Os advierto amigos: este artículo me ha salido larguísimo, pero es muy entretenido a la par que muy lamentable. Y además para colmo, casi no tiene fotos, que me las han robao.
Desde Pokhara, camino de la lejana frontera oeste, la más remota de Nepal (bueno, a lo mejor aquí exagero un poco) la gran distancia y difícil carretera entre montañas me obligaba a hacer una parada intermedia, si es que no quería llegar marchito a Mahindranagar. Decidí por ello hacer escala en el Parque Natural de Bardia, mucho menos turístico que el de Chitwan, pero lleno de atractivos.
En el autobús íbamos dos extranjeros, Claudia y yo mismo, y nos pusieron juntos. Para mi esto fue estupendo porque Claudia es una italiana guapa que habla un perfecto español con acento almeriense y que, además de simpática, es menudita y me permitió coger algo de más sitio de los estrechos, incómodos y dolorosos asientos de los autobuses nepalenses. Fueron trece horas y media de viaje en el que, aunque no cabía en mi asiento, acabé durmiendo un largo rato.
A las 5 de la mañana del día siguiente me despertaron porque había llegado a mi destino, un puesto de control militar desde donde sale el camino hacia Thakurdwara, en el parque natural de Bardia. Me despedí de Claudia, que se dirigía a una población siguiente, donde trabaja como cooperante.
Ricardo, del hotel de Pokhara, se había encargado de hacerme la reserva en un lodge del parque de un amigo suyo, y quedó en que fueran a buscarme. Allí estaba mi transportista cuando llegué, adormilado como yo; pero horror, el medio de transporte de los 13 km hasta Thakurdwara no era otro que una moto.
El trayecto fue una experiencia dolorosísima para mi. El serpenteante camino transcurría por bellos parajes de bosque, poblados Terai (la tribu de esta zona) y cultivos. Cargado con mi pesadísima mochila a la espalda y con mi bastón de oración en la mano izquierda a modo de lanza, yo era un extraño caballero medieval-budista avanzando por un terreno plagado de piedras, arena suelta y riachuelos que había que atravesar a pelo. La mochila me tiraba para atrás y sólo tenía una mano para agarrarme a no sé donde. Todo el peso lo aguantaban los abdominales que al poco de comenzar ya me dolían terriblemente. La moto avanzaba dando botes y zigzagueando para evitar los baches. Cada bote de la moto me golpeaba en la güevera y me tiraba para atrás por la mochila, cada zigzag me tiraba para atrás, cada acelerón me tiraba para atrás. Yo no podía más, y en más de una ocasión estuve por decirle al piloto que parara. Pero ahí aguanté como un jabato reventado. El camino era tan complicado de transitar con esa moto y sus pasajeros que finalmente, y para rematar la faena, nos fuimos al suelo. Afortunadamente la caída se produjo cuando circulábamos a unos 2 km por hora, al intentar el conductor evitar un tronco en un terreno arenoso. Lleno de polvo pantalones y mochila, me costó levantarme, pero ya estábamos al lado de mi residencia. Al llegar me recibió Dilip, el dueño de aquel complejo residencial. El conductor le informó de nuestro pequeño percance y este me comentó: little problem, eh?
Me alojé en una cabaña de paredes de bambú y barro con techo alto de paja, fresco para las temperaturas extremas del lugar. Decidí descansar un rato y en la cama, bajo la mosquitera, estuve durmiendo hasta las diez de la mañana.
Cuando me desperté hacía un calor sofocante y Dilip me recomendó que no intentara hacer ninguna actividad hasta que el calor aflojara por la tarde.
Allí estuve paralizado por el calor, sudando a borbotones por cada poro de mi piel hasta las cinco de la tarde. Luego me cogí una bicicleta para ir a la playa fluvial que delimita con el parque.
