La mañana del 6 de febrero abandoné el Losmen Superman para dirigirme a la estación de autobuses de Yogyakarta camino del volcán Bromo. Mi sorpresa fue grande cuando llegué y me dijeron que no había autobuses directos hasta el pueblecito junto al volcán. En su lugar tenía que dirigirme hasta Surabaya, en la costa, para allí, coger otro autobús hasta Probolinggo. Como no tenía otra opción me subí en el autobus camino de Surabaya.
Antes de que partiera, una multitud de vendedores de frutos secos, frutas, bebidas, relojes, gafas, libros islámicos, comics, revistas y periódicos hicieron su aparición para intentar ganar algo para vivir ese día.
Una vez en marcha, en muchas de las paradas que hacía el bus se subían otros vendedores y también parejas que, guitarrilla en mano, cantaban bonitas tonadas javanesas. No había acabado uno grupo cuando otro hacía su aparición.
A las cinco de la tarde el autobus llegó a Surabaya. Si el día anterior hubiera contratado el viaje hasta el volcán Bromo, a esa hora ya habría llegado, pero todavía me encontraba muy lejos de mi destino.
Enseguida que descendí a la estación, la gente me preguntó que a dónde iba, por lo que me fueron señalando hasta que llegué a otro autobús que en un rato partió hacia Probolinggo.
De nuevo en marcha y de nuevo los vendedores y los músicos. Llegué a Probolinggo, ya de noche, sobre las 19h30. Ignorante de mi, creía que esa era la población del volcán Bromo. Pero estaba equivocado, el volcán quedaba todavía a más de treinta kilómetros.
Un tipo me explicó esto y me señaló que la última furgoneta había partido a las cinco de la tarde, y que hasta el día siguiente no podría ir en transporte público. Así que si no quería perder un día, mi única opción era llegar hasta allí en taxi o en moto. En una agencia de viajes de la estación me mostraron los precios y rápidamente descarté el taxi. Lo único que me quedaba era la moto, y su precio ya hacía que el viaje que me estaba montando por mi cuenta saliera más caro que si hubiera tenido el acierto de haber contratado el viaje desde Yogyakarta.
El de la agencia habló con el motorista en cuestión y maldita la hora. Normalmente cuando me tansportan en moto, el motorista se coloca mi mochila entre el manillar y sus piernas, pero esta moto no era del tipo scooter y la tuve que llevar en mi regazo. Además ese día no había casco para mi.
Los más de treinta kilómetros de viaje fueron uno de los momentos más duros de todo lo que llevo de viaje, más aún que cuando me llevaron al parque natural de Bardia en el oeste de Nepal.
El enorme peso de la mochila, la incomodidad de la postura y los continuos baches de la carretera fueron una experiencia tremendamente dura, dolorosa y lamentable. El trayecto se me hizo eterno, fueron casi dos horas, casi siempre cuesta arriba, por lo que tenía que hacer fuerza con los abdominales para no caer hacia atrás mientras mis piernas hacían fuerza para sostener la mochila en mi regazo. Como el asiento de la moto iba justo para dos viajeros y un mochilón, mi bullanga o culamen daba con la barra posterior, y a cada bote se me clavaba dolorosamente en la rabadilla. Yo exclamaba a cada salto y tras mucho tiempo viajando le dije al conductor que parara, que no podía más. Me puse entonces la mochila a la espalda, pero fue mucho peor, porque el desnivel de la carretera me empujaba hacia atrás y no tenía fuerzas para sostener la mochila.
Así, al poco de haber cambiado de posición, le tuve que decir al piloto que parara de nuevo para colocarme como al principio.
Destrozado, por fin a las 21h30 llegué al borde de la caldera del volcán donde se situaba el hotel que sería mi residencia por unas horas.
Cuando me bajé de la moto casi me caí al suelo porque el cuerpo ya no me respondía de lo dolorido y agotado que estaba. Afortunadamente, en el hotel tenían habitaciones baratas libres porque las caras tenían unos precios abusivos.
