viernes, 14 de enero de 2011

SINGAPUR, TODO PERFECTO (SI NO FUERA POR UNA MALDITA PULGA)

El revisor abrió la cortina de mi litera y me despertó diciéndome que me levantara porque llegábamos al puesto fronterizo entre Malasia y Singapur.
Eran las nueve de la mañana y había dormido profundamente desde que, pasadas las tres y media, me subí al tren en la estación de Jerantut, y eso gracias a que entonces me avisaron de que llegaba, porque ya por entonces estaba durmiendo placidamente en la estación.
Para alegría del viajero, tanto Malasia como Singapur no ponen ninguna dificultad para la entrada de turistas: un sello en la frontera, una rápida revisión del equipaje mediante máquina de rayos X y listo.
Después volví a coger el tren que continuó su marcha hasta la ciudad de Singapur.

Singapur es una isla-ciudad-estado en la punta sur de la peninsula malaya, y por tanto, ocupa el extremo sur del continente euroasiático. Este es el mayor puerto del mundo y su origen se remonta a principios del siglo XIX cuando fue ocupado por los ingleses que crearon un puerto franco, libre de impuestos, para el comercio entre el lejano oriente y Europa (con India y África de por medio). Singapur se encuentra an el sur del estrecho de Malaca, que conecta el océano Indico con los mares del sur de China, y que constituye el punto de mayor tráfico de barcos mercantes del mundo.
Durante la segunda guerra mundial fue ocupado por los japoneses, que hicieron una auténtica escabechina entre su población. Una vez acabada la guerra, volvió a poder del Reino Unido, que al poco otorgó la independencia. Al principio, Singapur pasó a formar parte de Malasia, pero su mayoría China consiguió a su vez independizarse y pasó a ser un pequeño pais con una de las mayores densidades de población del mundo.
Como gran puerto internacional de mercancías, Singapur era un nido de malhechores, crimen y prostitución. Pero con la llegada al poder del partido PAP en 1959 y que estuvo gobernando durante 30 años, Singapur cambió radicalmente y pasó a ser uno de los lugares más prósperos y seguros del planeta. En Singapur las leyes son duras, hay pena de muerte, y por ejemplo no se permite mascar chicle y fumar es una acividad muy restringida.
La población es mayoritariamente china, seguida de la malaya, india y birmana. También hay una buena cantidad de occidentales trabajando en empresas de comercio, tecnológicas y bancos.
     

Abandoné la estación de ferrocarriles y sin preguntar nada a nadie me puse a caminar por las avenidas, tan solo siguiendo mi olfato de avezado viajero. Este olfato, por cierto, no es nada del otro mundo, como es fácil de suponer; lo que sucede es que tras tanto tiempo de viaje, ya no me preocupa el no disponer de información, no saber dónde estoy o hacia dónde voy. Los asentamientos humanos están diseñados para acoger a las personas, y en ellos todo resulta fácil: hay calles, luces en la noche, lugares para comer, lugares donde dormir, medios de transporte. Así que la ansiedad del turista cuando llega a un nuevo sitio yo la dejé tiempo atrás. Si no fuera porque mi mochila es más grande y pesada que el menhir de Obelix, el buscar aposento sería algo que casi ni me plantearía hasta que me entrara sueño. Pero claro, con tanto peso, urge buscar dónde dejarlo, so pena de rotura de espalda.
De hecho, creo que la mayor traba de mi viaje es mi enorme mochila, parezco María de la Concepción Piquer López. El ir ligero de equipaje, tanto en el viaje como en la vida, es imprescindible para poder echar a volar. Lastrado por el peso de lo material, permanecemos encadenados a la tierra como un covicto a su celda.
Bueno, voy a seguir con el relato, que esto no es una obra filosófica, sino un cuaderno de viajes que intenta ser ligero y entretenido.

Caminando por las calles, iba mirando el mapa borroso de mi guía fotocopiada, llegando a la conclusión de que la zona donde me encontraba no salía en el mapa. Intentaba seguir la dirección nor-noroeste para irme acercando hacia el centro de Singapur. Sin embargo, las calles me llevaban donde al urbanista-diseñador le daba la gana. Ya metido entre rascacielos y zonas financieras, me acerqué a un banco, saqué 100 dólares singapureños y continué caminando. La suerte me fue fiel y encontré una boca de metro, y más aún cuando la línea era directa hasta mi destino. Veis: no hay que preocuparse demasiado.