Dilip me dijo que la bicicleta era muy buena, pero yo tengo que decir que la bicicleta era muy dura. Modelo indio, sin marchas, todo hierro, antiergonómica, sillín de tortura, manillar demasiado bajo en el que rozaban mis piernas, el camino en esa bici fue una tortura. Como no tenía marchas, cuando el terreno tenía algo de cuesta y/o arenas movedizas no podía con ella, los botes se transmitían directamente sobre mi espina dorsal. Me acabó saliendo una dolorosa ampolla en el pompis (también conocido como culo o bullanga), cosa que en mi vida me había sucedido, y eso que he montado en bici mazo. Pero bueno, no nos pongamos trágicos. El paseo fue espléndido, atravesando poblados terais con sus casas de barro y paja, los niños bañándose en las acequias junto con los búfalos a los que utilizaban como trampolín para saltar. La zona del río era algo guapo-guapo, con el inmenso bosque al otro lado. Allí se veían manadas de ganado que avanzaban por la playa levantando una llamativa polvareda. Mi intención era haberme dado un baño en el río, pero nada más llegar fui rodeado por niños y jóvenes que se interesaban vivamente por mi. Como además no llevaba el bañador puesto, sino que me tenía que cambiar allí, y no tenía toalla, pues me sentí como cohibido, señora. Hice las fotos de rigor, también a los niños que me pedían ser retratados, y cuando el sol se ponía tras la floresta, comencé el regreso al lodge.
Lo cierto es que yo me esperaba Bardia más o menos como lo es Chitwan, pero aunque el río y bosque son muy parecidos, en Chitwan hay infraestructura turística, con agradables chiringuitos y un buen número de turistas. En Bardia nada de eso existe, por aquí sólo vi a gente autóctona y de tomarte un refresco o una cervecita, sólo en el lodge y nada frío, que la bebida la ponían a refrescar en el río, un frescor muy insuficiente por otra parte (yo creo que lo único que se conseguía era mojar la botella).
Al día siguiente, más de lo mismo, me levanté con la idea de seguir mi visita por el lugar, pero como no me levanté lo suficientemente temprano, el calor agobiante me paralizó. Así que volví a esperar a la tarde para salir de nuevo con la bici, ya más dominada por este que os escribe. Repetí trayecto pero como tenía más tiempo, fui haciendo más fotos, hablé con más gente y visité una granja de elefantes domésticos que tienen en aquel lugar. Contemplé la vida apacible y entretenida de los monos, que jugaban entre ellos en los árboles y se tiraban al río para resfrescarse y nadar un poquito. Y pensé, estos monos aquí ocupan el lugar que ocupaba el hombre en el paraíso: la comida la recogen de los frutos que les da el bosque y su principal preocupación es no perder mano o pié al saltar de un lado a otro.
Este día hice estupendas fotos, que como ya debéis saber, están en posesión de un hijopú de la ciudad de Chandigarh (India). Pero para dar un poquito de colorido a esta historia, he buscado fotos en internet de Bardia y aquí os las pongo (las mías eran mucho más molonas).
Al día siguiente, más de lo mismo, me levanté con la idea de seguir mi visita por el lugar, pero como no me levanté lo suficientemente temprano, el calor agobiante me paralizó. Así que volví a esperar a la tarde para salir de nuevo con la bici, ya más dominada por este que os escribe. Repetí trayecto pero como tenía más tiempo, fui haciendo más fotos, hablé con más gente y visité una granja de elefantes domésticos que tienen en aquel lugar. Contemplé la vida apacible y entretenida de los monos, que jugaban entre ellos en los árboles y se tiraban al río para resfrescarse y nadar un poquito. Y pensé, estos monos aquí ocupan el lugar que ocupaba el hombre en el paraíso: la comida la recogen de los frutos que les da el bosque y su principal preocupación es no perder mano o pié al saltar de un lado a otro.
Este día hice estupendas fotos, que como ya debéis saber, están en posesión de un hijopú de la ciudad de Chandigarh (India). Pero para dar un poquito de colorido a esta historia, he buscado fotos en internet de Bardia y aquí os las pongo (las mías eran mucho más molonas).
