viernes, 22 de octubre de 2010

VIAJANDO A BUEN RITMO: HOI AN, HUÉ Y LA BAHÍA DE HALONG

Después de una noche en que no descansé mal para hacerlo en un autobus y con los pies mojados, llegué al amanecer a Da Nang, la tercera ciudad de Vietnam. Como este lugar no tiene demasiados encantos quería irme directamente a Hoi An. Preguntando encontré un pequeño autobus urbano que saldría casi inmediatamente.
Tras hora y pico de viaje, nada más llegar a mi destino, me tomé un café en unas banquetas de la estación de autobuses y luego cogí una moto que me llevó hasta un hotelito en el centro de la ciudad.

Hoi An o Faifo, como se la conocía antiguamente, fue el puerto comercial más importante de Vietnam en los siglos XVI y XVII. Después su actividad se desplazó a la cercana Da Nang por lo que el lugar quedó adormecido durante centurias. La ciudad es una joya en Vietnam porque se ha mantenido con las mismas edificaciones de estilo chino y el mismo trazado de calles desde su época de esplendor, algo que no suele suceder en un país poco interesado por conservar la huella del pasado. El lugar es patrimonio de la humanidad.

Una vez acomodado y descansado un rato en la habitación, salí a conocer este retazo de historia. En sus calles realmente se respira el ambiente añejo pues todos los edificios son viejos pero restaurados, de una o dos plantas, en madera y yeso y de estilo chino con patio interior. Una importante parte de estos edificios ahora son tiendas, galerías de arte, restaurantes y cafeterías.
Las calles son casi tranquilas y tan solo incordian las omnipresentes motocicletas. En este país debe haber el mismo número de humanos que de máquinas.
Hoi An tiene hoy en día un pequeño puerto turístico para barquitas de paseo y un par de puentes que conectan con sendas islas donde se ubican tanto los más caros hoteles como las familias menos pudientes, en una configuración de calles con mucho menor atractivo que la parte tradicional.




Almorcé en la calle del puerto pues allí se anunciaban grandes ofertas de cerveza de barril, y eso a uno siempre le convence.
Despúes continué caminando y como vi que en muchas tiendas vendían sacos sábana de seda y de 2,20 metros de largo por un precio buenísimo, me decidí a comprarme uno. Yo ya venía equipado de casa con uno, pero se me quedaba un poco corto.
En la ciudad también hay numerosas tiendas de ropa y calzado a medida. Mirando en las zapaterías por fin encontré un lugar donde vendían zapatos de trekking. Entré a preguntar y resultó que lo que allí tenían era una muestra, así que si quería unos tenían que tomarme medida y hacerlos. Les dije que no podía ser porque yo me marchaba al día siguiente por la mañana, pero me respondieron que lo podrían tener para ese mismo día. Como andaba apurado con mi calzado los encargué pagando la totalidad de su precio. Error.



Por la tarde continué recorriendo el lugar hasta casi visitar cada una de las calles. Cuando regresé a la zapatería para recogerlos salió el dueño y me dijo que cuando hice el encargo elegí unos zapatos de mujer y que para mí el modelo variaba un poco, pero que su hermano estaba trabajando muy duro para hacerme unos zapatos buenísimos, y que si no me importaba, esa noche, sobre las 22h, me los llevaban a mi hotel. Le respondí que no me importaba mientras que los zapatos fueran buenos.
Este día además había estado utilizando mis flamantes sandalias nuevas compradas en Saigón, y gracias a ello tenía la planta de los piés escocidas por el roce con el penoso plástico con que estaban hechas.

Por la noche me fui a cenar a un bonito y caro restaurante porque tenía wifi. Cuando iba a salir para estar en el hotel a la hora de la entrega de los zapatos, se puso a llover con tremenda virulencia inundando las calles, por lo que tuve que aguardar casi una hora. Cuando la cosa se aplacó ligeramente me volví al hotel y allí ya me habían dejado los zapatos.
Emocionado, en mi habitación me dispuse a revisar mi adquisición. Horror: el modelo de zapato que me habían hecho era uno que no me había gustado nada cuando lo vi en la tienda. Además no sé porqué me tomaron medida del pié, ya que la talla era como dos más, aunque afortunadamente este exceso de tamaño evitaba que mis dedos toparan con una pronunciada arruga del material de la puntera del zapato derecho. Por si fuera poco no parecía que la suela estuviera muy bien pegada.
Opté por no tocar más tan delicados ejemplares del arte del calzado vietnamita hasta el día siguiente, pero para acostarme decidí probar mi nuevo saco sábana de seda de un bello y sensual color gris eléctrico. Una vez sacado de su funda procedí a comprobar la autenticidad de la seda. Veredicto: falso, realmente se trataba de nylon. Bueno, no pasa nada, pensé, lo importante es el tamaño... cuando me fui a meter resultó que era más pequeño que el saco sábana que ya tenía. Mierda al cuadrado.
Me acosté fastidiado porque en Hoi An en lugar de comprar, me había dedicado basicamente a tirar el dinero. En fin, el día siguiente sería otro día, creía.


