miércoles, 26 de enero de 2011

DENTRO DEL VOLCÁN (DANAU MANINJAU, SUMATRA)

A las 10 de la mañana del día 22 de enero marché en ferry desde el pequeño puerto de Malaca hasta la isla indonesia de Sumatra. Junto a mi se sentó James, un neozelandés al que no entendía nada de lo que me decía y que se estaba leyendo Por quién doblan las campanas, de Ernest Heminghway.
Sobre la una de la tarde el barco hizo entrada en el puerto de Dumai, cuya principal actividad es la de carga de las materias primas de la isla, como petróleo, gas y madera.


El control de aduana fue más estricto de lo habitual, pues junto al paso del equipaje por los detectores de rayos X, a los extranjeros nos hacían un registro corporal en una cabina, mientras en las oficinas preparaban los visados.
El visado para entrar a Indonesia cuesta 25 dólares y como turista da derecho a visitar el país durante 30 días improrrogables, por lo que aquí se me presenta un problema a solucionar. Dado que quiero visitar el país durante casi 3 meses, eso significa que tendré que salir y entrar dos veces. La primera vez lo tengo claro: en la isla de Borneo pasando a Malasia. La segunda ya no tanto, dependerá de dónde me encuentre, quizás el paso a Papúa Nueva Guinea desde Papúa occidental sea la solución, aunque es un país bastante peligrosillo.
Para alguien que no tenga inconveniente en coger aviones, el asunto es pan comido, pero como yo sólo viajo por tierra o por agua, debo ajustar mi itinerario para cruzar la frontera cuando vaya expirando el visado. Un ligero rompecabezas.

Sumatra es la sexta isla más grande del mundo. Una cordillera montañosa la cruza de norte a sur, tiene playas virginales ideales para la práctica del surf, volcanes (alguno en activo) y lagos, y está repleta de selvas y de fauna salvaje como elefantes, tigres, rinocerontes, osos, monos y orangutanes. Además tiene depósitos de petroleo, gas y minerales. Estos, junto a sus extensos bosques son una tentación imposible de resistir, y la isla está siendo esquilmada sin muchas contemplaciones.
Además, Sumatra está situada en el llamado Cinturón de Fuego del Pacífico, la zona del mundo con mayor actividad sísmica y volcánica. El seismo de la navidad de 2004, el mayor registrado hasta la fecha, y que originó el tremendo tsunami, sucedió en el mar frente a las costas de Sumatra y fue Aceh, en el norte de la isla, el área más devastada. La incertidumbre de que el suelo se pueda resquebrajar en cualquier momento, hace que el turismo aquí sea muy limitado.

Resultó que tanto James como yo íbamos a ir en la misma dirección, cosa que él supo tras leer mi guía fotocopiada. Un sumatreño nos preguntó hacia dónde íbamos y nos acompañó hasta la empresa de minibuses que nos llevaría hasta Bukittinggi, en las montañas cerca de la costa oeste del centro de la isla. El minivan saldría a las cinco de la tarde en un trayecto de sólo 12 horitas. El desplazarse por Sumatra es un infierno.
Para hacer tiempo hasta la hora de partida, nos fuimos a almorzar y después dimos un breve paseo, pero rápidamente desistimos pues el sol pegaba con fuerza y aquello era bastante feo. Dumai es una ciudad de nulo encanto y mucho tráfico cuya actividad está centrada en la recepción y embarque de las materias primas de la isla.

