miércoles, 27 de abril de 2011

DE PASEO POR WAMENA (VALLE DE BALIEM, PAPÚA)

Una vez aterrizado en Wamena (en el valle de Baliem, Papúa) el 24 de abril por la mañana, Brendan y yo esperamos en una sala a que nos trajeran nuestros equipajes. Allí había muchos guías cazadores de turistas y nosotros éramos los únicos. Uno de ellos se nos pegó como una lapa e hizo por llevar mi mochila, pero cuando vio lo que pesaba atendió sin dudarlo a mis peticiones, y dejó que fuera yo quien la transportara.
Nos acompañó hasta un hotel muy cercano al aeropuerto. La mayor parte de los alojamientos de Wamena, todos tremendamente caros, están en la avenida paralela al aeropuerto.
Una vez dejados los equipajes, en el patio del hotel, además del guía nos esperaba un anciano que nos mostró su artesanía compuesta de cuchillos de madera de bambú y pulseritas varias. El guía por su parte quería hacernos grandes ofertas de aventuras. Nos sentamos con él y le dijimos que nos apuntara en un papel las excursiones que nos ofrecía, desglosadas por días y con precios. El tipo estuvo un buen rato escribiendo y contándonos las maravillas de los lugares a visitar. Nos detalló dos excursiones, una de seis días y otra de diez, en la que había que regresar en avioneta a Wamena.
Otra interesante excursión era la que iba hasta el lago montañoso de Hobbema, en el borde de la Reserva de Lorentz, pero era muy cara porque había que hacer muchos kilómetros en todoterreno, y la gasolina y el alquiler de coches en el valle de Baliem tienen precios estratosféricos.
Una vez que hubo terminado sus explicaciones le dijimos que gracias, que lo teníamos que debatir y confrontar con los precios de otros guías.

Después nos dimos una vuelta por la ciudad. Wamena es la capital del valle de Baliem. Es un lugar bastante impersonal y aburrido, compuesto de amplias avenidas, afortunadamente con poco tráfico, y tiene una estructura perfectamente cuadriculada. Es una ciudad muy joven, pues no debe llegar a los 40 años de antigüedad. El nombre del lugar es curioso y fruto de un equivoco. Cuando llegaron los colonizadores indonesios, preguntaron a una persona de por allí cómo se llamaba el lugar. El paisano no les entendió en absoluto y les respondió que él tenía un cerdo pequeño: wamena, y el lugar se quedó con ese nombre.

Yo esperaba encontrarme allí con mucha gente en pelotilla picada, pero apenas se veían de vez en cuando algún anciano equipado tan solo con su koteka, una calabaza fina y alargada que cubre la pirindola y que va fijada con hilo a la huevera y a la cintura. Estos nudistas además, cuando ven a un turista se acercan rápidamente para saludar, pedir un cigarrillo, y por si cae una foto y su consiguiente recompensa económica.
              
                 
Parece ser que hasta hace unos diez años, la mayor parte de los papúos iban desnudos por Wamena, pero las autoridades locales e inmigrantes indonesios, musulmanes fundamentalmente, veían con muy malos ojos tanto naturismo. Ahora aconsejan ir tapados, ya que en el desierto de Arabia es lo mejor para no morir desecado.
Además, por la calle se nos acercaban de vez en cuando algunas personas diciéndonos que eran guías y nos ofrecían sus servicios. Nosotros les decíamos en qué hotel estábamos y que se pasaran por allí más tarde para hablar de itinerarios y precios.

Esa tarde nos dirigimos a un cibercafé regido por un simpático japonés. Allí intenté de nuevo comprar el billete de avión de Jakarta a Bangkok, pero seguía siendo imposible realizar la transacción económica.
Cuando regresamos al hotel, allí estaba de nuevo el guía de la mañana. Le dijimos que sus propuestas eran muy caras y que además yo andaba bastante pelado y no tenía opción: o más barato o no iba a ningún lado.