Me empezaron a acosar con preguntas de si quería ir al día siguiente en excursión hasta el mirador en coche, en mula o en moto, o si quería alquilar ropa de abrigo para las temperaturas gélidas del amanecer y cosas por el estilo. Yo solo quería beber algo de agua, y como no me la daban tras pedirla, les interrumpí bruscamente preguntando que dónde estaba el agua. Después pregunté por si era posible comer algo y me dijeron que no, que la cocina había cerrado mucho tiempo atrás.
Una vez bebido agua y té, el de la recepción me llevó fuera donde quería mostrarme el punto desde donde se veían las explosiones del volcán. En ese momento no había explosiones y yo solo percibía un negro absoluto y desconocía si era porque no se venía nada o porque mi estado moribundo me lo impedía.
Contraté una moto para que me llevaran al mirador del volcán antes del amanecer, lo que significaba que tendría que levantarme a las tres y media de la madrugada. Más acumulación a mi agotamiento.
Los del hotel me insistían una y otra vez para que alquilara, a un precio totalmente abusivo, un chaquetón para evitar el terrorífico frío de la mañana. Pero tanta insistencia me irritó y les dije que por la mañana ya vería qué hacía.
La habitación era de lo más patética y los baños eran aún peores. En la cama había una manta, pero cuando la cogí era tan delgada que sólo a un sádico se le habría ocurrido elegir ese modelo para un lugar tan frío.
Afortunadamente, en la mochila me quedaban unos pocos cacahuetes y dos galletas de chocolate, que junto con el agua fue lo que cené, mientras mi cuerpo tiritaba de frío y sentía un gran cansancio mezclado con un fuerte dolor en abdomen, piernas, brazos, cuello y bullarengue.
Para dormir me puse la ropa interior térmica, varias camisetas y camisas y me metí en el saco sábana. Por encima me puse la manta-papel-de-fumar doblada en dos, lo que daba justo para cubrirme, pero no me permitiría moverme de posición durante las escasas horas de sueño sino quería destaparme de forma irremediable.
En seguida me quedé dormido, aunque las cuatro horas no fue tiempo suficiente para recuperarme. En sueños oía las explosiones del volcán, que tras unos segundos llegaban en forma de vibraciones al hotel y hacían tintinear los cristales de la ventana.
En cuanto me levanté, me preparé un café para intentar combatir mi total atontamiento. A las cuatro de la mañana vino a buscarme el motorista y de nuevo me ofreció una chaqueta para evitar el tremendo frío, según él. Pero tras salir al exterior comprobé que no era tal: tan sólo se trataba de un fuerte frescor.
Pude comprobar cómo en el hotel había bastante gente y todos ellos estaban fuera cogiendo todoterrenos y motos para ir hacia el mirador.
El trayecto en la moto no fue muy largo, y cuando el motorista me dejó le dije enfadado que el precio que me había cobrado por tan pequeño trayecto era totalmente abusivo. Si hubiera llegado el día anterior a una hora aceptable, habría descubierto que hasta el mirador no había tanta distancia y que perfectamente se podía hacer caminando.
A todos los turistas nos dejaron en el final de la pista en buen estado, y hasta el mirador principal había que seguir a pié como un kilómetro. Allí había multitud de indígenas con sus mulas para los que quisieran no tener que llegar a utilizar nunca sus piernas.
Como todo el mundo iba pisando huevos, enseguida los adelanté y fui el primero en llegar al mirador, lo que me permitió sentarme cómodamente en un tronco cortado, el mejor sitio para observar el espectáculo.
El volcán Bromo está actualmente en erupción por lo que no es posible llegar hasta su cráter. El mirador está situado en un borde elevado de la enorme caldera que lo contiene a él y a otros volcanes ahora durmientes.
Al mirador hay que llegar todavía de noche para poder ver las rocas y la ceniza ardiente que son expulsadas en cada explosión, cosa que no se ve con la luz del día.
Cada pocos minutos había una nueva explosión que hacía temblar el terreno.
Como cuando llegué allí era noche cerrada, no conseguía ver absolutamente nada, salvo a lo lejos el resplandor rojo de las cenizas y rocas que eran expulsadas por el volcán, pero según fue llegando la luz del día pude ver el lugar increíble donde me encontraba, sobre la caldera volcánica y al fondo, el Bromo con otro cono volcánico a la derecha y un gran volcán al fondo.
