Como la noche del 7 de octubre estaba lloviendo bastante cuando llegué a Ciudad Ho Chi Minh o Saigón, me cogí directamente un taxi para que me llevara al área de Pham Ngu Lao, en el centro, donde hay un guetto para turistas. De esta información me enteré minutos antes de salir del autocar cuando me leí rápidamente la sección Sleep de la guía Laundry Planet.
Me puse a preguntar en diferentes hostales y resultó que todos estaban llenos, pero cuando empecé a pensar que iba a tener problemas de alojamiento, una señora desde uno de la acera de enfrente me hizo señales para que fuera; ella sí que tenía sitio para mi.
Me dieron una habitación interior pero que estaba inmaculada, y como parece que sucede en todo Vietnam, también tenía TV para mi desgracia, porque más de una vez me quedé enganchado viendo el canal Geografía Nacional, y eso que no me entero de muchas de las cosas que me cuentan.
Como ya era muy de noche en Vietnam (más de las 20h30) pensé que lo mejor sería apresurarme en bajar a cenar, no fuera a ser que me lo cerraran todo. Pero estaba equivocado. Esta zona, sin ser Khao San Road de Bangkok, tiene animación hasta bastante tarde, pues aquí se concentra buena parte del turismo de la ciudad más poblada de Vietnam.
Cuando salí del hotel ya no llovía. Iba caminando mirando de reojo a los restaurantes para ver cual me convencía más mientras las chicas que captan clientes me decían que entrara. También me llamaban para que fuera a los numerosos salones de masajes, especialidad de Indochina. No había recorrido ni cincuenta metros cuando a mi espalda escuché mi nombre. Me giré y allí, sentado en una mesa en la calle, estaba sentado Paul el australiano bebiéndose una cerveza. Nos volvíamos a encontrar como habíamos predicho en Can Tho.
Nos dimos la mano y me senté en su mesa. Estuvimos charlando mientras yo me zampaba una ensalada. El restaurante donde habíamos recaído lo cerraron pronto, por lo que nos vimos en la obligación de ir luego a tomar más cervezas a otro bar junto al cartelón gigantesco del restaurante Crazy Buffalo. Mientras estábamos sentados en la terraza, no dejaban de pasar vendedores de cigarrillos y mecheros, de gafas de sol, de fruta, de nada, de gorras y gorros, y los que más me gustaban, de libros. Aunque fueran copias, los chicos traían una enorme pila de guías y de novelas para mantenerte informado o símplemente para distraer la mente. En pocos lugares del mundo se puede ver a vendedores de libros que patrullan las calles.
Me puse a preguntar en diferentes hostales y resultó que todos estaban llenos, pero cuando empecé a pensar que iba a tener problemas de alojamiento, una señora desde uno de la acera de enfrente me hizo señales para que fuera; ella sí que tenía sitio para mi.
Me dieron una habitación interior pero que estaba inmaculada, y como parece que sucede en todo Vietnam, también tenía TV para mi desgracia, porque más de una vez me quedé enganchado viendo el canal Geografía Nacional, y eso que no me entero de muchas de las cosas que me cuentan.
Como ya era muy de noche en Vietnam (más de las 20h30) pensé que lo mejor sería apresurarme en bajar a cenar, no fuera a ser que me lo cerraran todo. Pero estaba equivocado. Esta zona, sin ser Khao San Road de Bangkok, tiene animación hasta bastante tarde, pues aquí se concentra buena parte del turismo de la ciudad más poblada de Vietnam.
Cuando salí del hotel ya no llovía. Iba caminando mirando de reojo a los restaurantes para ver cual me convencía más mientras las chicas que captan clientes me decían que entrara. También me llamaban para que fuera a los numerosos salones de masajes, especialidad de Indochina. No había recorrido ni cincuenta metros cuando a mi espalda escuché mi nombre. Me giré y allí, sentado en una mesa en la calle, estaba sentado Paul el australiano bebiéndose una cerveza. Nos volvíamos a encontrar como habíamos predicho en Can Tho.
