miércoles, 30 de junio de 2010

DE CACHEMIRA A LADAKH

El 24 de junio tomé en Srinagar (Cachemira) un autobús "super deluxe" con destino a Leh (Ladakh) para cubrir una distancia de casi 500 kilómetros por carreteras de montaña. Partió a las 7h30 y por supuesto iba lleno; de hecho, quería haber salido el día anterior, pero ya no quedaban plazas.
La ruta se dirigía hacia Sonmarg una población de aspecto alpino, si no fuera porque se trata de la cordillera del Karakorum, el Himalaya al oeste de Ladakh. En este lugar paramos un rato para el desayuno y estirar las piernas. Sonmarg es el punto de partida de las más impresionantes excursiones de Cachemira, y el lugar donde Kalim, el dueño del houseboat de Srinagar, tenía planeada para mi una semana de montaña.

Rodeado de bosques de enormes abetos, los valles son profundas depresiones esculpidas por los glaciares en las edades de hielo. En este lugar las montañas caen en picado desde la cima hasta el valle pudiendo ser admirados los glaciares en las alturas.
Sonmarg es, como todos estos lugares, una población de aspecto destartalado con casas estilo alpino con grandes tejados a dos aguas pero cubiertos de chapas. La población es musulmana y pintoresca. En sus alrededores, como en todo Cachemira, multitud de cuarteles militares con camiones y jeeps recorriendo constantemente las carreteras y controlando la situación. Yo no sé cuántos soldados debe haber en el estado de Jammu-Cachemira, pero pueden ser muchas decenas de miles sino centenares de miles.


Tras abandonar Sonmarg comenzamos a subir hacia el paso que da acceso al enorme valle de Ladakh, un larguísimo recorrido en zigzag lleno de camiones coloristas. Se trata de una pista mantenida y controlada por el ejército y que tiene que ser acondicionada constantemente por los desprendimientos de rocas y los movimientos de tierras. Esta es una de las carreteras más altas del planeta. La más alta no está demasiado lejos de aquí, es la que une Pakistán con China atravesando el Karakorum, y el paso para vehículos más elevado está en Ladakh, se trata del Khardung La (5.385 m) y espero pasarlo en un días a lomos de una motocicleta Royal Enfield.
Tardamos muchísimas horas en recorrer esta carretera pues las paradas eran continuas, la mayor de todas fue de más de dos horas de espera, yo creía que a ese paso nunca llegaríamos.
En cada parada la gente se bajaba del autobus y de los camiones y gracias a ello pude tomar fotografías, porque desde dentro del autobus me resultaba imposible. Me había tocado en el lado del pasillo, y mi mudo compañero de la ventana la tenía monopolizada haciendo fotografías torcidas de forma permanente y constante con su móvil. Llegué a pensar que ese modelo de Samsung tenía una batería infinita, puesto que en todo lo que duró el viaje no dejó de utilizarlo en ningún momento. Mientras descansaba, escuchaba  música con él. El tío de mi compañero hacía lo mismo en el asiento delantero pero con su cámara de fotos, incluso cuando se hizo de noche. Qué pasión, oiga.

En las múltiples paradas estuve conversando con Masom un suizo de origen indio que vive en China y que se dedica a cubrir actividades Outdoor para RedBull, y que iba con su colega alemán para hacer bicicleta de montaña en Ladakh.


Íbamos ascendiendo lentísimamente por las montañas del Karakorum pero desgraciadamente, cuando íbamos llegando a la parte alta del recorrido, atravesando cauces de agua y baches ya no paramos más, y digo desgraciadamente porque era un lugar impresionante en el cual no pude hacer fotos. Enfrente de nosotros había largas lenguas de glaciar, y la carretera atravesaba así mismo glaciares cortados a cuchillo por el ejército indio, por lo que nos veíamos rodeados de altas paredes de hielo a cada lado del autobus.


El frío era tremendo y el autobus no estaba nada aislado, las roñosas ventanas (imposible hacer fotos a través de ellas) eran deslizantes y por las rendijas entraba un aire gélido, eso cuando estaban cerradas, porque las más cercanas a mi estaban abiertas para que mis compulsivos compañeros hicieran fotos de forma permanente.
En la parte alta del recorrido, rodeado de nieve, hielo y niebla, el ejército nos paró en un par de ocasiones para registrar el paso de los extranjeros que íbamos en el autobus. Éramos siete: tres coreanos, un holandés, un suizo, un alemán y un castellano. Teníamos que bajar del autobus y acercarnos a una tienda de campaña (donde se estaba muy calentito) y rellenar formularios.

Ya de noche continuamos camino Kargil, la principal población del oeste de Ladakh. El cielo aquí estaba despejado y la luna iluminaba las montañas dando a todo un aspecto fantasmagórico. El tipo de delante, por supuesto, seguía haciendo fotos y el frío que entraba era espantoso. Yo iba ataviado con el forro y el goretex y tenía frío. Pero detrás de mi había un padre indio y su hijo que iban en camiseta. Les pregunté que si no tenían frío y me dijo que es que no había pensado en la posibilidad de que en las montañas del Himalaya a casi 4000 metros y de noche, hiciera fresco. Lo que es la falta de experiencia.
De todas formas que el niño estuviera pasando frío me pareció muy bien porque cuando hacía calorcito estaba muy animado escuchando música con sus auriculares y cantando para todo el autobús melodías desafinadas y agudas. Así que con el frío, el niño cantor hizo chimpún.