También pude comprobar cómo el sitio que me había agenciado por llegar el primero, también me lo podría haber agenciado habiendo llegado el último, pues el tronco se situaba en el borde de un bonito precipio que de caer, habría llegado al fondo de la caldera sin mayor impedimento.
El espectáculo era grandioso y únicamente lamentaba el estar acompañado de tanto turista insensible, pues no hacían más que hablar y montar la escandalera, cuando el lugar merecía un silencio reverencial ante el poder de la naturaleza.
Cuando ya amaneció, muchos de los turistas, especialmente los japoneses, decidieron que ya habían tenido bastante sesión de volcán y se comenzaron a marchar. Yo en cambio, con la luz del día, lo que hice fue buscar la forma de llegar hasta un punto más alto para tener una visión aún más impresionante de aquel lugar. Así, busqué una estrecha senda que, con un gran desnivel en medio de un terreno negro y bastante resbaladizo, se elevaba unas decenas de metros sobre el mirador.
Allí me subí y seguí disfrutando de tan sobrecogedor lugar. Eso sí, convenía no dar ningún traspies porque eso podría significar el fin de mi viaje... en este mundo.
Después de un rato de admirar el paisaje procedí a regresar contemplando cómo todo el terreno estaba compuesto de ceniza negra que incluso cubría plantas y árboles.
En los bordes de la caldera había casas de madera y cultivos de hortalizas, todo ennegrecido por la actividad del volcán.
Tras hacer unas fotos en los alrededores, el motorista me llevó de nuevo al hotel. Pero esta escueta visita no fue suficiente para mi, así que di la vuelta y caminé por el impresionante borde de la caldera mientras el volcán seguía explotando y el humo que salía era cada vez más negro.
Recorrí los cultivos de los alrededores y todo el paisaje me parecía alucinante, porque me resultaba difícil entender que la gente se atreva a vivir en un lugar como aquel. La población del lugar es de religión hindú y llegaron hasta aquí refugiándose cuando la isla de Java se convirtió al islam y ellos prefirieron seguir con sus creencias y tradiciones de siempre.
Esta gente, como protección ante el frío en este entorno elevado (uno de los más fríos de todo Indonesia tras las montañas de casi cinco mil metros del interior de Papúa), van siempre con una manta por encima, nada de prendas como gruesos abrigos. Pareciera que, desde el siglo XVI, siguen sorprendiendose día tras día del frío que hace y, en lugar de agenciarse ropa adecuada, se echan la manta por encima y salen a hacer sus tareas.
Según pasaba el rato iba sintiendo que todo mi cuerpo se iba cubriendo de ceniza y me empezaba a picar pelo, ojos y nariz. Tenía las manos negras y sentía como si de alguna forma, los poros de mi piel se estuvieran tapando.
Tras recorrer con pasión los alrededores, volví al hotel y pregunté por el autobús de vuelta, el cual saldría desde el mismo hotel a las nueve de la mañana. Me aseé minimamente (nada de ducha, que el agua era ultra gélida) y rehice la mochila.
De nuevo en Probolinggo la suerte hizo que en vez de coger un autocar, me montara en una especie de autobus local que fue lentísimamente camino de Surabaya. Una vez más, a cada una de las múltiples paradas se subían vendedores y músicos, haciendo el viaje, además de duro, muy entretenido.
Cuando a la una y media de la tarde llegué a la estación de autobuses de Surabaya, la gente me preguntó que a dónde me dirigía, y yo sin saber realmente a dónde iba, les dije que quería saber por los barcos a Borneo.
Me llevaron a una agencia de viajes donde un señor menudo, casi anciano y muy amable, estuvo consultando sus tablas de barcos y me dijo que el próximo saldría al día siguiente por la tarde. Como yo no quería comprar el billete en el momento sin antes haber reposado y meditado, le dije que primero quería ir a un hotel cercano a dejar mis cosas y descansar un rato.
Me acompañó a un hotelito situado en un largo pasadizo techado de uralita y donde habían aparcadas centenares de motos.