El 18 de octubre me desperté bien tempranito para coger un autobus que me llevara a la ciudad de Hué, ya que un día es suficiente para visitar Hoi An.
Me calcé mis flamantes y lamentables nuevos zapatos, y al pagar en el hotel, hubo una confusión con las vueltas y yo salí de allí pensando que había perdido algunos dongs en el lance. Pero cuando estaba en el bus, llamaron por teléfono a la persona que me había guiado hasta el mismo y me puso al aparato. Allí, una mujer vociferante me decía que no había pagado el hotel. Sorprendido le dije al dueño del teléfono que yo había pagado, que venía precisamente de eso. El tipo me dijo que debía ir al hotel a pagar y yo le dije que no iba. Al rato apareció en el autobus la dependienta del hotel echándome una tremenda bronca y diciendo que yo era una mala persona porque no había pagado. Mi sorpresa era mayúscula, le explicaba lo que parecía obvio, que había pagado y le había pagado a ella. La chica me decía que si hubiera pagado no habría ido a buscarme dejando el hotel solo (esta era una razón con fundamento) y al final no me quedó remedio que (según mi opinión) pagar una segunda vez, por lo que me fui de Hoi An con muy malas sensaciones por haber comprado mierda al por mayor y pagado dos noches de hotel, habiendo estado solo una.

En unas tres horas el autobus me dejó en Hué, la antigua capital del reino de Vietnam con la dinastía Nguyen, entre 1802 y 1945. Siguiendo las indicaciones de la guía de viaje llegué a un hostal pero no me convenció mucho, por lo que haciendo caso a las recomendaciones del motorista, me dejó en un agradable y pequeño hotel totalmente equipado, tanto, que hasta tenía la TVE internacional. Por fin, después de largos meses, podría ver de nuevo Corazón-Corazón.
Este día no me encontraba muy católico y sí catódico por lo que tras un breve paseo por los alrededores y almorzar me quedé en la habitación descansando. Para el día siguiente contraté una excursión en barco por el río Perfume en el cual visitaría las tumbas de los reyes de Vietnam que están enterrados en llamativos mausoleos a lo largo de su ribera.
En la tele anunciaron la transmisión del partido del Campeonato de Champiñones entre el Real Madrid Chulos Club y el Milan Old Stars AC y decidí quedarme a ver tan bizarro encuentro. Esto suposo que a la postre me acostara como a las cuatro de la madrugada (por la diferencia horaria, claro), así que no es de extrañar que al día siguiente, cuando ya estaba navegando por el río, me diera cuenta que no había cogido la cámara de fotos.
Fué un paseo agradable y algo somnoliento en el que paramos para ver una estupenda exhibición de artes marciales vietnamitas en la que más valía que a los contendientes no se les escaparan ninguna espada, lanza o luchango, pues al que le diera sería hombre muerto.
Le pregunté al guía sobre la palabra Kung-Fu que había mencionado en la presentación del espectáculo. Me explicó que esta palabra china significa "algo que está muy bien", así en general, por lo que esta expresión se aplica tanto a cosas estupendas, como una buena cena, o a las artes marciales en general porque suponen un seguro de vida para quien las practica. En Vietnam casi toda la población sabe luchar y eso les ha asegurado durante siglos su independencia.
La jornada trancurrió visitando varias tumbas de reyes y una fábrica de gorros cónicos e incienso. Yo sin cámara no podía hacer ninguna foto, of course, así que varié lo que tenía pensado para el día siguiente.
Además de las tumbas reales, Hué tiene la ciudadela: el palacio donde vivían los reyes del Vietnam, y mi intención era haberlo visitado el segundo día por mi cuenta, pero finalmente decidí contratar otro tour en el que por la mañana se visitaban las tumbas (de nuevo) y por la tarde la ciudadela.
Y eso fue lo que hice mi segundo día en Hué: armado con mi cámara y todos sus accesorios, y con mis zapatos mal construidos en Hoi An me lancé de nuevo a la aventura en un autobus con turistas y guía. Allí me encontré con Ana, una chica de Bilbao que andaba también conociendo estas tierras y con la que pasé una jornada turística muy agradable.


