martes, 1 de junio de 2010

COSAS QUE HACER EN POKHARA

A la vuelta de los Annapurnas pasé en Pokhara siete días cuando tenía pensado haber estado cuatro. Pero es que tenía bastantes cosas que hacer.

En primer lugar, me puse en contacto con Subash, de la agencia de trekking de Katmandú y me confirmó que hacía una semana había llegado un paquete a mi nombre, pero estaba retenido porque debía pagar 150 US$ por tasas de aduana, cago en tó.
Acepté el pago del rescate ¿qué hacer si no?, y al día siguiente lo recibí en otra agencia de Pokhara. Subash, un buen tipo, me había adelantado el pago. Muy contento a pesar del coste, comprobé que tanto el ordenador como el objetivo de la cámara estaban en perfectas condiciones.


También llevé mi mochila y un zapato a arreglar a un joven zapatero callejero que tenía desplegado su arsenal de materiales: hilos, agujas, pegamentos, suelas, en la calle bajo un soportal. Y es que los esfuerzos de la vuelta a los Annapurnas habían hecho saltar costuras. Yo mientras, andaban algo renqueante con los talones de aquiles doloridos por el esfuerzo pasado: numerosos kilos a la espalda y numerosísimos escalones y cuestas que subir y bajar en 18 días.


Compartí bastantes ratos con Sarah, una inglesa muy espirituosa que conocí en el autobus de Katmandú a Pokhara y que al principio se alojó en el hotel Moonland, y que me encontré de nuevo a la vuelta de los Annapurnas. Sarah está pasando dos meses en Nepal a la espera de poder regresar a la India con su grupo yóguico (de yoga, no de oso).


En el hotel Moonland la verdad es que se estaba de vicio: rodeado de jardín y con una pequeña piscina perfecta para refrescarse tras los días de fuerte calor, y que yo utilicé en tres ocasiones, mi residencia era una fresca y amplia habitación de la planta baja.
Buena parte de los huéspedes del hotel pasaban largas horas reunidos bajo la sombrilla del jardín, envueltos en volutas de humo dulzón, muchas veces en silencio, otras charlando de los temas más diversos. Gente de Irlanda, Inglaterra, Italia, Alemania, Holanda y España andábamos por allí rondando, y muchas veces con la presencia de Ricardo, gallego, uno de los dueños y alma mater del hotel, que siempre atento a todo, animaba al grupo y controlaba el funcionamiento del bisnes. Aunque lo cierto es que mi integración con el grupo fue casi nula muy a pesar mío, ya que, mientras buena parte de la gente andaba de lo más ociosa, yo me tenía preparadas muchas tareas.
Por las mañanas realizaba una visita turística a la zona y las tardes las dedicaba a trabajar en el blog. ¿O qué pensábais, que los tres pedazos de artículos que me he preparado sobre el Annapurna salen así, solos?


En el hotel conocí a otro gallego, Ernesto, viajero espiritual y cooperante que andaba conociendo los más interesante lugares de la zona ante de regresar a India. Licenciado en filosofía y en educación física, una noche mantuvimos una maratoniana charla filosófica, viajera, criptozoológica y espiritual que bien habríamos hecho en grabarla. ¿Verdad, Ernesto?.
Por otra parte, Andreas, un alemán huesped del hotel, de sombría figura y cuerpo enfermo, quizás un buen tipo, me hizo un estupendo regalo: una enorme colección de música reggae y ska. Esta colección se la había copiado a su vez otra persona que la había recibido del autor de la recopilación, el cual le dedicó varios años de su vida (a tiempo parcial, I suppose).

Una de las mañanas me levanté a las 4h45 para llegar sobre el amanecer a la colina de Sarangkot, a unos kilómetros de Pokhara, y donde poder contemplar todo el macizo de los Annapurnas. Fui en taxi y luego caminé durante 40 minutos para llegar a la cima, un lugar ocupado por un cuartel militar. Pero no hubo suerte, la persistente neblina que tiene todo el sur de los Himalayas en los meses calurosos, no me permitió contemplar más que la muy tenue imagen del Machhapuchhre, y algunas de sus montañas cercanas. Como no había ido hasta ese lugar (levantándome tan temprano y pagando un dinero al taxista) para marcharme según había llegado, me puse a la laboriosa tarea de escribir postales a diestro y siniestro. En la cima de Sarangkot escribí diez, en el chiringuito más abajo donde desayuné, otras cinco, y porque se me acabaron; al mediodía tras comer, me escribí otras cinco que acababa de comprar. Y es que había que celebrar con postales la vuelta a los Annapurnas.
La vuelta a Pokhara la hice andando en unas dos horas bajando escalones de forma continuada hasta el lago Phewa. Las vistas sobre el valle y el lago, estupendas, tan solo empañadas por el velo de la neblina.


