Tras pasar la última noche en el Tibet, por la mañana subimos en nuestro four by four para, en siete kilómetros, alcanzar la frontera con Nepal. Nos pusimos en marcha pero antes de llegar, la carretera estaba de nuevo cortada por obras de mantenimiento, y no se esperaba que fuera abierta hasta la tarde. Una espera así era inasumible, por lo que después de discutirlo decidimos, nosotros y todos los que allí estabámos detenidos, hacer el último trayecto a pié. Todo el mundo con su equipaje comenzó a descender por una empinada senda que unía los tramos de la carretera y tras llegar al nivel inferior, pudimos continuar caminando hasta el puesto fronterizo.
Una vez allí había que rellenar los formularios de salida de China y pasar por el registro de equipajes. A mi lo del registro me hacía ilusión porque mi mochila pesa tanto y va tan supercompactada que cualquier intento de registro, si no es sacándolo todo, no sirve para nada. Y así fue, el registrador intentaba meter la mano, pero no le entraba, apenas alcanzaba a palpar objetos metidos en bolsas. Ante esta situación me preguntó si tenía algo que declarar, le dije que no, y me preguntó si llevaba algún libro. Metí mi mano en la mochila y, con gran esfuerzo, acabé sacando la guía de conversación español-chino que tantas horas de confusión idiomática me había proporcionado. Esto le satisfizo muchísimo y ahí acabó el registro. No se dio cuenta que mientras, yo había colado por el suelo, arrastrándola con el pié, una gran bolsa de unos 12 kilos, llena de objetos tibetanos comprados en Lhasa.
En este punto nos despedimos de nuestro guía y conductor tibetanos, y nos acompañó otro guía de la compañía en Kathmandú. Atravesamos la frontera, que es el Puente de la Amistad (los chinos le ponen este tipo de nombre a las cosas con las que tienen conflictos) donde no se podían hacer fotos, pero vamos, yo las hice. En el puesto fronterizo nepalí pagamos nuestros visados de entrada que sólo podían ser de 15 días, aunque yo lo había solicitado de 80.
En Nepal ya se veía otro ambiente: el caos. Coches cruzándose con peatones, motos, bicis, gallinas, vacas... también porteadores que cargaban los enormes botes y bolsas para una expedición al Everest. Aquí además ya hacía calor veraniego: fuera pullovers, dentro camisetas.
La carretera discurría por el mismo valle pero ahora mucho más ancho y despejado. El cambio de planes que tan duramente había negociado Juan Carlos consistía en que el 4x4 nos dejaría en la ciudad de Bhaktapur y nos llevarían los equipajes a un hotel en Nagarkot, donde nosotros regresaríamos por nuestros medios por la noche para cenar y dormir allí, y a la mañana siguiente levantarnos antes del amanecer y contemplar la salida del sol, sobre el marco incomparable del Himalaya (así, en plan cursi). En el camino nos encontramos una manifestación de los grupos maoístas que tenían retenido el tráfico. Estuvimos un rato hasta que pudimos continuar el viaje.
Llegamos a la ciudad histórica de Bhaktapur, patrimonio de la humanidad, y la verdad es que nos encantó a todos. Repleta de templos hinduístas de madera oscura finamente labrada (aunque muy avegentada por lo general), casas típicas de ladrillo y madera, piscinas secas con estatuas de cobras, gente sonriente y afable; a todos saludábamos Namasté (en sánscrito, mi espíritu saluda a tu espíritu) que se usa para el hola y el adios, muy cómodo. Comimos en la terraza de un restaurante que daba a la plaza principal de la ciudad. Gran alegría sentimos cuando pudimos beber la cerveza Everest, nepalesa, buena. En Nepal además es muy consumida y apreciada la cerveza San Miguel.