Desgraciadamente en esta segunda jornada organizada no visitamos la exhibición de artes marciales y me quedé sin las que hubieran podido ser unas fotos muy espectaculares de guerreros dándose mamporrazos.
Hicimos la visita a tres tumbas, cada una diferente. La más que más me llamó la atención fue la de Tu Duc, que fue como el Versalles de Vietnam, con muchos edificios, jardines y lagos. Aquí el emperador tuvo cientos de cortesanas, casi una para cada día del año. El tipo era un enclenque y descansaba dos días por semana de sus ejercicios amatorios, a pesar de lo cual tuvo cientos de hijos. Para los vietnamitas era un orgullo que una hija suya fuera concubina del emperador, por lo que estas iban (en principio) muy contentas y dispuestas al palacio a pasar allí unos años y a procrear.

La tumba del último emperador, Khai Dinh, está algo más distante de la ciudad y es mucho más pequeña en superficie, pero está repleta de esculturas de guerreros y el interior del pabellón mortuorio es como un palacio al estilo francés.



Tras las visitas de la mañana paramos para almorzar y después nos dirigimos a la ciudadela, un gran espacio amurallado, muy diáfano y lleno de pebellones que constituían el centro administrativo de Vietnam.
Antes de entrar, Ana se encontró con Ignacio, otro español con el que había compartido algunos días de viaje por el país y que para visitar Hué había decidido el uso de la bicicleta.



Por último dimos un paseito por el río Perfume que finalmente nos dejó en el embarcadero principal de la ciudad.
Como Ana quería cambiarse de hotel para la última noche, yo le recomendé el mío y allí la llevé. Lo curioso del caso es que ella quería haber marchado ese día a Hanoi, como yo, pero cuando quiso comprar el billete de autobus le dijeron que no era posible porque un tifón estaba golpeando las costas y la carretera estaba inundada. Finalmente compró un pasaje de avión para el día siguiente que le dejó las finanzas algo temblorosas. Yo sin embargo, tenía mi billete de autobus que lo había comprado sin ningún tipo de aviso o impedimento.

A las 17h30 embarqué en el autocar cama, un vehículo compuesto de literas reclinables en lugar de asientos para hacer trayectos nocturnos; y es que el viaje hasta Hanoi desde Hué tarda más de doce horas.
Estando ya situado en mi asiento-cama llegó Ignacio, el compañero de Ana, que también se dirigía a Hanoi y que se colocó a mi lado. A las pocas horas de haber salido, el autobus paró para que cenara la clientela y después reinició el camino ya sin paradas. En el trayecto ni nos alcanzó el tifón ni nos sumergimos en medio de una riada. O eso creo, porque dormí profundamente.

Nada más llegar a Hanoi, el bus nos dejó junto a un hotel en la parte antigua y más bulliciosa de la ciudad. Como Ignacio iba con los días bastante contados y yo no quería tener que extender mi visado, nada más llegar preguntamos por excursiones a la Bahía de Halong. Resultó que la salida sería en media hora, así que ni cortos ni perezosos, y tras una habilidosa negociación económica de Ignacio, contratamos la excursión de dos días y una noche para ese mismo momento.

