domingo, 24 de abril de 2011

PAPÚA DE COSTA A COSTA

En medio de un fuerte chubasco y de una marea humana que atropelladamente intentaba salir y entrar del barco cargando con sus grandes bultos, por fin pude poner el pié en el ferry destino a Fak Fak, en Papúa. Eran las dos y media de la madrugada del 18 de abril.
Tal como me había avisado Cinta en Banda Neira, el ferry proveniente del norte de las Molucas y de Sulawesi venía lleno hasta los topes porque entre las islas Molucas hay mucho trasiego, tanto de personas como de mercancías.
Recorrí las plantas de tercera clase y todo estaba lleno. Finalmente encontré un sitio vacío en el fondo del laberinto que era la bodega más baja, al nivel de flotación del barco.
Todo estaba bastante sucio: la gente llevaba varios días viajando y muchos encontraban más reconfortante dejar a su lado la basura que echarla al cubo.

En el tablero donde debía dormir no había colchón ni aislante, tan solo el duro contrachapado, pero qué le íbamos a hacer. Desplegué mi bonito pareo comprado en el barco de Manado a Ambon y me tumbé encima.
Alrededor mío había un grupo de amigos y en seguida se acercaron a preguntarme quién era yo. Después de un rato y dado lo tardío de la hora, me acomodé como pude y me eché a dormir.

A las pocas horas el barco atracó en Gorong, en el límite este de las islas Molucas, y allí se bajó casi todo el mundo. En pocas horas pasé del abarrotamiento a la soledad.
Antes de su marcha, uno de los chicos de mi alrededor me trajo una estupenda colchoneta que se iba a quedar vacía, y así pude seguir durmiendo mucho más confortablemente.
Sobre el mediodía, horas antes de lo que pensaba, el barco llegó a Fak Fak. Estaba en Papúa.
            
             
Nueva Guinea o Papúa es, con más de 785.000 km², la segunda mayor isla, tras Groenlandia. Pertenece al territorio geográfico de Oceanía, en el Océano Pacífico occidental. Está ligeramente por debajo de la línea del ecuador y al norte de Australia.
Es junto con Amazonas y Congo, una de las mayores selvas tropicales del mundo. Su biodiversidad es también una de las mayores del planeta y todavía permanecen muchos animales, plantas e incluso poblaciones humanas por descubrir.
También es la isla de mayor altura. Por su centro, de este a oeste, la cruza una cadena montañosa cuyo punto más alto es la pirámide de Carstenz, de 4.884 metros y tiene hasta glaciares, pero actualmente están en rápida regresión (no entiendo porqué...).

Bajé del barco y me encontré en una bahía rodeada de monte cubierto de selva donde apenas se veían algunas casas. Lo primero que hice fue preguntar por las oficinas de la naviera porque, según el horario de ferrys que tenía, mi siguiente barco hasta Jayapura saldría al día siguiente y por tanto, Fak Fak era solo una escala en mi viaje. Me dijeron que en el puerto no se podían comprar los billetes (manda eggs), y tenía que ir hasta las oficinas, algo distantes. No entendí muy bien cómo se llegaba y cuando eché a caminar, lo hice equivocadamente por una carretera que rodeaba toda la población.

Panorama 90º de la ensenada de Fak Fak desde encima del puerto
           
Cuando comprendí que iba a tardar mucho en llegar, paré una moto y negocié el precio para que me acercara hasta las taquillas.
Remontando unas tremendas cuestas por fin llegué, pero estaba cerrado. Había otras gentes que también querían comprar sus billetes, pero nadie parecía conocer el horario. Pedí entonces al motorista que me llevara hasta un hotel barato, algo difícil porque Papúa se caracteriza por lo caro de sus alojamientos.

Aunque cansado, preferí no reposar y aprovechar las horas que tenía por delante para conocer Fak Fak, de la que no sabía absolutamente nada porque no aparecía ninguna referencia en mi roñosa guía, ni había encontrado información por internet. Tampoco tenía idea sobre la etimología de su nombre, que en inglés suena poco fino y según en qué ocasiones, demasiado explícito.