Esa noche cené, oh!, surprise, con mi amigo Dharma (el guía de montaña accidentado en el Everest y regente consorte de Asmita B&B) al que me había encontrado el día antes por la calle (sólo tiene una) del Lakeside de Pokhara. Al reconocernos nos dimos un abrazo y Dharma me citó para cenar al día siguiente. Cené con mi amigo y con su guiado, un afroamericano inglés de presencia contundente y sonrisa pianística al que entendía a la perfección.


Otro día marché al Museo Internacional de la Montaña, a unos kilómetros de la ciudad. El museo me decepcionó un poquitín; el edificio está bien, pero el contenido se queda lejos de lo que a mi me hubiera gustado. Yo habría puesto muchas maquetas de las grandes montañas marcando las diferentes rutas de acceso a la cima (por ejemplo), pero lo expuesto era más a lo cutre: fotillos, algunas prendas raidas, y así.


En el lugar me quedé con ganas de haber escalado el magnífico muro dedicado a Maurice Herzog, una muy alta pirámide con numerosos tipos de agarres y sombrilla en la parte superior; pero sin equipo ni compañero, y con estos pelos...


La vuelta la hice caminando, pero no fue buena idea: hacía mucho calor, el sol incidía con diestra puntería sobre mi esbelta figura, y el camino era horroroso, oiga. Finalmente me cogí un autobus.
A la vuelta me encontré en la única calle con mis amigos Bill, Lhakpa Sherpa y Kim-Su-Hong, de la ruta al campo base del Annapurna. Como andaban buscando lo mismo que yo, nos fuimos a comer juntos en una terraza a la sombra, pero bien caldeada. Ellos también habían estado esa mañana en el museo de la montaña, pero más afinados que yo, habían elegido la bicicleta como medio de transporte.

Otra mañana, donde el sol apretaba de lo lindo, volví a tener la ocurrencia de ir caminando a visitar la cascada llamada Davis Falls, en recuerdo de la señora Davis: suiza con mal pié que en los años cincuenta se asomó y se calló, recuperándose su cuerpo años después, ya muerta. Esta cascada es el agua de un riachuelo que se precipita en una sima, donde el cauce continua bajo tierra durante algunos kilómetros.
Después me dirigí a la Pagoda Blanca o de la Paz, sobre una colina que se eleva sobre el lago Phewa. Un lugar muy deslumbrante por la incidencia del sol.
Me quise volver en autobus pero tuve que caminar bastante antes de poder coger uno.

Bueno, pues desde este día ya no hay fotos porque no las había pasado de la cámara al ordenador. Maldito ladrón.

La última excursión la hice en bicicleta, junto a Sarah, al lago Begnas. Por 100 rupias (1 euro) pude circular durante 20 kilómetros por una carretera llena de vehículos con la peor bicicleta que jamás había cogido. Rota y chirriante en cada uno de sus componenentes, el juego del pedalier no me permitía girar de forma natural, por lo que en cada pedalada tenía que dar un impulso extra. Bajo, una vez más, un sol de impresión, llegamos extenuados al lago, que visitamos de forma rápida y nos metimos bajo una sombra a tomarnos una rocacola y recuperarnos del sofoco. La vuelta la hicimos en autobus, con las bicis en la baca con b. En el regreso empleamos más o menos el mismo tiempo que en la ida.

Casi todos los días me iba a comer al Boomerang, un jardin restaurante junto al lago con cesped, chiringuitos, banderas de oración, budas y relajante música hindú. El último día, cuando ya dentellaba mi jugoso plato, tuve que salir corriendo a ponerme a refugio al arreciar una tremenda tormenta sobre Pokhara.
En estos días comenzaba el monzón en esta zona, con fuertes lluvias por las tardes, sobre las 15 horas. De hecho, un día que estaba en el hotel con mis compañeros calló una granizada impresionante que nos mantuvo durante una hora perplejos bajo un techo de chapa, por el sonido atronador del granizo sobre nuestras cabezas.