El Valle de Baliem fue descubierto en 1938 durante un vuelo de reconocimiento con fines científicos dentro de una expedición zoológica. Este descubrimiento supuso una sorpresa mayúscula, porque nadie esperaba encontrar una gran sociedad agrícola aislada del mundo.
Tiene 80 kilómetros de largo por 20 kilómetros de ancho, su altitud está entre los 1.600 y 1.700 metros y está rodeado de altas montañas. Tiene una población de unos 100.000 habitantes y en su parte central está habitada por la tribu de los Dani, dedicados fundamentalmente a la agricultura.
En 1961 la expedición científica de la universidad de Harvard describiría a este pueblo como una sociedad de la edad de piedra en el siglo XX, con una cultura simple y violenta. Sus gentes dedicaban el tiempo a la agricultura y a la recolección de madera, a festivales y funerales, a robar cerdos y a matarse en emboscadas contra sus enemigos.
Pero eso era en los años 60, actualmente las gentes del valle de Baliem están en un rápido proceso de cambio.
Por su altura, la temperatura del valle de Baliem es bastante fresca, si bien durante el día la insolación es fuerte. Por ello, en el valle no hay malaria, una enfermedad endémica en todo Papúa. La gente que en el valle sufre la enfermedad es porque la cogieron visitando Jayapura o en algún otro lugar de menor altitud.
             
                 
Cuando me dirigí a desayunar a la mañana siguiente, en el salón estaban Brendan y el guía explicándole rutas y precios. Como yo por la mañana temprano no soy persona, no quise hacer mucho caso para no tener que poner el cerebro en funcionamiento antes del café.
Luego me comentaría Brendan que ese no era el mismo guía del día anterior, pero yo no le había distinguido. Y es que en el valle de Baliem había un montón de negritos que seguían el mismo patrón morfológico: bajitos, regordetes, ojos inyectados en sangre, medio calvorotas y con el bigote recortado a lo Iñaki Glutamato.
El precio de este segundo guía clónico era bastante más alto que el del primero, por lo que en principio lo descartamos.

Después del desayuno nos fuimos al cuartel de la policía para que nos sellaran el Jalan Surat, el permiso de estancia en el interior de Papúa.
                  
                      
Como ambos disponíamos de suficientes días para permancer en el valle de Baliem, yo le había sugerido que antes de hacer un trekking largo, podría estar bien hacer un par de excursiones cortas por los alrededores de Wamena y así conocer un poco la zona y tener más argumentos a la hora de contratar. Por ello, elegimos para el primer día visitar algunos lugares cercanos que nos sugería la guía. La ruta quedó más o menos como sigue:
WAMENA - WESAPUT - PUGIMA - PIKE - HOM HOM - WAMENA, que hicimos integramente a pié y por ello nos dimos una buena paliza a caminar.

Wesaput está al otro lado del aeropuerto, muy cerca de Wamena, si se pudiera ir en línea recta. Pero había que rodear el aeropuerto. Era una aldeíta-jardín, llena de arbustos repletos de flores, praderas llenas de hierba y árboles frondosos.
Días después de pasar por el lugar nos comentaron que un niño que perseguía a un cerdito díscolo había encontrado entre la maleza el cadaver de una persona y que nadie sabía quien era.
En Wesaput nos encontramos a un grupo de chavales fuertemente armados con sus tirachinas y que junto con otros que nos fuimos encontrando por el camino, nos acompañaron un larguísimo trecho.
                  
 
 
                 
En Wesaput había un museo de cultura popular, pero cuando llegamos estaba cerrado y totalmente abandonado. Los chicos nos mostraron una ventana por donde se podía entrar y allí que nos metimos. Estaba todo desastrado y lleno de polvo, y se podía acceder fácilmente al interior de algunas vitrinas, así que de haber sido uno un gañán (y de no haber estado rodeado de tal cantidad de testigos), hubiera sido sencillo hacerse con arcos, flechas, hachas de piedra y otros objetos tradicionales de la cultura del valle.
Después cruzamos un caudaloso río por un puente colgante que tenía un suelo de tablones en un estado deplorable y bastante peligroso. En su otro extremo estaban trabajando para construir uno nuevo y por ello, dar entrada a motos y coches.
                  
                    
Después pasamos por una aldeíta donde había gente subida a los árboles, supongo que para recoger algo. Cuando llegamos pareció que se asustaban o al menos se sorprendían más de la cuenta. Yo tenía la intención de hacer alguna foto, pero su primera reacción fue de rechazo. Sin embargo, tras un momento, parece que se relajaron y entonces me pidieron que les fotografiara con toda la chiquillería.
                     
 
               
Seguimos acompañados de un montón de chavales y, atendiendo a sus indicaciones, llegamos a un abrigo rocoso donde había un lago y un grupo de niños pescando.
                 
