viernes, 8 de octubre de 2010

LA COCHINCHINA

A las 11 de la mañana del 5 de octubre vinieron a buscarme al hotel de Phnom Phen (capital de Camboya) para llevarme hasta el autobus que me conduciría hasta el río Mekong. Por aquel entonces, el gran salón de madera del guesthouse, donde había recepción, cocina, mesas y sofás, televisión, equipo hifi y mesa de billar (pool, en inglés) ya estaba parcialmente invadido por el agua del lago sobre el que se asienta. La entrada de la calle tenía una profundidad de unos treinta centímetros, lo que hacía inviable el uso de cualquier zapato, por muy waterproof que fuera.


Mi plan era dirigirme a Vietnam descendiendo el río Mekong desde Camboya. Este río pasa a unos kilómetros de la ciudad, por lo que para llegar hasta el embarcadero hay que ir en bus. Yo y mis otros seis compañeros esperamos un rato en el paupérrimo embarcadero hasta que llegó el barco cargado de pasajeros que creo yo, venían en sentido contrario.
Ya en el barco (pilotado con los piés) en seguida, como es mi costumbre, me subí a la parte superior y estuve disfrutando de las grandes vistas de esta tierra fronteriza. Allí me puse a hablar y a tomarme una cerveza con Paul, australiano, que había contratado una excursión de dos días hasta Can Tho, en el Delta del Mekong.


En primer lugar el barco paró en la frontera fluvial de Camboya, por lo que nos bajamos y pasamos todos por ventanilla en un trámite de unos cinco segundos. El agente ni siquiera me preguntó si me había gustado su país y si tenía pensado regresar. Tamponazo y listo: que pase el siguiente, por favor.


De regreso al barco, unos pocos minutos después de nuevo desembarco para pasar por la frontera fluvial de Vietnam. Tras unos minutos de espera, todo resuelto.
El paisaje del Mekong era prácticamente calcado al que había hecho días atrás desde Siem Reap hasta Phnom Penh. Barcos de madera que navegan por el río, casas, pequeños asentamientos sobre pilotes y densa vegetación en la orilla. Eso sí, en el Mekong se pueden ver unos grandes barcos también de madera que me recordaban a las carracas, pero sin palos ni velamen.



La mayor novedad para mi fue ver de vez en cuando alguna iglesia católica asomando entre los árboles. Había llegado a la Cochinchina.

Ahora viene una ligera capa de investigación y conocimiento (I+C) que no es vendrá nada mal, marmolillos:

La Cochinchina es la zona meridional de Vietnam, tropical y fértil, y cuya capital es Saigón (ahora llamada Ciudad Ho Chi Minh). El nombre es la traducción fonética del chino y significa la China de las huellas cruzadas. Que los chinos para estas cosas son muy líricos.
Resulta que en el siglo XIX, por el territorio había misioneros cristianos que buscaban la salvación de estas pobres almas budistas descarriadas; pero lo cochinchinos, malas personas desde siempre, no supieron interpretar correctamente las buenas intenciones del clero católico y no dejaban de perseguirles. La cosa ya no se pudo aguantar más cuando en 1858 se cargaron al obispo Díaz Sanjurjo. España y Francia, encolerizados al unísono, realizaron una expedición de castigo que acabó con la conquista de Saigón y Da Nang, y que fue la base para que a partir de entonces Francia creara su Indochina. Las tropas españolas permanecieron cinco años en la zona, pero la falta de suministros y dinero hizo que se tuvieran que volver. Desde entonces en España algo que está lejano se dice que "está en la Cochinchina". Además Cochinchina es una palabra muy graciosa.
Y como último dato y curiosidad, cuando en 1965 los norteamericanos desembarcaron en Vietnam durante la no llamada normalmente "segunda guerra de Indochina", lo hicieron en el mismo lugar en que más de un siglo atrás lo hicieron españoles y franchutes.


Sin llegar a encontrame con el Capitán Willard ni con el Coronel Kurtz (el cual murió al final de Apocalipsis Ahora, de Paco F. Coppola), el descenso en barco por el Mekong resultó plácido y se me hizo corto. Así como a las 5 de la tarde, o antes, arribamos a Chau Doc.