Nos dimos la mano y me senté en su mesa. Estuvimos charlando mientras yo me zampaba una ensalada. El restaurante donde habíamos recaído lo cerraron pronto, por lo que nos vimos en la obligación de ir luego a tomar más cervezas a otro bar junto al cartelón gigantesco del restaurante Crazy Buffalo. Mientras estábamos sentados en la terraza, no dejaban de pasar vendedores de cigarrillos y mecheros, de gafas de sol, de fruta, de nada, de gorras y gorros, y los que más me gustaban, de libros. Aunque fueran copias, los chicos traían una enorme pila de guías y de novelas para mantenerte informado o símplemente para distraer la mente. En pocos lugares del mundo se puede ver a vendedores de libros que patrullan las calles.
El día 8 viernes salí a recorrer los alrededores de Pham Ngu Lao y recalé en el mercado central donde venden todo tipo de baratijas, ropa falsificada y calzado. Después continué por una calle repleta de zapaterías y donde estuve preguntando por chancletas y por zapatos de trekking, que los míos ya estaban en estado ultracalamitoso: tenían hasta agujeros, y no entiendo porqué, apenas me he movido de casa.
También vi gorras, quería una al más estilo vietnamita, pero a ser posible sin publicidad institucional.
Después había quedado de nuevo con Paul y juntos seguimos recorriendo las calles y finalmente me hice con una gorra verde, plana y de estrecha visera. Algo así como una gorra de proporciones antiamericanas.
Por la tarde nos fuimos a cenar y a tomar cervezas en una terraza del cruce de la calle del hotel de Paul y el mío. Paul me contaba que había estado unos años en el ejército y que había visitado muchos países para hacer maniobras e intercambios soldadescos. Su experiencia había sido muy buena y se había hecho con un gran grupo de amigos, todos los cuales, menos uno, ya habían abandonado las armas. Después había trabajado de muchas cosas y en países como Canadá o el Reino Unido. Lo último que había hecho era de programador informático pero al estar últimamente sin trabajo se había decidido a viajar unos meses por Asia con la intención de volver a Australia para navidad y estar con sus hijas (por cierto, que nadie me espere a mí por navidad). Después de las fiestas navideñas tenía pensado regresar al viaje para completar su periplo asiático.
Paul es un tipo de lo más entrañable y de gran corazón. Solía dar dinero a muchos de los que le pedían y además accedía a que le hicieran masajes callejeros.
En Saigón hay masajistas que van en bici o caminando con una campanita para hacerse notar. Te hacen el masaje de cabeza, cuello, espalda y brazos sentado en tu silla de la terraza del bar en unos cinco o diez minutos por algo menos de un euro.
Por la tarde nos fuimos a cenar y a tomar cervezas en una terraza del cruce de la calle del hotel de Paul y el mío. Paul me contaba que había estado unos años en el ejército y que había visitado muchos países para hacer maniobras e intercambios soldadescos. Su experiencia había sido muy buena y se había hecho con un gran grupo de amigos, todos los cuales, menos uno, ya habían abandonado las armas. Después había trabajado de muchas cosas y en países como Canadá o el Reino Unido. Lo último que había hecho era de programador informático pero al estar últimamente sin trabajo se había decidido a viajar unos meses por Asia con la intención de volver a Australia para navidad y estar con sus hijas (por cierto, que nadie me espere a mí por navidad). Después de las fiestas navideñas tenía pensado regresar al viaje para completar su periplo asiático.
Paul es un tipo de lo más entrañable y de gran corazón. Solía dar dinero a muchos de los que le pedían y además accedía a que le hicieran masajes callejeros.
En Saigón hay masajistas que van en bici o caminando con una campanita para hacerse notar. Te hacen el masaje de cabeza, cuello, espalda y brazos sentado en tu silla de la terraza del bar en unos cinco o diez minutos por algo menos de un euro.
Mientras yo me había tomado tres cervezas mi amigo Paul: tres + n, así que, insatisfecho por tan poca cantidad, cuando nos íbamos a despedir me invitó a subir a su hotel para sentarnos en su balcón, mirar a la calle donde justo enfrente teníamos un bar de pilinguis, y claro, tomarnos una última cerveza. Así que para allá que nos fuimos. Antes de marcharme de su habitación comentamos lo que teníamos pensado hacer el día siguiente. Yo quería acercarme al barrio de Cholon y Paul prefería no hacer nada en especial.