                 
Seguimos caminando por un sendero y antes de atravesar un collado que daba al valle de Pugima, la mayor parte de los chavales nos abandonaron.
El de Pugima era un valle amplio y muy bonito, pero lejos de encontrar un pueblo tradicional como yo esperaba, lo que allí había eran casitas modernas, naves industriales y casi ninguna persona a la vista.
                
                   
En Pugima llegamos a una carretera asfaltada y desde ese momento y hasta el final de la jornada ya no volvimos a caminar por senderos.
Tras atravesar este valle, por uno de sus lados accedimos al siguiente, el de Pike.
En la guía decía que había unas cuevas muy llamativas en la zona, y si no hubiera sido por los tres chavalines que nos acompañaban, no las habríamos encontrado. Ellos nos avisaron antes de llegar a un puente. En la pared rocosa se habría una gran oquedad por la que el río de aquel valle aparecía con todo su caudal directamente del interior de la montaña.
                 
                   
En la siguiente población, que debía ser Pike, vimos que en una misión había mucha algarabía y nos acercamos a ver qué se cocía. En una gran explanada con varios edificios presididos por una iglesia, había reunidas una gran cantidad de personas.
Junto a la iglesia habían colocado una carpa con sillas donde la gente escuchaba el sermón de un fraile indonesio. Le dije a Brendan que fuéramos hasta allí, nos sentamos un ratito y descansamos.
Cuando el fraile terminó su homilía, le pasó el micrófono a un señor de color (negro) que a su vez siguió platicando. Viendo que no nos enterábamos de nada, después de unos minutos nos marchamos despidiéndonos de las personas que teníamos a nuestro alrededor.
               
                     
En el medio de la pradera había un gran árbol y mucha gente estaba sentada a sus piés y detrás, casi a refugio entre unas casas, estaba el grueso de la gente, sobre todo mujeres con niños y también hombres vestidos tradicionalmente, es decir, con la calabaza en la parte media del cuerpo y con diademas de plumas en la cabeza.
Al otro lado de un estrecho cauce de agua había depositada una gran cantidad de vegetación reseca y las mujeres y los niños estaban sentados sobre ella, partiéndola y comiéndola.
Dimos una vuelta por allí, pero la mayor parte de las mujeres nos miraban con un gran recelo, además de que bastantes de ellas tenían un aspecto cuanto menos, siniestro. Intenté hacer fotos, y las hice, pero las miradas que recibía no eran precisamente de cariño. También disparé la cámara a los señores en pelotillas, pero como temía que me fueran a pedir dinero, lo hice de forma veloz y en seguida nos alejamos del lugar.
                    
                       
Papúa es a día de hoy un territorio lleno de misioneros. Aquí hay católicos, pero sobre todo luteranos y otras variedades del protestantismo que vienen a hacer adeptos y a salvar, por fin, las pobres almas ignorantes de estos salvajes.
Aunque Indonesia es el mayor país islámico del mundo, esta religión no tiene nada que hacer con los papúos, los cuales acabarán convertidos casi en su totalidad al cristianismo. Y esto es porque, además del poco cariño que le tienen al gobierno central de Java, lo papúos adoran al cerdo. Todas sus fiestas se realizan con la matanza y posterior consumo del animal, la riqueza se mide por el número y tamaño de los ejemplares que posea su propietario, y toda boda es un canje de mujer por cerdos.
En Arabia el marrano es un animal non-grato ya que en el desierto no se dan las condiciones para mantenerlo. Pero en un terreno tan húmedo, frondoso y rico como es Papúa, renunciar al cerdo es renunciar al cielo.
Además, mientras que en el islam el proceso de conversión normalmente arrasa con las tradiciones previas, en el cristianismo hay más margen para el sincretismo. Antiguos dioses, ritos y creencias se pueden llegar a acomodar y disfrazar bajo la magnanimidad de la iglesia. Pero en esta uniformización se pierden diferentes formas de entender la vida que quizás, dan riqueza al conjunto de la humanidad.
                        
                    
Y son precisamente los misioneros cristianos los que proporcionan la única forma de visitar las remotas regiones del interior de Papúa. Cuando se erige una misión, junto a la iglesia y otras dependencias, también se construye un aeródromo. En un terreno tan vasto cubierto por densas selvas y montañas, el desplazamiento por ríos es, en la mayor parte de las veces imposible y son las avionetas la forma de trasladar curas, pastores (de almas), víveres, biblias, crucifijos y otros objetos imprescindibles.

