Ante de salir de Hanoi, mi cómodo y bonito compartimento del tren no tardó en llenarse con una pareja de ingleses y una chica vietnamita. Yo me había llevado algo de picoteo para la cena y tras esta, y con el tren ya en marcha, poco más me quedó que hacer que tumbarme en la litera y plácidamente quedarme dormido mientras escuchaba alguna tonada en mi emepetrés comprado meses antes en la convulsa Cachemira.
El viaje hasta Lao Cai, junto a la frontera norte con China, dura casi nueve horas y las pasé dormido y durmiendo, como le gustaría especificar al usualmente malhumorado, horondo, fallecido e insigne escritor, premio Planeta (entre otros), Camilo José Manuel Juan Ramón Francisco de Gerónimo Cela Trulock.
A las 5h45 del día 28 de octubre llegué a Lao Cai. Medio zombi salí de la estación y en la explanada de su entrada, un gran número de coches y minibuses permanecían a la espera de servir al ciudadano en sus desplazamientos por esta montañosa área. Tras un pequeño regateo que dejó el precio en su lugar más justo, me monté en un minibus que en poco más de una hora me dejó en Sapa, la principal villa turística de este alejado lugar, y centro neurálgico de comercio de las tribus de las montañas de alrededor.
El viaje hasta Lao Cai, junto a la frontera norte con China, dura casi nueve horas y las pasé dormido y durmiendo, como le gustaría especificar al usualmente malhumorado, horondo, fallecido e insigne escritor, premio Planeta (entre otros), Camilo José Manuel Juan Ramón Francisco de Gerónimo Cela Trulock.
A las 5h45 del día 28 de octubre llegué a Lao Cai. Medio zombi salí de la estación y en la explanada de su entrada, un gran número de coches y minibuses permanecían a la espera de servir al ciudadano en sus desplazamientos por esta montañosa área. Tras un pequeño regateo que dejó el precio en su lugar más justo, me monté en un minibus que en poco más de una hora me dejó en Sapa, la principal villa turística de este alejado lugar, y centro neurálgico de comercio de las tribus de las montañas de alrededor.
No me compliqué mucho la vida, estaba el día lluvioso y frío, y allí donde me dejó el bus arrendé la habitación tras una breve discusión sobre el precio. Se trataba de una amplia y bien equipada habitación salvo por un pequeño detalle, la calefacción, que no tenía. El lugar era espléndido, pues la ventana principal daba al hermoso valle, y las vistas, cuando la niebla no lo cubría todo, eran maravillosas.
Un espacio amplio, dos camas, baño, TV e internet, impresionante paisaje. Si no fuera porque hacía un frío glacial, todo habría sido perfecto.
Me acosté y me cubrí con el edredón y dormí un par de horas, pero cuando me desperté ya estaba acatarrado. Soy un flojeras, lo sé, y un simple cambio de altura (apenas 1.600 metros) y una bajada brusca de la temperatura, hizo añicos mi salud.
Toda mi ropa de abrigo la había mandado para Madrid en Delhi, aunque mi previsión me hizo quedarme con la ropa interior térmica que ocupa poco y pesa menos.
Salí a recorrer la bonita villa de Sapa, amplia y repleta de edificios que más recuerdan a los Alpes que a Vietnam. En el hotel me habían dado el mapa del lugar y siguiéndolo con imprecisión de recién llegado pretendía encontrar la oficina de correos para enviar alguna postal-bomba que tenía preparada desde Hanoi.
En Sapa deambulan numerosísimos grupos de chicas de las diferentes etnias de la zona que intentan vender sus artesanías y abalorios. Son todas muy dulces, lo que evita que uno sienta su pesadez a pesar de que te persigan incansablemente durante centenares de metros. Todas establecen la relación de la misma forma y orden: primero, nacionalidad; segundo, nombre; tercero, edad; cuarto, días de llegada y permanencia en Sapa; quinto, ofrecimiento de mercancía. Una vez denegada la compra, (me encantaría, pero ¿dónde la meto con tantos meses por delante?) te siguen y persiguen incansablemente de forma discreta y silenciosa. Cuando miraba hacia atrás, observaba que el grupo, de cuatro o cinco, alguna de ellas con su retoño atado a la espalda, me sonreían y me volvían a mostrar su mercancía. Así hasta que comprendían que no habría bísnes y se despedían con un saludo silencioso.