Calzado con mis chancletas antediluvianas de suela lisa como un esquí, cogí mi pesadísima mochila y salí del barco por la proa; pero antes de llegar a puerto tenía que atravesar la proa de otra embarcación, esta de fibra de vídrio perfectamente mojada. Mi mochila iba delante de mi y la coloqué en el otro barco antes de dar el salto para pasar. Nada más plantar los dos piés, mis chanclas decidieron volar y yo con ellas. En un microsegundo me vi en el aire, pero yo no soy ave y en seguida caí. Quedé con los pies en un barco y con medio tronco y brazos en el otro. En esa posición tan comprometida tuve un segundo de reflexión, con los pies aseguré que la mochila no se me ahogara, y con una mano puse la cámara a salvo. En seguida vinieron a ayudarme porque a mi me resultaba difícil cambiar de posición sin caer al agua. Finalmente todo no pasó de un pequeño susto y una vez en tierra firme pude comprobar que efectivamente, estaba en Vietnam, por la enorme cantidad de motocicletas que circulaban por la calle.

Saqué dinero de un cajero cercano y me cogí un bicitaxi que me llevó a un hotel de su conveniencia, pero bien, que yo no tenía ninguna predilección, salvo que fuera bueno, bonito, barato y céntrico.
Después de dejar las cosas en la habitación, lavarme manos y rostro, y comprobar que efectivamente, ni me había caído al río ni me había ahogado (qué bien), me fui a dar una vuelta por Chau Doc antes de que las tinieblas lo invadieran todo.

Paseé por las orillas del río Mekong y pregunté a unos turistas con los que me crucé si habían visto algún restaurante o similar. Me dijeron que no, que allí no había nada de eso. Yo veía a alguna gente comer en puestecillos por las calles, pero como no sabía qué comían ni de donde salían esos alimentos, no me decidía. Finalmente encontré un lugar donde en el puestecito habían expuestos trozos de carne, y como estos me resultaron familiares le dije a la señora con un gesto que quería comer y que precisamente tenía predilección por ese cacho. Fue fácil: cogió el trozo (llamado técnicamente Filete de Cerdo), lo puso en un plato acompañado de arroz y unas verduras, más un cuenco con sopa con una especie de medusa en el medio, que finalmente resultó ser un vegetal blanco, y me lo comí todo. Estaba muy bueno, no picaba y además fue muy barato. Por cierto la sopa era la bebida del menú, cosa que yo no sabía a priori, y por eso me pedí una botellita de agua para asombro de la señora.
Regresé por la ribera del Mekong y pude ver cómo grupos de niños y jóvenes recibían clases de artes marciales en los parques. Ya junto al hotel, pero en el lado opuesto de por donde había ido en primer lugar, encontré una populosa plaza repleta de vida nocturna y de gente comiendo. Allí me compré un dulce vietnamita tan pesado como una estrella de neutrones.

Después me dirigí a un cibercafé, pero la dueña, malencarada, me dijo que para mi no había internete haciendo una equis con sus dedos. No es que el sitio fuera a cerrar o estuviera vacío, creo que no le gustaban los yankis como yo. Busqué otro y allí me admitieron alegremente, pero al rato me echaron porque cerraban.

Chau Doc es una ciudad de paso para los que cruzan la frontera y yo me contenté con mi visita vespertina. A la mañana siguiente me cogí un autobus para Can Tho, una población también a las orillas del Mekong y que tiene varios e importantes mercados flotantes del Delta, y donde los turistas no suelen llegar porque desde Saigón les queda mucho más cerca la ciudad de My Tho.
Ya en Can Tho me dirigí en moto taxi a un hotel, y que no sirva de precedente, recomendado por la guía Ñordis Planet.

Can Tho es un lugar algo soso pero también agradable y acogedor. La ribera del Mekong está en buena parte ocupada por un bonito parque parcialmente inundado por las elevadas aguas de esta época de lluvias. Presidiéndolo está una estatua dorada de Ho Chi Minh (no os asustéis, todavía no voy a escribir sobre él) con una mano medio aleccionadora, medio karateka, y con cara de casi buen tipo.