La ciudad, por supuesto, estaba repleta de tiendas de artesanía con objetos sorprendentes y atractivos. Además pudimos comprobar que aquí había más objetos tibetanos que en el Tibet, y quizás, a precio inferior. Esto nunca se sabe muy bien, porque todo hay que resolverlo regateando. Precio final: como mucho, la mitad del precio inicial, y mejor, la tercera parte.
Caminamos incesantemente por Bhaktapur hasta que se nos hizo de noche. Mientras, estuvimos jugando con niños, saludando a las familias, y haciendo fotos casi sin parar.
Finalmente cogimos un taxi y nos fuimos para nuestro hotel de Nagarkot, una edificación en la cima de la colina construida en pisos cada vez más estrechos hasta alcanzar una gran altura, todo con la idea de contemplar los amaneceres del lugar.
Cuando llegamos no había electricidad, resulta que en Nepal sólo se provee de energía eléctrica 11 horas al día, y la cosa va a la baja. Todo estaba alumbrado con velas. De esa forma ocupamos nuestras habitaciones y subimos a cenar, en plan romanticón. La temperatura del Nepal invita a estar al aire libre, por lo que después de cenar estuvimos un rato charlando en una de las terrazas del hotel, hablando de nuestras experiencias en el Tibet; y yo por mi parte, disfrutando de la noche del primer país cálido desde que salí de España, casi 50 días atrás.
Ya sabía yo que ibas a utilizar tu lado subversivo para colar objetos por las fronteras, eso de colar cosas por debajo del mostrador es un recurso muy bueno.
ResponderEliminarTen cuidado con el calorcito de Nepal y las terracitas veraniegas que te vas a liar otra vez con tus juergas nocturnas.
Saludos Donbenitenses
"El verdadero ser que hay en mí saluda al verdadero ser que hay en ti" (Namasté)
ResponderEliminarEsa técnica de colar algo con los pies...
vas a tener que dar algún cursilllo ;-)
Aunque no pongo muchos mensajes, como un "pesao" que yo me se, te seguimos con gran entusiasmo querido Juanjo, es acojonante todo lo que estas viendo y disfrutando......¡¡¡¡ qué puta envidia que tengo!!!!.
ResponderEliminarPor cierto, saluda de mi parte a los maoistas, suelen ser gente maja.....jejejeje.
Un abrazo muy fuerte y sigue disfrutando de tú experiencía.
Hola Juanjo. Veo que el tema de las obras es un invariante en todo el mundo; siempre dando por culo al pobre contribuyente. Pero bueno, al menos Bhaktapur parece tener muy buena pinta; lástima que no tengan Mahou (no se puede tener todo en este mundo).
ResponderEliminarPor cierto, ¿cómo es posible que esas mujeres tan menudas carguen con semejantes bultos? La de la foto me ha recordado a Emilín con su mochila, cuando salíamos de acampada.
Cuídate mucho y ojo con el sol, que estás muy paliducho.
El Vladi cada día esta peor, los maoístas son unos mierdas, los buenos somos los mahouístas. Desde que te volaron las gafas en Puerta Toledo en aquella manifa no levantas cabeza, tío. No hacemos carrera de ti. Ya no respetas ni la Mahou, como te veamos por el barrio te corremos a gorrazos, media nena. Cuídate Jota y tú también Vladi, que te veo y no te veo. Forza Atleti!!!
ResponderEliminarOstías, ¿el tipo de la foto que sale en el retrovisor no os recuerda al Techos? A mi me recuerda cuando a ciento cincuenta kilómetros por hora se ponía a cambiar la cinta del casete con unos alicates, cuando veíamos pasar a la muerte y nos saludaba, pero no pasaba nada por que a la velocidad que conducía el Techos era imposible que nos alcanzará, ni la muerte y si me apuras un poco ni el sonido. Si se estuviera hurgando la nariz sería el Techos seguro, fijo.
ResponderEliminarjajaja me ha molado la historia esta de pasar los objetos con el píe en la frontera... grande Juan!
ResponderEliminarY San Miguel en Nepal???