jueves, 28 de octubre de 2010

HANOI Y EL TÍO HO

Una vez que se marchó Ignacio camino de Sapa, yo me puse a caminar buscando hotel mientras iba rechazando las constantes ofertas de los motoristas por trasladarme a cualquier lugar. Tras pasar por varios que, o estaban llenos, o sobrepasaban mi presupuesto recomendable, llegué al hotel donde dos días antes habíamos contratado la esquelética excursión a la bahía de Halong, pero también estaba lleno. Me ofrecieron entonces ir a otro donde había sitio, así que esperé unos minutos y apareció un motorista para llevarme.



Cogió como pudo mi mochilorra y se la encajó entre las piernas y el manillar, y partimos hacia mi nuevo destino. El tamaño de mi macuto no le permitía asomar la cabeza por encima, por lo que la llevaba ladeada a la derecha mientras se asomaba por el lado izquierdo. Esta posición le daba un equilibrio inestable al conjunto, por lo que recorrimos las calles con constantes balanceos y apurados cruces con otros vehículos al borde del accidente que, si no fuera por mi ya larga experiencia en trayectos de susto, me habría atemorizado bastante. Aún así opté por no mirar al frente y pensar que si el tipo era capaz de conducir en esas condiciones, es que tenía experiencia en transporte de cargas peligrosas.
El hotel donde me llevó estaba más céntrico que el que había dejado, en una calle que casi daba con el lago Hoam Kiem, punto neurálgico de la ciudad.
Mi habitación estaba dotada con todos los adelantos de la vida moderna: baño, televisión, internet a buena velocidad, cama con sábanas limpias (esto no deja de asombrarme desde que salí de India), y lo mejor de todo: armario donde podía amontonar todas mis pertenencias. Además, el desayuno estaba incluido en el precio.
Una vez acomodado salí a buscar algo de cenar. Atolondrado como iba, no acerté a encontrar un lugar adecuado a mis posibilidades monetarias, cada vez más exiguas. Tras pasar por un Kenchuki Frinch Tricken en el que sólo les quedaban trocitos de pollo picantes, me decidí a cenar en un fino restaurante junto al lago, de esos donde el camarero está dispuesto a ayudarte en todo lo innecesario. Una vez llenado el buche, y como no me quería volver a la habitación precipitadamente, para rematar la faena me tomé un café en una terraza junto al lago, donde me dieron otro buen palo.
A la mañana siguiente di mi pasaporte para que me ampliaran el visado de Vietnam, pues no quería estar pendiente de su caducidad, teniendo en cuenta que estaría un cantidad indeterminada de días en Sapa, y que quería salir del país por su más remota y no siempre accesible frontera.
Despues del buen descanso de la noche, el día lo dediqué a pasear por Hanoi, capital de Vietnam.
En primer lugar me dirigí a una tienda oficial Olympus que había junto al lago y que había visto la noche anterior. Resulta que días antes, cuando estaba en la cabaña del parque natural de Yok Don (no confundir con Yoko Ono, la simpática artista vanguardista, cuya constante presencia desembocó en la separación de The Beatles, normal), tuve la infeliz idea de limpiar por dentro el visor de mi cámara con el pincel, quedando incrustado un horrible pelo del mismo, imposible de sacar sin desmontarla. Este hecho me producía una profunda sensación desasosegante, pues cada vez que iba a hacer una foto, contemplaba junto a la escena, una espantosa línea curviforme que atravesaba todo el panorama. Entré en la tienda a preguntar qué se podía hacer al respecto. Llamaron al técnico, ocioso en ese momento, y gratuitamente y en cinco minutos me devolvió la cámara en perfecto estado. No sé cuantas veces le di las gracias, y su buena acción me dejó feliz para toda la jornada.
Paseé por los alrededores del parque y por el islote que hay en su extremo norte, donde hay una pagoda. En este lugar en el siglo XV, una gran tortuga dorada le arrebató al emperador Ly Thai la espada con la que había expulsado a los chinos y se la devolvió a los dioses, ya que se ve que era de alguno de ellos. Desde entonces se llama Ho Hoan Kiem, el lago de la espada restaurada. Y lo cierto es que en el lago vivían tortugas gigantes, aunque la última vez que se vió una fue en el año 2006, por lo que me da a mí que ya se han ido todas con los dioses, vamos, que han palmado.
En los alrededores del lago siempre hay gran animación y colorido, pues la gente va allí a pasear, y las mujeres lucen sus bonitos y elegantes trajes vietnamitas que realzan su belleza, a mi parecer mucho mayor que la de los varones, que muchas veces son poquita cosa: así como enclenques y feotillos.
    

