El lunes 14 de marzo de 2011 a eso de las siete (de la noche) llegué con Ania en autobus hasta Rantepao, en el centro de Tana Toraja, el lugar estratégico para visitar lo lugares más interesantes de este enigmático país. En seguida que bajamos del autobus nos encontramos con nuestros amigos alemán y polaco del barco hasta Sulawesi. Estos, en lugar de haber desembarcado en el sur como nosotros, lo habían hecho en el centro de la isla. Como lo que nos urgía en ese momento era buscar el hotel que nos había recomendado la chica que habíamos encontrado en el fuerte holandés de Makassar, quedamos en encontrarnos más adelante. Nunca más los volvimos a ver.
No fue difícil dar con el hotel, que en realidad era un conjunto de amplios bungalows apelotonados, diseñados y decorados al estilo tradicional. Nada más llegar, el chico que allí trabajaba me llamó por mi nombre y me confirmó que teníamos una cabaña reservada. El precio no era precisamente económico, pero el lugar, recoleto, preciosista y exuberantemente ajardinado, merecía la pena.
No fue difícil dar con el hotel, que en realidad era un conjunto de amplios bungalows apelotonados, diseñados y decorados al estilo tradicional. Nada más llegar, el chico que allí trabajaba me llamó por mi nombre y me confirmó que teníamos una cabaña reservada. El precio no era precisamente económico, pero el lugar, recoleto, preciosista y exuberantemente ajardinado, merecía la pena.
Al rato apareció un guía local que nos propuso una excursión de dos días por la zona visitando los lugares más interesantes y representativos, e incluso nos ofrecía la asistencia a un funeral, el hecho más relevante en "la vida" de los peculiares torajas.
Tana Toraja significa el país de las gentes de las tierras altas. Esta región está situada en el centro-sur de la isla de Sulawesi, una tierra montañosa, de bosques y cultivos, que no recibió especial atención de los colonizadores holandeses por ser de difícil acceso y no tener interés comercial para la potencia extranjera.
A principios del siglo XX, el mundo de los torajas comenzó a cambiar cuando llegaron los primeros misioneros deseosos de salvar las confundidas almas de este pueblo animista. Estas gentes consideraron que las creencias de los misioneros eran totalmente absurdas, pasaron olímpicamente de ellos y se negaron a cambiar su arraigadísimas creencias.
La religión de los torajas es el Aluk (el camino o la ley, que incluye normas morales y sociales), es animista politeísta, en el que compartiendo el mismo territorio físico, se distinguen los conceptos de cielo (donde habitan los muertos y los diferentes dioses), tierra (donde habitan los hombres) e inframundo (donde lo hacen los animales).
A mediados del siglo XX, el sur musulmán de Sulawesi quiso hacer de la isla una sociedad puramente islámica y llenos de amor fraterno, atacaron Tana Toraja y mataron a muchos de sus habitantes. En respuesta, los torajas se pasaran en masa al cristianismo, que les ofrecía cierta protección contra los sarracenos, respeto de buena parte de sus tradiciones y en general, un mejor rollito.
En la mañana del martes a primera hora volvió a aparecer Pery, el guía, para saber si aceptábamos su oferta y le dijimos que ¡yes!.
Siguiendo con nuestra buena suerte espacio-temporal (gracias a la cual habíamos llegado a la frontera de Indonesia, en Borneo, justo el día en que partía el barco mensual hasta Sulawesi), el martes era justamente uno de los dos semanales de mercado de ganado en Rantepao.
Montados en un cómodo y nuevo todoterreno, en primer lugar nos dirigimos a las afueras de la ciudad para contemplar la compra-venta de búfalos de agua y cerditos, piedras angulares de los funerales de Tana Toraja, ya que cuanto más noble o rica es una familia, más animales debe sacrificar para demostrar su estatus, y para satisfacer a sus familiares.
En el mercado había un gran trasiego de personas y animales. Mientras que los búfalos (el animal más importante y considerado) estaban atados a una anilla en sus hocicos y eran limpiados para tener una apariencia de lo más lustrosa, buena parte de los cerdos estaban inmovilizados con cuerdas y palos para su cómodo transporte y descuartizamiento.
El guía nos comentó que dada la importancia y demanda del búfalo en las ceremonias del país, los comerciantes mantienen unos precios muy elevados, encareciéndose aún más el animal en función de ciertas características, como tamaño y forma de los cuernos y color de piel: cuanto más clarito es el búfalo, más caro resulta.
Después seguimos caminando por el mercado permanente, pintoresco y repleto de colores, donde vendían todo tipo de productos. Tantos los vendedores del mercado de ganado como los del permanente eran de lo más afables y sonreían ante nuestra presencia y la de la cámara fotográfica.