Llegué al guesthouse que había reservado desde Taman Negara y me acomodé, descansé un rato, me leí la guía (que en algún momento había que leerse), pedí un mapa en la recepción, y me puse en marcha.
Por cercanía, en primer lugar visité el barrio indio o Little India, si bien por no haberme estudiado convenientemente el mapa, di un buen rodeo antes de llegar.


Singapur está plagada de modernos rascacielos, pero a la vez, ha conservado barrios tradionales que además están muy lustrosos, como todo en este país. La pequeña India está compuesta de bonitas casas de dos plantas, casi todas perfectamente pintadas y mantenidas, surcadas por rectas calles en cuadrícula y habitada por indios, con sus comercios y restaurantes. No sé cómo llevarán los que aquí viven eso de disponer de aceras, higiene y la total falta de escombros en las calles, porque estos, junto a los olores nauseabundos, las vacas y los perros, es lo que diferencia este lugar de un pueblo de India.
Después del recorrido por Little India regresé al hotel y descansé.


Singapur es un lugar donde todo está cuidado al detalle, es increible: todo limpio y aseado y cada cosa en su sitio. Eso sí, no sale gratis, este lugar es mucho más caro que los países de alrededor, pero eso no tiene porqué significar la ruina del viajero. Yo estaba en una posada de habitaciones compartidas por la que pagaba unos 10 euros al día. La ciudad está llena de lujosos restaurantes, y no tan lujosos, pero todos caros. Pero también los hay a pié de calle de cocina china o malaya en los que puedes comer exquisitos platos por 3 euros. Además hay multitud de franquicias de comida norteamericana donde un menú sale por unos 5 euros. Si nuestro presupuesto es ajustado, mejor no beber cerveza o alcohol en general, pues la clavada es tremenda. Una lata de cerveza sale como a tres euros en una tienda (y normalmente no tienen) y en un bar se paga más de seis euros por la misma cantidad. Atención fumadores: un paquete de tabaco, seis euritos.
Dicen que Singapur es un estupendo lugar para las compras, pero no puedo opinar: como no necesitaba nada, no entré en ninguna tienda.

Por la noche salí a caminar sin destino fijo y como hacia el este veía un alto rascacielos, pues fui hasta allí. Atravesé avenidas y centros comerciales porque aunque parezca mentira, o no tan mentira, si uno quiere ir de un punto a otro, no siempre hay una calle destinada al peatón que le lleve en línea recta, sino grandes vías para vehículos que dan enormes vueltas a las manzanas de edificios. En ese caso, la manera de llegar al otro lado es atravesando centros comerciales, lo que supone un respiro desde el punto de vista del calor exterior (aunque dentro el frío está garantizado) y un extra de agotamiento porque en estos lugares no existen caminos directos, sino laberintos para perderte entre las tiendas).
Luego di la vuelta y pude ver a lo lejos una enorme concentración de preciosos rascacielos a donde me dirigí. Estos se concentran en el área financiera, al otro lado del río Singapur, y su perfil es impresionante.
Caminé un rato por el lugar, donde junto a los rascacielos, se conservan las casas tradicionales convertidas ahora en tiendas, restaurantes y pubs de postal. Estaba repleto de oficinistas, casi todos venidos de fuera, con sus pantalones de traje y sus camisas elegantosas. Cenaban y bebían sus buenas cervezas, charlando correcta y amigablemente con sus compañeros de trabajo. Yo, como antiguo oficinista profesional, en su día trajeado y aparentemente disciplinado, podía percibir perfectamente el rictus algo forzado de las relaciones de estos amigos de cartón piedra, con los que se está porque, inmigrante de lujo, no se tiene otro grupo de amistad o familiar. Ello no te permite actuar con la naturalidad de un amigo auténtico, sino que todo se rige por ciertas poses, comportamientos, conversaciones, miradas y sonrisas que nada tienen de espontáneo y sí mucho de un calculado saber estar, donde pesa más la intención de transmitir una imagen estereotipada ideal (inteligente, eficaz y de éxito), que la franqueza de la personalidad espontánea.
Aunque admito que pueda estar equivocado: ellos son guays y yo nada más que un panoli, con un inglés pésimo y sin curro, que les mira con recelo y envidia.
Después del largo y extenuante paseo regresé hacia la posada, cené discretamente y tras leer un rato me fui a descansar, que buena falta me hacía.