A las cinco y media montamos en la furgoneta en la que James y yo compartíamos los asientos inmediatamente posteriores al del conductor, y no íbamos mal del todo.
Fue para mi una sorpresa el descubrir que toda la carretera en sus primeros muchísimos kilómetros estaba completamente urbanizada a ambos lados, con casas tirando a horripilantes y que me recordaban a las de India o Nepal: de cemento de dos plantas y a medio terminar. Había muchísimo tráfico, pues junto a los coches y motos, circulaban una gran cantidad de camiones. Todos juntos nos desplazábamos por una carretera con numerosos baches y socavones por la que además, a un lado discurría un estrecho oleoducto.
Ya en la noche, el minibus hizo una parada y el conductor nos dijo que esperáramos allí, que volvía enseguida. Cuando regresó venía con más pasajeros, por lo que James y yo tuvimos que compartir asiento con un tercero, indonésico, que tenía una gran afición por el teléfono móvil y ninguna por relacionarse con sus vecinos. Así, yo quedé en medio y apretujado, sin lugar donde apoyar la cabeza y con un espacio irregular delante donde apoyar los pies. Me temía que iba a sufrir mucho esa noche.
Según avanzaba el viaje, yo no podía dormir en absoluto y James probaba las más estrafalarias ubicaciones con nulo resultado. Aunque no es sorprendente por mi historial, al día siguiente me maravillaba de que, cuando me llegó finalmente el sueño, me quedé dormido y así estuve hasta que a las cinco de la mañana,  cuando el conductor nos dejó en un hotel a las afueras de Bukittinggi, al que ni intentamos entrar de lo bien arreglado que estaba.
Todavía de noche, James y yo comenzamos a caminar sin saber a dónde íbamos y con la carretera-calle desierta.
En eso que pasamos delante de una comisaría y, ni corto ni perezoso, entré para que me informaran de dónde podría estar el hotel que recomendaba la guía. Los dos policías de guardia se llevaron un buen susto con nuestra aparición, pues dormían placidamente tumbados en los sofás de la recepción.
Debíamos continuar unos tres kilómetros hasta llegar al centro de la ciudad, y mientras caminábamos me iba acordándo de la madre del conductor que en vez de dejarnos bien centrados, nos había soltado en los arrabales. Llegamos al hotel que buscábamos, pero estaba cerrado por lo temprano del día. El de al lado era muy caro y otro, regentado por un alemán muy amable, estaba lleno. Este nos recomendó que nos fuéramos tranquilamente a desayunar y que volviéramos a las 9 de la mañana porque era demasiado pronto.
Antes de desayunar preguntamos en más hotelitos y todos estaban llenos.
Una vez comidos, James releyó la guía y me señaló un lugar no muy lejano llamado Danau Maninjau y que ponía que era realmente bonito. Tras leerlo le dije que si el alemán no nos daba alojamiento, me iba a Maninjau.
De vuelta al hotel del alemán nos contó que era domingo (yo no tenía ni idea) y que Bukittinggi se llena los fines de semana con sumatreños que viven en poblaciones de los alrededores, puesto que la ciudad está bastante elevada sobre el nivel del mar, y se está fresquito comparado con el fuerte calor de la costa y las tierras más bajas. La ciudad además está rodeada de bosque y tienes numerosos encantos naturales que visitar.
Nos recomendó que efectivamente nos fuéramos a Maninjau, a 38 kilómetros, donde no tendríamos ningún problema de alojamiento y que volviéramos entre semana, cuando su hotel está prácticamente vacío.
Así que de nuevo, James y yo continuamos viaje. En seguida pasó una furgonetilla que iba camino de la estación de autobuses y en la que montamos.
Nada más llegar a la estación partía a su vez un pequeño y destartalado autobus camino de Maninjau, el lago que ocupa el gigantesco cráter de un volcán extinto.
El paisaje hasta este lugar era realmente bonito, pero a mi me costaba apreciarlo porque me iba quedando dormido. La mayor parte del camino era cuesta arriba subiendo la ladera de la montaña, el volcán. Una vez arriba comenzaba un profundo descenso con decenas de vueltas en la carretera y en medio de un paisaje estupendo, con las paredes de 600 metros del volcán, y al fondo el enorme lago.
Como James y yo íbamos en primera fila, le dije al conductor en qué pueblito quería que nos dejara y cuando llegamos, nos avisó y nos bajamos. Preguntando a los nativos, nos indicaron donde estaba el Lilis, un alojamiento de cabañas junto a la orilla del lago. Avanzamos por un estrecho y bello caminito entre plantaciones de arroz y palmeras, y a las 10 de la mañana llegamos a nuestro definitivo alojamiento. Justamente 24 horas después de haber partido de Malaca.