Así que algo después de las 8 de la mañana del día 21 de octubre cogimos un minibus, y más apretados que otra cosa nos dirigimos en un trayecto de unas tres horas hasta Halong.
Llegamos a unas grandes instalaciones destinadas a encauzar con agilidad a las hordas de turistas que se dirigen al interior de la bahía. Aquí no tienen cabida los viajeros independientes, pues todo el que viene debe embarcar en un navío para turistas y es mejor haberlo contratado desde Hanoi, pues en Halong los precios son mayores.
Mientras permanecíamos a la espera, un charlie en cuclillas se acercó a mis flamantes zapatos nuevos con un bote de pegamento en la mano y yo le repelí como pude, pues el tipo insistía en aplicar su solución adhesiva sobre mi. Después,pude contemplar como, efectivamente, los zapatos andaban ya despegándose y eso que el máximo esfuerzo realizado había sido un tour en barco y otro en autobus por Hué.
Tuvimos que esperar un rato en el embarcadero de la había hasta que nuestro guía se aclaró con los diferentes excursiones que había contratado cada persona del grupo, pero finalmente nos metieron en un pequeño pero bonito barco de madera que en seguida comenzó su navegación hacia el interior de la bahía, mientras nos daban de comer una sabrosa pero excasa ración de comida vietnamita. En la mesa, Ignacio y yo coincidimos con un alaskeño, un tipo mayor de aspecto aventurero que nos comentó diferentes aspectos de tan norteña y fría región.
La conversación continuó después en la cubierta superior del barco cuando nos metimos de lleno en el interior peñascoso de la bahía, cuya silueta es conocida en todo el mundo por tratarse de uno de esos paisajes únicos y espectaculares del planeta (y que también es patrimoño de la humanité).
La Bahía de Halong ocupa más de 1.500 km2 y está constituida por casi 2.000 islotes rocosos y que en muchos casos albergan cuevas de naturaleza kárstica (que tienen estalactitas y estalagmitas).

Lo primero que hicimos al adentrarnos en la bahía fue parar en el puerto del islote de Thien Cung, que tiene una impresionante cueva de altísimas paredes y las más diversas formas kársticas. El sitio está perfectamente acondicionado para que el turista lo recorra en un tiempo record y no se formen atascos con los siguientes rebaños que no dejan de llegar.

 

Después seguimos navegando a buen ritmo y paramos en medio de un gran conjunto de islotes y donde habían casas flotantes de la gente que vive allí de la pesca y del turismo. En seguida se nos acercaron embarcaciones para vendernos productos del mar como plátanos, manzanas o papayas. Allí los que quisimos pagamos para montar en una barquichuela y adentrarnos en el interior hueco de un par de islotes.
La capitana nos ofreció la posibilidad de bañarnos y de buena gana lo habría hecho de haber llevado el equipamiento, o sea, el bañador puesto. Sólo lo hizo uno de los pasajeros al que se ve que le gustó tanto el baño que no volvió a subirse a la barca, sino que prefirió volverse a nado hasta el barco, perdiéndose el resto del recorrido.


De vuelta en el barco, el que se había dado el chapuzón y su amigo sacaron unas marionetas y estuvieron rodando en vídeo una escena. Yo les estuve ayudando con el muy artístico papel de sujetarle la libreta de los diálogos al marionetista.

Después marchamos hasta la isla de Cát Bà pero sólo para que se fueran algunos de los pasajeros y entraran otros que iban a pasar la noche en el barco. Allí, mientras estabamos atracados, desde el barco Ignacio compró agua y cerveza a unas mujeres en el muelle, pero el barco comenzó a marchar antes de terminada la transacción. Las vendedoras, arpías como ningunas, en lugar de darle rápidamente el cambio de dinero y la bebida comprada, prefirieron hacerse las pusilánimes y quedarse paradas, por lo que el barco se marchó sin el dinero ni las bebidas, para tremendo enfado de Ignacio que prometió vengarse a partir de entonces con cada vendedor que encontrara en Vietnam.


La cena fue muy entretenida conversando con unas alemanas muy divertidas, una de las cuales era profesora de español, por lo que me entendía con ella mejor que con las otras. Después en la cubierta del barco y ya en medio de la noche seguimos charlando, pero finalmente nos fuimos a conversar con una pareja de cuatro médicos españoles que se habían subido en última instancia en el barco. Además, para mayor alegría, iban equipados con varias botellas de vino de Dalat que consumimos con avidez.
Yo aproveché la maravillosa y plácida noche entre los islotes de la bahía de Halong para sacar por una vez mi trípode y fotografiar el entorno.

Entre las idas y venidas habíamos extraviado la llave de nuestro pequeño camarote, y si finalmente pudimos dormir en él fue porque Ignacio se coló por la ventana y pudo abrir la puerta desde el interior.
Nos acostamos muy tarde y eso que a la mañana siguiente nos queríamos levantar para dar un paseo en canoa por los peñascos de alrededor. La cita era a la temprana hora de las seis de la mañana.