Mi primer día en Sapa transcurrió entre paseos y frío tuetánico en todo mi cuerpo. Aunque en Sapa venden todo tipo de ropa de abrigo de la más alta tecnología, no quería comprarme nada para tan sólo utilizarlo unos pocos días. La manera que finalmente tenía de quitarme mi estado cercano a la congelación era meterme bajo la ducha con agua hirviente y permanecer allí hasta que el depósito se agotaba o la piel empezaba a desprenderse de los huesos. El primer día estuve pensando cómo calentar tan fría habitación: el quemar una cama me habría proporcionado el calor adecuado, pero tenía sus inconvenientes. El mantener la ducha echando agua hirviendo habría dejado la habitación como una sauna turca, pero me faltaba el eucalipto para aromatizar, y el resultado era temporal. El tener la tele encendida las 24 horas del día era totalmente insufiente: este electrodoméstico está muy optimizado y apenas desprende calor. Podría haber optado por irme a un hotel con calefacción, pensaréis mucho, pero finalmente opté por: pasar frío, que para algo uno es montañeraventurero.
A la mañana siguiente me desperté convertido en el auténtico piltrafilla-man. Tarde y con mal cuerpo, salí a autorregañadientes de la habitación en un día también frío, neblinoso y chisposo. Equipado como un aventurero profesional, me dirigí en seguida hacia la ruta que la mayoría de los turistas engrupados hacen en media jornada.
Unos metros más abajo de mi hotel hay un puesto donde el turista ha de pagar por seguir caminando hacia las cercanas villas de alrededor. Este tramo, circular y bien empedrado, da una idea waltdisnéi de las tribus de las montañas. Bonitas casas de madera, amables lugareños que se dejan fotografiar mientras te ofrecen sus pulseras y collares, una calzada como la que lleva al reino de Oz, fotogénica cascada, bares donde descansar después de haber caminado quince minutos. Si uno contrata una excursión de un día en Sapa quizás no salga de este circuito, pero a mi no me interesaba mucho esto. Le pregunté a una amable anciana por dónde se iba a Y Linh Ho y la muy capricórnica me dijo que siguiera la calzada.
Cuando ya mi situación en el mapa no me cuadraba para nada con el lugar a donde quería marchar, le volví a preguntar por mi destino a otro lugareño, este ya mucho más adusto, y me dijo que debía dar marcha atrás y mucho: tenía que coger un camino anterior al puente y a la cascada. A la vuelta me volví a encontrar con la anciana, pero en vez de emprenderla con ella, pensé que lo mejor era que la naturaleza hiciera su labor y continué sin rechistar. Resultó que el camino que debía coger, era uno en el que había parado a la ida para hacerle unas fotos a un gorrino que andaba retozando en el barrizal que era aquel lugar. Y es que amigos, desde ese momento y hasta que salí muy al atardecer de ese valle, estuve hundido en el fango, y no de forma metafórica.
Todo fue un continuo de barro, unas veces resbaladizo, otras veces pringoso, otras succionador. Al principio se trataba de una precaria vía de comunicación en la que apenas me encontraba a algún grupillo de tímidos niños que iban o venían de Sapa. Algunas chozas de bambú dominaban las terrazas de arrozales, y los esquivos lugareños me miraban de lejos. Crucé de un salto varios cauces de agua, también había algún puente, y atravesé pequeñas masas boscosas presididas por el bambú.