Finalizada esta visita, a continuación nos dirigimos a la población donde se celebraba un funeral, a una veintena kilómetros de Rantepao.
Cuando el miembro de una familia fallece, no resulta un drama para sus familiares, sino que es tomado como un paso más en la existencia. La muerte no se considera un hecho repentino, sino que es un proceso, un lento abandono del mundo de los hombres para dirigirse al mundo de los difuntos y los dioses. La familia en muchas ocasiones necesita de bastante tiempo para reunir el dinero para realizar el funeral, o para esperar a que todos los familiares del difunto acudan a despedirse de él, aunque estos vivan en Jakarta, New York o en Torremolinos, provincia de Málaga. Este proceso puede tardar semanas, meses o inclusos años. Hasta entonces continuan conviviendo en casa con el difunto, normalmente manteniéndolo sentado a la mesa. Le ponen algo para que coma o al menos picotee, le peinan y le cambian de vez en cuando de ropas: coquetería obliga.
Una vez reunido el dinero suficiente realizan el funeral, que puede durar muchos días. Para ello, en los alrededores de la vivienda tradicional se construyen estancias de madera para acoger a todos los familiares que puedan acudir, y se sacrifican a una gran cantidad de búfalos y cerdos, cuya carne se reparte entre todos los asistentes.
El gobierno indonesio, conocedor de las obligatoriedad de estas prácticas en la vida de los torajas, no quiere mantenerse al margen y ayuda a las familias exigiendo una autorización previa para realizar el funeral y cobrando en función del número de familiares y reses sacrificadas.
El todoterreno hubo de parar bastantes metros antes del emplazamiento donde se celebraba el funeral, pues el número de vehículos allí aparcados y la afluencia de público era bastante importante. El lugar del evento se situaba en un terreno elevado sobre la carretera. Por encima y debajo de este lugar había una gran cantidad de chozas abarrotadas de personas, divididos según su cercanía familiar. En una cabaña del terraplén principal estaba el jefe del clan vestido de riguroso negro. Hasta él nos dirigimos y le presentamos nuestros respetos, nos sentamos y conversamos brevemente. El guía llevaba unos regalos comprados en nuestro nombre para ofrecer a la familia.
Un lado de la finca, cubierta con hojas de palmeras, estaba completamente cubierta de restos descuartizados de búfalos y cerdos, mientras un buen número de personas trabajaban afanosamente en el troceo y reparto de la carne. Afortunadamente habíamos llegado después de que se hubiera realizado la matanza. Aún así, en todo el lugar el olor a sangre y a vísceras era bastante fuerte.
Al rato llegaron algunas mujeres y nos ofrecieron café y grandes cantidades de bizcochos y magdalenas que estaban buenísimos. Yo me puse ciego a bollería pero Ania no probó bocado porque el espectáculo sangriento y olfativo la habían revuelto por completo.
Mientras ella permaneció sin moverse de la silla que nos habían asignado, yo en seguida que tuve el buche a rebosar puse en marcha la cámara fotográfica y me levanté a retratar pormenorizadamente el lugar.
La gente era muy agradable y todos me saludaban y me preguntaban por nombre y nacionalidad. Los niños de las familia iban vestidos con brillantes ropajes tradicionales donde destacaban los rojos, amarillos y dorados. Las niñas llevaban peinados estilo Sofía reina de España. Nada juveniles por tanto.
Por su parte, los adultos más cercanos al difunto vestían de luto y en comitiva se dirigían con ofrendas para el señor o señora, que nunca me enteré exactamente quién había fallecido.
Después de permanecer largo rato junto al jefe familiar, Pery nos dijo que si queríamos, podíamos dar un paseo por los alrededores, cosa que Ania agradeció muchísimo porque estaba sufriendo en ese entorno rodeado de trozos de carne inerte.
Fuera dimos un paseo por la carretera, a cuyos lados había gran cantidad de chozas para la familia más lejana. Por allí continuamos saludando a los niños y a los que iban y venían apolotonados en camiones.
Finalizada la visita al funeral, continuamos la vuelta a la región dirigiéndonos a Kambira, un bosque donde son sepultados los niños muertos. La mayor parte del bosque está compuesto por bambús pero en el centro había un gran árbol tropical de la familia ficus que servía para dicho fin.
Los niños muertos son trasladados hasta el árbol y, en endiduras verticales cavadas en el tronco para hacer de sepultura, son colocados de pié y tapados por una especie de cortina confeccionada con materiales vegetales. Con el tiempo, el árbol en su crecimiento va cerrando las hendiduras practicadas en su tronco, quedando los cuerpos de los niños incrustados en el interior del árbol.
Yo quedé fascinado por tan curioso método de enterramiento arborícora, y creo que Ania quedó algo horrorizada.