A las 00h30 llegamos a Kargil y el autobusero y su acompañante nos dijeron que nos bajáramos todos del autobus que se iba a dormir hasta las 4 de la mañana. Casi hay un altercado. El padre en camiseta, que ya por aquel entonces se había agenciado un jersey, casi se pega con el asistente porque debíamos salir, en medio de la noche, a buscar un hotel donde pasar esas 3 horas y media hasta que continuara el viaje.
Salimos todos del autobus y por allí había gente que ofrecía habitaciones. Pero yo estaba muy a disgusto porque todas mis cosas de dormir estaban en la mochila, y mientras que me acostaba y me despertaba podría dormir como dos horas máximo. Aún así, me fui con un grupo de personas hacia un hotel mientras que el que nos llevaba nos contaba que hacía un tiempo unos cachemiros habían entrado en el autobus a robar a unos coreanos y les habían matado, y por eso no se permitía que la gente se quedara en el autobús (a mi esta historia me pareció incongruente). Dijo que él tenía sangre cachemira y podía asegurar que el 99% de los cachemiros están locos.

Llegamos al hotel y me ofreció una asquerosa habitación por 300 rupias, unos 6 euros. Yo le dije que tururú y me fui de allí.
Decidí pasar las tres horas que faltaban para que saliera de nuevo el autobus sentado en la calle leyendo el estupendo libro Techno Rebelde, un siglo de músicas electrónicas, de Ariel Kyrou (percute aquí para descargártelo), escuchando música y con mi navaja en el bolsillo de la chupa, no fuera que tuviera que discutir algún aspecto de mis cosas con algún desconocido.
Mientras estaba leyendo, la gente que todavía pasaba por las calles se me quedaban mirando y me preguntaban que qué hacía: pues leer. También lo perros se me quedaban mirando, pero no me llegaron a preguntar nada.
A mi lado se sentaron durante un rato dos de los pasajeros cachemiros que habían renunciado a alojarse, pero luego se marcharon a dar una vuelta.

Cuando llegó la hora de partir fui el primero en llegar al autobus, y aunque esa noche no estaba haciendo mucho frío en Kargil, de tan parado que había estado me había quedado un poco pajarito.

La gente llegó adormilada al autobus y continuamos camino (el cabrón del autobusero y su acompañante sí que habían dormido en el autobus).
Cuando amanecía, y en las primeras horas de la mañana, todo rodeado de montañas desérticas y con el cielo totalmente cubierto, hacía un frío terrorífico.
Donde paramos a desayunar hablé con otros viajeros sobre su experiencia nocturna y todos habían quedado disgustados, como mucho habían dormido una hora, por lo que llegué a la conclusión de que había hecho bien en quedarme leyendo en la calle; que yo para dos horas no me meto en un hotel, y menos si es roñoso y caro.

El viaje continuó por impresionantes barrancos de montañas áridas en las que desde la carretera hasta el fondo del valle debían haber más de mil metros de desnivel. Un tropiezo, un desliz, un derrape, y sayonara.
Ya en ese terreno de aspecto puramente tibetano con viviendas de aspecto tradicional y fondos de valles verdes que contrastaban con el color tierra de todo lo demás, aún tuvimos tiempo de pinchar una rueda y de disfrutar de las labores de su sustitución. Después paramos a comer y seguimos camino.


Llegamos a Ladakh como a las 18 horas del día siguiente de haber partido. Se me acercó un tipo a medio camino entre cachemiro y ladakhino y me ofreció alojamiento. Le pregunté que si tenía televisión en el hotel, porque esa madrugada jugaba la selección chilena y no me lo quería perder. Me dijo que sí, y me fui con él.

5 comentarios:

  1. Muy chulo el autobús "Super Deluxe"; la verdad es que los indios son unos cachondos. Por lo que veo, ni en el Himalaya se libra uno de los atascos. ¡Menuda carreterita! Aunque la verdad, las vistas sobre el valle son preciosas, y eso habrá compensado buena parte de la pesadez del viaje. Está claro que los trayectos en bus por la india son una caja de sorpresas. Para la próxima vez que hagas un viaje de 34 horas ya sabes: hay que preguntar si te van a echar del autobús por la noche, que con estos tipos nunca se sabe.

    Un saludo,
    David.

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  2. David si tus colegas hicieran mejores carreteras no pasarían estos contratiempos.
    Qué buen tipo el autobusero, temía por vuestra vida pero a él le daba igual perderla a cambio de dormir en el autobús.
    Qué bueno es leer de madrugada, así se retienen mejor los conceptos, por lo menos te podían haber suministrado cervezas.
    Un saludo y felicidades por tu santo (y por mi cumple)

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  3. Lástima de las fotos glaciares!
    Las demás son estupendas, como habitualmente.

    Un abrazo caliente (dejémoslo en cálido...)

    ;Maldö

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  4. Hola Ranaway, yo que tú echaba unas instancias para hacer carreteras por esos lares, y si les mola ya puestos les haces un par de circuitos, para que vayan a correr los domingos y fiestas de guardar. Ya me había fijado yo que en una de las fotos había un chiquillo en camiseta, ¿ese era el pequeño ruiseñor? Dirás que soy un pesado, pero si te hubiese llevado el tricornio, te lo hubiese puesto y mirado un par de segundos a los ojitos del niño, no hubiera abierto su asquerosa boca en todo el trayecto. Eso los niños lo perciben enseguida, por la inocencia me imagino. Te quiero ladrón

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  5. Juan!!!

    Se acaba mi viaje... en una semana estaré de vuelta en los madriles... que mal... menos mal que seguiré viviendo tu aventura!

    Me molan esas fotos panorámicas, ya me dirás que programa usas

    Y si los perros se quedan mirando, dales conversación maleducado :P

    Un abrazo

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