Me levanté algo picajoso, pues algún bichito había estado libando durante la noche en mi ya castigado cuerpo por culpa de un regimiento de sanguijuelas.
El guesthouse ofrecía desayuno incluido a base de café, tostadas, mantequilla y una gelatina verde que se hacía pasar por mermelada. Estuve hablando con Ania, una chica polaca que esa tarde cogía un avión camino de Bali y que me dijo que como no tenía nada que hacer, si no me importaba podíamos ir a visitar juntos la ciudad. Le dije que of course chavala, y nos fuimos al barrio chino caminando.
Chinatown, como la pequeña India, es un conjunto manzanas de casas coloniales de dos o tres plantas en perfecto estado de coloración. A diferencia del indio, hay calles peatonales y está abarrotado de tiendas, restaurantes y turistas.
Aquí se encuentran los dos templos más antiguos de Singapur, el hindú de Sri Veermakaliamman y el chino de Sakaya Muni Buddha Gaya, imagen clásica de Singapur.



Como a Ania le encanta caminar, decidimos ir a pié hasta la isla de Sentosa mientras yo me iba rascando los brazos; pero tras largo recorrido, no parecía que nos estuvieramos acercando lo suficiente, por lo que tras preguntar a una chinita muy amable, nos aconsejó que cogieramos un autobus. Este nos dejó en la estación del monorrail de Sentosa que, tras pagar 3 dólares, nos permitía entrar en este lugar tan perfectamente planificado.


La isla de Sentosa es como un enorme resort donde, como todo en Singapur, cada elemento está perfectamente colocado en su sitio. Aquí hay centros comerciales, parquecitos, hoteles de lujo, playa artificial paradisiaca, un fuerte inglés cuya visita cuesta 10 dólares (iba a entrar su padre) y parque de atracciones de los estudios Universal con su buen castillo de inspiración bávara. Para recorrer la zona hay convoyes eléctricos que te llevan de un lado a otro de la zona de playa, además del propio tren monorrail.
Había además un parque de estilo Gaudiniano, de mosaicos de colores y formas curvas que, mientras me rascaba la espalda, despertaron mi interés pseudo artístico, como con horror podréis comprobar al final de este humilde relato.
En eso comenzó a llover con fuerza tropical y Ania me comentó que el día antes había visitado la isla y que se había puesto a llover exactamente en el mismo sitio: en el parque gaudiniano.
Como aquí está todo perfectamente pensado, en seguida llegamos a unos lugares donde había techado a base de lonas translúcidas tensadas, y no nos mojamos más.



Después de haber pateado la zona, visitado algún centro comercial que estaba por medio, así como los alrededores del parque de atracciones, Ania dijo que ella se tenía que volver. Así que tomando de nuevo el monorrail y después el metro, llegamos con eficacia a la posada. Comimos en el restaurante de abajo mientras yo me rascaba las piernas, y luego ella se marchó camino del aeropuerto.


Me quedé descansando un rato y cuando se iba acercando la noche cogí mi equipo fotográfico y trípode y me marché de nuevo a la zona de rascacielos a retratar tan elevado lugar, mientras me iba rascando la tripa.

Recorrí de nuevo la orilla del río Singapur parando a cada instante, entre sudores y picores, para fotografiar tan llamativo escenario. Después continué cruzando un puente y llegué a la zona llamada Marina, en la bahía, donde hay un extraño y bello rascacielos formado por dos edificios con una especie de zeppelin superior que los une.


Yo tenía pensado haberme marchado de Singapur al día siguiente, pero como me encantan los rascacielos y toda esta zona no la había visto previamente, decidí quedarme un día más. Volví a la posada de nuevo agotado. Antes de dormirme me estuve rascando un poquito.
Y al día siguiente, 13 de enero lo dediqué integramente a rascarme y a recorrer el área de negocios de Singapur y la zona de Marina, repleta de impresionantes y apretadísimos rascacielos. Me resultaba extraño encontrar calles tan estrechas para tan altos edificios, pero se ve que aquí el metro cuadrado cotiza muy caro.
Por supuesto, hice centenares de fotos entre picores, por lo que las que aquí aparecen son solo una pequeña muestra.


Según me iba alejando de la almendra financiera y acercándome a la Marina, se me iba abriendo un panorama espectacular de rascacielos, hasta que llegué al centro comercial de la bahía, otro de esos lugares ultramodernos y con tiendas de marcas de lujo donde da cosita estar, ya que uno está mucho más cerca de la mendicidad que de poder acceder a esas mercancías.
Aún así, el lugar es de lo más llamativo por su futurista diseño arquitectónico y la perfección e higiene de cada uno de los elementos que lo componen.