Antes de llegar a Y Linh Ho el camino en su idea original dejó paso a una sinuosa y difícil senda entre arrozales. Siguiendo a unos niños, me interné por un atajo y mi excesivo peso hizo que la muralla de tierra se derrumbara a mi paso, metiendo el pié izquierdo hasta el fondo de la plantación para sorpresa y alborozo de los infantes; y suerte que no caí del todo gracias a que me agarré como pude a la pared de barro. Seguí penosamente hasta la diminuta villa de Y, habitada por gente Mong, pero nadie salío a recibirme. Medio desierta, se escuchaba a la gente hablar en el interior de las chozas. Las pocas personas que me encontré se mostraban tímidas y no querían que les hiciera fotos. Los únicos que no se inmutaban eran los cerditos, los perros, las gallinas y los pollitos, que seguían haciendo su vida normal.
Continué con dificultad entre los enormes campos de arrozales esculpidos en la ladera de la montaña. Previsor de mi, junto con mis zapatos, me había puesto las polainas anti-tierra, pero su poco acertado diseño de ajuste por velcro, hizo que la presencia del barro anulara su cierre y los llevara colgando del calzado.
Me crucé con unos turistas franceses que por su aspecto embarrado se veía que también iban sufriendo lo suyo. Les confirmé que el camino que les quedaba seguía siendo precario.
Por fin llegué a la aldeíta de Lao Chai a una distancia mucho más larga de lo que yo había pensado. A la entrada de este diminuto conjunto de chozas había un grupito de niños jugueteando que se alegraron al verme, aunque se siguieron mostrando muy tímidos. En estos lugares los niños son asombrosamente dulces y silenciosos, y su voz es casi inaudible.
En este punto del camino pude comprobar como mi zapato derecho empezaba a dar señales de agotamiento, empezando a dibujar una cada vez mayor sonrisa al irse despegándose la suela.
Con lo tarde de la hora, la dificultad del camino y con el pensamiento de que mi problemas con los zapatos no habían hecho más que comenzar (a parte de que habían mostrado una preocupante falta de agarre) decidí no intentar llegar hasta Ta Van y sí salir a la carretera as soon as possible.
Tras cruzarme con unas mujeres que a buen seguro regresaban de Sapa de perseguir turistas, y confirmame por dónde debía ir, tomé el camino que, cruzando un puente en medio de un ambiente casi mágico, me llevaría hasta la carretera.
Tuve que subir muchos metros de un camino ahora algo mejor mientras mi zapato iba sonriéndome cada vez más. Me crucé con más lugareños, que o bien calzaban botas de agua o iban descalzos, pero la mayoría de ellos me rehuían ¿tan feo soy, señorita?. Luego el camino se ensanchó mucho, por lo que se ve que se va a convertir en un futuro próximo en una carretera, pero di con él en el peor momento posible, pues sin todavía asfaltar, el fango que todo lo inundaba me hacía difícil caminar. Llegó un momento en que mi calzado no es que sonriera, es que se carcajeaba de mi. A cada paso tenía que hacer un movimiento de pierna para no pisar la suela doblada, y dificultosamente pude llegar a la carretera principal.
Aún me quedó un largo trecho caminando en el que los lugareños con los que me cruzaban se quedaban mirando a mis pies, y muchos de ellos se tronchaban de risa para mi escarnio.
La llegada a mi hotel, acatarrado y cansado, se me hizo eterna, y según llegué a la habitación me quité los zapatos (los cuales ahora no parecían otra cosa que un molde de barro), y los tiré directamente al cubo de la basura.
Me duché con agua hirviente y después, y a pesar del frío que tenía, no me quedó otro remedio que salir de nuevo a la calle en sandalias en busca de unos zapatos nuevos.
Como a Sapa la gente va a hecer trekking, hay numerosas tiendas de ropa de montaña, por lo que tras visitar varias, me compré unos nuevos zapatos que consideré eran los de mejor calidad de todos los que vi: suela Vibrim, tejido AlGore y marca TheNorthChic. Ya puestos, también me compré unas nuevas sandalias que apentemente no me agrederían los piés como lo hacían las actuales. Y ya más puesto aún, encargué unas botas de agua para el día siguiente, pues de nada me servirían tan técnicos calzados en un terreno tan fangoso.
Más feliz que una lombriz me volví a la habitación, me puse los zapatos nuevos y me marché a comer una opípara cena regada con tinto vino del país (al ver lo que comí muchos habríais pensado que la cena no fue para tanto, pero ¿y lo bien que queda decir que acabé el día con una OPÍPARA cena?).