El Lilis estaba totalmente vacío, por lo que nos asignaron las dos mejores cabañas, en primera línea de  playa lacustre. Después de tantas horas de viaje estaba bastante churretoso, pero en lugar de darme una ducha, cosa vulgar, decidí darme un baño en las templaditas aguas volcánicas del lago. Cosa extraordinaria.
    

Después de descansar un ratito pregunté por dónde estaba el internet y me dijeron que saliera a la carretera y fuera hacia la derecha. Así lo hice y fui preguntando muchas veces por el dichoso internete y siempre me respondían que siguiera más adelante. En el trayecto también iba saludando a todo el mundo porque la simpatía de las gentes de este lugar es extraordinaria. Se paró una moto con un hombre y una chica a bordo, y él muy educadamente, me preguntó si podía hablar conmigo un rato. Resultó que era profesor de inglés y quería que su hija me escuchara y hablara conmigo para no quedarse únicamente con la referencia paterna. Lo cierto es que la chica casi no abrió la boca, era bastante tímida, pero yo le conté mi vida (a grandes rasgos). Después el hombre me dijo que si tenía tiempo, podría ir a su escuela un día para dar clase a sus alumnos. Le respondí que solo me iba a quedar en el lugar dos días, pero que al siguiente por la tarde, podría ir. Resultó que él por la tarde no tenía clase y ahí quedó la cosa.
        

Continué caminando y preguntado por el internet y me seguían diciendo que siguiera para adelante. Mientras, iba pensando que hubiera estado bien haber ido a la escuela: seguro que habría sido una experiencia enriquecedora y divertida, tanto para mí como para la chavalería, pues tengo un gracejo dando clases que es para troncharse, caballero. Deseé volverme a encontrar con el señor profesor, pero no sucedió.

Por fin llegué al internet, que no estaba en mi misma población, sino en la siguiente. A la vuelta me encontré con James que se había dado una siesta y también venía de internet, pero de uno que estaba junto a la entrada del camino a nuestro hospedaje. Yo había caminado tres kilómetros buscando el sitio, así, como el que no quiere la cosa. Pero no me cagué en nadie, el paseo estuvo bien y pude conocer el lugar. Las poblaciones del lago son extremadamente estrechas y son casi un continuo a lo largo de la carretera que lo rodea. Aunque la mayor parte de las construcciones son feotillas, también las hay típicas, con pintorescos techos cuyos extremos se lanzan puntiagudos hacia el cielo. Hay algunas mezquitas y bastantes casas de pilares sobre pequeños estanques llenos de peces para echar a la cazuela. La carretera está tremendamente transitada por motos, coches, furgonetas llevando a gente y camiones. Circulan a la mayor velocidad posible y como no hay aceras ni paso para peatones, el caminar es una tarea que produce un cierto desasosiego.

