sábado, 22 de enero de 2011

ENCERRADO EN MALACA

El comodísimo autobus desde Singapur me dejó en tres horas en la histórica ciudad de Malaca (Melaka para los malayos) tras ágil parada en la frontera para sellar la salida y la entrada de los países, y comprobación de que no llevaba armas de destrucción masiva.
En el guesthouse de Singapur, mientras me rascaba, me habían dado dos fotocopias de alojamientos en la ciudad y elegí el que se suponía que tenía internet. Resultó que estaba muy cercano a la parada del autobus, lo que no fue óbice para que me costara encontrarlo, pues el mapita que acompañaba a la información era de escala libre y me alejé más de lo que debía.

A pesar de que lo del internet era una mera estratagema comercial (pues la señal, compartida por algunos locales, llegaba a muy duras penas a la escalera de entrada), acabé residiendo en una amplia y calurosa buhardilla, 100% bohemia, en la que permanecí largos días de reclusión literaria.
Y es que tocaba poner al día el blog, y no uno, sino cuatro-artículillos-cuatro.

    
Fueron siete días en la ciudad. La noche de mi primer día, 14 de enero, salí a pasear por la parte antigua, la cual estaba a unos quince minutos de mi residencia. Tras ello me fui a cenar a un guesthouse junto al río donde permanecía una oferta de cerveza por año nuevo. El sitio tenía música en directo con señorita esquelética que cantaba bastante bien canciones de siempre, incluidos algunos boleros en español. Por allí bailaba un anciano que, tras ser rechazado por algunos, se vino a sentar a mi mesa y a darme conversación. Lástima que casi no le entendiera: su avanzado estado de vejez y embriaguez era una combinación fatal para la comunicación. Pero algo me quedó claro de sus palabras entrecortadas y movimientos de mano: seguía cagándose en los japoneses que ocuparon Malaca durante la Segunda Guerra Mundial.

Aproveché en estos días para hacer colada completa, pues todo lo tenía no sucio, sucísimo, sobre todo tras mi paso por el embarrado Taman Negara y el ataque masivo de sanguijuelas. Las picaduras de estas y de la pulga de Singapur continuaban afectándome, así que entre palabra y palabra que escribía, seguía ráscandome con ahínco buena parte del cuerpo.
En Malaca batí todos mis registros de ingestión de hamburguesas y no es que me apeteciera mucho conseguir esta dudosa marca, pero es que junto a mi posada había un McMierda's con internet gratis, y cada vez que salía de la habitación era para zampar y conectar mi cerebro a la red, cosa que podía hacer al unísono en ese lugar.
Decidí hacer la visita seria a la ciudad la mañana que se levantara despejada, ya que siempre estaba nublado y muchas tardes llovía. Esta era una decisión fotográfica, pues una foto con un cielo azul es muy preferible a otra con uno quemado por culpa de un manto de nubes uniformemente blancas.


Este hecho se produjo el martes 18, por lo cual ahora toca explicar someramente algo sobre Malaca:
Los orígenes de la ciudad está teñido de leyendas, pero en el siglo XV se convirtió durante un tiempo en vasallo de la China de la dinastía Ming como protección ante la poderosa Siam. Luego los mandatarios se convirtieron al islam y crearon un sultanato que atrajo a los mercaderes árabes y con ello comenzó su prosperidad. Todo cambió cuando un día, allá por el siglo XVI, llegaron los portugueses y vieron que el sitio era ideal para sus propósitos: una pequeña población de hospitalarias personas, con la desembocadura de un río donde podían atracar sus barcos para carga y descarga, terreno llano con una pequeña colina donde ponerse a salvo en caso de ataque, y todo ello situado en el estrecho entre Malasia y Sumatra, el paso natural desde el Océano Indico hasta los mares de China para el comercio con el lejano oriente. Los portugueses decidieron quedarse y estuvieron casi un siglo y medio, pero esta nación marinera empezó a declinar y fueron echados por los holandeses, que permanecieron otro siglo y medio. Como todo lo que empieza termina, a los holandeses les echaron los ingleses. Y así llegamos hasta el entretenido y convulso siglo XX, cuando tras pasar brevemente por manos japonesas, la ciudad pasó a formar parte de la nueva Malasia.
Malaca es, como Georgetown, en la isla de Penang, patrimonio de la humanidad. Es una bonita ciudad con un casco antiguo de casas coloniales con algo más de tráfico del que sería deseable. Tiene un encantador paseo fluvial con casitas muy bien mantenidas y casi todas ellas encaladas. En la ciudad viven malayos y descendientes de comerciantes chinos.
Además quedan restos del paso de portugueses y holandeses, como iglesias, estructuras defensivas y edificios administrativos.