Él sábado 30 de octubre me levanté de nuevo pachucho tras pasar una noche ahogado en mocos. El día había comenzado lluvioso, pero según avanzó la mañana el cielo se abrió y quedó una jornada de brillante luz y fresca temperatura. Como pude, abandoné la habitación y me dirigí de nuevo a la tienda a comprarme mis botas de agua. Después, y habiendo comprobado el día anterior lo difícil de fotografiar a los lugareños en sus aldeas natales, decidí quedarme esa mañana en Sapa retratando a las personas de las diferentes tribus que allí se reúnen para el mercadeo.
La provincia de Lao Cai donde está situado Sapa, es un lugar montañoso fronterizo con China y donde se encuentra el pico más alto de Vietnam, el Fansipan, de 3.143 m. Las montañas están cubiertas por selvas y cultivos y en ella viven varias tribus, casi todas provenientes del sur de China, que en sucesivas oleadas fueron ocupando diferentes enclaves de los valles. Así, en los alrededores, y muy cercanos unos de otros, se pueden encontrar gentes de las etnias Dao, Red Dao, Mong, Giay, Tay, Day y Xa Pho. Se dedican fundamentalmente al cultivo de arroz, las hortalizas, el ganado y la artesanía para el turista. Y todos ellos convergen en Sapa.
Ataviado sobre todo con mi teleobjetivo, me dediqué a fotografiar a tan peculiares señoras y señoritas, cada una con su traje y facciones típicas. No todas guapas, pero casi siempre amables, risueñas y dulces. Me pasé la mañana hablando con unas y otras y rechazando sus bonitos objetos artesanales como pulseras, arpas de labios, carteras, bolsos y gorros bordados, y que muy pacientemente elaboran (muchas veces allí mismo).
Observando sus trajes típicos concluí que no se diferencian muchos de las ropas que no hace tantos años se podrían encontrar en las aldeas de zonas de montaña de España, o de otras zonas como los Alpes o todavía actualmente en las tierras de Laponia. De hecho, una de las etnias, los Mong, visten con un gorro parecido al del Santa Claus de la Rocacola; aunque estas mismas, una vez casadas se decantan por el rapado de la cabeza y cejas y deciden ponerse todo el fondo de armario a forma de sombrero. Otra etnia opta por dejarse el peine en el pelo, pura coquetería. Y también están los que siguen más la moda gallega, cantábrica o maña, con sus piezas de tela de a cuadros en la cabeza. En fin, que para gustos...
Una vez hecha mi ronda fotográfica e inquieto como a veces soy, decidí que mejor me daba un buen garbeo por los alrededores. Me volví al hotel, me calcé mis nuevas botas de agua y me propuse ir a la aldea de Ta Phin, en un valle al oeste de Sapa. Era tarde pero confiaba llegar, aunque me preocupaba no haberme acordado de coger la linterna, por si acaso. Mi intención era ir por un camino que salía desde Sapa y volver por la carretera, pero no encontré el camino, por lo que tuve que hacer el recorrido en sentido contrario. Después de haber avanzado algunos kilómetros me acabé metiendo por un camino que, según me confirmaron los lugareños, me llevaría hasta Ta Phin. Dado que iba con las botas de agua, por supuesto que sólo encontré tierra y piedras, ni un triste barrizal donde zambullirme. Atravesé bonitos campos rodeados de montes pero veía que la aldea andaba requetelejos todavía. Por ello, cuando llegué a un punto de unión de camino y carretera decidí que mejor era no hacer más el panoli y dar la vuelta. Así que regresé por la carretera calzado con mis flamantes botas que ya me tenían los piés escocidos de tantos y tantos pasos sobre terreno seco. Llegué a Sapa cuando el sol ya estaba oculto detrás de las montañas. No pude comprobar el funcionamiento de las botas en el barro, pero puedo atestiguar que sobre camino seco y sobre el asfalto no les entra nada de agua, aunque la planta del pié se queda algo achicharrada y dolorida.