Mi plan era marchar al día siguiente hacia la frontera con India, Mehendranagar, pero resultó que había huelga de transportes, y según me dijo Dilip, estas huelgas no suelen afectar a los autobuses turísticos, pero ¡ay! amigos, en este lugar no hay autobuses turísticos. Así que permanecí todo el día a la espera bañado en sudor. Ya por la tarde, a las 15 horas, se medio levantó la huelga y pude ir hasta la carretera en un todoterreno. En ese lugar, un bazaar como allí lo llaman, repleto de puestos de comida y gente de un lado para otro, estuve esperando hasta las 19 horas, a que llegara un autobús con destino a Mahendranagar, y cuando llegó, era un minivan repleto de gente hasta los topes. Visto el panorama le pregunté al técnico de la puerta (en todos los autobuses está el que cobra y abre y cierra la puerta con un fuerte golpe) si podía viajar en el techo del minivan. Este, divertido, me dijo que sí, y allí que me subí junto con otros dos pasajeros paisanos del lugar. La experiencia fue inolvidable, pero quizás este no era el mejor bus para probar, puesto que era un servicio exprés que iba a toda velocidad. Una vez subido, intenté colocarme y agarrarme de forma que se minimizara el riesgo en caso de percance o accidente. Hice un cálculo mental de las diferentes fuerzas que actuarían en los diferentes tipos de sucesos, pero al comprobar que todos los resultados me salían poco esperanzadores, decidí simplemente agarrarme como pudiera e ir haciendo fotos a diestro y siniestro. Cada pocos metros, un bache que me hacía saltar de la baca, y la velocidad, además de atusar mi melena casi no me permitía abrir los ojos, pero fue una gran experiencia.
Cuando se hizo de noche, el bus paró y el técnico auxiliar del vehículo nos dijo que teníamos que meternos dentro. Una vez allí, terriblemente apretujado, un tipo con maletín me preguntó sobre mi viaje y al decirle que iba solo, no friends, me dijo que él sería mi amigo y además me invitaba a dormir a su casa esa noche argumentando que estaba solo. Yo que ya había vivido el segundo ataque de Chitwan me alarmé: los parques naturales de Nepal encienden la sexualidad de los varones nepalíes. Así que amablemente le dije que ni hablar, que yo me iba a un hotel, que tenía muchas cosas que hacer.
Al llegar a Mahendranagar mi amigo forzoso me acompañó a un hotel muy cercano que aseguraba que era el mejor de la zona, y le habló a uno de los empleados para que me dieran cobijo, diciendo que yo era su amigo. Cuando se había marchado, el empleado, un chico joven, me comentó que esa persona era su profesor (no tuve fuerzas para preguntar profesor de qué). Me dieron una habitación que tenía muy buena pinta ,pero que resultó ser demoledoramente caliente.
Cené unas patatitas y una cerveza, me di una ducha en el baño-horno e intenté dormir. Pero esa fue una tarea casi imposible porque, aunque tenía ventilador de techo, el calor era tal que cualquier posición en la que me colocaba, la piel que tocaba con la ardiente cama me producía tal incomodidad y sudor que rápidamente tenía que cambiar de postura. De haber sabido levitar habría dormido suspendido en el aire, pero no sé levitar.
Para colmo de desgracias me empezó a picar todo el cuerpo, no sé si por las patatas, por el zotal con el que debían limpiar la habitación, o por el efecto del calor sobre mi piel (descarto la cerveza como causa de la alergia). Y así estuve durante varias horas rascándome y cambiando de posición cada pocos minutos. Imposible dormir. Decidí tomar un antihestamínico para combatir los picores y fue una buena idea, porque cuando me hizo efecto, ya presa de un terrible cansancio, pude quedarme dormido.
A la mañana siguiente me desperté muy tarde y después de desayunar, cuando fui a pagar con dólares, pues no tenía suficientes rupias, los muy granujas me querían aplicar un cambio lamentable, así que muy enfadado dejé la mochila en el hotel y me fui a buscar un banco para cambiar. Me costó pasar por tres bancos antes de que alguno me proporcionara ese extraño servicio, y ya de vuelta y muy mosqueado, pagué y les mostré el cambio oficial diciéndoles que esa no era forma de tratar a los clientes (se ve que pasar mala noche me agría el carácter).
Después de esto crucé la frontera con India, un lugar de lo más agradable, ya que entre un puesto y otro hay algo más de un kilómetro de praderas, arbolitos, vacas pastando y río donde se baña la gente. Y es que el paso por las fronteras indo nepalesas es libre para los ciudadanos de esos países. La gente pasaba la frontera en coche, en moto, en bici o en bus, pero yo lo hice caminando con mi bastón de oración y mi menhir a la espalda, y esto llamaba la atención a toda aquella gente que me saludaban y muchos de ellos me daban la mano, como si fuera una estrella del rock'n'roll, pero yo sólo era un viajero cabreado.