Tras releer la guía y descansar un rato, me acerqué de nuevo a la agencia para comprar el pasaje del barco. El señor hizo varias llamadas y finalmente me dijo que al día siguiente no habría barcos porque se esperaba fuerte marejada en el mar de Java, así que tenía que esparar un día más para ir hasta Banjarmasin, una ciudad en el sur de Kalimantan, la parte indonesia de la isla de Borneo. Como no tenía más alternativa le dije que bueno, pero que entonces prefería comprar el billete al día siguiente, no fuera que cambiara de opinión.
Dado que me tenía que quedar en aquel lugar horrible dos días, decidí que sería buen momento para trabajarme un poquito el blog. En seguida busqué un cibercafé y lo encontré no muy alejado del hotel.
Lo cierto es que aquella zona de las afueras de Surabaya era un lugar deprimente. Caminé por los alrededores pero no encontré más que fealdad en dosis masivas, con un río contamínadísimo, mucha polución, y un tráfico endemoniado de motos, coches, camiones y autobuses que iban y venían constantemente de la estación. Las aceras eran casi inexistentes y las pocas que había estaban ocupadas por vehículos. Intenté caminar por una calle para ver a dónde me llevaba pero renuncié porque a cada momento temía ser atropellado, y es que en Indonesia la gente no acostumbra a caminar: para cualquier mínimo desplazamiento cogen la moto.
Afortunadamente, con el trabajo en el blog tenía mucho por hacer porque en otro caso, el estar alojado en aquel deprimente lugar hubiera hundido a cualquiera.
Al día siguiente me acerqué de nuevo a la agencia de viajes y compré el pasaje del barco que saldría a las seis de la tarde. El señor me dijo que estuviera en la agencia a las tres para embarcar con tiempo.
A la hora convenida del 9 de febrero me presenté allí de nuevo y el agradable señor me acompañó a un autobús de la estación, que en menos de media hora me dejó en la entrada del puerto.
Allí unos cuantos motoristas me ofrecieron llevarme hasta mi barco, pero a mi esa idea me pareció de lo más extravagante, por lo que me dirigí hacia un barco que veía detrás de los edificios que tenía enfrente.
A la entrada del puerto me pidieron mi billete y me dijeron que mi barco salía desde otro lugar, por lo que seguí la dirección que señalaba la mano de mi informante en indonesio.
Salí a una amplia avenida y caminé durante un rato hasta que me fui acercando a lo que parecía otra sección del puerto. Antes de entrar, un policía me preguntó que dónde iba. Le mostré mi pasaje y este se quedó mirándolo muy concentrado. Se levantó y se lo mostró a otros policías y hablaron entre ellos. Finalmente regresó y me dijo que mi barco ya se había marchado.
Mi sorpresa fue mayúscula, pues el barco debía partir a las seis de la tarde y no eran ni las cuatro. Le dije que eso no era posible, pero el me revatió dicendo que era perfectmante posible. Le pregunté que cómo podía haber sucedido eso y él me respondió que me podía acompañar a las oficinas de la naviera, que estaban cerca.
Caminamos durante unos minutos y me dejó en unas oficinas a pié de calle. Entré y le enseñé a la chica del mostrador mi pasaje y le dije que quería ir a coger el barco. Esta, que no sabía inglés, se puso a reir. Salieron más chicas, hablaron entre ellas y siguieron riendo.
Finalmente salió un tipo que sabía un poco de inglés y, mientras todas las demás reían, me dijo que mi barco ya se había marchado.
Yo no sabía qué hacer ante esa situación tan extraña, sólo acertaba a decirles que eso no era posible porque el barco partía a las sies y eran las cuatro. El hombre me dijo balbuceando que no me podía explicar porqué, pero que el barco ya se había marchado. Entonces salió otra persona de las oficinas, y con un mejor inglés me explicó que efectivamente, el barco ya había partido y que no me podía decir porqué, pero si quería, me podían devolver el dinero del pasaje, o comprarme un nuevo billete para un barco de otra compañía que saldría esa misma noche hacia Banjarmasin.
Le respondí que claro, que aceptaba, ¿qué podía hacer? pero a continuación y para mi aún mayor sorpresa, me sugirió que otra posibilidad era que me podían llevar al puerto y sin precio añadido, coger una barca que saldría a perseguir al barco hasta alcanzarlo.