El día siguiente, que ya se levantó totalmente soleado y de temperatura de lo más agradable, me volví a despertar pañuelo en mano y me costó arrancar una barbaridad (no la moto que luego alquilaría, sino mi propio body). Como acabo de anticipar, para ese día me iba a explorar lo que el día anterior no pude, pero montado en una grácil scooter. Salí tan tarde del hotel que el simpático alquilador solo me cobró media jornada.
En un suspiro me adentré en el valle que lleva a Ta Phin, pero una vez más, tuve que parar para pagar el peaje de entrada. Ya en Ta Phin volví a ser rodeado por un pequeño enjambre de mujeres Red Dao ataviadas con su gorros de navidad y que muy simpáticamente, me ofrecieron toda su colección de artesanía en forma de complementos de vestuario.
Después y siguiendo sus indicaciones cogí un estrechísimo camino de hormigón, a veces con una pendiente descomunal, que me llevó por frondosos bosques y terrazas de arroz hasta la aldeita de Mong Sen, habitada por gente Mong.
Deshice luego el camino y al regresar de nuevo a Ta Phin, tomé otro camino que dando un amplio rodeo por el valle, me devolvió hasta su entrada, donde paré para ver las ruinas de un convento católico que fue abandonado cuando los franceses se marcharon de Vietnam. Junto a él, unas mujeres cultivaban el campo y un grupo de hombres, en perfecta conjunción, construían una casa.
Las carreteras del valle confluyen de forma radial en Sapa, por lo que para dirigirme al siguiente valle, el de Muong Hoa, tuve que pasar de nuevo por la principal villa.
Me dirigí entonces hacia Ta Van, la aldea donde dos días antes no pude llegar por defectos en mi calzado. La carretera era casi buena, pero de vez en cuando había que atravesar cauces de agua, algunos de ellos abisales, y también zonas de grandes baches. Esta falta de uniformidad en la carretera me resultaba sorprendente, pero supongo que se debía a desprendimientos y deslizamientos del terreno que no habían sido reparados.
En esta carretera también había un puesto de peaje para turistas, pero en esta ocasión preferí saltármelo y no paré, pese a los avisos de la controladora de entrada (no os enfadéis conmigo, que al día siguiente volvería a pasar y ya pagué).
Ta Van es una aldea a la que se llega tras atrevesar un puente sobre el río. Aquí hay numerosos puestos de venta de comida y bebida, así como de recuerdos para el turista. Me di por allí un ligero garbeo y como vi que la carretera continuaba, decidí seguirla para ver hasta dónde me llevaba. Así comencé una larga remontada a toda la ladera de la montaña con pronunciadas curvas y desniveles, tierra y piedras. El paisaje era bien bonito, con terrazas de cultivo en la parte baja para dejar paso al bosque en la parte alta.
Por muchos kilómetros que hice en esa tarde no llegué a ver ninguna nueva aldea y sí algunas chozas, grupito de niños en los lugares más inverosímiles y campesinos que por allí se las apañaban. Se me iba haciendo tarde y cuando vi que la carretera lo que hacía era dirigirse al siguiente valle escalando toda la montaña, decidí dar la vuelta para que no se me echara la noche encima. Por el camino, un lugareño vestido a la manera tradicional, me pidió que lo acercara hasta el otro lado del valle y yo lo hice con alegría. Se rió mucho cuando tras un bache casi nos estrellamos con otra moto que venia en sentido contrario. Qué majo.
Regresé a Sapa y le dije al dueño que me reservara la moto para el día siguiente, que además tenía todavía bastante gasolina.