A la salida del bosquecillo había unos puestos de souvenires y refrescos donde vendían unas estupendas esculturas tradicionales en madera que me interesaron mucho pero que desgraciadamente no compré porque no sabía si su precio era bueno, malo o regular (era bueno).
Después fuimos hasta un cementerio de adultos: cuando el difunto ha celebrado debidamente su funeral y ha recibido a todos y cada uno de los miembros de la familia para despedirse, es momento de retirarse a descansar.
Junto a una pequeña población formada por viviendas tradicionales típicas con tejados en forma silla de montar llamadas tongkonan y que describiré más adelante, había un verde y estrecho valle flanqueado en un lado por una pared de piedra. Era Lamo, un impresionante lugar de enterramiento.
Las tumbas estaban excavadas en las paredes verticales en forma de grandes nichos con puertas para albergar a los miembros de cada familia. Además había excavados una especie de balcones donde estaban situadas unas esculturas de madera, los tau-tau, que representan a los difuntos, y que desde su atalaya continúan observando qué tal les va a la familia por ahí abajo.
En la base de la pared había dos pequeñas construcciones tradicionales destinadas a albergar los cuerpos mientras se termina de acondicionar la tumba excavada en la pared de roca.
Después continuamos camino y cuando el día empezaba a declinar llegamos a la muy bonita villa tradicional de Kete´kesu, junto a un lago. Siguiendo el estilo clásico, sobre una gran explanada se alza a sus lados y en perfecta alineación los tongkoman repletos de simbolismos de la cosmogonía de los torajas.
Los tongkoman son el centro de la vida social de este pueblo, y cada familia tiene el suyo propio al que todos sus miembros ayudan en su dificultosa y cara construcción y mantenimiento. Son algo incómodos: enormes por fuera y diminutos por dentro. Los tongkoman estan primorosamente adornados con esculturas de búfalos y con todas las cornamentas que la familia ha sacrificado en sus ceremonias. También disponen de una numerosa y elaborada decoración de bajorrelieves coloreados.
Ya casi sin luz caminamos unas decenas de metros detrás de la villa de Kete´kesu para para llegar a otro lugar de enterramiento al abrigo de una pared rocosa. En este caso no había nichos excavados en la roca ni tau-taus que nos observaran. Aquí quienes nos observaban eran directamente las calaveras. El cementerio consistía en grandes ataúdes o cofres de madera esculpida y con las tapas con la forma del tongkoman. Como quiera que parecía que la mayoría de los ataúdes eran ya bastante antiguos, muchos de ellos estaban desvencijados y las calaveras andaban apiladas encima de las tapas, mientras que el resto de los huesos permanecían sobre los tablones carcomidos de lo que habían sido los cofres.
Después de esta visita tocó el regreso a Rantepao. Me había encantado la tétrica jornada, pero a Ania no le había hecho demasiada gracia ver tanto animal descuartizado y tanta calavera.
Tras pasar por internet un rato nos fuimos a cenar. Yo elegí filete de búfalo, pero la chica prefirió cena vegetariana. Por allí vimos pasar a nuestro guía Pery que acabó sentándose con nosotros y estuvimos charlando largo rato. Como yo le comenté que quería llegar hasta Papúa, nos contó que él había estado allí trabajando durante un tiempo. Nos explicó las peculiaridades de esas gentes, acostumbradas a andar como dios los trajo al mundo, confirmándome lo caro del lugar y de las dificultades de desplazamiento, ya que solo es posible llegar al interior en aviones y estos no suelen volar a menudo. Contó también que no había llegado a visitar a las tribus de caníbales, pero que fue por poco, porque en el trabajo tenía previsto haberlo hecho.
En el segundo día de excursión, en primer lugar visitamos el poblado tradicional de Palawa, con sus enormes tongkomanes de techos invadidos por los helechos, y con alguno de ellos con una enorme cantidad de cornamentas de búfalos colocados en su frontal. Me entró la duda y le pregunté al guía si tanta cornamenta era porque la familia era tremendamente rica o es que se habían muerto muchos de sus miembros. Se quedó pensativo un momento y me respondió que no lo sabía.
La sociedad tradicional Toraja es muy clasista y divide a las familias en tres niveles: nobles, comunes y esclavos. Sólo los nobles (que hay muchos) están autorizados a realizar funerales derrochadores, y con la llegada del cristianismo se abolió oficialmente el esclavismo. Un esclavo podía serlo por conflicto bélico, por ser hijo de esclavos o como forma de compensar una deuda. Los esclavos se podían vender y estos a su vez comprar su libertad, si es que llegaban alguna vez a reunir el dinero suficiente para ello, cosa dudosa, pues ser esclavo no es una actividad muy lucrativa.