Ya en la parte india el paisaje era precioso, siguiendo al principio junto al río, todo lleno de esplendorosos árboles, y con un calor de aúpa. Tan bonito era el camino que preferí hacerlo a pié a pesar de la sorprendente insistencia de los taxistas bicivoladores.
Así llegué a la horripilante ciudad de Banbassa, una ciudad-mercadillo también con un calor tremendo. Busqué un hotel y elegí el que menos mala pinta tenía, que tampoco era muy buena. Me dieron una habitación donde el calor era terrible. La cama, de una dureza extrema, me transmitía unos 50 grados al ponerme sobre ella. De nuevo el sudor me inundaba. Aunque contaba con un ruidosísimo aire acondicionado por agua, este no aliviaba ni lo más mínimo la temperatura del lugar y al estar encendido, goteaba por detrás y formaba un enorme charco en el suelo dejando la habitación con un tremendo clima ecuatorial. El cuarto de baño lo califiqué como el lugar habitado por el hombre más cálido del planeta. Exactamente igual que una sauna, espectacular.
Así las cosas, preocupado por cómo podría yo afrontar la noche, bajé a comer y le pregunté al dueño del local cómo llegar desde allí hasta Dharamshala, el himalaya, estado de Himachal Pradesh. Resulta que yo no tenía ni guía ni mapa de India, y no sabía hacia dónde ir.
Me dijo que debía coger un autobús al día siguiente a las 5 de la mañana que me llevaría hasta Chandigarh, y de allí otro hasta Dharamshala. Me dijo que el primer viaje duraría como unas 12 horas (duró más).
Después intenté visitar Banbassa pero desistí rápidamente, demasiado feo para mi mirada esteta. Así que a la vuelta al hotel y sin saber qué hacer, me subí al ático y tuve una gran idea: esa noche dormiría allí, nada de habitación.
Para enfriar el ardiente suelo lo empapé dos veces con cubos de agua subidos desde mi cuarto de baño-infierno. Cuando ya anochecía me subí colchas, almohada y saco de dormir y tras ducharme, me vestí con mi pijama, me apliqué repelente de mosquitos, y me fui a dormir tumbado sobre el saco. Dormí bastante bien, incluso estaba más blandito en el suelo de cemento que en la cama, gracias a las colchas y al saco. En la noche, dormido, oí ruídos y algo de voces y vi que un tipo, alguien, se puso a dormir a mi lado. Afortunadamente no me intentó poseer (no se lo habría permitido), tan sólo quería dormir y allí descansamos los dos. A las 3h55 me sonó el móvil-despertador y me bajé a la habitación para preparar la mochila y coger el autobús que paraba casi delante del hotel.
A las 5h15 me subí en el autobús que allí paró. Era como un autobús urbano, pero a lo indio: asientos duros, nada de aire acondicionado, cero comodidades. Diferencia: cuando uno coge un autobús urbano está en él como máximo una hora. Yo estuve dieciseis, y con un calor sofocante. Llegó un momento en que me sentí hasta débil. La gente en este autobús subía y bajaba y yo fui el único pasajero que se hizo el trayecto completo. Por cierto, vaya horario que tiene el conductor ¿curraría al día siguiente? me temo lo peor...
Llegué a Chandigarh ya muy de noche a las 21 horas y claro, yo no sabía ni dónde estaba ni nada. Así que fui presa fácil de un taxista de tuktuk y su técnico acompañante que me ofrecieron llevarme a un buen y barato hotel diciéndome que el hotel que había allí mismo era muy caro. Sin fuerzas acepté, y atravesando amplísimas avenidas y rotondas llenas de coches, tuktuks, motos, bicis y vacas me llevaron a un hotel en el que cuándo me dijeron el precio, muy caro, me puse de tal mala leche que les dije que prefería dormir en la calle a pagar ese dinero. Alarmados me llevaron a otro de un precio más razonable, habitación bien refrescada por el aire acondicionado e incluso televisión. Allí mismo cené y descansé, pero que muy bien, después del día tan agotador que había tenido.