La ciudad no era del todo fea y estaba asentada sobre una muy bonita bahía bastante escarpada. Su población era una mezcla de papúos (negretes y feotillos) e indonesios (menos negretes, menos feotillos).
              
 
              
Caminando por la parte baja de la ciudad encontré un cibercafé y allí me metí. La conexión era bastante mala y tras las consultas básicas abandoné el lugar porque prefería aprovechar la luz del día.
Pasado un rato, remonté de nuevo las fuertes cuestas de Fak Fak para presentarme en las oficinas de PELNI. Por las calles los grupos de chicas que iban o venían del instituto, se quedaban medio atónitas al verme, y algunas negritas me gritaban I love you!!!. No es que yo sea una estrella del celuloide o de la canción ligera, pero hasta esta ciudad no llegan turistas, y se ve que algunas chavalas no querían desaprovechar la ocasión. Me acerqué a ellas, pero ninguna se me abalanzó. Tan solo me saludaron cortés y tímidamente, y me hicieron fotos con sus móviles.
               
                
Los papúos son originarios de Australia y llegaron hace más de 40.000 años en un periodo glaciar en que ambos islotes estuvieron conectados por tierra. Por sus condiciones de aislamiento en selvas, montañas y cuencas fluviales pantanosas, los papúos presentan la mayor variedad lingüistica del mundo. Los más aislados viven en la edad neolítica y con el clima tan benigno que tiene, no utilizan ropa. En los lugares más selváticos, donde la obtención de proteínas no resulta fácil, se practica el canibalismo, pero sin mala fé. Las culturas papúas son analfabetas y normalmente guerreras, feroces y terriblemente machistas, hasta el punto de que en algunas tribus es habitual la homoxesualidad entre los guerrenos para no tener que relacionarse con mujeres que les harían perder la fuerza y el valor...

Las oficinas de la naviera seguían cerradas, pero descubrí una puerta abierta y me metí. Allí había un tipo con aspecto zombiesco y le pregunté por cómo comprar los billetes. Me respondió de muy mala forma y no le entendí en absoluto. Aunque supuse que me decía que estaba cerrado o que yo no podía estar allí, decidí no moverme hasta que no apareciera alguien más dialogante. Al rato salió de un despacho un tipo que parecía jefe o subjefe, y le pregunté de nuevo por la compra de billetes.
Me contestó que aunque la oficina debía estar abierta, su empleado estaba en su casa, y que esperara. Le estuvo llamando por teléfono pero no lo cogía. Me dijo que me sentara y estuve aguardando un rato hasta que apareció el afortunado empleado (que puede quedarse en su casa) y por fin pude hacerme con el billete para el barco del día siguiente a Jayapura.
Antes de llegar a Fak Fak había estado pensando bastante si coger el siguiente ferry o directamente un avión. Resulta que en Papúa iba a tener que coger aviones obligatoriamente para llegar al interior, porque no hay carreteras y es imposible llegar por río: el valle de Baliem, mi destino, está rodeado de las más altas montañas de Papúa y estas a su vez, lo están de selvas.
Para ir de Fak Fak a Jayapura en barco había que rodear toda la provincia de Papúa Occidental y seguir hasta la mitad de la isla, junto a la frontera con Papúa Nueva Guinea (PNG), lo que me llevaría tres días y pico de viaje. Cogiendo un avión estaría en Jayapura en una hora.
Como en mi guía no mencionaba nada de Fak Fak, suponía que no habría nada especial que ver por allí (error). Decidí por tanto llevar mi idea de viajar sin coger aviones hasta sus últimas consecuencias, y darme una última paliza en barco.
                 
              
Ya con el billete en el bolsillo seguí la visita a la población, pasé por un banco y aproveché para sacar papel moneda. Allí saludé a los vigilantes y a varios empleados. Uno hablaba muy bien inglés y estuvimos charlando un rato. Me recomendó que fuera al cibercafé de un amigo suyo que funcionaba muy bien, y donde él también iría cuando saliera del trabajo.