En uno de los tongkomanes había gran cantidad de estatuillas tau-tau de señores con sus ojillos mirándome fijamente. ¡Que te veo, zascandil! parecían decirme. La mayoría de los tongkomanes estaban profusamente decorados. Resulta que esta gente era de cultura de transmisión oral, una forma elegante de decir que eran analfabetos: no tenían ningún sistema de escritura. Sin embargo sus pinturas y bajo relieves, que representan búfalos, aves, peces y figuras geométricas, expresan conceptos religiosos y sociales tales como riqueza, deseos de vida en armonía, la necesidad de trabajar duro, o la de recoger los frutos de la tierra.
El siguiente destino fue Lempo, un lugar de enterramientos cavados en grandes rocas junto a la carretera. En este lugar ya se dejaba ver la influencia del cristianismo con algunas tumbas elaboradas de forma tradicional pero que, en lugar de presentar un búfalo, aparecía un crucifijo junto con coronas de flores a su alrededor.
Nuestro guía aprovechó la solemnidad del lugar para sacar una botella de vino de arroz de la zona en permanente proceso de fermentación y al que le dimos unos buenos tragos en memoria de los que allí reposaban.
La carretera iba cogiendo altura paulatinamente y nos adentramos en unos montes llenos de terrazas de arroz. Era Tinimbayo, donde paramos para contemplar el bello paisaje, a los afanosos agricultores mimando a los tallos de arroz, y para continuar dándole unos traguitos al vino del país, que a cada momento hinchaba la botella con gas producto de su continua transformación, mientras iba variando lentamente de sabor.
Continuamos subiendo hasta que llegamos a un precioso mirador sobre el valle de Rantepao, y donde contemplamos cómo una potente tormenta se nos iba acercando. Renunciamos a permanecer allí por más tiempo y continuamos hasta Batutumanga, un lugar aún más elevado donde había un restaurante y que alcanzamos ya bajo una potente lluvia.
Allí comimos y esperamos a que escampara mientras observábamos el gran paisaje a nuestro alrededor. Junto al restaurante había una roca con tau-taus que también observaban aténtamente el bonito valle... y a los turistas cuando estos andan descuidados.
Por último nos dirigimos a Bori, lugar espectacular. Era otro cementerio tradicional, pero también un emplazamiento megalítico. En una pequeña colina elevada sobre el terreno pantanoso de los alrededores había una gran cantidad de menhires de diferentes tamaños rodeados de pequeños tongkomanes rituales. Cada pedrolo había sido colocado por una familia y su tamaño dependía de la importancia de su promotor.
Alrededor había grandes bloques de piedra con nichos excavados y presentando el sincretismo entre el aluk y el cristianismo.
Fuera del recinto había un árbol para el enarbolamiento de los niños difuntos, pero Ania prefirió no acercarse hasta el lugar.
Después, también en solitario, me adentré por un precioso bosque de bambús y llegué a más zonas de enterramientos en medio de una exuberante floresta: grandes piedras cubiertas de helechos, líquenes y musgos con numerosos nichos excavados, algunos de ellos muy antiguos y por ello, no en el mejor estado de conservación posible...
Para terminar, nos acercamos a la villa de Bori, también con sus tradicionales tongkomanes muy nuevecitos, y es que hay que decir que a día de hoy la arquitectura tradicional sigue en pleno auge y se puede observar en muchos lugares la construcción de nuevas casas.
No tardamos mucho en estar de vuelta en Rantepao y tras pagar lo que se debía al guía, nos fuimos a los internetes y a cenar. En esta segunda noche se nos volvió a unir el guía y, a falta de una conversación tan entretenida como la de los papúas y sus excentricidades, tema ya agotado, Ania nos puso dos acertijos a ver si éramos capaces de resolverlos. Le dimos vueltas y vueltas al asunto y oiga, no hubo manera.
Tras haber hecho la visita básica a Tana Toraja, habíamos decidido seguir nuestro camino por tierras de Sulawesi hacia las islas Tongean, en el golfo de Tomini, en el centro-norte, un paraiso de pequeñas islas tropicales rodeadas de arrecifes de coral. Pery nos había dicho que los autobuses salían a las diez y media de la mañana, pero cuando llegamos al lugar indicado el 17 de marzo, nadie parecía saber nada de los autobuses. Finalmente hubo quien nos dijo que no saldrían hasta la mañana siguiente. Un taxista nos cogió asegurando que nos llevaría hasta el lugar desde donde salían los autobuses, pero no nos dijo que no lo harían hasta el día siguiente...
Finalmente deducimos que nuestro guía nos había confundido con la hora de salida y habíamos llegado tarde. Sin otra opción posible, buscamos un nuevo hotel, a ser posible más económico que el que habíamos dejado, y siguiendo las instrucciones de la guía LaundryPlanet no tardamos en dar con uno adecuado.