Después marché a caminar por las calles al norte del lago, llenas de vida y animación comercial. Esta es la parte vieja de Hanoi y está constituida por una red de calles tirando a estrechas y con bonitas casas de dos o tres plantas.
En Hanoi el comercio se sigue organizando por calles gremiales, por lo que según caminas, encuentras la zona de las mercerías, ferreterías, ropa, calzado, toallas, vajilla, motocicletas, cascos o alimentación. Dado que normalmente la gente necesita comer todos los días, y a veces más de una vez, este gremio es el más común y extendido, distribuyéndose principalmente en los aledaños del mercado central. Todas las calles de alrededor estan cubiertas por tiendas y puestos de venta de alimentos, no todos muy apetecibles, cargando el ambiente de aromas, pestilencias y exotismo proteínico.
En la calle de las papelerías me compré un fuerte y caro pegamento que utilicé para mis zapatos nuevos de trekking, cuyas suelas se estaban despegando irremisiblemente. En ellos vertí la mitad del tubo y el resultado, aparentemente, no pudo ser más satisfactorio: suela y horma quedaron unidos como nunca antes lo estuvieron.
      



Caminé hasta que mis pies echaron humo, lo que era normal dada la mala calidad de mis sandalias de Saigón. Las protecciones con esparadrapo de planta y tendón que llevaba ya durante varios días no evitaron que las ampollas cogieran nuevos brios.
Ese día y ya todos los demás que estuve en Hanoi, comí y cené en una bonita terraza de la primera planta de un edificio junto a mi hotel, y en el que había una extensísima y suculente carta, además de cerveza de barril y todo a precios muy competitivos. De tanto que fui, ya todo el mundo me saludaba, y según llegaba, me iban preparando la cerveza para restituir mi equilibrio hídrico.
Un día me encontré allí con Jack, un norteamericano que vive en Vietnam en temporada alta organizando excursiones en moto para mayores de 30 años. Hablando sobre Hanoi, le comenté  que la única pega que se le ponía a esta bonita ciudad es la excesiva cantidad de motocicletas que circulan constantemente por todo lugar y que arrebatan al peatón cualquier espacio libre.  Me comentó que esta situación viene desde algo más de cinco años atrás cuando a todo el mundo le dio por comprarse una moto, ya que antes Hanoi era un lugar mucho más tranquilo y delicioso porque todo el mundo se desplazaba en bicicleta. En una ciudad perfectamente plana y de dimensiones abordables, el abandono de la bici es muestra de una estupidez mayúscula, pero es el sino de estos tiempos en el que el mundo se arrodilla ante los dioses del petróleo.


El domingo 24 de octubre lo dediqué a visitar los monumentos más representativos de Hanoi y cuando me dirigía a pie al Templo de la Literatura me encontré con Michael y su novia (perdonádme, pero se me volvió a olvidar el nombre, dios), los alemanes que había encontrado en la primera noche en la excursión por las tierras altas, y quedé con ellos para cenar en mi restaurante favorito.
El Templo de la Literatura fue la primera universidad de Vietnam y data del siglo XI. En su recinto hay edificios tradicionales, parque, lago, y tortugas que sostienen lápidas donde están inscritos los alumnos que pasaron por sus aulas. Su visita es obligatoria, tanto para el turista como para los propios hanoiers. Aquí vienen los novios, y también los grupos de chicas a fotografiarse vestidos con sus mejores galas. En Vietnam hay mucha tradición de hacerse fotos, y fotos, y más fotos en plan guapetón, y no como yo, que me  las hago con unos pelos de mírame y don't touch me.



Después me dirigí hacia el Complejo del Mausoleo de Ho Chi Minh que no anda muy lejos.

DANGER: BREVÍSIMA HISTORIA DE HO CHI MINH

Nacido como Nguyen Sinh Cung y también conocido como Nguyen Ái Quôc, Ho Chi Minh empezó como cocinero, salió de Vietnam y trabajó en EE.UU., Inglaterra y Francia, donde fue uno de los fundadores del partido comunista francés. En su militancia política vivió también en la U.R.S.S., China y Tailandia y después regresó a Vietnam y lideró el Viet Minh, el movimiento de resistencia anti colonial que consiguió echar a franceses y a japoneses del territorio, convirtiéndose en presidente de la nación. En 1954 se celebró la cumbre de Ginebra donde se estableció que en 300 días se partiría temporalmente Vietnam en dos, el norte comunista y el sur no, lo que provocó que en ese periodo cerca de un millón de personas del norte, en su mayoría católicos y anticomunistas, se desplazaran al sur, y un número mucho menor fueran del sur al norte. En esa cumbre se estableció un referendum sobre la reunificación de Vietnam que nunca se llegó a celebrar, y que desembocó en la segunda guerra de Indochina, más conocida como guerra de Vietnam (el resto de la historia la puedes leer en el artículo sobre Saigón).
Ho Chi Minh seguía las políticas de esos líderes tan adorables llamados Stalin y Mao Ze Dong, y siguió liderando la guerra contra el sur para la reunificación de Vietnam, hasta que en 1969 murió de paro cardiaco a la edad de 79 años.
Había dejado escrito en su testamento que se incineraran sus restos y fueran esparcidos en varias colinas del país, pero los miembros de su gobierno, siempre obedientes, decidieron que ese pedazo de carne debía conservarse imperecedero por los siglos,  lo embalsamaron y construyeron un mausoleo al estilo de los de Lenin y Mao.
Además de estadista, Ho Chi Minh fue poeta y humanista con contribuciones en la cultura, el arte y la educación de Vietnam. En 1987 se celebró el centenario de su nacimiento patrocinado por la UNESCO. Ho Chi Minh, a falta de una religión oficial, es la máxima figura de culto en Vietnam y se le llama normalmente Tío Ho (Bac Ho) y aparece en todos los billetes, cartelones y panfletos del país.