Luego me encontré con unos chicos que jugaban al badmington y que me pidieron que les hiciera fotos. Para eso estamos aquí, chavales, les vine a decir. Y ellos emocionados comenzaron a posar de una forma fantástica.
             



Luego una de las chicas me dijo que esperara y se fue a avisar a otro amigo al que se veía que también le encantaba que le hicieran fotos. Vino corriendo y, contoneándose siguiendo los movimientos de la cámara, posó de P.M. (de Perfecta Manera).



Cuando había disparado una buena cantidad de instantáneas al estilo Ricard Avedon (pero con sonrisas), les dije que tenía que seguir mi camino y mostraron una gran tristeza, como si ahí acabara su relación con un fotógrafo de estrellas (de Hollybull). Ya de regreso en el hotel, me encontré con un grupo de enfermeras que salieron en tropel de una clínica para ver si les hacía el favor de ponerme con ellas para unas fotillos.
             
              
Después de reponerme decidí acercarme hasta el otro internet de la ciudad. Yo suponía que estaría cerca, pero todo lo contrario, estaba en el interior y para llegar había que subir y bajar fuertes cuestas. Por supuesto, esto no me importó en absoluto, disfruté recorriendo la ciudad y saludando a buena parte de los paisanos con los que me cruzaba.
                
              
El cibercafé en cuestión era cierto que funcionaba mejor, pero no era lo que se dice una maravilla. Llegó por allí el bancario y me invitó a una tronca-cola, y como yo andaba muy entretenido actualizando el blog (estuve varias horas) me dijo que se marchaba, pero que regresaría más tarde y podríamos ir a cenar juntos.
Cuando terminé el blog esperé un rato en la puerta a que llegar mi colega y mientras, estuve hablando con un tipo de Jakarta que le gustaba la aventura y estaba recorriendo Indonesia, trabajando y viviendo en diferentes lugares. Me dijo que Fak Fak le gustaba especialmente porque era un bello lugar y además todos sus alrededores eran muy interesantes. De hecho, pensaba que ese era un buen lugar para establecerse definitivamente.
Le contesté que yo no tenía ni idea que hubiera muchas cosas que ver allí, y me contó que por ejemplo, en sus alrededores había un abrigo rocoso con pinturas rupestres, una zona con restos de una batalla entre japoneses y aliados de la segunda guerra mundial, y en la isla de enfrente vivían papúos en estado primitivo habitando pequeños poblados de cabañas, cazando, pescando y cultivando patatas. Le pregunté si era posible visitarlos y me dijo que por supuesto, que era gente muy agradable.
Este descubrimiento me enfureció porque de haber dispuesto yo de esa información ante de haber comprado el billete de barco, quizás hubiera preferido visitar aquella zona totalmente ajena al turismo y luego desplazarme hasta Jayapura en avión.

Cuando apareció mi amigo nos fuimos en su moto hasta la parte baja de la ciudad, junto al mar. Allí nos metimos en un restaurante-carpa y degustamos unos exquisitos pescados, todo regado con té, porque la cerveza, el vino o el cava es algo casi imposible de encontrar.
Le conté mis aventuras y él me contó su vida: era de Makassar, Sulawesi y había estudiado filología inglesa en la universidad. Empezó a trabajar en un banco en su ciudad, pero al tiempo sus jefes le "obligaron" a irse a la sucursal en Fak Fak. Se quejaba de que trabajaba once horas al día, seis días a la semana, y que ganaba el mismo dinero que en Makassar (unos 400 euros al mes), pero en Papúa todo costaba casi el doble.            