El día fue tranquilo: extendí mi hamaca de Koh Tao entre dos vigas del patio central del hotel y allí estuve largo rato leyendo.
Cuando llegó la hora del almuerzo buscamos el restaurante de las noches anteriores, pero por error caímos en uno parecido, pero distinto. Allí estábamos cuando apareció un guía que se sentó junto a nosotros a charlar. Era Nico, un tipo que resultó de lo más interesante porque había estado trabajando en sus tiempos mozos para la National Geographic Society. Hablaba muy buen inglés y nos comentó que cuando era un tipo joven apareció por Tana Toraja el equipo del N.G. para hacer un documental. A él le contrataron en principio como porteador, pero se ve que se las apañaba bien, les daba conversación y hacía de traductor con los paisanos. Acabó siendo contratado directamente por la sociedad para varias expediciones, y con ellos viajó por EEUU y por Europa. Nos comentaba que nunca había conocido a gente tan inteligente y que trabajara tan duro como el equipo del N.G.: muchas veces no paraban para comer o dormir durante varios días seguidos.
Nos preguntó si teníamos decidido un lugar fijo al que ir en las islas Togean y como le dijimos que no, nos recomendó que fueramos a la isla de Bolilangga, que era una preciosidad y que tenía estupendos arrecifes de coral para hacer snorkelling. Anotamos el nombre y le agradecimos su sugerencia. Me pidió que le escribiera a su correo electrónico contándole qué tal había resultado la experiencia y que le mandara alguna foto, pero ¡cáspita!, la verdad es que todavía no lo he hecho.
Una vez reunido el dinero suficiente realizan el funeral, que puede durar muchos días. Para ello, en los alrededores de la vivienda tradicional se construyen estancias de madera para acoger a todos los familiares que puedan acudir, y se sacrifican a una gran cantidad de búfalos y cerdos, cuya carne se reparte entre todos los asistentes.
El gobierno indonesio, conocedor de las obligatoriedad de estas prácticas en la vida de los torajas, no quiere mantenerse al margen y ayuda a las familias exigiendo una autorización previa para realizar el funeral y cobrando en función del número de familiares y reses sacrificadas.
El todoterreno hubo de parar bastantes metros antes del emplazamiento donde se celebraba el funeral, pues el número de vehículos allí aparcados y la afluencia de público era bastante importante. El lugar del evento se situaba en un terreno elevado sobre la carretera. Por encima y debajo de este lugar había una gran cantidad de chozas abarrotadas de personas, divididos según su cercanía familiar. En una cabaña del terraplén principal estaba el jefe del clan vestido de riguroso negro. Hasta él nos dirigimos y le presentamos nuestros respetos, nos sentamos y conversamos brevemente. El guía llevaba unos regalos comprados en nuestro nombre para ofrecer a la familia.
Un lado de la finca, cubierta con hojas de palmeras, estaba completamente cubierta de restos descuartizados de búfalos y cerdos, mientras un buen número de personas trabajaban afanosamente en el troceo y reparto de la carne. Afortunadamente habíamos llegado después de que se hubiera realizado la matanza. Aún así, en todo el lugar el olor a sangre y a vísceras era bastante fuerte.
Al rato llegaron algunas mujeres y nos ofrecieron café y grandes cantidades de bizcochos y magdalenas que estaban buenísimos. Yo me puse ciego a bollería pero Ania no probó bocado porque el espectáculo sangriento y olfativo la habían revuelto por completo.
Mientras ella permaneció sin moverse de la silla que nos habían asignado, yo en seguida que tuve el buche a rebosar puse en marcha la cámara fotográfica y me levanté a retratar pormenorizadamente el lugar.
La gente era muy agradable y todos me saludaban y me preguntaban por nombre y nacionalidad. Los niños de las familia iban vestidos con brillantes ropajes tradicionales donde destacaban los rojos, amarillos y dorados. Las niñas llevaban peinados estilo Sofía reina de España. Nada juveniles por tanto.
Por su parte, los adultos más cercanos al difunto vestían de luto y en comitiva se dirigían con ofrendas para el señor o señora, que nunca me enteré exactamente quién había fallecido.
Después de permanecer largo rato junto al jefe familiar, Pery nos dijo que si queríamos, podíamos dar un paseo por los alrededores, cosa que Ania agradeció muchísimo porque estaba sufriendo en ese entorno rodeado de trozos de carne inerte.
Fuera dimos un paseo por la carretera, a cuyos lados había gran cantidad de chozas para la familia más lejana. Por allí continuamos saludando a los niños y a los que iban y venían apolotonados en camiones.
Finalizada la visita al funeral, continuamos la vuelta a la región dirigiéndonos a Kambira, un bosque donde son sepultados los niños muertos. La mayor parte del bosque está compuesto por bambús pero en el centro había un gran árbol tropical de la familia ficus que servía para dicho fin.