Los tres chavales que nos acompañaban se habían quedado fuera de la misión, por lo que cuando salimos, ellos estaban esperándonos y juntos continuamos la excursión.
Tras recorrer una buena parte del valle de forma paralela a la sierra que lo separaba de Wamena y donde encontramos algunas aldeitas tradicionales, a la altura de Hom Hom una bifurcación en la carretera nos llevó de nuevo hacia Wamena. Aún fue todavía una larga caminata en la que cruzamos un caudaloso río donde los chavales se lo pasaban pipa lanzándose desde los pilares del puente.
                
                       
Cuando llegamos a los suburbios de la ciudad, nos despedimos de los muchachos y cogimos un furgoneta-bus que en un tris nos dejó junto al aeropuerto.
Antes de pasarnos por el hotel fuimos a comer porque estábamos desfallecidos y sedientos. Mi amigo Brendan había sido poco previsor y para la larga caminata de ocho horas bajo un sol de justicia, no se le había ocurrido llevar ni agua ni comida, por lo que tuvimos que compartir mis vituallas.
Allí estuvimos hablando sobre qué hacer con las propuestas del guía, un asunto que debíamos resolver sin falta al día siguiente. Yo le confirmaba a Brendan que mi presupuesto a esas alturas del viaje era algo paupérrimo y no me podía permitir grandes estipendios, y más valorando el coste real de lo que se nos ofrecía en la excursión. Además le confesé que a mi el guía no me inspiraba mucha confianza.
Después del almuerzo-cena pasamos de nuevo por la internete y cuando después de un rato abandoné el templo de la comunicación, llovía.
El clima del valle de Wamena, al menos los días que estuve allí, resultó ideal porque los días eran mitad soleados mitad nubosos, no hacía calor, y por la noche llovía y refrescaba.
                       
                        
A la mañana siguiente cuando salí a desayunar, ya estaba allí el primero de los guías y cuando apareció Brendan, revisamos las excursiones que había escrito en su cuaderno. Yo venía de la habitación con la idea de un precio tope, por encima del cual no estaba dispuesto a aceptar. Pero en cuanto le volví a repetir que ese precio era una barbaridad, el hombre inmediatamente hizo una rebaja que quedó justo en mi tope. Entonces le presioné y bajé aún más la oferta diciendo que esa era lo máximo que podía pagar. Se masajeó la cara con una mano, se relamió, sus sanguinolentos ojos vagaron por sus órbitas presa de una lucha entre aceptar una buena ganancia o apostar por un auténtico sablazo. Intentó negociar diciendo que por el precio que le habíamos escrito, no podrían estar incluidas todas las comidas ni el pago por las fotos a la gentes de las aldeas, o que en lugar de ir en coche iríamos en un taxi compartido hasta el comienzo de la ruta. Nosotros le decíamos que el precio tendría que incluir todos los conceptos, porque si no, no era una rebaja, era un replanteamiento. Finalmente aceptó.
Se trataba de una excursión de 6 días y 5 noches por el sur de Baliem, allí donde las montañas cogen altura, el valle se estrecha en profundos barrancos, y las pintorescas aldeas tradicionales cuelgan de sus laderas. Comenzaríamos al día siguiente a las ocho de la mañana e iríamos con él como guía más un porteador.
Entonces le dijimos que apuntara en el cuaderno, junto al itinerario desglosado por días, el precio y todo lo que incluía, su nombre y su número de teléfono.
Fue entonces cuando al leerlo, nos enteramos de su nombre: Micky Maus, tal cual.
Brendan y yo intentamos aguantar la risa, y lo conseguimos.

Después acordamos la forma de pago. Yo le había comentado a Brendan que jamás de los jamases había que dar la totalidad del dinero (ni la mayor parte), al principio del trato, y que como mucho se daba la mitad al principio y la otra mitad al final. Y es que si se da demasiado dinero al principio, el guía con tendencia al escapismo puede llegar a entender que es una estupenda ganancia para no haber hecho nada, y desaperecer.
Acordamos por iniciativa del señor Micky pagar una tercera parte al principio y el resto al final. Nos pareció perfecto y nos dimos la mano cerrando el trato.

Después le preguntamos a Micky Maus por una ruta por los alrededores de Wamena para ese día y nos recomendó, por lo bonito del paisaje, que fueramos en furgoneta colectiva hasta Sinatma, en el extremo de Wamena, y de allí caminando hasta Napua, al oeste montañoso de la ciudad.