Esta solución me pareció magnífica, apoteósica, muy preferible a la vulgaridad de haber llegado al puerto y que aún estuviera allí mi barco. Alucinado y emocionado con la situación, acepté y di las gracias por tan extraordinara resolución de mi caso.
Otro hombre de las oficinas me dijo que le acompañara y monté con él en un pick-up que me dejó en uno de los muelles del puerto. Allí se puso a hablar con otras personas y me monté en una barca. En esta ya había gente, más otras que después llegaron, y que estaban en mi misma situación. La barca se puso en camino saliendo por el enorme puerto. Tal era mi excitación que preferí quedarme en la proa para admirar la persecución que estaba presenciando, en lugar de meterme cómodamente en el interior de la embarcación.
Finalmente la persecución no fue tan emocionante, pues el barco, avisado supongo, aguardaba a la salida del puerto.
La barca se acercó a estribor del ferry y se abrió una puerta a unos metros por encima del nivel del mar. Entre movimientos oscilantes de la barca y con cierto peligro de caer al mar, todos los pasajeros perseguidores fuimos entrando. Yo me quedé el último, y menos mal, porque esa puerta daba a las bodegas del barco, bodegas que estaban abarrotadas de camiones pegadísimos y de vacas. Me las vi y me las deseé para pasar por allí, pues el espacio era tan estrecho que no cabía con la mochila. Por fin, y tras arrastrame entre camiones, saltar tuberías y evitar el ganado vacuno, mientras intentaba no respirar para no asfixiarme por el hedor, conseguí alcanzar las escaleras que me llevaron al nivel de cubierta.
Allí un policía me pidió el billete y me dijo que si quería camarote tenía que pagar un extra que triplicaba el precio de mi pasaje. Intenté sacar ventaja diciendo que no, que mi billete ya incluía camarote, pero no coló: me dijo que sólo me correspondía asiento, como muy bien indicaba el billete. Además no tenía donde dejar la mochila, pues en el barco no había un lugar específico para el equipaje, advirtiéndome que tuviera cuidado con mis cosas, no fuera que volaran (difícil, pues pesan una tonelada).
Tras un largo rato sentado incomodamente en una banqueta junto a la puerta y aferrado a mi mochila, me fui relajando y buscando solución para pasar mejor el trayecto de más de veinte horas hasta Kalimantan.
Encontré un banco medio vacío y le pregunté al nativo que allí había si me podía sentar, a lo que me respondió con una enorme sonrisa que por supuesto.
Coloqué la mochila, saqué la red antirrobos, la envolví y eché el candado.
Con tantas emociones estaba sediento, así que fui a comprar una botella de agua, pero me dijeron que no había agua, por lo que consternado, compré una botella de bebida isotónica. Pensé que las penurias que iba a pasar en ese barco iban a ser mayúsculas. Pero nada de eso, me lo pasé muy bien.
Más tranquilo salí a cubierta, pero el día estaba lluvioso con impresionantes nubes tropicales sobre mi cabeza, mientras otros barcos también navegaban mar a dentro casi en formación militar.
Con el pasaje se incluía cena y desayuno, así que cuando llegó la hora de la primera me dieron mi ración junto con un vaso de agua. Le dije a la persona que tenía delante si no me podía conseguir más agua porque tenía mucha sed y este, amable, se levantó y tras hablar con la tripulación me trajo más agua. Después estuve hablando largamente con él aunque no entendía latín y yo no entendía indonesio. Con un bonito croquis me recomendó qué lugares de los alrededores de Banjarmasin visitar: el mercado flotante al amanecer, el mercado de Martapura y las minas de Cempaka, donde se busca oro en el río de forma tradicional, con un gran plato donde se decanta y limpia la tierra con agua.
Con las emociones del día y el bamboleo del barco, al poco de cenar me entró un sueño tremendo. Inflé mi colchoneta-almohada de viaje y me tumbé en el banco donde estaba sentado. Un banco estrecho pero suficientemente largo para albergarme enterito. Me quedé dormido casi instanténamente para despertar tan solo diez horas después.
Cuando me levanté, todo legañoso, estaba algo aturdido. Me lavé la cara y de vuelta al salón, un chico de la tripulación me preguntó si había desayunado. Le contesté que no porque me acababa de despertar. A pesar de que la hora del desayuno había pasado hacía largo rato, habló con alguien de la cocina que me trajo mi rancho: arroz, pescado y café.