              
Al día siguiente me levanté muy pronto porque el barco se suponía que pasaba antes de las seis de la mañana. Somnoliento me fui hasta el salón del hotel desde donde se veía la bahía, y aunque me daba la impresión de que todavía no había llegado, no podía asegurarlo. Me acerqué al puerto sin el equipaje y comprobé que todavía no estaba allí. Me dijeron que venía con retraso, por lo que me volví al hotel y dejé pasar una hora y pico. Suponía que cuando llegara lo escucharía porque los barcos siempre hacen rugir sus sirenas al llegar a puerto.
Me presenté allí de nuevo cuando el ferry se acercaba por la bahía. La sala de espera estaba muy concurrida y mientras esperaba, llegó Maikel, un militar negrito que se puso a mi lado y que tras saludarme en inglés, me dijo que no me preocuapara por nada, que fuera con él.
Cuando entramos en el barco seguí a Maikel por los pasillos, sucísimos y de olores complicados. El barco parecía estar abarrotadísimo y era más pequeño que los últimos ferrys en los que había viajado.
Llegamos hasta un extremo de la bodega y allí había otro militar con su familia, amigos de Maikel, que se bajaban en Fak Fak y que nos traspasaban sus sitios.

La isla de Papúa fue descubierta por los portugueses en 1526 y llamaron a sus habitantes papúos, que es una expresión de origen malayo que significa de "pelo ensortijado". Al poco pasó por allí un barco español y como al capitán la gente le recordaba a los guineanos, en un alarde de imaginación llamó al lugar Nueva Guinea.
Con el tiempo, la mitad occidental de la isla fue administrada por Holanda, y en la parte oriental, el sur por Inglaterra y el norte por Alemania.
Tras la segunda guerra mundial, lo que hoy es Papúa-Nueva Guinea (las partes controladas por Inglaterra y Alemania) quedó incorporada a Australia, pero apareció un fuerte movimiento separatista que consiguió la independencia en 1975, convirtiéndose así en un estado soberano, corrupto, violento y caótico.

En 1959 Países Bajos constituyó el Consejo de Nueva Guinea y otorgó la independencia a la parte occidental de Papúa. Sin embargo Indonesia, que había sido creada en 1945 al abandonar Holanda sus colonias de las Indias Orientales, reclamó para sí este territorio como parte del país.
En Indonesia gobernaba entonces el general Suharto, empleado de la C.I.A., e invadió Papúa. Esto creó un conflicto internacional que intentó resolver la ONU estableciendo un referéndum para que los papúos decidieran sobre su destino. Se acordó que se celebrara un plebiscito en el que debían participar todos los adultos (algo completamente imposible porque el territorio está poblado por centenares de tribus aisladas).
Pero Suharto se adelantó y organizó una votación en la que participaron 1.022 líderes tribales y sospechosamente, los 1.022 apoyaron la anexión. Indonesia presentó los resultados ante la ONU y esta institución, siempre corrupta y vergonzosa, dio el visto bueno y aceptó la unión de Papúa a Indonesia (o imperio javanés, como me gusta llamarlo de tarde en tarde).
Una vez reconocida la anexión, el gobierno comenzó la creación de poblaciones costeras y mediante su programa de transmigración, fueron llevadas personas de islas como Java, Sumatra o Sulawesi que nada tienen que ver con los negritos papuanos. Se cambió el nombre de la provincia por el indonesio de Irian Jaya y comenzó una fuerte represión sobre la cultura, tradiciones e idiosincrasia de sus pueblos.
También casi inmediatamente, qué casualidad oiga, se abrió la mina Grasberg, la mayor mina de oro del mundo, la tercera de cobre y la mina a cielo abierto más alta del planeta. Su explotación fue comisionada a una empresa norteamericana, y sus gigantescos beneficios solo fueron, y van, a Jakarta.
El movimiento independentista papúo no tardó en levantarse y hasta la fecha ha dejado muchas luchas y bastantes muertos. Con el tiempo, ciertas reivindicaciones fueron escuchadas, como que se les devolviera el nombre original de Provincia de Papúa... y poco más, porque aunque recibieron promesas para tener cierta autonomía, estas reformas están todavía pendientes.
               