El paseo de 40 minutos, no disponíamos de más tiempo, fue estupendo y tranquilo pues las aguas de este lugar son extremadamente reposadas. Rodeamos uno de los islotes y nos acercamos a alguno más. Nos intentamos introducir en una cueva, pero el final de la misma coincidía con su principio.
Una vez desayunados, el barco se acercó a un islote con mirador y playa artificial al que para acceder había que pagar, por lo que opté por no ir y dormir en cubierta lo que no había dormido por la noche.

El barco permaneció allí parado más de una hora y después, en marcha calamitosamente lenta, se fue acercando a puerto para dar por finalizada esta raquítica excursión a la bahía de Halong. Y es que aquí está todo planificado para ofrecer al turista lo mínimo posible sin que llegue a quejarse: el acceso al camarote solo es posible por la noche porque antes no te lo asignan, y a la mañana siguiente te dicen que desalojes porque tienen que limpiar. En su interior sólo hay electricidad en esas horas nocturnas y el agua de la ducha es excasa y fría. La comida también es excasa: está rica pero te quedas con hambre, y las bebidas no están incluidas (ni siquiera el café del desayuno). Además el barco, en lugar de ir navegando por la bahía para mostrar al viajero la belleza del lugar, para en unos pocos lugares y de ahí ya no se mueve. Y todo esto con el clásico sistema de trato al turista como oveja de un rebaño.


Tras llegar a puerto nos reunieron a todos en un minibus donde no cabíamos y ya camino de Hanoi, paramos en un restaurante para comer el almuerzo que estaba incluido en el precio. Aquí la comida ya estuvo realmente bien y luego en la vuelta coincidí en el asiento con Manu (percute aquí para ver su blog), un español que trabaja en la embajada en Islamabad, Pakistán, y que me estuvo contando lo que piensa de esa gente, pocas cosas buenas, y eso que él está casado con una pakistaní. Como trabaja lejos del hogar, dispone de dos meses de vacaciones al año, lo que le da para viajar por todo Asia (cada vez le quedan menos sitios por conocer) y para pasar algún tiempo en España. El tipo, muy majete, es todo un charlas profesional: yo me andaba quedando dormido por el cansancio acumulado pero él no dejaba de sacar nuevos comentarios y temas. Al final pasé un muy entretenido viaje de vuelta a Hanoi.
Ya en la capital, Ignacio quería marchar directamente hacia la estación de trenes con la esperanza de poder comprar un billete para Sapa esa misma noche, mientras yo pretendía quedarme. Allí nos despedimos hasta la próxima, pero quedamos en consultar el correo esa tarde por si él no encontraba billete y se tenía que quedar en Hanoi. Como no tuve noticias de él, entiendo que llegó sin mayor contratiempo a las montañas del norte de Vietnam.
Ya solo, me puse a buscar un hotel donde reposar y me costó algo dar con uno adecuado, pues si no estaba lleno, era muy caro.



5 comentarios:

  1. Los vietnamitas nunca han tenido fama de buenos zapateros y menos haciendo zapatos a medida, haciendo sacos-sábana tampoco se les reconoce la labor, aunque he oído hablar que son muy formales en la venta callejera y cobrando en los hoteles: EL CLIENTE SIEMPRE TIENE LA RAZÓN.
    Un saludo vietnamita.
    EMILIO

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  2. ¿Puede ser este el hablador "hispano-pakistaní"?
    http://locurassinfronteras-miguel.blogspot.com/

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  3. Edito: Ya veo que sí lo es, he visto tu comentario en su blog. Un saludo desde las Rías Baixas.

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  4. He ampliado la única foto en que se pueden apreciar tus artesanales zapatos de treking. Chico, hacen buena pinta...con un poco de araldit estarán perfectos. Además precio por precio...zapatos grandes ! La bahia de Halong es una pasada. Saludos desde Lleida. Dani

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  5. Hola Manu: me alegro que hayas conectado con mi blog, y sí, eres tu el hablador hispano-pakistaní. Por cierto, que voy a retocar un poco el texto del artículo para que aparezca tu nombre (es que tengo una cabeza...). Saludos.

    Sobre los zapatos: en los próximos capítulos podréis leer el final apoteósico de mis estupendos zapatos "a medida".

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