A la mañana siguiente me levanté sin prisas pero sin pausas, recogí y marché en un tuktuk hasta la estación de autobuses. Llegué unos minutos antes de las diez de la mañana, pero hasta las doce no salía el bus a Dharamshala. Allí estuve esperando hasta que llegara el autobús y cuando lo hizo, dejé mi mochilón en el compartimento de equipajes (espantosamente sucio) y me fui a comprar algo para comer en el viaje. Mi idea era haberme comprado unas galletas, pero vi una especie de hamburguesa que tenía una pinta estupenda y me hice con ella. Ya en el autobús, prácticamente vacío, me puse a hablar con un tipo joven muy agradable que me preguntó de dónde venía y hacia donde iba. Rió muy divertido cuando le dije que venía de Nepal, pero que no sabía exactamente donde estaba, pues no tenía guía ni mapa, y que iba camino de Dharamshala. Me dijo que estábamos en Chandigarh, estado de Punjab (yo ni idea) y que esta ciudad era conocida como la ciudad de la belleza pues había sido diseñada por el gran arquitecto Le Corbusier y estaba plagada de avenidas, parques y bonitos edificios. Además me dijo que yo, a donde quería ir, era exactamente a McLeod Ganj, cerca de Dharamshala, nombre que yo no había oído en mi vida. Así las cosas, y como no estaba todavía el conductor en el autobús, pensé en bajar a comprarme una cocacola para ayudar a pasar la hamburguesa envasada. Dejé en mi asiento mi mochila de mano y bajé, estando de regreso en unos dos minutos. Cuando volví al autobús, no vi al tipo con el que había hablado, pero no le di importancia. Comencé a comer y en menos de cinco minutos el autobús comenzó su marcha. Un poco después pensé ¿dónde está esta persona, cómo es que no está en el autobús? mi mirada se dirigió a la mochila, la abrí y vi que no estaba ni la cámara ni el iPod. Pensé: no es posible, no es posible. Pero en este mundo todo es posible, sobre todo lo malo.
Al llegar a Mahendranagar mi amigo forzoso me acompañó a un hotel muy cercano que aseguraba que era el mejor de la zona, y le habló a uno de los empleados para que me dieran cobijo, diciendo que yo era su amigo. Cuando se había marchado, el empleado, un chico joven, me comentó que esa persona era su profesor (no tuve fuerzas para preguntar profesor de qué). Me dieron una habitación que tenía muy buena pinta ,pero que resultó ser demoledoramente caliente.
Cené unas patatitas y una cerveza, me di una ducha en el baño-horno e intenté dormir. Pero esa fue una tarea casi imposible porque, aunque tenía ventilador de techo, el calor era tal que cualquier posición en la que me colocaba, la piel que tocaba con la ardiente cama me producía tal incomodidad y sudor que rápidamente tenía que cambiar de postura. De haber sabido levitar habría dormido suspendido en el aire, pero no sé levitar.
Para colmo de desgracias me empezó a picar todo el cuerpo, no sé si por las patatas, por el zotal con el que debían limpiar la habitación, o por el efecto del calor sobre mi piel (descarto la cerveza como causa de la alergia). Y así estuve durante varias horas rascándome y cambiando de posición cada pocos minutos. Imposible dormir. Decidí tomar un antihestamínico para combatir los picores y fue una buena idea, porque cuando me hizo efecto, ya presa de un terrible cansancio, pude quedarme dormido.
A la mañana siguiente me desperté muy tarde y después de desayunar, cuando fui a pagar con dólares, pues no tenía suficientes rupias, los muy granujas me querían aplicar un cambio lamentable, así que muy enfadado dejé la mochila en el hotel y me fui a buscar un banco para cambiar. Me costó pasar por tres bancos antes de que alguno me proporcionara ese extraño servicio, y ya de vuelta y muy mosqueado, pagué y les mostré el cambio oficial diciéndoles que esa no era forma de tratar a los clientes (se ve que pasar mala noche me agría el carácter).