El 1 de noviembre mi salud ya estaba muy mejorada por lo que salí de la habitación con bríos y buen ánimo. Recogí la moto y raudo me fui hacia los valles del sur. Paré en el puesto de control, pagué la tasa turística, y continué camino sorteando ríos, ensenadas, baches y rocas. El tráfico en esta zona, como en todo Vietnam, es fundamentalmente de motocicletas, pero además había mucha gente caminando de unas aldeas a otras y casi siempre ataviados con sus trajes tribales, lo que daba mucho colorido al trayecto. En Su Pan cogí la carretera que sale a la izquierda, hacia el este, y la seguí mientras me adentraba en el profundo valle y el asfalto dejaba paso a la tierra y las piedras. Llegué hasta Thanh Kim y luego a Ban Phung (ambas habitadas por los Dao) al final del camino según mi mapa, pero que continuaba en realidad. Decidí dar la vuelta preocupado como estaba por la gasolina que me quedaba en el depósito. Afortunadamente, pregunté a una chica de una tiendecita y esta me sacó una botella reciclada de litro y medio llena de gasolina que alegre y agradecidamente compré, y ya pude continuar circulando mucho más tranquilo.
Deshice el camino hasta Su Pan y allí cogí la otra bifurcación que bajaba hasta el río y lo seguía en dirección sur. Visité las aldeitas de Ban Ho (donde se mezclan gentes de las etnias Mong, Tay y Day) y luego la muy bonita y animada de Thanh Phu (gente Dao), repleta de tiendas para surtir a las gentes de los alrededores. En todas estas poblaciones las casas son de madera con pilares, y ahora la mayoría de los tejados son de chapa, mucho más feos que los de paja, pero que no hay que sustituirlos cada año. Eso sí, un techo de chapa asegura calor en verano y frío en invierno.
Por último, continué por una estrecha calzada rodeada, como siempre, de terrazas de arroz y bosquecillos, hasta que me acerqué hasta la diminuta aldea de Nam Sai poblada por la etnia Xa Pho. Podría haber continuado un poco más, pero de nuevo el día se iba acabando y decidí regresar. Eso de que en los trópicos se haga de noche sobre las 17h30 es definitivamente una kk.
Os admiraréis de mi capacidad para distinguir a las diferentes etnias que viven en estos valles, dadas las referencias que he escrito sobre cada una de ellas. Pues os equivocáis, lo he copiado todo del mapa, porque salvo a los Red Mong con sus gorritos navideños y cabezas peladas, las demás no las distinguía nada bien, y en todo caso podría diferenciarlos por las mujeres que, como suele ser normal en todo el mundo, son las que más mantienen las tradiciones en la vestimenta. A los hombres no los distinguía para nada.
Regresé a Sapa con el depósito casi vacío, había apurado al máximo, tanto como lo hacen los propios dueños de los alquileres, que al contrario que en Europa, donde te dan el depósito lleno y lo debes devolver lleno, aquí te lo dan con una gota de gasolina y se aprovechan luego de lo que sobra para revenderla.
Esta ya fue mi última jornada en Sapa, y como casi todos los días, me fui a hacer mi comida-cena al mismo restaurante. Allí el dueño, cada día que entraba, me hacía enormes reverencias mostrando su gran flexibilidad y me daba mil gracias por volver una vez más. Y es que Sapa está ultraplagado de restaurantes, casi todos bastante caros, y casi todos completamente vacíos. Por lo que el dueño se mostraba agradecido de tenerme a mi como fuente de ingresos fija. Tanto era así que los últimos días me invitaba a la cerveza y a una copa de aguardiente de serpiente y escorpión que estaba más fuerte que un rayo, pero que yo me bebía sin rechistar.
Para el día siguiente compré un billete combinado de autobus que, en dos días me dejaría en Laos. Según todas las informaciones que tenía al respecto, debía en primer lugar ir hasta Dien Bien Phu, muy cerca de la frontera, y desde allí coger otro autobus hasta Laos que solo sale lunes, miércoles y viernes. Sin embargo en la agencia de viajes me dijeron que ahora el bus para Laos sale todos los días, por lo que podría marchar cuando quisiera.
Fue el 2 de noviembre cuando partí de Sapa a eso de las 9h30 de la mañana camino de Dien Bien Phu en un minibus acompañado por otros turistas y gente local. El camino era sobre todo por montañas con bosques y cultivos. Por la ventanilla se podían contemplar las pequeñas aldeas que de vez en cuando aparecían al borde de la carretera.