Para comer me metí en un gran restaurante bajo una carpa cerca del río. En el menú tenían bastantes bichos y a punto estuve de pedirme serpiente, pero me faltó una pequeña porción de cataplines. Me pedí un bonito pez que los camareros cogieron con una red del acuario donde hacía su vida y que, golpeándolo contra el suelo, se la quitaron, y rápidamente transportaron a la sartén.
Destacar varias cosas sobre la comida vietnamita en mis primeros días en el país: es una fusión de la comida francesa, está muy buena, no pica, y tienen pan. Además, Vietnam es un gran productor de café, lo saben preparar y es exquisito. El café con hielo, ideal para una sobremesa tropical, es fantástico.

Por la tarde continué caminando por la ciudad y pasé por su mercado, el cual está formado por el propio edificio y por toda la acera de la calle a la que da. El sitio estaba lleno de animación y como a las vietnamitas les da por vestir unánimemente con sombrero de paja cónico, y muchas veces con pijama (ya se sabe que sobre gustos...), pues a mi resultaba de lo más exótico. Muchas de las compras se realizan directamente desde la moto: la señora para delante del puesto, hace el pedido sin bajarse del vehículo, recibe el producto, paga y continúa su trayecto hasta el siguiente atasco.
Caminando por las callejuelas también me crucé con Paul, el australiano del barco hasta Chau Doc.



En las cercanías del hotel vi una cafetería con wifi y allí que me fui con mi portátil. Si consumías algo no había que pagar por la conexión, y me pasé lo que quedaba del día porque me tomé una cerveza y luego cené mientras me bajaba música de NetLabels a buena velocidad.

Para el día siguiente había contratado, por un precio abusivo, una excursión en barca particular al Delta de Mekong. La cosa comenzaba tempranito, a las cinco y media de la mañana, que para ver los mercados flotantes y para aprovechar el día, hay que salir coincidiendo con el señor Sol.

Al salir por la mañana comprobé que llovía con fuerza. En seguida vino a buscarme Công el barquero, y en pocos minutos ya estábamos en la barca a la que rápidamente le colocó un toldo para evitar que acabara empapado.
Descendiendo en lenta travesía por el Mekong, en primer lugar nos metimos por un afluente y me mostraron una tahona local en la que fabricaban pan de arroz para hacer rollitos primaverales.


Después nos dirigimos a dos mercados flotantes que creo yo, por ser una mañana lluviosa, no estaban especialmente concurridos. Aún así pude ver el comercio que allí se da, que no es otro que la compra venta de alimentos de gente que tiene barcas y que quedan en un sitio para ello. Casi todo lo que allí se veían eran frutas y hortalizas. Lo bueno es que el sitio no está adulterado por la presencia de turistas (yo era el único) y ni venden camisetas, ni bolsos, ni gorras. Salvo alguna ligera sonrisa de algún local, mi presencia les resultaba invisible. Igual lo era.



Según fue cogiendo altura el sol, la lluvia fue desapareciendo y subiendo la temperatura. Nos adentramos en un largo y porqué no decirlo, tedioso paseo, por los canales que forma el río Mekong en su delta. El trayecto discurría por frondosa vegetación amaestrada, casas con sus huertas y pequeño embarcadero y puentes, muchos de ellos mínimos; tan mínimos que no son más que unos troncos arqueados de bambú con una barandilla también de más estrechos palos de bambú, no para apoyarse, sino tan solo para no perder el equilibrio. Crucé uno de ellos y la verdad es que es mejor haber tomado previamente clases de funambulismo (afortunadamente yo las tomé), porque si no eres diestro en pasar por el alambre seguro que te vas al río.


El barquero Công era simpático pero de inglés esquelético y fuerte acento charlie por lo que de las pocas cosas que me decía le entendía la mitad de la mitad. Eso sí, como el barco iba a motor el hombre tenía tiempo para hacerme pequeños presentes como un saltamontes o una máscara hechos con hojas. Hicimos una parada para ver un cultivo de arroz, pero la parcela era pequeña y poco vistosa. En otra parada me dijo que caminara por el camino paralelo al río y así lo hice, tanto que me pasé tres pueblos del lugar donde me debía recoger, y es que el río se bifurcaba y en uno de los puentes tomé una dirección equivocada. Por esos andurriales iba yo saludando amigablemente a la gente hasta que detrás de mi apareció, con el corazón saliéndole por la boca, el barquero, que venía buscándome desde tres kilómetros atrás y que cuando me encontró dió un respiro. El tipo estaba muy preocupado por haberme perdido y le tuve que calmar. La vuelta la hicimos entre las risas del paisanaje al que el barquero había ido preguntando por el tipo alto, extraño y descarriado que era yo.
Me alegré de haberme perdido, pues así estuve más tiempo caminando, que eso de estar todo el rato sentado sin moverme en la barca era como un poco aburrido.
Cuando llegamos a la barca esta estaba amarrada al otro lado del río y al intentar pasar por el puente de bambú sentí que no había tomado suficientes clases de funambulismo y esperé a que viniera a recogerme.