 
 
 
 

En este primer día de visita a la ciudad recorrí las calles en un trayecto sinuoso y arbritario, pero certero a todas luces. Además de contemplar sus antiguas y recoletas casas coloniales, visité un par de templos chinos y una bonita mezquita. El sabor marinero de la villa se palpa en muchos rincones, pues hasta en el principal templo chino tiene en su patido unos mástiles de barco y la mezquita tiene un minarete que recuerda a un faro.

Las nubes, atravesando el estrecho de Malaca, no tardaron mucho tiempo en llegar a la ciudad procedentes de la húmeda Sumatra. Esa tarde volví de nuevo a mi habitación y me encerré a seguir trabajando para el bien de la humanidad que me lee (y que les gusta).

 
 
 
 
 
     
La noche que terminé de actualizar el blog me dije a mi mismo que ya iba siendo hora de darse un fiestorro, así que, con la intencion de cenar algo más variado, me pasé de nuevo por el hotelito donde seguía la oferta de cervezas. Como había terminado tarde mi trabajo, cuando llegué la cocina ya estaba cerrada, así que me limité a tomarme una cerveza. Me habría tomado más, pero nada más llegar se sentó conmigo de nuevo el anciano bailongo. Así que tras beberme la cerveza, cosa rápida porque tenía bastante sed, me marché, y en una tienda compré una cerveza y unas patatillas y me senté junto al río a ver pasar los barquitos turísticos. Al final el fiestorro quedó en casi nada.

El 21 de enero fue mi último día en Malaca y lo dediqué a recorrer los lugares que no había visitado la vez anterior. Así que en primer lugar me acerqué a la desembocadura del río y luego remonté un poco su cauce hasta que llegué al museo del mar donde, oh maravilla, tienen una réplica de un galeón portugués que se puede visitar, cosa que hice y que disfruté mucho. Lástima que estuviera prohibido subirse a los palos.
    
 
   
Seguí después por el fuerte portuholandés y por un bonito molino de agua que hay junto al mismo. Después subí hasta la colina a contemplar los restos de la iglesia-fortaleza de St. Paul, anteriormente llamada Nossa Senhora da Annunciada y que en ese momento estaba lleno de turistas. Abajo de esta colina está la Porta de Santiago, resto de la entrada al fuerte de A Famosa, también de origen portugués, pero después reconstruida por los holandeses.
Al lado está la réplica del palacio del sultán de Malaca, de madera, que ardió en su día por un descuido, y que fue reconstruido hace unos años siguiendo las representaciones de la época. En su interior se estaba bastante fresquito, porque fuera el sol pegaba de lo lindo. Alrededor del palacio están sus jardines que no son gran cosa, pero a nadie le disgusta unos arbolitos, unas florecillas y unos pequeños estanques con peces.
A continuación del palacio, apurando ya el final de la colina, se encuentra el cementerio holandés, donde pude comprobar que también se acomodaron los ingleses.

 
 

 
     
Con la tarde ya avanzada volví a continuar mi visita por Melaca y esta vez fui recorriendo la orilla del río. Fue una lástima que no durara ya mucho la luz del día, pues el paseo merecía la pena. En un grupo de paredes estaban pintadas escenas de la historia de Malaca, después había un gran parque con un tren elevado de monorrail que no pasaba casi nunca, y al otro lado una barriada de muy bonitas casas tradicionales malayas, construidas en madera y que recorrí ya casi a tientas.
   
    
Me hubiera encantado visitar el barrio de descendientes de portugueses, que conservan una lengua de origen portugués, el Cristao, y cuyas calles son animadas y pintorescas, llenas de macetas, música y restaurantes con comida portuguesa. Pero cáspita, me enteré cuando ya era demasiado tarde, porque:

A las 10 horas del sábado 22 de enero de 2.011, partió un barco que, cruzando el estrecho de Malaca en una travesía de tres horas, fondeó sin mayor novedad en Dumai, isla de Sumatra, Indonesia.
En ese barco iba yo.


2 comentarios:

  1. VIVA!! Algo nuevo que leer.
    Qué atracción tienes por borrachos, tíos agresivos y gente extraña, empiezo a preguntarme cuál es mi defecto.
    Un saludo

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  2. Entro y leo este post un mes después de que lo escribieras. Supongo que los picores habrán desaparecido del todo... Resulta que ya tengo otro lugar que me gustaría conocer: Malaca.

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