de más calor.
Me dijo que el barco de vuelta a Samarinda saldría sobre las diez de la noche, pero que antes me invitaba a cenar en su casa junto con las otras dos extranjeras. También me dijo que había llamado a la naviera para saber cuándo salía el siguiente barco para Tarakan, en la frontera con Malasia. Saldría el 22 de febrero, un día después del final de mi visado, así que esta opción no era viable.
Me presentó a su madre y a su hermana pequeña, me bebí una buena cantidad de agua y me comí un par de magdalenas que me ofreció.
Como no quería incomodar y no sabía en qué emplear las horas que me restaban hasta la hora de la cena, dejé la mochila en su casa y decidí ir a recorrer la población a pesar del muy severo sol de aquel día.
Anduve caminando poniéndome a refugio de vez en cuando para no deshidratarme. Muarapahu, al igual que el resto de poblaciones que había visitado, estaba edificada sobre las aguas con suelos y casas de madera.
Pasé por delante de una choza donde unos niños jugaban al billar, así que me metí para presenciar el final de la partida. Después continué y al rato descansé y leí debajo de un árbol.
Seguí la visita y cuando el sol aflojó un poco, comencé a ver más gente por las calles, y a los que fui saludando incansablemente cuando me los cruzaba. En una bifurcación tiré hacia la izquierda y llegué hasta un árbol donde vivía, encadenado, un monito, la mascota de una familia. Me quedé mirándole un buen rato y le hice alguna foto. Al mono también le hubiera gustado ser fotógrafo, por lo que de un salto llegó hasta mi cámara e intentó arrebatármela, pero yo fui más fuerte y me la quedé, que para algo me la había comprado.
El mono volvió a su lugar y la dueña de la casa le llevó una fruta para que merendara. Cogí mi libro de indonesio y le pregunté si el mono era feliz; me contestó que sí.
Después continué un poco más y al llegar a otra casa, una chica que estaba preparando unos cocos me ofreció uno para que lo bebiera. Allí descansé un poco y luego inicié la vuelta.
En el regreso pasé por delante de la mezquita cuando la chiquillería salía de la catequesis (o como se llame en esta religión) y al intentar hacerles alguna foto, las niñas salieron despaboridas, por lo que solo se las hice a los niños. Pero claro, al mostrárselas, las niñas también se acercaron a ver los resultados, que debieron ser del todo satisfactorios por sus tremendas risas. Así, poco a poco las niñas se fueron incorporando a los encuadres y cuando ya me marchaba, buena parte de ellas me perseguía para que, de vez en cuando, me girara y les hiciera otra foto para su gran algarabía.
Después pasé delante de un grupo de jóvenes que se pararon, emocionados, a hablar conmigo y a hacerse fotos con sus móviles. Me ofrecieron quedarme con ellos un rato pero yo les dije que debía marchar a casa de Rusha porque estaba invitado a cenar.
Al rato les vi pasar a todos sobre una moto y pararon. Me explicaron que iban a un partido de fútbol y que si quería podían llevarme. Le dije que bueno si la cosa era rápida. Se bajaron de la moto y subí junto con el conductor, que me llevó hasta un campo de futbol. Me preocupó que el campo, ya sobre cesped y no sobre el agua, estaba lejísimos.
Llegué al sitio, saludé, hice unas fotos y enseguida el chico me dijo que si quería, podíamos volver. En el camino de regreso paramos en la tiendecita donde trabajaba su hermana y me invitó a un café.
Luego me llevó hacia la casa de Rusha siguiendo mis indicaciones de que debía dejarme cerca del embarcadero. Antes de llegar a su casa la vi, junto con las otras dos chicas, conversando con unas mujeres que vendían pescado, así que allí mismo me paré.
Rusha me preguntó, preocupada, que dónde me había metido porque había ido con su moto a ver si me encontraba preguntando a todo el mundo.
Una vez reunidos nos fuimos hacia la tienda que la familia de Rusha tenía a pié del río. Para llegar hasta ese lugar había que ir pisando troncos sobre el agua que se balanceaban cosa mala; mejor no tener vértigo. Asomados al río pudimos observar cómo se iba acercando una tormenta justo cuando el sol se ponía.
Cuando la lluvia llegó nos volvimos a su casa y allí me dijo que me podía dar una ducha, y lo hice porque estaba hecho unos zorros.
La cena fue deliciosa con arroz, marisco, pescado, pollo y vegetales. En Asia excasean las mesas en los hogares, por lo que comimos todos en el suelo.
Hablando con las dos chicas, alemana y belga que estudian en Holanda, me contaron que estaban allí para hacer un proyecto de desarrollo como tesis doctoral, y en esta primera fase iban a realizar entrevistas con las personas de las aldeas, para después elaborar conclusiones y presentar un plan. De momento ellas mismas se lo costeaban todo y rezaban para que desde la universidad les encontraran financiación porque si no, la aventura les iba a salir por un ojo y un riñón.
Desde casa de Rusha se veía el río, por lo que estaba atenta para el momento en que llegara mi barco, cosa que sucedió sobre las 21h40, veinte minutos antes de tiempo. Bajo la lluvia y acompañado de Rusha, su hermanita, y las dos centroeuropeas llegué al embarcadero, me despedí de mis amigas de un día y con dificultad conseguí subir al barco que partió enseguida.
En su interior me prepararon un colchón y una almohada. Puse la red antirrobos a mi mochila, la dejé en un rincón, y me tumbé a escuchar algo de música rodeado de dos simpáticos nativos. Pero no recuerdo haber llegado a escuchar ni una sola canción, enseguidita me quedé sopa.
Pedazo de excursión a la jungla, río arriba-río abajo, me he asustado con la señora de las cremas en la cara. Qué bonita foto la del torito de Osborne, ya sé de donde la hemos copiado.No entiendo como el fútbol ha llegado a un sitio tan recóndito y tan poco apropiado para su práctica.Quizá sea más apropiada la natación...
ResponderEliminarUn saludo desde la High School.
Demasiada flora, es normal que la corten, no hay otra materia prima para hacer su vidorra. Que gente mas dibuti abis abeba, que te lleva a todos lados. Haberte quedado un rato y si había alguno bueno que se venga para el Atleti, que estamos de capa caída. Islivirich
ResponderEliminarAdoro esos rios, yo soy de rio, del Parana, de la selva, en un rio como ese yo remaba,en un cuatro con timonel, se llama el rio Negro. Que recuerdos me traen tus fotos!!!, tu eres de ciudad, "turista de rios y de selvas"
ResponderEliminarbesossss mil, no vuelvas nunca!! por alli se esta de maravilla.
alicia
tus fotos BELLAS, BELLAS, como siempre
ResponderEliminarhola calmorilarroba de nuevo , esta vez es para comunicarte que Candela Piñeiro Toro ha nacido el pasado viernes. Todo Bien imagino que mi primo Emilin está un poco desbordado de tarea para escribir en blogs...
ResponderEliminarah te sigo alla donde vas y las fotos geniales.
Hola, soy yo mismito. Hacía días que no me podía conectar porque he estado muy selvático. Este preámbulo solo era para justificarme míseramente, porque lo que yo quería decir es:
ResponderEliminarFELICIDADES EMILÍN, CORO Y JOSE ANGEL POR LA LLEGADA DE CANDELA.
Ya está.