Claro, con tanta conversación y tanta cerveza me acosté la mar de tarde, por lo que a la mañana siguiente me costó bastante arrancar. Me dirigí caminando a la zona de Dhong Khoi, cercana a donde yo me alojaba, y donde hay algún que otro rascacielos y otros grandes edificios de acero y cristal. Es la zona de negocios de Saigon, o al menos una de ellas, tiene un aspecto impecablemente limpio y moderno. Aquí se combinan sin pudor los carteles de propaganda comunista y nacionalista con las tiendas de lujo, en un constraste que no me dejaba de sorprender.
Me metí en unos lujosos grandes almacenes en busca de unos zapatos de trekking. Los encontré buenos pero a precio europeo, así que busqué otros y los encontré, pero no de mi talla, por lo que finalmente no compré nada.
De regreso a Pham Ngo Lao almorcé antes de afrontar mi siguiente visita, la del barrio de Cholon, en el distrito 3. Este lugar tiene varias interesantes pagodas de estilo chino construidas en el siglo XIX.
Mirando en el mapa no sabía si animarme a ir caminando o coger una moto. Lo del autobus era más difícil, pues parece que en Saigon no hay mucha información sobre transporte público accesible a los turistas. Me decidí por lo de la moto, ya que si hubiera ido a pié habría llegado al día siguiente. Tras discutir con varios moto-drivers cutres conseguí un buen precio, sobre todo tras comprobar lo lejísimos que estaba este barrio.
Llegué a Cholon por una autopista en la que prácticamente sólo circulaban motocicletas de pequeña cilindrada. El conductor me dejó en el mercado central de Cholon y allí me introduje para contemplar el hormiguero en que los vietnamitas convierten cualquier espacio de compra-venta.
Ya en la calle pude observar que ese Saigón era más la imagen que yo podría tener previamente de Vietnam, pues en este lugar las construcciones son de una o dos plantas, siendo la baja siempre un comercio abierto a la calle, y todo transitado de motos, bicicletas y mujeres con su gorro cónico y sus cestas sostenidas en el hombro mediante una vara de bambú.
Caminando fui preguntando a alguna persona con aspecto de lumbreras sobre las pagodas que quería visitar. Ninguno pareció entenderme ni lo más mínimo. Se acercó uno chico de aspecto sensible que hablaba inglés pero que no tenía idea de dónde estaban las pagodas. Resultó que el lugar donde me había dejado el motorista estaba algo alejado de estos templos, y como la gran mayoría de la población vietnamita es atea, pues no tenían ni idea de donde debía dirigirme. Aún así, seguí las indicaciones de hacia donde me debía ir, más o menos, y para allá que me marché con el aviso de que el lugar estaba bastante alejado.
Caminando llegué a un templo y pregunté si esa era la Quan Am Pagoda y me digeron que no, pero me describieron como llegar gracias a que uno de los de allí hablaba inglés.
Pude visitar finalmente la primera de las tres pagodas que tenía previsto, pero ninguna más, ya que no volví a encontrar a nadie que me entendiera y la noche lentamente se me iba echando encima. Yo seguía el escaso mapa del que disponía y utilizando mi brújula intentaba llegar a los lugares, pero entre la confusión de calles y la discreta ubicación de estos templos, perfectamente integrados entre el resto de edificios, no di con ninguno más. Aún así, el paseo por Cholon me gustó mucho, pues pude salirme del circuito turístico (de hecho no vi a ningún otro extranjero) y contemplar más la vida de barrio de Saigón.
De vuelta a Phan Ngo Lao y recomponerme un poco en la habitación, salí a cenar. En la terraza de mi bar-restaurante favorito, en el cruce de la calle de mi hotel con el de Paul, un lugar donde había comprobado, estaba poblado de extranjeros viejales residentes en Saigon, me encontré de nuevo con Paul alimentándose del zumo de la cebada.
Antes que yo pidiera mi cena se acercó un tipo alto y fornido a la manera norteamericana y nos preguntó si podía quedarse con nosotros. Se trataba de Antonio Graceffo, políglota, aventurero, escritor y especialista en artes marciales, que anda ahora viviendo en Saigón. El tipo es de Brookling y de ascendencia italiana, y tras ser militar y marine, se pasó a los negocios y después, a hacer lo que realmente le gusta: viajar, aprender idiomas y artes marciales, y escribir. En Saigón da clases de inglés y escribe artículos para revistas y está preparando un nuevo libro sobre anécdotas de sus viajes.
Luego de nuevo Paul me invitó a subir a su balcón a tomar la última de las cervezas del día y allí estuvimos los dos mirando la calle, hablando, y recibiendo los besos enviados al aire por las chicas del bar de alterne de enfrente.