Coger una furgoneta colectiva en Wamena no era tarea fácil y no porque la ciudad fuera enorme y hubiese muchos trayectos diferentes. El problema estaba en que nadie parecía entendernos, a pesar de mostrarles escrito en un papel nuestro destino y el número de furgoneta a coger. La mayoría de los negritos no sabían leer y se quedaban patidifusos al enseñarles el papel. Unos nos decían que fuéramos en un sentido, otros en otro, y la mayoría además parecían no haber oído hablar nunca de Sinatma.
Pero quien la sigue la obtiene, y por fin pudimos coger una furgonetilla (en el mismo lugar donde habíamos estado preguntado y casi nos vuelven locos), y en unos diez minutos estábamos en el comienzo de nuestra ruta.

En Sinatma había un mercado bastante concurrido. En él se vendían fundamentalmente hortalizas y madera, pero también utensilios agrícolas y domésticos, betel y hojas de tabaco. Dimos una vuelta y la mayor parte de los papúos nos miraban con cara de pocos amigos. Las fotos que hice (como podrás comprobar, infatigable lector), las tomé disimuladamente y sin apuntar, mientras miraba para otro lado.
Tuve que utilizar constántemente esta técnica (poco fiable pero con resultados sorprendentes cuando hay suerte) mientras estuve en el valle de Baliem, debido a lo poco que les gusta a sus habitantes las fotos, y lo caras que las cobran.
                         
                       
Nos pusimos después a caminar por la carretera que subía hacia Napua y que se adentraba en un valle con altas paredes montañosas al fondo. La gente se nos quedaba mirando y algunos chicos empezaron a seguirnos. Saludamos a algunos adultos que también se nos fueron incorporando en el paseo. No decían nada ni interactuaban con nosotros, simplemente caminaban a nuestro lado. Si nos parábamos, ellos se paraban, si yo hacía alguna foto, me esperaban para luego continuar juntos. Era algo sorprendente.
                     
                       
Pasamos por delante de pequeños poblados tradicionales de casas circulares de madera y paja, y hasta en alguna de ellas fui bien recibido por alguno de sus habitantes más jóvenes, que aceptaron gustosos que les retratara.
                     
                        
Con el avanzar de nuestra caminata solo nos quedamos con dos acompañantes, un adulto y un chaval, porque los demás se quedaron en un poblado previo. Pensábamos que el señor que nos acompañaba quería hacernos de guía o algo así, pero como guía no valía nada, no hablaba y tan solo de vez en cuando nos señalaba algún sitio. Por eso, al llegar a una curva de la carretera Brendan y yo decidimos seguir una pista que salía de allí. Pero el hombre continuó con nosotros. Luego nos volvimos a desviar por un sendero y el hombre continuó acompañándonos, haciéndonos indicaciones de por dónde seguía el camino. El terreno comenzó a ponerse embarrado y de dificil tránsito para nosotros, que a diferencia del chaval y el guía encubierto, llevábamos calzado. Llegamos a un río y el hombre nos indicó que atravesándolo podíamos continuar el camino, pero como no estábamos muy dispuestos a descalzarnos sin saber siquiera a dónde íbamos, decidimos dar la vuelta y regresar.
                   
                    
Cuando retomábamos la cuesta para volver a la carretera se produjo una bonita escena con un grupo de mujeres que venían en fila transportando sus hortalizas en un paisaje recortado por el cielo y un árbol en la línea del horizonte. Apunté la cámara e hice varias fotos. Cuando al poco nos cruzamos con las mujeres todas me decían "Bayar, bayar" una expresión que no era la primera vez que oía. Efectivamente, significaba "paga, paga". Querían que les remunerara por aparecer de lejos en la foto. Me hice el despistado, que yo no estaba acostumbrado a tanta demanda económica.
                         
                       
De vuelta en la carretera encontramos a un par de obreros recogiendo piedras y arena para hacer hormigón. Los tíos no cumplían con las normas básicas de prevención de riesgos laborales: no llevaban casco.
En ese punto nuestro acompañante medio-guía medio-sombra nos dijo con señas y para nuestra tranquilidad, que se tenía que marchar; se despidió y dio media vuelta. Nunca supimos cuales eran sus verdaderas intenciones.
                     