A eso de las tres y pico de la tarde llegué a Dien Bien Phu y me alojé en el hotelito más cercano a la estación de autobuses. Una vez allí, llamé a la agencia de viajes de Sapa para decirles en dónde estaba alojado para que a la mañana siguiente, a las 5h30 (ahí es nada), vinieran a recogerme para marchar a Laos por el paso montañoso de Tay Trang.
Dien Bien Phu es conocido porque en el año 1954 aquí se libró la decisiva batalla entre el ejército francés y el Viet Minh liderado por Ho Chi Minh. Perdieron los franceses y se tuvieron que marchar de Indochina.
En la mitad de esta muy fea ciudad hay una colina donde se alza un gran monumento metálico conmemorativo del histórico acontecimiento, y allí que me fui. La subida mereció la pena a pesar de la gran cantidad de escalones que había que salvar: las vistas eran estupendas. La ciudad se situa en medio de un amplio valle rodeado de montañas por el norte y el oeste y llegué justo para contemplar la puesta de sol.
De vuelta a la urbe busqué donde comer-cenar y me decanté por un solitario restaurante al aire libre pero techado con una gran lona, y donde pude ver cómo el dueño del local y un amigo suyo jugaban al ping-pong. No sé quién ganó.
Si algo tengo claro es que no te pediré consejo sobre calzado.
ResponderEliminarCuídate.
Hola Juan soy prima de la mujer de tu amigo Emilio y curiosamente estamos tratando de adoptar un niño-a vietnamita . Yo no soy tan aventurera ni montañera como tu o Emilio pero me ha tocado ir a la provincia de lai chau donde tu has pasado ultimamente y nos va a tocar estar aqui unos doce dias. Yo pensaba que hacia calor pero por tus escritos deduzco que no es así lo peor es que tendremos que estar otros diez dias en Hanoi que creo que si lo hace. Que ropa me recomiendas? y la otra cosa hay algun hotel medianamente decente en Muong lai la antigua Lai chau??? Gracias por la bellisimas fotos esto si me anima las niñas os preciosos.
ResponderEliminarPor cierto Juan este es mi correo. soy Maria carmen, calmorilarrobajuntaextremadura.net
ResponderEliminarHola Juanjete, como me molan tus zapatos, desde el center of Spain seguimos tus aventuras. Ayer recibimos una postal tuya "mu" bonita,aunque no te escribamos muy a menudo nos acordamos mucho de ti y nos das una gran envidia con ese pedazo de viaje que te estas marcando.
ResponderEliminarPor cierto Emilin dile a tu prima calmorilarroba que si aprieta "alt gr" y el numero "2" le sale @. Y si el hermano de John Ford, Roque, se forro haciendo quesos, tu prima se estara haciendo de oro por poner su apellido a todos los correos mundiales.
Besos para tod@s y BUEN VIAJE
Que tal Juanjo. Mira que tirar esas preciosas botas artes-anales (léase hechas con el culo). Con un poco de agua y un rollo de cuerda para mantener sujeta la suela, te habrían quedado como nuevas, derrochador. Bueno, espero que tus botas último modelo te duren algo más (no será muy difícil). Un abrazo, y cuídate mucho.
ResponderEliminarDavid.
Vaya ropajes que se traen los vietnamitas, se han visto la tele 15 minutos y han copiado todo lo que salía.El tema de tus pies me demuestra que tienes una salud de hierro porque el 95 % de la poblacion mundial tendría hongos, pulgas, cucarachas,gusanos, llagas,...
ResponderEliminarPor cierto Victor en Extremadura usamos un teclado especial, al igual que en USA y Gran Bretaña no existe la Ñ, nosotros no tenemos la tecla "arroba" por eso la tecleamos con todas sus letras.
Un saludo a todos los lectores.
Sois mu cachondos todos los montañeros incluido mi primp emilin, estaba en el Insti y no habia manera de poner la arroba , vamos que no sabia casi a punto de poner la k de kilo y yo preocupa por mi viaje a VIETNAM y encima he puesto mal el correo pero creo que mejo lo dejo y bueno Juan si vienes pronto te interrogo en Madrid y besos a todos
ResponderEliminarHola Calmorilarroba:
ResponderEliminarEn las montañas del norte de Vietnam, si el día está nublado o es de noche, hace frío, pero si el día está soleado, se está muy bien.