El domingo me planeé una visita de los lugares más interesantes que me quedaban por visitar en Saigón. Observando el mapa de mi guia Laundry P. pude dibujar mentalmente una ruta pedestre y me puse en marcha. En un rato llegué al museo de los vestigios de la guerra (de Vietnam) pero como no me había levantado temprano, llegué cuando estaba cerrado para el almuerzo. Por eso seguí caminando hacia el lugar que creía yo, debía estar la Pagoda del Emperador de Jade, lo malo es que este lugar no entraba en el mapa que llevaba conmigo. Caminando de forma ligeramente a la deriva llegué hasta una pagoda por lo que decidí entrar a contemplarla. Estando allí vi a un extranjero y le pregunté que si sabía como llegar a la Pagoda del Emperador de Jade. Se me quedó mirando con escépticismo y me dijo esa era la Pagoda del Emperador de Jade. Reí ligeramente expresando mi zozobra por lo ridícula de mi pregunta y pasé a contemplar la pagoda con más interés si cabe. Con el poco éxito que había tenido el día anterior buscando pagodas, que esta la encontrara casi con los ojos cerrados, no era algo que me esperara.
Se trata de un templo oscuro y con aspecto misterioso construido por la colonia cantonesa en 1909, tiene multitud de estatuas de aspecto fantasmal y heroes grotescos. La guía dice que es la más espectacular de las pagodas de Saigón, y desde luego fue la que más me gustó, pero no me quedó claro donde estaba al Emperador de Jade.
Después en mi larga vuelta llegué a la catedral neo románica de Notre Dame, construida por los franceses en el siglo XIX en el corazón administrativo de Saigon. Como también llegué en las horas de cierre, no pude entrar y comprobar si en su interior también había estatuas de aspecto fantasmal y héroes grotescos.
En todo el camino iba parando en diversas zapaterías y tiendas de deportes para ver si conseguía renovar mi calzado, pero sin suerte.
Finalmente regresé al museo de vestigios de la guerra y entré. En su patio exterior hay todo tipo de vehículos capturados cuando el ejército norvietnamita acabó conquistando el sur. La colección no tiene desperdicio, pues se pueden contemplar los aparatos vistos muchas veces en películas y documentales: helicópteros, tanques, aviones o ametralladoras antiaéreas, todo muy interesante.
El interior del museo está dedicado sobre todo a dejar constancia de las barbaridades que cometieron los norteamericanos en esta guerra (muchas) olvidando por completo las que cometieron los vietnamitas (algunas o muchas tanbién). Hay multitud de fotos mostrando los efectos devastadores que provocaron sobre la población civil las armas químicas (prohibidas) como el agente naranja, el napalm o el fósforo, así como las torturas y los asesinatos indiscriminados que cometieron los yanquis. Se pueden leer carteles con las resoluciones de la ONU contra la actuación del gobierno norteamericano y muestras de apoyo de países y colectivos del resto del mundo.
Para mi, que tengo un trocito de corazón de fotógrafo me atrajo especialmente una planta dedicada a los fotógrafos y periodistas de la guerra, con multitud de impresionantes fotografías y un espacio reservado a la memoria de todos los que murieron en el conflicto.
En la planta baja estaba viendo un vídeo sobre las malformaciones de miles de niños de vietnam por causa de los agentes tóxicos lanzados por los americanos, cuando se puso a llover y ya no paró.
Esperé largo rato en la entrada del edificio del museo, pero lejos de amainar, cada vez llovía más y el patio estaba quedando anegado por el agua. Cuando quedaban diez minutos para que cerraran el museo y aprovechando que parecía que la lluvia había disminuido una migaja, abrí mi paraguas y decidí seguir camino de mi hotel, que no estaba precisamente cerca.
Por supuesto que en el largo recorrido me empapé y mis deteriorados zapatos se encharcaron de forma dramática. Pero nada comparable a cuando llegué a Bui Vien, la calle de mi hotel. Allí el agua lo inundaba todo y caminando por algunos tramos me sumergía hasta la mitad de la pantorrilla. Dado mi estado de absoluta humedad decidí dirigirme directamente a cenar sin pasar por el hotel.