Después de esto crucé la frontera con India, un lugar de lo más agradable, ya que entre un puesto y otro hay algo más de un kilómetro de praderas, arbolitos, vacas pastando y río donde se baña la gente. Y es que el paso por las fronteras indo nepalesas es libre para los ciudadanos de esos países. La gente pasaba la frontera en coche, en moto, en bici o en bus, pero yo lo hice caminando con mi bastón de oración y mi menhir a la espalda, y esto llamaba la atención a toda aquella gente que me saludaban y muchos de ellos me daban la mano, como si fuera una estrella del rock'n'roll, pero yo sólo era un viajero cabreado.
Ya en la parte india el paisaje era precioso, siguiendo al principio junto al río, todo lleno de esplendorosos árboles, y con un calor de aúpa. Tan bonito era el camino que preferí hacerlo a pié a pesar de la sorprendente insistencia de los taxistas bicivoladores.
Así llegué a la horripilante ciudad de Banbassa, una ciudad-mercadillo también con un calor tremendo. Busqué un hotel y elegí el que menos mala pinta tenía, que tampoco era muy buena. Me dieron una habitación donde el calor era terrible. La cama, de una dureza extrema, me transmitía unos 50 grados al ponerme sobre ella. De nuevo el sudor me inundaba. Aunque contaba con un ruidosísimo aire acondicionado por agua, este no aliviaba ni lo más mínimo la temperatura del lugar y al estar encendido, goteaba por detrás y formaba un enorme charco en el suelo dejando la habitación con un tremendo clima ecuatorial. El cuarto de baño lo califiqué como el lugar habitado por el hombre más cálido del planeta. Exactamente igual que una sauna, espectacular.
Así las cosas, preocupado por cómo podría yo afrontar la noche, bajé a comer y le pregunté al dueño del local cómo llegar desde allí hasta Dharamshala, el himalaya, estado de Himachal Pradesh. Resulta que yo no tenía ni guía ni mapa de India, y no sabía hacia dónde ir.
Me dijo que debía coger un autobús al día siguiente a las 5 de la mañana que me llevaría hasta Chandigarh, y de allí otro hasta Dharamshala. Me dijo que el primer viaje duraría como unas 12 horas (duró más).
Después intenté visitar Banbassa pero desistí rápidamente, demasiado feo para mi mirada esteta. Así que a la vuelta al hotel y sin saber qué hacer, me subí al ático y tuve una gran idea: esa noche dormiría allí, nada de habitación.
Para enfriar el ardiente suelo lo empapé dos veces con cubos de agua subidos desde mi cuarto de baño-infierno. Cuando ya anochecía me subí colchas, almohada y saco de dormir y tras ducharme, me vestí con mi pijama, me apliqué repelente de mosquitos, y me fui a dormir tumbado sobre el saco. Dormí bastante bien, incluso estaba más blandito en el suelo de cemento que en la cama, gracias a las colchas y al saco. En la noche, dormido, oí ruídos y algo de voces y vi que un tipo, alguien, se puso a dormir a mi lado. Afortunadamente no me intentó poseer (no se lo habría permitido), tan sólo quería dormir y allí descansamos los dos. A las 3h55 me sonó el móvil-despertador y me bajé a la habitación para preparar la mochila y coger el autobús que paraba casi delante del hotel.
A las 5h15 me subí en el autobús que allí paró. Era como un autobús urbano, pero a lo indio: asientos duros, nada de aire acondicionado, cero comodidades. Diferencia: cuando uno coge un autobús urbano está en él como máximo una hora. Yo estuve dieciseis, y con un calor sofocante. Llegó un momento en que me sentí hasta débil. La gente en este autobús subía y bajaba y yo fui el único pasajero que se hizo el trayecto completo. Por cierto, vaya horario que tiene el conductor ¿curraría al día siguiente? me temo lo peor...
Llegué a Chandigarh ya muy de noche a las 21 horas y claro, yo no sabía ni dónde estaba ni nada. Así que fui presa fácil de un taxista de tuktuk y su técnico acompañante que me ofrecieron llevarme a un buen y barato hotel diciéndome que el hotel que había allí mismo era muy caro. Sin fuerzas acepté, y atravesando amplísimas avenidas y rotondas llenas de coches, tuktuks, motos, bicis y vacas me llevaron a un hotel en el que cuándo me dijeron el precio, muy caro, me puse de tal mala leche que les dije que prefería dormir en la calle a pagar ese dinero. Alarmados me llevaron a otro de un precio más razonable, habitación bien refrescada por el aire acondicionado e incluso televisión. Allí mismo cené y descansé, pero que muy bien, después del día tan agotador que había tenido.