Los niños muertos son trasladados hasta el árbol y, en endiduras verticales cavadas en el tronco para hacer de sepultura, son colocados de pié y tapados por una especie de cortina confeccionada con materiales vegetales. Con el tiempo, el árbol en su crecimiento va cerrando las hendiduras practicadas en su tronco, quedando los cuerpos de los niños incrustados en el interior del árbol.
Yo quedé fascinado por tan curioso método de enterramiento arborícora, y creo que Ania quedó algo horrorizada.
A la salida del bosquecillo había unos puestos de souvenires y refrescos donde vendían unas estupendas esculturas tradicionales en madera que me interesaron mucho pero que desgraciadamente no compré porque no sabía si su precio era bueno, malo o regular (era bueno).
Después fuimos hasta un cementerio de adultos: cuando el difunto ha celebrado debidamente su funeral y ha recibido a todos y cada uno de los miembros de la familia para despedirse, es momento de retirarse a descansar.
Junto a una pequeña población formada por viviendas tradicionales típicas con tejados en forma silla de montar llamadas tongkonan y que describiré más adelante, había un verde y estrecho valle flanqueado en un lado por una pared de piedra. Era Lamo, un impresionante lugar de enterramiento.
Las tumbas estaban excavadas en las paredes verticales en forma de grandes nichos con puertas para albergar a los miembros de cada familia. Además había excavados una especie de balcones donde estaban situadas unas esculturas de madera, los tau-tau, que representan a los difuntos, y que desde su atalaya continúan observando qué tal les va a la familia por ahí abajo.
En la base de la pared había dos pequeñas construcciones tradicionales destinadas a albergar los cuerpos mientras se termina de acondicionar la tumba excavada en la pared de roca.
Después continuamos camino y cuando el día empezaba a declinar llegamos a la muy bonita villa tradicional de Kete´kesu, junto a un lago. Siguiendo el estilo clásico, sobre una gran explanada se alza a sus lados y en perfecta alineación los tongkoman repletos de simbolismos de la cosmogonía de los torajas.
Los tongkoman son el centro de la vida social de este pueblo, y cada familia tiene el suyo propio al que todos sus miembros ayudan en su dificultosa y cara construcción y mantenimiento. Son algo incómodos: enormes por fuera y diminutos por dentro. Los tongkoman estan primorosamente adornados con esculturas de búfalos y con todas las cornamentas que la familia ha sacrificado en sus ceremonias. También disponen de una numerosa y elaborada decoración de bajorrelieves coloreados.
Ya casi sin luz caminamos unas decenas de metros detrás de la villa de Kete´kesu para para llegar a otro lugar de enterramiento al abrigo de una pared rocosa. En este caso no había nichos excavados en la roca ni tau-taus que nos observaran. Aquí quienes nos observaban eran directamente las calaveras. El cementerio consistía en grandes ataúdes o cofres de madera esculpida y con las tapas con la forma del tongkoman. Como quiera que parecía que la mayoría de los ataúdes eran ya bastante antiguos, muchos de ellos estaban desvencijados y las calaveras andaban apiladas encima de las tapas, mientras que el resto de los huesos permanecían sobre los tablones carcomidos de lo que habían sido los cofres.
Después de esta visita tocó el regreso a Rantepao. Me había encantado la tétrica jornada, pero a Ania no le había hecho demasiada gracia ver tanto animal descuartizado y tanta calavera.
Tras pasar por internet un rato nos fuimos a cenar. Yo elegí filete de búfalo, pero la chica prefirió cena vegetariana. Por allí vimos pasar a nuestro guía Pery que acabó sentándose con nosotros y estuvimos charlando largo rato. Como yo le comenté que quería llegar hasta Papúa, nos contó que él había estado allí trabajando durante un tiempo. Nos explicó las peculiaridades de esas gentes, acostumbradas a andar como dios los trajo al mundo, confirmándome lo caro del lugar y de las dificultades de desplazamiento, ya que solo es posible llegar al interior en aviones y estos no suelen volar a menudo. Contó también que no había llegado a visitar a las tribus de caníbales, pero que fue por poco, porque en el trabajo tenía previsto haberlo hecho.
En el segundo día de excursión, en primer lugar visitamos el poblado tradicional de Palawa, con sus enormes tongkomanes de techos invadidos por los helechos, y con alguno de ellos con una enorme cantidad de cornamentas de búfalos colocados en su frontal. Me entró la duda y le pregunté al guía si tanta cornamenta era porque la familia era tremendamente rica o es que se habían muerto muchos de sus miembros. Se quedó pensativo un momento y me respondió que no lo sabía.