Después de otro trecho paramos para comer, pero como no eran ni las once de la mañana yo sólo quise tomarme un café con hielo para desolación de los señores del restaurante-vivienda. Después continuamos por el río, río y más río hasta que volvimos a aparecer en el Mekong que tuvimos que remontar todavía durante más de una hora hasta que llegamos al embarcadero de Can Tho a eso de las 13h15.



En seguida me fui a comer al restaurante de la tarde-noche anterior y allí me encontré de nuevo con Paul el australiano. Nos reímos de las veces que nos andábamos cruzando. Él se marchaba en ese momento para Saigón y yo le dije que me iría en un par de horas, por lo que seguro que nos volveríamos a encontrar allí, que así se veía que venían las cosas.
El día salió redondo, pues tras la larga excursión por el delta tuve tiempo suficiente para comer tranquilamente y después me acerqué al hotel a esperar a que vinieran a buscarme para llevarme a la estación de autobuses.
Por lo que tengo visto hasta el momento, en Vietnam no abundan mucho los planos de las ciudades, nadie te los da. Si preguntas algo nadie sabe responderte, y si buscas un autobus, no lo encuentras. Así, para mi resulta más cómodo comprar en los hoteles el pasaje de autobus que si bien sale más caro (bastante) que si lo compras en la estación, te vienen a buscar y además te ahorras el precio de ida y vuelta en moto hasta el despacho de billetes.



Vino a buscarme un lujoso minibus fuertemente climatizado y del que yo era el único cliente. En pocos minutos me dejó en la terminal de autobuses. El mío era nuevo, espléndido y amplio y a todos los pasajeros nos daban botella de agua y toallita refrescante además de precisas instrucciones sobre cómo trancurriría el viaje (en Vietnamita, of course): supongo que entre la información que debieron dar estaba que el viaje duraría entre cinco y seis horas y que por tanto llegaríamos de noche a Saigón, que haríamos una parada para comer en un gigantesco restaurante, que llovería a raudales por el camino, y que los viajeros podrían disfrutar en la pantalla gigante (con la que viene equipado el autocar) de un grandioso espectáculo de humor vietnamita a todo volumen, al estilo de los shows de José Luis Moreno. Horripilante.



3 comentarios:

  1. Pobre Công!! Mira que perderte y hacerle correr durante 3 km buscándote…..con lo bonita que le había quedado la máscara hojil, seguro que no te dio más regalos después del sofocón!! ; )

    Un beso grande.

    Tere.-

    ResponderEliminar
  2. Pedazo de máscara para el Carnaval de Río, casi no se te reconoce.
    Te dijo el barquero que te fueras un ratito a estirar las piernas y el pobre hombre no sabía que tú para estirar las piernas necesitas por lo menos 25 km.
    Un saludo
    PD TIRA ESAS CHANCLAS O ELLAS TE TIRARÁN A TÍ (Proverbio Chinito)

    ResponderEliminar
  3. Esos puentes si que molan, y no los que hacemos aquí. Si quieres pasar desapercibido entre tanto charly, cómprate uno de esos sombreritos cónicos de paja (o de bambú, o de lo que sean), que así no te verán tu cara de "yanqui". Por cierto, unos días atrás dieron noticias acerca de inundaciones en la zona del sudeste asiático, sobre todo en la zona de Vietnam. Espero que no te hayan pillado, pero zona por la que pasas, catástrofe al canto. Bueno, no seas remilgado, y cómete algún bicho raro a nuestra salud.

    Un saludo desde el Camino de Santiago.

    David.

    ResponderEliminar