Según entraba por el camino hacia el Lilis, a las 16h30, comenzó a llover con fuerza ecuatorial y acabé corriendo para llegar a la cabaña antes de quedar totalmente empapado: al final solo quedé empapado a la mitad.
Acordé con James cenar juntos en el Lilis y cuando fuimos a pedir de comer, el dueño, un chico muy simpático, nos dijo que sólo nos podía ofrecer comida casera, la cena que estaba preparando para él y para un par más de nativos que allí estaban. Le dijimos que estupendo, que había que probar la comida del lago Maninjau.
Mientras iba y venía a la cocina nos ofreció fumar cigarrillos de tabaco indonesio con hojas de cáñamo, contándonos que él fumaba eso todo el rato y que una vez le pillaron y condenaron. Estuvo siete años en la carcel por posesión, y no estuvo diez porque sobornó a la policía con todo el dinero que tenía, y que si hubiera tenido dinero suficiente se había librado de la carcel. Ahora se sentía más protegido porque había un policía entre su familia y eso le aseguraba una cierta inmunidad.
Yo no entendía muy bien porqué correr tanto riesgo con esto del cáñamo, pues el cigarrillo era flojísimo, sin actividad alucinógena ni de ningún tipo.
En la cena James me explicó que era psicólogo y que ahora estaba viajando por Indonesia, pero luego daría el salto hacia EEUU para recorrerlo brevemente y acabar en Canadá donde tenía unos amigos y allí buscaría trabajo.
Después continuamos todos de charla y nos contaron que en toda la zona hay muchos animales y la gente, además de pescar, sale habitualmente al bosque para cazar. Con melancolía también nos contaron que hasta hace un año y pico el Lilis estaba bastante concurrido de turistas y todas las noches había fiesta, pero hubo un terremoto en el lago y en la otra orilla, donde el terreno es más abrupto, se derrumbó una parte de la pared del volcán y mató a varios nativos y turistas, y desde entonces la gente había dejado de visitar la zona por miedo a ser engullidos por la tierra.

A la mañana siguiente, nada más despertar, me di otro reconfortante baño en el lago mientras veía cómo iban y venían las barquitas de pescadores. Y es que, a tenor del tamaño de los peces que aquí se ven, muy-muy pequeños, el lago está sobreexplotado. Además de las barquitas de pesca, en las orillas también hay piscifactorías, y como ya he escrito, fuera del mismo hay multitud de pequeños estanques también repletos de peces, pero se ve que hay demasiada población.

 
 
        
Le ofrecí a James que se viniera conmigo a una cascada que el dueño me había comentado que no estaba muy lejos. Este me dibujó un sencillo mapita y nos fuimos a visitarlo. Por el camino, y mientras íbamos saludando a toda la gente con la que nos cruzábamos, me dijo que creía que la noche anterior los cigarrillos no eran de cáñamo sino de adormidera, pero se ve que soy totalmente insensible, porque yo solo sentí fumar tabaco sin más. Y es que el tabaco indonesio es tremendamente aromático y dulzón, pues le añaden clavo y arde muy despacio.
Paramos a desayunar en un "restaurante" donde comimos arroz con vegetales y huevo y un café. El café de Sumatra está exquisito. Lo sirven lleno de posos que hay que medio masticar, pero en contra de lo que pudiera parecer, no está tan mal, es solo una forma distinta, y algo más burda, de tomar café.
      
                         
Comenzamos subiendo por un caminito pasada la mezquita donde fuimos pasando por cultivos de arroz y palmeras, con el paisaje del lago y las paredes del volcán que quitaban el hipo. Pero como no tenía hipo, lo que hacía era maravillarme y disfrutar de ese lugar tan bonito.
     

Luego alcanzamos el riachuelo y el camino siguió entre las piedras del lecho, mientras cogíamos altura por las paredes selváticas del extinto volcán. Así continuamos por un kilómetro hasta que llegamos a la cascada. James se quitó la camiseta y se puso debajo del agua y me dijo que estaba sstupenda. Como yo no llevaba el bañador rehusé meterme bajo el torrente. Lo que sí que iba era perfectamente conjuntado para la ocasión como podéis ver en la foto, incluidas las botas de agua para evitar los charcos, los lodos y las sanguijuelas, que afortunadamente no había.
     