La sociedad tradicional Toraja es muy clasista y divide a las familias en tres niveles: nobles, comunes y esclavos. Sólo los nobles (que hay muchos) están autorizados a realizar funerales derrochadores, y con la llegada del cristianismo se abolió oficialmente el esclavismo. Un esclavo podía serlo por conflicto bélico, por ser hijo de esclavos o como forma de compensar una deuda. Los esclavos se podían vender y estos a su vez comprar su libertad, si es que llegaban alguna vez a reunir el dinero suficiente para ello, cosa dudosa, pues ser esclavo no es una actividad muy lucrativa.
En uno de los tongkomanes había gran cantidad de estatuillas tau-tau de señores con sus ojillos mirándome fijamente. ¡Que te veo, zascandil! parecían decirme. La mayoría de los tongkomanes estaban profusamente decorados. Resulta que esta gente era de cultura de transmisión oral, una forma elegante de decir que eran analfabetos: no tenían ningún sistema de escritura. Sin embargo sus pinturas y bajo relieves, que representan búfalos, aves, peces y figuras geométricas, expresan conceptos religiosos y sociales tales como riqueza, deseos de vida en armonía, la necesidad de trabajar duro, o la de recoger los frutos de la tierra.
El siguiente destino fue Lempo, un lugar de enterramientos cavados en grandes rocas junto a la carretera. En este lugar ya se dejaba ver la influencia del cristianismo con algunas tumbas elaboradas de forma tradicional pero que, en lugar de presentar un búfalo, aparecía un crucifijo junto con coronas de flores a su alrededor.
Nuestro guía aprovechó la solemnidad del lugar para sacar una botella de vino de arroz de la zona en permanente proceso de fermentación y al que le dimos unos buenos tragos en memoria de los que allí reposaban.
La carretera iba cogiendo altura paulatinamente y nos adentramos en unos montes llenos de terrazas de arroz. Era Tinimbayo, donde paramos para contemplar el bello paisaje, a los afanosos agricultores mimando a los tallos de arroz, y para continuar dándole unos traguitos al vino del país, que a cada momento hinchaba la botella con gas producto de su continua transformación, mientras iba variando lentamente de sabor.
Continuamos subiendo hasta que llegamos a un precioso mirador sobre el valle de Rantepao, y donde contemplamos cómo una potente tormenta se nos iba acercando. Renunciamos a permanecer allí por más tiempo y continuamos hasta Batutumanga, un lugar aún más elevado donde había un restaurante y que alcanzamos ya bajo una potente lluvia.
Allí comimos y esperamos a que escampara mientras observábamos el gran paisaje a nuestro alrededor. Junto al restaurante había una roca con tau-taus que también observaban aténtamente el bonito valle... y a los turistas cuando estos andan descuidados.
Por último nos dirigimos a Bori, lugar espectacular. Era otro cementerio tradicional, pero también un emplazamiento megalítico. En una pequeña colina elevada sobre el terreno pantanoso de los alrededores había una gran cantidad de menhires de diferentes tamaños rodeados de pequeños tongkomanes rituales. Cada pedrolo había sido colocado por una familia y su tamaño dependía de la importancia de su promotor.
Alrededor había grandes bloques de piedra con nichos excavados y presentando el sincretismo entre el aluk y el cristianismo.
Fuera del recinto había un árbol para el enarbolamiento de los niños difuntos, pero Ania prefirió no acercarse hasta el lugar.
Después, también en solitario, me adentré por un precioso bosque de bambús y llegué a más zonas de enterramientos en medio de una exuberante floresta: grandes piedras cubiertas de helechos, líquenes y musgos con numerosos nichos excavados, algunos de ellos muy antiguos y por ello, no en el mejor estado de conservación posible...
Para terminar, nos acercamos a la villa de Bori, también con sus tradicionales tongkomanes muy nuevecitos, y es que hay que decir que a día de hoy la arquitectura tradicional sigue en pleno auge y se puede observar en muchos lugares la construcción de nuevas casas.
No tardamos mucho en estar de vuelta en Rantepao y tras pagar lo que se debía al guía, nos fuimos a los internetes y a cenar. En esta segunda noche se nos volvió a unir el guía y, a falta de una conversación tan entretenida como la de los papúas y sus excentricidades, tema ya agotado, Ania nos puso dos acertijos a ver si éramos capaces de resolverlos. Le dimos vueltas y vueltas al asunto y oiga, no hubo manera.
Tras haber hecho la visita básica a Tana Toraja, habíamos decidido seguir nuestro camino por tierras de Sulawesi hacia las islas Tongean, en el golfo de Tomini, en el centro-norte, un paraiso de pequeñas islas tropicales rodeadas de arrecifes de coral. Pery nos había dicho que los autobuses salían a las diez y media de la mañana, pero cuando llegamos al lugar indicado el 17 de marzo, nadie parecía saber nada de los autobuses. Finalmente hubo quien nos dijo que no saldrían hasta la mañana siguiente. Un taxista nos cogió asegurando que nos llevaría hasta el lugar desde donde salían los autobuses, pero no nos dijo que no lo harían hasta el día siguiente...