Como el ferry en el que viajaba iba recorriendo toda la costa de Papúa y parando en sus escasas poblaciones, la gente de mi alrededor fue cambiando continuamente. Con el militar Maikel no coincidí mucho porque en alguna otra parte del barco tenía familiares y pasaba con ellos la mayor parte del tiempo.
La familia que iba enfrente mío el primer día, llevaban cantidades industriales de bizcochos y snacks y me los ofrecían continuamente, por lo que ese fue mi menú.
La comida a bordo era algo monótona. Aunque se podía comer el rancho a la hora del almuerzo, poca gente lo cogía porque era un pequeño estuche con arroz blanco y un diminuto trozo de pescado reseco. Como además venía sin lupa, el pescado dificilmente se podía encontrar. Yo solo lo cogí un día, por probar, pero no lo comí de lo poco apetitoso que parecía. Normalmente iba a cubierta y compraba arroz y pollo, que estaba buenísimo, y otras veces le compraba la comida a las mujeres que subían al barco en los puertos.
Cerca de mi estaba Jeaneke, una profesora que vivía en la isla de Serui y con la que hablé mucho. Iba acompañada de su marido ingeniero y su simpático hijito Ezeqiel. Mientras charlaba con ella se acercaban los papúos para saber de mi, escuchando nuestra conversación que ella les traducía, y para observarme detenidamente.

La primera noche fue la más animada y divertida. El barco iba abarrotado, la gente interactuaba mucho aunque no se conociesen, y en el extremo de la bodega donde yo estaba el ambiente era muy bueno, aunque algo pestilente.
Una de las familias que tenía al lado puso música ambiente en su móvil. La mayoría eran canciones bastante alejadas de mis gustos, pero cuando sonó un bonito chachachá les hice señas indicando que esa sí que me gustaba. Ni corto ni perezoso la mujer se puso en pié y se acercó bailando hasta mi. Yo sin dudarlo, hice lo propio, que en Indonesia lo mío es el baile. Danzamos un buen rato con ese chachachá, que sonó varias veces, mientras toda la gente de la bodega se agolpaba a nuestro alrededor a disfrutar del espectáculo y a grabarnos con sus móviles.
No sé por qué, pero me da a mi que ahora soy muy conocido en toda la península de Sorong, provincia de Papúa Occidental.

En la madrugada, a eso de las tres, el barco llegó a un puerto y entre la carga y la descarga, que duró varias horas, casi toda la gente que tenía alrededor se marchó, y llegó otra nueva que ya no llenaron todas las plazas.
También esa noche, Jeaneke y familia se trasladaron a un camarote porque Ezeqiel estaba pachucho. Me dijo que fuera a visitarlos y que pasara con ellos todo el viaje, cosa que a mi me parecía a todas luces excesivo. Al final quedamos en un fifty-fifty: los visité varias veces y estuve bastante tiempo charlando, tomando café, viendo a los PowellRanchers en la tele, y jugando con Ezeqiel.
              
           
En la cubierta había mucha gente que hacía allí vida y comerciaban, porque muchas mujeres vendían bolsas tejidas a mano, comida de aspecto poco apestitoso y betel, un fruto que se masca y al que los papúos son muy aficionados.
El fruto del betel se mezcla con cal en la boca y al mascarlo se produce una reacción química que libera sus principios activos, tonificantes, antisépticos y medicinales. Se saliba mucho y la mezcla resultante es de un fuerte color rojo que colorea dientes y labios. Cada poco hay que escupir, por lo que podréis imaginar cómo estaba la cubierta del barco.
            
 
 

En su viaje, el ferry fue recorriendo toda la costa de Papúa, por lo que el paisaje era siempre estupendo con montañas y bosques en la lejanía, y con una ausencia casi absoluta de ciudades y aldeas.