                      
Seguimos caminando con el chaval que simplemente, nos acompañaba sin decir nada.
En el punto más elevado de una colina había una bonita cabaña que supuse que era un restaurante o un chiringuito aprovechando el mirador. Pero cuando llegamos y yo me disponía a hacer unas fotos de tan bello lugar, desde una garita me lo impidieron con grandes aspavientos. No era un chiringuito, era un puesto militar. Aquello era Napua.
                  
                       
Los militares nos pidieron pasaportes y permisos de visita. Brendan se había olvidado el permiso en el hotel, pero no importó, supusieron que no éramos el enemigo y con el mío tuvieron bastante. Tomaron nota y nos dijeron que podíamos continuar caminando y que más adelante, en un lugar indeterminado, había unas llamativas cascadas.
El paisaje era montañoso y bien bonito, pero no teníamos ni idea de cuanto de lejos estaban esas cascadas, ni el chico nos entendía cuando le preguntamos. Como ya llevábamos mucho caminado y tampoco pretendíamos llegar hasta la reserva de Lorentz, decidimos dar la vuelta.
                    
                   
Y es que esta carretera llega, tras bastantes kilómetros, hasta el lago de montaña de Hobbema, "en las cercanías" del segundo pico más alto de la isla, el monte Trikora, de 4.750 metros. Estas montañas a su vez limitan con el Parque Nacional de Lorentz, el mayor de este lado del planeta, Patrimonio de la Humanidad, y única área protegida del mundo que incorpora una secuencia continua e intacta de parajes que van desde las altas montañas de glaciares (con el pico más alto de Oceanía, la Pirámide Carstensz, o Puncak Jaya, de 4.884 metros), pasando por planicies y selvas tropicales húmedas, hasta los ecosistemas costeros de clima tropical marino.
                 
Panorama de 180º hacia el este desde Napua con Wamena en el fondo del valle de Baliem

Panorama de 180º hacia el suereste desde los alrededores de Napua (valle de Baliem)

Al poco de caminar cuesta abajo pasó una furgoneta bus y los tres nos montamos en ella. Al ratito estábamos de nuevo en Sinatma. Nos despedimos de nuestro silencioso acompañante e hicimos una nueva visita al mercado, donde la animación seguía tal cual la habíamos dejado horas antes, pero además encontramos a varios señores ligeros de equipaje.
                 
                   
Como la vuelta había sido de lo más veloz, decidimos regresar hasta el hotel caminando desde Sinatma, que no es otra cosa que un barrio en el extremo oeste de Wamena.
Íbamos caminando cuando un tipo en bicicleta paró delante nuestro y nos saludó en un buen inglés. Nos dijo que iba de incógnito y que no podía darnos más detalles. Llevaba una redecilla en la cabeza para cubrir su largo pelo ensortijado y portaba una mochila llena de panfletos que iba repartiendo subrepticiamente. Nos preguntó que si habíamos oído hablar del movimiento independentista papúo, a lo que le respondimos que sí. Nos argumentó que Indonesia había ocupado violenta e ilegalmente su país y que estaban organizádose para conseguir la independencia. Miraba cauteloso de reojo de un lado a otro y parecía algo nervioso, y no era de extrañar, estábamos parados junto a la puerta de un cuartel militar.
Nos preguntó qué opinábamos al respecto y si apoyábamos la independencia. Yo le respondí que no tenía una idea sólida al respecto y le pregunté si les gustaría incorporarse a Papúa Nueva Guinea. Me respondió que no, que serían un pais independiente. Continué diciéndoles que yo veía muy difícil que pudieran alcanzar sus propósitos: con tan poca población en un territorio tan grande, gente mayoritariamente dispersa y tribal, con poca capacidad para organizarse, sin apoyo económico y sin armas, en fin, sin nada luchando frente a un gigante. No quería ser aguafiestas, aunque lo estaba siendo y mucho, pero le dije que ante el ansia de independencia también había que valorar pros y contras, y analizar cómo era la situación en sus hermanos de PNG: un país violento, corrupto y caótico.
Tras mi diatriba cambió de tema y nos dijo que él también era guía y que si lo necesitábamos, podría organizarnos unas buenas excursiones. Le contestamos que lamentablemente ya teníamos un guía, pero que nos diera su contacto porque nunca se sabe. Después le pregunté si le podría hacer una foto y alarmado, me preguntó que si era un agente secreto o tenía extrañas intenciones. Le dije que nada de eso, que solo era un pobre viajero perdido en la inmensidad del mundo. Me permitió entonces hacerle la foto pero con la condición de que no la vendiese. Le dije que tranquilo, que yo no vendía fotos, mi habilidad solo me daba para regalarlas.
Después de hacerle la foto nos dijo que se tenía que marchar porque había parado en un lugar muy peligroso para él. Comprendimos sus precauciones y nos despedimos de tan curioso personaje. Caminando le dije a Brendan que era una pena que ya tuvieramos contratada la excursión, porque este parecía un personaje muy interesante, a diferencia de Micky Maus, que además de no despertar en mi mucha confianza, parecía tener la capacidad intelectual de un dibujo animado.
                     