Atravesando este centro comercial mientras me rascaba, llegué bajo la singular pareja de rascacielos con zeppelin. Ania me había dicho que la estructura superior es un hotel de lujo (como todo aquí) cuya sola visita cuesta 20 dólares, lo cual no te da permiso a bañarte en su espectacular piscina con vistas a Singapur, al puerto y al océano.
Destrás de esta zona se alza el puerto de Singapur, el mayor del mundo, donde las cajas contenedoras apiladas se perdían hasta donde la vista podía alcanzar.


Me rasqué un poquito más y continué caminando. Atravesé la bahía por un llamativo puente constituido por un enjambre de tubos de acero curvados. Las vistas desde allí, y más adelante, al otro lado de la bahía, sobre la almendra central de Singapur, es una de las vistas más reconocibles de este lugar. Además, había unos campos deportivos con enormes gradas en unas plataformas sobre el agua y más adelante, el teatro de la opera, también de un diseño ultramoderno.


Me pasé la mayor parte del día caminando y rascándome hasta que finalmente pude llegar de nuevo a las cercanías de mi alojamiento, no sin antes pasar por un finísimo hotel de estilo colonial con tiendas también de lujo (como no podía ser de otra manera) y donde tenían hasta una tienda Leica, el no va más. La visité observando con atención cámaras y objetivos mientras me rascaba el cuello, todos ellos con precios estratosféricos y perfectamente protegidos en urnas de cristal, no fuera a ser que a algún visitante pulgoso le diera por coger alguna de esas joyas y salir corriendo. Cosa que por otra parte, sería la única manera de poderme yo hacer con tan afamado equipamiento fotográfico.
También visité la pequeña exposición de fotografías del Tibet tomadas con una M6, lo cual me trajo grandes recuerdos de mi visita a aquella mágica y oprimida región meses atrás, acompañado de mis amigos Juan Carlos, Rubén y Daniel, a los que saludo desde aquí.


Armado de una infatigable energía y de un picor por todo el cuerpo que solo desearía para mis enemigos, esa noche volví ya por última vez a pasear por el río Singapur, bajo los rascacielos y las casitas transformadas en prósperos negocios para la restauración de oficinistas y turistas.
Un día más acabé completamente agotado de tanta pateada. Delante del gran espejo de los baños compartidos del hostal recaí en mi cuerpo enrojecido por tanto rascamiento y pude comprobar cómo tenía hileras de picotazos enrojecidos en buena parte de mi cuerpo. Al principio no sabía qué maldito bicho se estaba cebando con mi body, pero luego recaí en que ese tipo de marcas las suelen dejar las pulgas, que chupan sangre igual que un agricultor recoge las coliflowers, en hilera. Muy limpio Singapur, muy limpio el hostal, pero allí había más huéspedes de los registrados.

La mañana del 14 de enero recogí mis pertenencias, me rasqué y, siguiendo las instrucciones de la autoritaria regente de la posada, llegué caminando hasta una parada de autocares. Mi idea era coger un autobus hasta Johor Bahru, Malasia, al otro lado del puente que conecta la isla con el continente, para desde allí, buscar otro autobus que me llevara a Malaca, mi siguiente destino.
Pero mira tu por dónde, cuando llegué a la estación a las 10h50, mientras me rascaba, vi que en diez minutos saldría un autocar directo a Malaca. Costaba 22 dólares y a mí me quedaban 23 dólares y 55 céntimos. Así que ni corto ni perezoso compré el billete y asunto solucionado.
Lo cierto es que si hubiera ido solo hasta Johor Bahru, el autous desde allí hasta Malaca me habría costado como la mitad o menos. Pero amigo, a veces la vida te pone las cosas tan a huevo que...




EL ATAQUE DE LOS HEMOFAGOCITADORES POSTMODERNISTAS
(fotografía digital postprocesada)
PICOR DADÁ
(fotografía digital postprocesada)
EL TRAMVIA ENVESTIR ANTONI GAUDÍ ABSTRET MENTRE ES RASCA UN OU
(ES DESCONEIX SI LI PICAVA MOLT, O ES TRACTE D'UN TESTICLE)
(fotografia digital postprocessat)
SINERGIAS PARA UN ACUERDO CUBISTA DE ELEMENTOS
INSECTICIDAS QUE MATERIALICE DE FORMA SISTÉMICA
UN ALIVIO DE LA IRRITACIÓN CAPILAR
(fotografía digital postprocesada)