A diferencia de los indonesios, que suelen ser mayoritariamente simpáticos, entre los papúos había muchos que miraban con expresión sombría y extraña. Eso hizo que no me resultara tan fácil como todas las veces anteriores hacer fotos a la gente, ya que cuando les pedía permiso, muchos me miraban con muy mala cara.

 

En la madrugada de la segunda noche, Maikel llegó a su destino y nos despedimos en medio de mi somnolencia. Este día fue un poco chungo desde el punto de vista de la higiene. Yo utilizaba los baños, que tenía muy cerca, solo justo después de que hubiera pasado el servicio de limpieza, y así evitaba visiones poco reconfortantes. Pero cada vez que el barco se acercaba a un puerto, algo pasaba con el sistema de cañerías y quedaba bloqueado. Entonces el agua y todo lo que contenía, en lugar de marcharse, rebosaba, saliendo fuera del baño e inundando los alrededores. Así que en una de esas me avisaron porque el agua estaba llegando a los alrededores de mi mochila, que estaba bajo la cama, y tuve que colgarla de la pared con gran esfuerzo. En esos momentos la visión del interior de los baños, efectivamente, era espeluznante.

                
Cuando el barco llegó a Serui, aparecieron los familiares de Jeaneke para ayudarles a transportar la enorme cantidad de cosas que habían comprado en Fak Fak. Dada la pequeñez y aislamiento de la mayor parte de las poblaciones de Papúa, no es posible comprar casi de nada, así que cuando se viaja, se aprovecha para hacerse con todo lo que se necesita.
Para salir del barco, la gente estaba agolpada por los pasillos y yo me encontraba en medio de toda aquella marabunta acopañando a Jeaneke y a su hijito. Cuando ya estaba en el hall de salida, completamente rodeado, sentí como un dedo palpaba mi cartera en el bolsillo del pantalón. Un caco estaba justo detrás mío haciendo mediciones. Sin pensármelo y sin mirar, le metí un tremendo codazo. Un momento después vi por el rabillo del ojo cómo el hombre se ponía delante mío. Iba con una chaquetilla en el antebrazo y le acompañaba un chaval. Le cogí del hombro y le pregunté bien alto (pero en inglés, claro), qué tal se le estaba dando la mañana, si había conseguido muchas carteras. El tipo no dijo ni hizo nada. Y continué diciéndole a Jeaneke que ese hombre era un ladrón. Ella no reaccionó, ni nadie. Y creo que se debió quedar alucinada por mi actuación. Como no sabía cómo continuar con el tema, le solté y este, discretamente y sin decir nada, siguió caminando y se marchó.
Bajé con ellos al puerto, y esperé junto al pick-up que habían alquilado a que trajeran todos los bultos y cajas. Después me despedí y me volví al barco.
                     
 
                  
El resto del viaje transcurrió plácido. En cada puerto el barco se vaciaba más y más, y los baños de vez en cuando quedaban de nuevo atascados para mi alarma y asco. Dada la situación busqué los aseos de segunda clase, donde la gente viaja en compartimentos con baños comunes. Pero como el barco era más pequeño que los que yo había viajado antes, sólo tenía tercera y primera clase, con baños en el interior de los compartimentos.
                

La última noche iban a mi lado un grupo de chicos más o menos simpáticos, pero les dió por ponerse a tocar la guitarra y a cantar a eso de las cinco de la mañana. Me despertaron, claro, pero como soy de fácil dormir no tardé en sucumbir de nuevo. Cuando me desperté horas después, eran ellos los que dormían, pero como no se tocar la guitarra, les dejé que siguieran descansando.
              