FIN DEL DANGER

En el complejo se encuentra el Museo de Ho Chi Minh en un espléndido, aparatoso y moderno edificio. En él se exhiben documentos, objetos y propaganda sobre el líder y la revolución. Como cuando llegué quedaban excasos 30 minutos para su cierre y además había que pagar por la lavadura de coco, decidí postergar mi visita para quizás, mi siguiente reencarnación. Me acerqué al mausoleo, el cual estaba cerrado como todos los años por estas fechas por no sé qué razón, y además no me podía ni siquiera acercar a sus muros por el típico celo  exhacerbado comunista. Delante del mausoleo se extiende una gigantesca plaza de esas destinadas a grandes marchas militares y demostraciones de poderío militar, que ese día estaba bastante tranquila.
Dentro del complejo también se encuentra la famosa pagoda del pilar (no confundir con la pagoda de Zárágózá), que a mi me resultó decepcionante porque: uno, el pilar es tan grueso que podría sostener un rascacielos; dos, la escalera de acceso es tan gruesa que le quita cualquier aire de ligereza al conjunto; y tres, el lago que lo rodea estaba sin agua. Así que no voy a poner ninguna foto de este engendrillo religioso.


 

Continué mi visita a la ciudadela, de la que de su construcción original apenas queda una pequeña parte, y por el parque de Lenin.
De tanto caminar ese día quedé totalmente agotado, así que cuando regresé a la habitación estuve un buen rato descansando antes de salir a cenar y encontrarme con mis amigos alemanes, los cuales no aparecieron.
Cuando ya había salido del local me los encontré y me explicaron que no habían llegado porque se les había hecho tarde, pero juntos nos fuimos a tomar unas cervezas en la calle sentados en unos taburetes, en la esquina de un barecillo. Y lo que es el efecto turista: cuando nos sentamos allí éramos los únicos extranjeros, pero cuando nos marchamos los únicos clientes eran ya foráneos. Y esto es algo que suele suceder: a los turistas les da confianza ver a otros congéneres en un local, porque normalmente si ven sólo gente del lugar no se atreven a quedarse.

Los días siguientes los dediqué basicamente a estar encerrado en mi habitación poniendo al día las fotos y el blog, y gracias a la buena velocidad de internet, a ver los capitulos de Muchachada Nui que me había perdido al salir de viaje y a descargarme los podcasts de mi programa favorito de música de Radio3, el difunto Aún no me he repuesto, que los cabrones de la dirección de la cadena suprimieron de forma repentina en su clara política de hundir la radio pública. Espero que se quemen en el infierno de las microondas.

Aún me volví a encontrar un día más con mis amigos alemanes en mi restaurante favorito, y después de cenar nos fuimos a un pub llamado Mao's Red Lounge, una parada muy recomendable para tomarte un cocktail si pasas por Hanoi,  se trata de un espacio de arquitectura y decoración oriental con música gringa (por cierto, al final ¿quién fue el que ganó la guerra?).


El día que me encontré con Jack en el restaurante (el norteamericano motorista de las montañas del Vietnam) me dijo que por el lugar por el que yo quería cruzar la frontera con Laos es realmente remoto y que no debía confiar en ir hasta allí sin visado laosiano ,pues la situación cambia a cada instante, y podría ser que llegado a ese punto no pudiera cruzar, por lo que me recomendó que primero me pasara por la embajada de Laos en Hanoi y preguntara por aquel puesto fronterizo.
Mi último día de estancia en Hanoi consistió en dejar mi mochila en consigna del hotel y visitar la embajada de Laos. Allí me confirmaron que podría obtener sin problema el visado en el puesto fronterizo de Tay Trang, por lo que acto seguido me dirigí a la estación de trenes de Hanoi y compré un billete para Lao Cai, la ciudad del norte desde la que se llega a las montañas de Sapa.
El resto del día lo dediqué a visitar los pocos lugares que me quedaban pendientes de la ciudad, como la catedral catódica y sus alrededores.
        

Por la noche, a eso de las 21 horas, partiría mi tren hacia Lao Cai. Me dio muy buenas sensaciones y recuerdos el llegar a mi compartimento de cuatro y sentarme allí comodamente a la espera de su partida. Muy distinto a los incómodos, sucios, duros y ruidosos trenes de la India, este era la viva imagen de mi querido Transiberiano, en el que meses atrás, cuando todavía era casi joven, atrevesé esa planicie de tundra helada con buenos amigos, cerveza y vodka.


2 comentarios:

  1. En Sapa no te acordarás de los millones de motos de Hanoi. Eso sí, ten mucho cuidado. Los vehículos de las montañas no son tan expertos conductores. ¡¡¡Buen viaje!!!

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  2. A mí me gustas con esos pelos a lo afro con los que salesen las fotos, tienes un aspecto my aventurero.
    Un saludo Donbenitense

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