                    
Esa tarde volví al puesto de internet. Le había estado dando vueltas, preocupado, a qué hacer con las dificultades para comprar el billete de avión de Jakarta a Bangkok, y había decidido escribir a mi buen amigo Emilio para que fuera él quien, desde Don Benito, provincia de Badajoz, comprara el billete en mi nombre y me mandara el resguardo por correo electrónico.
                    
                   
A la mañana siguiente preparé la mochila con todo lo que pensaba que necesitaría para la excursión, y dejé todo lo demás envuelto en mi red de acero para depositarlo en el hotel.
Allí estaba Micky Maus que según salí de la habitación, me dijo que iba a necesitar más dinero porque del que le habíamos dado, le había entregado una parte a su mujer y no tenía suficiente para comprar el pan y otros víveres. Le dije que vaya pan más caro, pero que esperara. Mal empezábamos.
Cuando apareció Brendan me aparté con él y le conté lo que me había dicho M.M. Acordamos darle hasta la mitad del presupuesto y ni una rupia más. El guía aceptó y procedimos a entregar nuestros equipajes al hotel y a anunciar nuestro día de regreso. Micky Maus calculaba mal el día de vuelta porque decía que íbamos a regresar pasados cinco días, pero habíamos acordado seis, como bien le mostramos en el programa que él mismo había escrito.
A la salida había tres bici-taxis preparadas para llevarnos hasta las afueras de Wamena, donde cogeríamos un todoterreno-taxi camino del punto de inicio de la excursión.
Allí fuera también estaba nuestro porteador. Si el nombre del guía ya era portentoso, el del porteador no se quedaba atrás: US-Army.




5 comentarios:

  1. Muy buena puntería con las fotos a la remanguillé, Juanjo (vas cogiendo práctica). Y muy interesante el atuendo de los señores papuos. Aunque bien mirado, yo creo que en porretas integrales llamarían menos la atención que con el pirulo ese color butano que llevan. Pero bueno, espero comprobar en posteriores artículos que adoptasteis el atuendo local, que parece más fresquito que el vuestro (ya sabes, donde fueres, haz lo que vieres). Por cierto, veo que el santoral no se estila mucho por allí; si se ponen esos nombres, no quiero ni imaginar como llamarán a sus mascotas…

    Bueno Juanjo, un saludo y hasta pronto, que ya no te queda na.

    David.

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  2. Los señores del taparrabos de madera¿se lo quitan para hacer pipí?¿y para hacer el amor?

    Te escribo un listado de nombres para que se los envies a tus amigos papúos:Tom and Jerry,Porky Pig,Woody Woodpecker (El pájaro loco),Donald Duck (El pato Donald),Batman,Superman,Mighty Mouse (Super raton),Yogi Bear and Boo Boo,George of the Jungle,Mr. Magoo,Felix The Cat,Winnie the Pooh,Popeye,BettyBoop,Pikachu,SpongeBob SquarePants,Bugs Bunny
    Un saludo (Soy Scooby doo)

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  3. Hola
    Me llamo Alicia y junto con mi compañero nos vamos a Indonesia este verano. Nos hace muchisima ilusión ir a Papua, pero lo que nos echa para atrás són los precios de rutas que ofrecen las agencias.
    Pensabamos comprar nosotros los vuelos, y allí mismo contactar con un guia, sea apañado y en el que podamos confiar.
    ¿Que te cobraron a ti por la ruta?
    ¿La puede hacer cualquiera, aun que no esté muy preparado fisicamente?
    ¿Comporta algun tipo de peligro?
    Muchas grácias, Alicia.

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  4. Lembah Baliem Wamena adalah mutiara Hitam di gugusan pulau Indonesia tercinta, terimakasih foto-fotonya. Bagus!

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