Una vez desayunado y desperezado fui saludando y hablando con muchos de los pasajeros del barco, explicándoles que era español, que sí, que la selección había ganado el campeonato del mundo de fútbol, que me llamaba Juan (Lluán) y que lamentablemente no hablaba indonesio.
Hablé con dos hermanos, Mammat V-it (chico) y Sia Anjink Berarah (chica), que se dirigían a Banjarmasin para ella trabajar durante un año, ahorrar, y luego volver a Java. Él hacía estupendos dibujos tenebrosos a boli que me estuvo mostrando.
Luego me invitaron a subir con ellos a cubierta a que nos diera el aire. Nos colocamos junto al puente de mando y como ví que el ambiente allí era distendido porque no estaba el capitán, me meti dentro y estuve observando atentamente todo el instrumental.
Después continué paseando por el barco, saludando y haciendo fotos a la gente. De vuelta al puente de mando, el chico me dijo que estaba dibujándome un retrato según su artístico punto de vista y antes de llegar a puerto, lo terminó y me lo regaló.
Frente a las costas de Borneo había una gran cantidad de paquebotes cargados con enormes cantidades de carbón y por lo que pude ir viendo, los barcos paraban junto a estos depósitos flotantes y se cargaban de combustible para sus travesías. Borneo tiene grandes reservas de carbón que son utilizadas tanto como combustible para los barcos como para la generación eléctrica: contaminación a tope.
Cuando ya se iban viendo las costas de Borneo al fondo, el agua del mar se fue tornando marrón y en ella flotaban gran cantidad de plantas. Lentamente nos fuimos acercando al puerto de Banjarmasin a dónde arribamos a las dos de la tarde.
Ya en tierra un grupo de motoristas me preguntaron que a donde iba; les mostré el nombre del hotel que había elegido en la guía y se la fueron pasando el uno al otro y cuchichearon durante un rato. Ya cansado de tanta cháchara les pregunté que si me llevaban o no y por cuánto. Uno de ellos me dijo una cifra extravagante, y sin nigún deseo de negociar tan descabellada cantidad les respondí que no gracias, y me marché.
Fuera del puerto le pregunté a otro motorista que accedió a llevarme por un precio normal. Cuando me dejó en el hotel, ubicado más bien a las afueras de la ciudad, resultó que estaba lleno. Pregunté por otro y me señalaron enfrente. Crucé la calzada y llegué a otro, de aspecto bastante lujoso. No estaba lleno, pero los precios eran demasiado altos para mi, así que me marché y seguí caminando por la calle, a la deriva y sin saber por donde tirar, en busca de un hotel donde alojarme.
Llevaba un rato caminando cuando de repente paró un coche a mi lado y de él asomaron Mammat V-it y Sia Anjink y me dijeron que montara, que ellos me llevarían a un hotel.
Mammat V-it con mi retrato terminado |
Molan las fotos del volcán.
ResponderEliminarCuídate.
Hey Juan, este artículo es la hostia. Felicidades. Gran historia y grandes fotos.
ResponderEliminarY joder, el enlace a Menea el Bullarengue es antológico. Es el mejor vídeoclip de la historia. Viva el KWAI y el señor Constante!!!!!!
Sigue palante.
S.T.
Pedazo de caricatura que te ha hecho el Mr Black Puma, se parece al asesino de la Katana. Como molan los medios de transporte tradicionales aunque a veces las cachas del culo sufren lo suyo.
ResponderEliminarQué afición por arrimarte a los precipicios y a los sitios con fuego.MUCHACHO QUE ESO ES PARA LOS BOMBEROS.
Un saludo extremeñil
y que tal era el hotel donde te llevaron Mammat V-it y Sia Anjink...??
ResponderEliminarSí, interesante aventura. Un abrazo,
María_A
Impresionante el volcán en erupción y sus alrededores. Alucinante la gente viviendo tan tranquila a su orilla y plantando sus berzas y sus zanahorias en la tierra negra.
ResponderEliminarEl dibujante no tiene dedos anular y corazón de su mano derecha, probe.
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