Con una agenda tan apretada, cuando terminé el blog y consulté el calendario comprobé que sólo me quedaban cuatro días para abandonar Nepal por terminarse mi visado. 
Mi idea era haber pasado, ya terminadas todas las tareas, una jornada con mis compañeros de hotel y no quedar como un auténtico friki. Pero no fue posible, quedé como un frikerrrr, pues cuando pregunté por cuándo salía el autobus para el parque natural de Bardia, en el oeste del país, resultó que lo hacía esa misma mañana a las 13h30, en un viaje de 15 horas. Así que sólo me quedó tiempo para preparar la mochila y participar, de forma frugal, en una ofrenda de flores y frutas a una divinidad hindú que se celebraba en un lugar colindante al hotel (tampoco puedo ofreceros las fotos de esto, cagoen...).

Y así de corriendo salí de Pokhara en autobus, camino de Bardia.

11 comentarios:

  1. Oye, es curiso cómo al final te vas encontrando con los viajeros...
    Ese hotel tiene una pinta estupenda!

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  2. Es verdad, Pokhara es un pañuelo. El encuentro con Dharma es de alucinar no?. Me alegra que cenaseis juntos, es un gran tipo con una gran historia.
    Veo que has rentabilizado bien el tiempo en Pokhara y te has relacionado con otros viajeros. Oye, Sarah wapa eh?. Además debe hablar un inglés...
    Suerte en India.
    Dani.

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  3. Así que ibas al restaurante Boomerang a comer, una y otra vez, no me extraña nada con ese nombre,je,je,... Por lo visto espero que no pongan tu nombre en ninguna montaña cascada o similar...
    Un saludo

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  4. Dile al afroamericano que se quite las pinzas de detrás de las orejas, debe tener la boca seca, son unos 4 metros cuadrados de su cuerpo abiertos.,je,je,..
    Otro saludo

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  5. I think that you have to have your hair cut.
    Bye

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  6. Hello:
    Dani, el Lakeside de Phokara, más que ser un pañuelo, sólo dispone de una calle en condiciones, por lo que todos los días me encontraba con la misma gente. Con Bill me crucé tres veces, por ejemplo. En la foto Sarah sale muy favorecida y la verdad es que la entendía la mitad de la mitad (menos mal que esto lo sabe ella, porque si no cuando lea el blog...)
    Emilín, no entiendo tu inglés, ¿me corto el pelo o no me lo corto? La verdad es que quiero ir a la pelu, pero aquí en McLeod Gunj sólo he visto peluquerías de caballeros, y no me atrevo a dejar mi leonina cabellera en manos de un tipo que sólo sabe rasurar... Por cierto, tendré cuidadín con las simas y los precipicios.
    Maldo, cuando puedas, pásate por el Hotel Moonland, lo pasarás bien.

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  7. Hola, Juanjo, por fin puedo escribir!, gracias por tus dos preciosas postales y por los buenos momentos que paso leyendo tu blog.
    Ángelito y Jesús también te mandan recuerdos, por cierto, tendremos otro angelito para después del verano,
    muchos besos y sigue disfrutando

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  8. Hola Juan, acabo de recibir el libro de Desnivel Ediciones. Gracias por la información.
    Ya te contaré.
    Un abrazo,

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  9. Hola Marineli: me alegro que te hayan gustado las postalcitas e incluso el blog. Muchas felicidades por lo que viene y por cierto, cuando puedas, mándame una foto vuestra, que tengo ganas de ver a Angelito de nuevo (y a vosotros también, eh!).

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  10. Hola Juanjoooooo ¿Y digo yo ? ¿porque no le compras una maquiilla digital a los chinos ?, dicen que las hacen muy buenas y baratas. Las postales DELUXE, el diario GENIAL y tu aventura MARAVILLOSA.
    Un fuerte abrazo de parte de los III

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  11. Buenas, si el perro-sajón cierra el buzón se le abre la nuca ¿no? Tiene que llevar pasta de dientes por un tubo, si usa cepillo eléctrico debe de llevar un arsenal de pilas. Madre del amor hermoso, como para invitarle a un “bocao”. Cuando bosteza no se escapa ni la luz, como los agujeros negros, ¿no? Puedo seguir pero es mi hora de salida. No olvides que te quiero, ladrón

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