                 
Ya de vuelta hacia el Lilis, James se quedó almorzando por ahí y yo me compré algo de picoteo para tomar en el porche de la cabaña disfrutando de la esplendorosa vista. Nuesta idea era haber cogido una barca de pesca y haber dado un paseo por el lago, pero el cielo estaba cada vez más encapotado y se veía llover al otro lado. A las 16h30, la misma hora del día anterior, comenzó a llover con fuerza y se fue al traste nuestra idea de aventuras lacustres.
    
                                              
Después se nos acercó el dueño cariacontencido pidiéndonos disculpas porque esa noche no podríamos cenar allí, su madre había sido llevada de urgencia al hospital y tenía que ir a verla. Por supuesto que le disculpamos y este después me dijo dónde podríamos ir a cenar una buena comida.
Por la noche fuimos al restaurante, algo alejado siguiendo la carretera, donde efectivamente comimos estupendamente a un precio bastante barato. Ya de vuelta, en el Lilis estaba de vigilante un tipo bastante extraño. Me quedé charlando con James en el porche de su cabaña y en eso llegó el extraño vigilante y se sentó como un felino sobre la barandilla de madera y con ojos penetrantes y voz profunda comenzó a hablar mientras me miraba fijamente. Él no sabía nada de inglés y nosotros nada de indonesio o del dialecto de esta zona. Cada vez que terminaba cada una de sus largas charlas se me quedaba mirando interrogante, pero yo sólo entendía tres palabras: "América", "Orang" que significa hombre, y "Negro" en español o portugués, que significa negro, claro. Así que le contestaba "me gusta como suena tu idioma", "qué puedo decir ante eso", "no te entiendo nada, lo siento" y tonterías por el estilo. James tambén le venía a contestar más o menos lo mismo.
Lo cierto es que de haber estado preparado, habría grabado ese monólogo, pues su voz profunda y enigmática junto con el sonido del agua del lago creó una atmósfera extraña y tensa, algo cargada de temor por mi parte. Fue uno de esos momentos para no olvidar en la vida.
Cuando ya estaba agotado de tanta monóloga tensión me despedí y me marché a mi cabaña.

Al amanacer me desperté con apreturas y al salir me quedé admirado de la belleza del lago envuelto en una luz azulada y misteriosa, mientras los primeros pescadores del día comenzaban su faena. Aún dormido, acerté a coger la cámara y retratar ese espléndido momento y me volví a la cama.
                      
                     
Un par de horas después me levanté y tras recoger, me marché despidiéndome de James, que me comentó nuestra experiencia de la noche anterior diciéndome que vaya tipo más raro. Su idea para ese día era alquilar una moto para dar la vuelta al lago. Eso también lo habría hecho yo, pero con el visado de solo un mes para visitar Indonesia, toca ir rápido de un sitio a otro.
Ya había vuelto el dueño del Lilis que me comentó que su madre no estaba grave y que en unos días le darían el alta y podría volver a casa.
En la salida de la carretera, un par de niñas que iban o venían del colegio se pararon al verme y una de ellas, con velo, me preguntó de dónde era. Le hice un par de fotos y luego ella me pidió la cámara y se puso a disparar con mucho ánimo y bastante acierto. La muy espabiladilla, después me pidió dinero por el reportaje.
   

Esperé un rato a que llegara el pequeño autobus. Este cubrió el trayecto con Bukittinggi en una hora y media. Nada más bajarme en la estación de autobuses, la gente me preguntó a dónde iba, ¡a Padang, en la costa!. En seguida salía una furgonetilla, llena hasta los topes, camino de esa ciudad. En el mapa parece que la distancia es corta, no llega a los 200 kilómetros, pero en Sumatra eso no es óbice para que el trayecto durara casi ocho horas entre botes y apretujamientos.
                                            