Esta vez no vi a Paul y a casi nadie, y mientras allí cenaba una ensalada y unos calamares a la romana con una cerveza, la fuerte lluvia hacía que el agua fuera subiendo de nivel y para cuando me marchaba ya llegaba a la entrada del restaurante y a mis pies en forma de un tenue oleaje.
Sin embargo, esta rotunda lluvia no amilanaba a muchos saigorreños, que seguían circulando con sus motocicletas de un lado para otro en medio de la zona lacustre en la que se había convertido el barrio.
De esta forma, si antes no tenía claro qué calzado comprarme como sustituto de mis chancletas, en ese momento lo decidí y además comprendí porqué los vietnamitas raramente calzan zapatos: me compraría unas sandalias de cintas para poder caminar cómodamente en los pantanales.
Tras cenar crucé la calle inundada y en una agencia de viajes contraté una excursión para visitar al día siguiente los túneles de Cu-chi.
El lunes 11 de octubre me tuve que levantar obligatoriamente temprano para incorporarme al grupo que nos llevaría a los famosos túneles situados a más de quince kilómetros fuera de Saigón. Pero antes de contar mis experiencias e impresiones del lugar, permitidme que os haga un pequeño apunte sobre la Segunda Guerra de Indochina:
UN BOSQUEJO DE LA APASIONANTE HISTORIA DE LA GUERRA DEL VIETNAM
Tras la primera guerra de Indochina en la que Francia salió derrotada, Vietnam estaba dividida en Norte y Sur, pero en la conferencia de Ginebra de 1954 se estableció que debían hacerse unas elecciones democráticas para decidir la unión del país. El norte estaba dirigido por Ho Chi Minh de ideas comunistas, artífice de la victoria contra los franceses y que era apoyado por China y la URSS. Como todo hacía presagiar que en las elecciones, el pueblo, tanto del norte como del sur, iba a dar su apoyo a la unificación y a Ho Chi Minh, un tiempo antes del referendum el general Ngo Dinh Diem, apoyado por EEUU, dio un golpe de estado en Vietnam del Sur y anuló el referendum.
Así, el gobierno de Vietnam del Norte comenzó una guerra contra el Sur porque interpretaba que lo que estaba sucediendo en el sur no era más que la continuación del colonialismo de Indochina.
El gobierno del sur resultó ser tremendamente corrupto y estrangulaba con sus impuestos a los campesinos, por lo que estos acabaron apoyando y prestando ayuda al Frente de Liberación de Vietnam, conocido como Vietcong, un grupo guerrillero del sur financiado y asesorado por el norte.
Como EEUU no quería que Vietnam se unificara en un país socialista apoyó con su enorme ejército y arsenal de armas al sur, pero nunca llegó a declarar la guerra, razón por la cual este conflicto pudo ser tan bien cubierto por los periodistas.
Los vietnamitas eran muy abnegados, duros e inteligentes, y conocían a la perfección el terreno, por lo que ante el enorme poder militar del ejército de EEUU optaron por la táctica de guerrillas. Los ataques contra el ejército americano siempre eran por sorpresa y muchas veces en la noche, lo que llevaba a los yanquis a unos niveles de estrés enorme por no saber nunca cuándo debían descansar y cuándo estar alerta. Su desesperación en este tipo de conflictos se vió claramente en el uso que hicieron de las armas químicas, en su mayoría desfoliantes, con la intención de arrasar la selva en la que no sabían combatir.
Al comienzo de la contienda los americanos creían que ganarían la guerra facilmente, pero cuando esta se prolongó durante muchos años y la factura de dinero y de vidas se hizo insoportable, junto con la opinión pública de todo el mundo en contra, finalmente forzaron una salida "honrosa" prometiendo a los survietnamitas seguir suministrándoles armas y entrenamiento para seguir luchando contra el norte.
Con EEUU fuera, la guerra continuó un par de años más hasta que el ejército del norte entró en Saigón y destituyó al gobierno del sur. Un tiempo después procedió a la reunificación del país y renombró a Saigón como Ciudad Ho Chi Minh en nombre de su gran líder que había muerto unos años antes. La gente la siguen llamando Saigón y entienden como Ciudad Ho Chi Minh a todo el conjunto de la ciudad crecida en las últimas décadas.