Sobre el ropaje, yo creo que si lleváis un forro polar y un chubasquero vais bien apañados; si sois frioleros, llevad además un jerseise. En Hanoi no hay problema, basta con que no os pongáis ni el forro polar ni el chubasquero (si no llueve) y ya está.
En el norte de Vietnam todos los hoteles son decentes, los indecentes están en Saigón. No me conozco ningún hotel en Muong Lai, pero eso no debe preocuparos ni lo más mínimo. Cuando lleguéis allí, buscáis un hotel y seguro que acertáis, o más fácil, se lo decís al taxista y él os lleva. Yo siempre voy a guesthouses y a sus habitaciones más baratas, o sea, las que dan al interior, pero si queréis algo mejor, todos tienen las habitaciones que dan a la calle y que suelen ser más grandes, tienen TV y Aire Acondicionado, y si además queréis internet, también muchos lo tienen (llevad entonces un portátil). Una habitación lujosa de un guesthouse os puede costar como 10 dólares, las baratas 5 dólares. No hace falta que reservéis antes de llegar, está plagado.
Sobre la adopción, tened cuidado de no comprar un huerfanito que haya matado a su padres a machetazos, que igual le da por repetir la experiencia. Y sí, la verdad es que suelen ser son muy monos, sobre todo las niñas.
Saludos desde Laos, el país de al lao (de Vietnam).
Señora Calmorilarroba, desde Madrid le deseamos que tenga usted suerte en su adopcion y que el nombre de su futura hija sea tan original y bonito como su segundo apellido. Desde Madrid, mi mujer y yo habiamos pensado que se podria llamar CONTROL ------- CALMORILARROBA, es bastante bonito y seguro que se lo agradecera en el futuro tan original nombre.
ResponderEliminarMuchos abrazos a tod@s y en especial para ti Juanjo.
pues no, he pensado llamarla Mary de marijuana que se lleva mas por el centro de España. No obstante gracias por la sugerencia un besazo desde Extremadura y por si os interesa me llamo Maria Carmen
ResponderEliminarA juanjo muchas gracias por tu E MAILS Y TENGO OTRA DUDA TU TE HAS VACUNADO DE ESE MONTON DE COSAS QUE TE PUEDES PILLAR POR ESOS LARES?
ResponderEliminarHola de nuevo Calmorilarroba:
ResponderEliminarYo me he vacunado de todo lo habido y por haber, pero cuando hablo con la gente en el viaje, yo soy, sin duda, el campeón de las vacunas, pues la mayoría de la gente no se ha vacunado de nada o casi nada.
Yendo al norte de Vietnam en invierno no creo que sea necesario que os vacuneis, pues no hará mucho calor y todos los bichitos estarán adormilados.
Cuando llegué a Calcuta empecé a tomarme las pastillas de la malaria porque allí sí que hay, también dengue, mucho más chungo. Pero dejé de tomarlas una vez que entré en Vietnam porque aquí todo el mundo dice que no la hay o es muy rara, por lo que os recomendaría que ni siquiera penséis en su profilaxis. Lo único, pues compraros repelente de mosquitos cuando estéis en Vietnam (que es bastante más barato que si lo compráis en España) y os lo ponéis si veis que hay muchos a vuestro alrededor, aunque tampoco lo creo.
Por cierto, si al final es niño ¿también le vais a poner Mary? tened cuidado con eso que igual le creáis un trauma a la criatura y acaba por volver a coger el machete. ¿Qué tal Jochimino si es niño o Jochimina si es niña, o mejor aún, independientemente del sexo, Jochimin@?
Kiss!!
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ResponderEliminarHola CALMORILARROBA :
ResponderEliminarPara mi es un honor que le pongas ese nombre, y si es chico le puedes llamar COCAINO, CRACK... y no te mosquees que vas a ser mama muy pronto y todo se hereda. besos a tod@@@@@s.
FIN