                                                         
A las seis y media de la tarde llegué a Padang, pero la parada estaba bastante alejada del centro, por lo que cogí un taxi que me llevó al hotel más económico que recomendaba la guía. Lass habitaciones más baratas estaban ya ocupadas, por lo que me fui a otro dónde sí que había sitio (en Sumatra los alojamientos son relativamente caros y relativamente malos). En el hotel en que me alojé, la habitación más barata costaba algo más de diez euros, sin baño y sin aire acondicionado. Eso sí, con un enorme espejo en la pared y una pequeña televisión con tres canales. La dueña del hotel, que hablaba inglés y que reía por haberme visto aparecer por allí, me preguntó que cuantos días me iba a quedar. Yo le dije que solo esa noche, porque a la mañana siguiente me quería marchar al parque de Kerinci Seblat. Me respondió que era una pena, que le gustaría que me quedara varias semanas. Como si tuviera yo algo que hacer aquí, pense para mis adentros.

Antes de que se hiciera de noche salí a visitar la ciudad: feotilla. Di un paseo por la playa, llena de basura, porque los sumatreños no tienen ninguna sensibilidad para estas cosas. Las olas eran poderosas, y es que la costa del Índico de Sumatra es un estupendo lugar para practicar surf.
Seguí caminando un rato por la carretera marítima saludando a la gente y luego me interné en las calurosas calles del mercado que ya estaba recogiendo.
En el paseo pude ver varios edificios afectados por los movimientos sísmicos, tan comunes en Sumatra y la causa de que por aquí no vengan muchos extranjeros.


Cené en una hamburguesería local. Una vez terminado y mientras leía amparado en el aire acondicionado del restaurante, los empleados vinieron a saludarme y a preguntarme de dónde era. Uno de ellos me trajo un poco de su cena para que la probara, pero vaya, como ya estaba satisfecho y sobre todo, no había cubiertos (como en India, aquí se come con las manos), rehusé agradecido diciendo que es que estaba llenísimo, oiga.



QUERÍA ENVIAR UNAS POSTALCITAS, PERO EN SUMATRA NO HAY
(fotografía digital postprocesada)



5 comentarios:

  1. Que melindroso nos estás saliendo con la comida, total por unos dedos de más o de menos. Y el vigilante ese del hotel, seguro que se habría fumado unos cuantos petardillos caseros, y estaría algo alterado el hombre. Mira que irte a dormir y dejar al pobre James solo ante el peligro...
    ¿Que tal van esas picaduras de sanguijuelas, pulgas y demás bichos asiáticos? Supongo que superado, porque ya no te quejas.

    Cuídate, y un abrazo.
    David

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  2. Otra vez juntándote a señores extraños, mejor que te arrimes a pulgas y sanguijuelas, aterrorizan algo menos.Por cierto cuando dices socabones, querías decir "socabrones" o querías decir "socavones".(Me leo los textos al milímetro).
    Sigue con tus parrafadas que así se me hace más corta la semana.
    Un abrazote,Donbenitense.

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  3. David: pues lo cierto es que todavía me sigue picando, aunque mucho menos, pero para no ser cansino, prefiero centrarme en temas más interesantes... perdona... es que me estaba rascando.

    Emilio: quería poner socabrones, pero tras meditarlo apenas unas horas, he decidido dejarlo en socavones, por lo de la elegancia y tal.

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  4. Ques es eso de que "como no tenía bañador, rehusé bañarme en la casacada". Chuk Norris se hubiera bañado en bolas.
    Eso si, conjuntado si que ibas...pareces el coronel Tapioca.
    Un abrazo campeón !
    Dani. Lleida

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  5. Te pasas de escrupuloso, Juanjo. ¿Por qué no darte un chapuzón tranquilamente en bolingas? Lo importante es poner con naturalidad la pelota en el tejado del otro. A la hora del baño tu compañero de andanzas se hubiera girado o se hubiera pirado a dar un paseo... Y en el autobús... pero si estaban sobaos ¡Podías haberte apoyado en el neozelandés y en el indonésico indistintamente! Qué putada lo de no haber podido dar tu clase magistral de inglés. Y qué espanto el vigilante y su tono de voz y la noche.

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