A la mañana siguiente me levanté sin prisas pero sin pausas, recogí y marché en un tuktuk hasta la estación de autobuses. Llegué unos minutos antes de las diez de la mañana, pero hasta las doce no salía el bus a Dharamshala. Allí estuve esperando hasta que llegara el autobús y cuando lo hizo, dejé mi mochilón en el compartimento de equipajes (espantosamente sucio) y me fui a comprar algo para comer en el viaje. Mi idea era haberme comprado unas galletas, pero vi una especie de hamburguesa que tenía una pinta estupenda y me hice con ella. Ya en el autobús, prácticamente vacío, me puse a hablar con un tipo joven muy agradable que me preguntó de dónde venía y hacia donde iba. Rió muy divertido cuando le dije que venía de Nepal, pero que no sabía exactamente donde estaba, pues no tenía guía ni mapa, y que iba camino de Dharamshala. Me dijo que estábamos en Chandigarh, estado de Punjab (yo ni idea) y que esta ciudad era conocida como la ciudad de la belleza pues había sido diseñada por el gran arquitecto Le Corbusier y estaba plagada de avenidas, parques y bonitos edificios. Además me dijo que yo, a donde quería ir, era exactamente a McLeod Ganj, cerca de Dharamshala, nombre que yo no había oído en mi vida. Así las cosas, y como no estaba todavía el conductor en el autobús, pensé en bajar a comprarme una cocacola para ayudar a pasar la hamburguesa envasada. Dejé en mi asiento mi mochila de mano y bajé, estando de regreso en unos dos minutos. Cuando volví al autobús, no vi al tipo con el que había hablado, pero no le di importancia. Comencé a comer y en menos de cinco minutos el autobús comenzó su marcha. Un poco después pensé ¿dónde está esta persona, cómo es que no está en el autobús? mi mirada se dirigió a la mochila, la abrí y vi que no estaba ni la cámara ni el iPod. Pensé: no es posible, no es posible. Pero en este mundo todo es posible, sobre todo lo malo.
Vaya charleta tehas marcado, una hora casi leyendo, pero la verdad es que ha sido muy interesante y educativa,...
ResponderEliminarUn saludo.
Seguro que la musica del ipod era aburrida y cansina, miralo por el lado bueno, je,je,..
EMILIO
Interesante traspaso de Pokhara a India. No sé si es peor el hurto, el caloraco o las interminables horas en los autobuses (que hay que verlos !). Paciencia amigo, vendrán experiencias mejores.
ResponderEliminarUn abrazo,
Dani.
Ah! por cierto, hoy se cumplen 60 años del 1er 8000 de Herzog. Tómate algo a su salud.
Emilio, el contenido del iPod estaba pero que muy bien, casi 100 gigas de todo tipo de música a mi gusto (of course), le dediqué un montón de horas a cargarlo en condiciones. Me han fastidiado pero bien. Además al comprarlo le había grabado una inscripción conmemorativa para el viaje.
ResponderEliminarDani, no pensaba, pero esta noche me tomaré una cerveza (aquí ya no hay Everest) a la salud de Herzog y de los montañeros himalayistas, y por qué no, también a tu salud.
Hasta pronto,
j.
No decaigas amigo, pa´lante, ni un paso atrás, ánimo. Estamos todos muy pendientes de ti...por cierto si hay que partirle la cara a alguien... da un silbidito.....
ResponderEliminarUn abrazo muy grande.
Salud
Leyendo tu artículo he echado de menos una buena sandía... ¡qué calor! ¡qué de callos!
ResponderEliminarÁnimo y adelante!
Ha sido uno de los mejores artículos y creo que una de las mejores historias que he leido ultimamente... lástima ese final pero estas cosas también hacen grandes los viajes.
ResponderEliminarAna (Costanilla)