CONCOMITANCIA URTICAROIDE BAUHASIANA
(fotografía digital postprocesada)
MANIFIESTO SURREALISTA PARA UN FUTURO SIN PARÁSITOS
(fotografía digital postprocesada)
ESTE DISEÑO YA LO HE VISTO ANTES EN NO SE DONDE
(NO TODOS LOS TÍTULOS IBAN A SER RAROSRAROSRAROS)
(fotografía digital postprocesada)

NOTA ANTES DE PARTIR A INDONESIA: me da mi que este es el último artículo largo-larguísimo que escribo, lleno de detalles y de disquisiciones absurdas y sin interés, y además abarrotado de fotografías. Conseguir este nivel de pesadez literaria y fotográfica requiere un gran esfuerzo y tiempo. Para escribir y publicar los cuatro últimos artículos sobre mis andanzas en Malasia he necesitado de casi una semana de encerramiento en la habitación del hotel.
El tiempo de viaje se me va agotando y todavía me queda un largo camino. Además Indonesia solo da visados por un mes (no extensibles), así que cuando dentro de un par de días llegue a Sumatra, tendré que ir a toda prisa para aprovechar al máximo el tiempo. Mi idea es pasar de Sumatra a Java, y de ahí en barco hasta Borneo. Como el norte de Borneo es Malasia, pasaré de nuevo a este amable país para después regresar a Indonesia y continuar viaje con un nuevo visado.
Todo ello no me va permitir sacar tanto tiempo para el blog, pero tampoco significa que lo abandone, ni mucho menos. Desde ahora, escribiré textos cortos y pondré menos fotos. Y se acabaron las fotografías postprocesadas. Todos saldremos ganando: yo viajando más y la literatura universal ahorrándose tanto verso emborranado.
Y quien sabe, si luego resulta que de verdad tenía muchas y detalladas cosas que relatar, igual un pajarito publica una versión ampliada, algo así como: La media vuelta al globo de un viajero extraviado.

NOTA A LOS PERROS PULGOSOS DEL MUNDO: os entiendo y os apoyo ¡collares desparasitadores para todos! Guau.



ERUCCIÓN CUTÁNEA INTERNACIONAL-SITUACIONISTA
(fotografía digital postprocesada)

6 comentarios:

  1. Yo por mi parte echaré de menos estos artículos tan detallados y minuciosos (sobre todo ahora que tengo tanto tiempo libre), que a mí me resultan la mar de divertidos y entretenidos, incluso (o más bien sobre todo) en sus detalles más triviales. Pero que coño, si realmente te quita tanto tiempo (cosa que no me extraña), creo que haces muy bien, que lo importante es que disfrutes de tu viaje. Además, así tienes más cosas que contarnos cuando vuelvas. Bueno chavalote, espero que hayas dejado a tu amiga la pulga en el guesthouse, que ya llevas demasiado equipaje a cuestas.

    Un abrazo, y a ver si mejoras ese catalán chusco.
    David

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  2. Ya nos hemos acostumbrado a tus largas charletas, no nos abandones, a mí se me está resultando el curso escolar mucho más corto de lo habitual (que ya de por sí lo es!!con tantas vacaciones!!)
    Por cierto se puede demostrar categóricamente que las pulgas tienen muy mala vista o muy poco gusto, podían haber picoteado a la compatriota de nuestro gran amigo Juanpa, la dulce y guapa ANIA.
    Por favor sigue escribiendo tus relatos, y sigue poniendonos afotos de chicas guapas.

    Un saludín Donbenitense.

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  3. Efectivamente, nos hemos acostumbrado a tus relatos y a tus fotos. Malgrat tot (no obstante) entendemos los motivos. Disfruta mucho de la parte del viaje que te queda. Evita companías perniciosas (viajeros, sangujuelas, pulgas...)
    Gracias por el apunte referente a Tíbet -tashi delek- y por contar aventuras como la de "Dos 2 ataques en Chitwan" (yo sólo presencié el primero).

    Un placer viajar contigo.
    Un abrazo, Dani.

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  4. Excelente crónica de viajes, te felicito sigo tus andanzas y viajes , gracias por compartir tus experiencias..
    Mario

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  5. Muy interesante, un pelín extenso dado el poco tiempo de que disponemos para hacer todo lo que se hace hoy día, como mantener en vuelta varios blogs... Excelentes fotografías

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  6. Estimados Mario y Patri: gracias por seguirme. Y tengo en cuenta la sugerencia de la extensión, lo que pasa es que mis dedos se me disparan: imposible frenarlos, oiga.

    David, Emilio y Dani: gracias por comentar mis artículos, así los miro de vez en cuando a ver si hay alguna novedad y para echar alguna carcajada.

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