El barco llegó al puerto de Jayapura sobre a la una de la tarde del 22 de abril, lo que me pilló desprevenido porque pensaba que llegaría sobre las ocho de la noche. Enseguida que bajé una multitud de taxistas y motoristas se abalanzaron sobre mi. Cuando la cosa se calmó un poco, elegí a un patán y le dije el hotel al que quería ir, ossssea, el más barato según la guía. El tipo se puso en marcha y cruzó toda la ciudad... pero en sentido contrario. Bien en las afueras paró en uno que no era al que yo quería ir (pero que tenía bastante buena pinta, esa es la verdad). Le dije que yo allí no me quedaba y que quería que me llevase al que le había dicho. El moto-taxista no tenía ni idea de dónde debía ir, pero preguntando a varias personas finalmente se enteró. Tuvo que cruzar de nuevo toda la ciudad hasta su otro extremo. Cuando por fin me dejó, me pedía el doble de dinero argumentando que el viaje había sido muy largo. Por supuesto, le di lo convenido... y gracias.

El hotel barato tenía todas las habitaciones económicas llenas, y como las que quedaban me parecían demasiado caras, me puse a caminar en busca de otras opciones. Pregunté en buena parte de los hoteles con los que me encontré y siempre eran carísimos, así que al final me recorrí toda la ciudad y acabé en uno que tenía las habitaciones baratas al precio de las habitaciones caras del primero que visité, pero por no regresar, allí me quedé.

Jayapura es la capital de la provincia de Papúa, pero eso no significa que sea gran cosa. Ocupa una bahía y está rodeada de frondosas colinas. Como ciudad es bastante fea y poco interesante. Tiene mucho tráfico, tiendas, mucha mierda y malaria, y bastante animación. Está a unos cincuenta kilómetros de la frontera con PNG y si se quiere pasar a ese país, se puede tramitar el visado en el consulado de la ciudad.
La población de Jayapura es mayoritariamente indonesia aunque también se podían encontrar bastantes papúos originales, todos vestidos, por supuesto, aunque la mayoría descalzos.

En seguida que ocupé la habitación, me puse en marcha porque tenía que resolver varias cuestiones aéreas.
Mi intención era ir lo antes posible hasta Wamena, la capital del valle de Baliem, y la única forma era en avión desde el aeropuerto de Sentani-Jayapura. Me pasé por una agencia de viajes para preguntar por los vuelos. No había ningún problema para ir de un día para otro, pero el precio me pareció muy alto. Visité internet y fue imposible encontrar un servicio on-line de compra de billetes para Wamena, pero sí encontré una referencia al precio, que se correspondía con el de la agencia de viajes. También busqué vuelos para comenzar mi regreso a casa con el recorrido Jayapura-Jakarta, Jakarta-Bangkok. Tuve suerte y encontré dos vuelos con horarios que encajaban perfectamente para llegar en la noche del mismo día a Tailandia. Intenté muchas veces comprar el primero, pero por alguna razón, no pude.
              

A la mañana siguiente, todavía con todos los deberes por resolver, lo primero que hice fue dirigirme a la oficinas centrales de la policia, porque para visitar el interior de Papúa, se necesita un permiso especial llamado Surat Jalan. Tenía que llevar fotocopias del pasaporte y del visado, un par de fotos y declarar qué lugares quería visitar.
Cuando estaban tramitándome mi permiso apareció por allí Brendan, un irlandés con un acento que me resultaba casi indescifrable. Él también tenía previsto ir al día siguiente a Wamena y como yo, todavía no tenía el billete de avión.
Tuvimos suerte y por los permisos no nos cobraron mucho. Resulta que su coste es arbitrario y según quien te toque, te puede salir por un precio simbólico o por el de un riñón pequeñito.
Después nos fuimos a la agencia de viajes y compramos el billete de ida y vuelta (con la vuelta abierta), porque así el regreso salía a la mitad de precio. Yo pregunté en la agencia por los vuelos hasta Jakarta y hasta Bangkok, y me dijeron que ellos me podían ayudar a comprarlos. Sin embargo me fui de nuevo a internet a ver si podía comprarlos por mi cuenta.
Lo intenté de todas las maneras posibles, pero cuando iba a pagar el billete, la transacción económica se abortaba, así que finalmente volví a la agencia.
El billete de Jayapura a Jakarta lo compré sin problemas y ligeramente más barato que por internet, pero cuando les recordé que también necesitaba el de Jakarta a Bangkok me dijeron que ese no me lo podían vender porque no tenían internet, que me fuera a un cibercafé. Me enfadé un poco porque había comprado el billete de Jakarta para el último día de mi visado en Indonesia, por lo que si tenía algún problema con el segundo billete, me podría pasar de la fecha si me tuviera que quedar en Jakarta al menos un día más.
Volví por la tarde a internet y allí me pasé horas. No hubo manera de comprarlo: no se ejecutaba la transacción económica, y eso que cambié las claves de las tarjetas e intenté comprarlo desde diferentes páginas web.