Finalmente deducimos que nuestro guía nos había confundido con la hora de salida y habíamos llegado tarde. Sin otra opción posible, buscamos un nuevo hotel, a ser posible más económico que el que habíamos dejado, y siguiendo las instrucciones de la guía LaundryPlanet no tardamos en dar con uno adecuado.
El día fue tranquilo: extendí mi hamaca de Koh Tao entre dos vigas del patio central del hotel y allí estuve largo rato leyendo.
Cuando llegó la hora del almuerzo buscamos el restaurante de las noches anteriores, pero por error caímos en uno parecido, pero distinto. Allí estábamos cuando apareció un guía que se sentó junto a nosotros a charlar. Era Nico, un tipo que resultó de lo más interesante porque había estado trabajando en sus tiempos mozos para la National Geographic Society. Hablaba muy buen inglés y nos comentó que cuando era un tipo joven apareció por Tana Toraja el equipo del N.G. para hacer un documental. A él le contrataron en principio como porteador, pero se ve que se las apañaba bien, les daba conversación y hacía de traductor con los paisanos. Acabó siendo contratado directamente por la sociedad para varias expediciones, y con ellos viajó por EEUU y por Europa. Nos comentaba que nunca había conocido a gente tan inteligente y que trabajara tan duro como el equipo del N.G.: muchas veces no paraban para comer o dormir durante varios días seguidos.
Nos preguntó si teníamos decidido un lugar fijo al que ir en las islas Togean y como le dijimos que no, nos recomendó que fueramos a la isla de Bolilangga, que era una preciosidad y que tenía estupendos arrecifes de coral para hacer snorkelling. Anotamos el nombre y le agradecimos su sugerencia. Me pidió que le escribiera a su correo electrónico contándole qué tal había resultado la experiencia y que le mandara alguna foto, pero ¡cáspita!, la verdad es que todavía no lo he hecho.
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nice adventure, hice story.....
ResponderEliminargood luck...
by joko papua
Como Indonesia, le doy las gracias por sus esfuerzos en la crianza de mi cultura del país.
ResponderEliminarEstoy decepcionado porque no dio tiempo de ver que al visitar Jayapura. Un amigo mío: "Joko" (José Manuel Sabubun) se ha contado muchas cosas sobre usted. Si la oportunidad de volver a Jayapura, presumiblemente dispuesto a reunirse conmigo. Conjuntamente podemos explorar algunas culturas en Papúa.
Hola, Ferry Lase.
Qué interesante todo el tema de los enterramientos, también muy curioso el tema de las comilonas en los funerales, me parece muy buena idea.
ResponderEliminarLa última foto un poquito fuerte, por cierto ¿Dónde está el torero?
Un saludo Donbenitense.
Hola:
ResponderEliminarBlogger, los gestores de blogspot, tuvieron ayer un problema y perdieron los últimos comentarios de todos su blogs, cosas de la técnica. Así que Emilio, y también el amigo de Papúa que no me acuerdo como se llama: que sepáis que esta vez no ha sido la censura lo que ha limitado vuestra libertad de expresión, que ha sido un cortocircuito.
Si queréis volver a publicar un comentario, hacedlo. Aquí algunas sugerencias:
1º Nunca leí algo igual, me he quedado patidifusa, yo siempre creí que Lady Di era un pibe.
2º Increíble viaje ¿para cuándo tus aventuras en Benidorm?
3º Me pareces una persona muy poco atractiva, y además no eres mi tipo, como mucho podríamos ser socios en una comunidad fiduciaria, siempre que pongas tu la pasta, claro.
4º La Media Vuelta al Globo va de mal en peor y yo me he dejado las llaves dentro de casa, me cago en la mar.
5º Este blog es demasiado largo y este comentario también.
Muy curiosas las costumbres funerarias de los Toraja. De todas formas, en mi profunda ignorancia, hay algo que no me cuadra. Si tienen al familiar difunto sentado a la mesa durante semanas o meses, ¿que hacen para que no se les pudra mientras llegan los primos y demás parientes? Para estas gentes, adquiere un nuevo significado la frase: “mamá, el abuelito tiene descomposición”.
ResponderEliminarCuídate Juanjo.
David.
Estupendo viaje, yo estuve en el 99, de vuelta del referéndum de Timor Oriental, y me gustó mucho el sitio. Ahora intentaré colgarlo en mi blog, con algunas fotos, pero no tan buenas ni abundantes como las tuyas. Felicidades y espero que sigas viajando a sitios curiosos como este...
ResponderEliminarhttp://losmundosdehachero.blogspot.com/