Para ir a Sentani, la otra ciudad importante de esta costa, a 35 kilómetros de Jayapura y donde está el aeropuerto, no hay un servicio directo de transporte público, y llegar hasta allí es poco menos que una odisea. Tenía por tanto que ir en taxi y costaba un dineral. Por ello había quedado con Brendan en mi hotel a las siete de la mañana del día 24 para ir juntos y compartir gastos. Brendan no apareció y después de media hora de espera, me tuve que marchar solo.

Llegué muy rápido al aeropuerto y facturé el equipaje. Cuando rato después entré en la sala de espera allí estaba él. Me dijo que no había encontrado mi hotel, así que también tuvo que costearse él solo su taxi.

El avión, un vuelo charter, iba prácticamente vacío y como me había tocado un asiento interior, le pregunté a un azafato si me podía cambiar a otro sillón con ventanilla para admirar el paisaje. Y es que había leído que muchos pilotos norteamericanos, europeos y australianos, trabajan unos años en Papúa porque el territorio es tan espectacular y emocionante, que prefieren ganar mucho menos dinero pero dar rienda suelta a sus ansias de aventuras.
En Papúa hay muchos accidentes aéreos y no porque los pilotos sean malos o los aparatos defectuosos. Es porque las mayoría de las pistas están en lugares remotos, son pequeñas, de tierra y están rodeadas de montañas y/o selvas. En esas condiciones hay muchas ocasiones en que el aterrizaje es peligrosísimo porque es difícil acertar con niebla o con tormenta.
                
              
El vuelo desde Sentani-Jayapura hasta Wamena apenas duró media hora. Tras la maniobra de despegue, vino el azafato y se puso a charlar conmigo y a contarme que era de Java y que trabajaba unas veces en Papúa y otras en Jakarta, y que al día siguiente se volvía a la capital. Además me invitó a un desayuno de esos que ya no dan en los aviones: un zumito y unas magdalenas. Yo no le hacía mucho caso, la verdad, porque prefería estar más atento al paisaje, fundamentalmente boscoso, con algunos montes y con enormes ríos llenos de cerradísimos meandros en terrenos claramente pantanosos.
                  
               
A la media hora aterrizamos sin mayor contratiempo en Wamena y lo primero que sentí al poner el pié en tierra fue el frescor del lugar. Rodeado de altas montañas, el enorme valle de Baliem está situado a 1.600 metros sobre el nivel del mar.
                 
                   
Este era un lugar realmente remoto, fue descubierto en 1938 en el transcurso de una expedición científica holandesa, y hasta el día de hoy no se puede llegar por carretera. Todo lo que allí hay: motos, lápices de labios, coches, pinzas para tender la ropa, sonajeros, camiones, cortauñas, frigoríficos, champú para cabellos grasos, lavadoras, DVDs de Chuck Norris, micrófonos para karaoke o zapatos, todo ha sido llevado en avión.

Allí fuera me esperaba la aventura, y los señores que visten sin ropa.



1 comentario:

  1. Qué penalidades en los viajes por barco, servicios que se inundan con sus propias cacas,gente cantando a las 5 de la mañana, carteristas... menos mal que también hay buena gente. Muy bonitas las a fotos de la people,...te pusiste como un profesional de la moda a hacer fotografías.
    Un saludo (estoy con ganas de seguir leyendo la aventura, que se ha quedado a medias y tiene muy buena pinta.)

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