FIN DEL BOSQUEJO
Llegamos al área de Cu-Chi y acompañados de un guía nos fueron explicando lo que allí había. Es un área cubierta de selva-parque, y en ella se pueden ver los socabones dejados por las bombas, horripilantes trampas hechas por el vietcong, que cuando eran pisadas los soldados caían a un agujero lleno de lanzas afiladísimas de bambú. También se podían observar las diminutas entradas a los túneles por donde sólo cabían los desnutridos vietnamitas. Mientras esto nos explicaban, se escuchaban disparos que añadían más realidad al escenario. Y es que en el lugar hay un campo de tiro para que los turistas prueben las armas que se utilizaron en la guerra, desde pistolas a ametralladoras, a precio de un dólar por bala (las más pequeñas).
Allí me junté con dos españolas, una de ellas llevaba más de un año de viaje por aquello del desempleo.
Los túneles tienen unos doscientos kilómetros y en ellos hay varios niveles con hospitales, cocinas, dormitorios, salas de estar y todo lo que uno pudiera imaginar. Lo más sorprendente además es que sobre el terreno había un campamento americano y nunca se llegaron a enterar de lo que había debajo de sus piés. Los vietnamitas encendían sus cocinas al amanecer, cuando en la zona se formaba una neblina que impedía que fuera visto el humo. Además, por la noche, le robaban la comida a los americanos y si alguno de estos andaba despistado en algún lugar apartado lo hacían desaperecer.
La visita al interior de los túneles fue bastante decepcionante pues no visitamos ninguna instalación salvo el túnel preparado para los turistas. Aún así la experiencia fue interesante e incómoda, pues caminar por ellos a gatas es una actividad cansadísima para una persona no acostumbrada, y menos si vas cargado con cámara y mochila. Los túneles son realmente estrechos y bajos y tienen salidas cada pocas decenas de metros. Toda la gente del grupo los fue abandonando en las primeras salidas. Yo, por mis huevos, quería llegar hasta el final, que no estaría más que a unos cien metros, y lo conseguí tras no pocos esfuerzos y sudores.
Ya en la vuelta en el autobus me quedé hablando con una alemana de cuyo nombre nunca me llegué a acordar muy bien (lo siento, tengo una cabeza...).
De nuevo en Saigón quedé con ella para dar un rulo por la tarde, y yo mientras me marché a comprarme unas sandalias, pues había estado toda la jornada con los zapatos empapados por las inundaciones del día anterior.
El largo paseo con la alemana, en el que nos perdimos por no llevar mapa (pero que conseguimos encontrar nuestro barrio tras preguntar varias veces por dónde debíamos marchar), me dejó claro que había comprado unas sandalias mierdosas que me formaron una ampolla en cada planta de los piés. Es lo que tiene un país en el que solo se fabrican productos falsos con materiales poco adecuados.
Como la alemana no quería cenar me fui yo solo a mi esquina favorita y cuando allí estaba volvió a aparecer Paul que se sentó a mi lado a tomar unas cervezas. Luego, repitiendo la operación de días anteriores, nos compramos unas últimas cervezas y las bebimos en su balcón mientras charlamos (más él que yo, que tiene mejor control del inglés). Paul se marchaba ya al día siguiente a Hanoi en avión. No le apetecía hacer paradas intermedias en el país (hay 1650 kilómetros entre ambas ciudades). Ahora sí, nos despedimos definitivamente y hasta la próxima.
El día siguiente 12 de octubre, fue el último que pasé en Saigón, realmente uno más de lo que esperaba, pero es que mi ropa de la lavandería no estaba lista. Lo dediqué a descansar y a escrbir en el blog.
En una agencia de viajes compré un billete de autobus para ir hasta Dalat, en las tierras altas centrales del país, un lugar de colinas y bosques, clima suave y habitado por elefantes, tigres, monos y minorías étnicas (humanas).
De nuevo en Saigón quedé con ella para dar un rulo por la tarde, y yo mientras me marché a comprarme unas sandalias, pues había estado toda la jornada con los zapatos empapados por las inundaciones del día anterior.
El largo paseo con la alemana, en el que nos perdimos por no llevar mapa (pero que conseguimos encontrar nuestro barrio tras preguntar varias veces por dónde debíamos marchar), me dejó claro que había comprado unas sandalias mierdosas que me formaron una ampolla en cada planta de los piés. Es lo que tiene un país en el que solo se fabrican productos falsos con materiales poco adecuados.
Como la alemana no quería cenar me fui yo solo a mi esquina favorita y cuando allí estaba volvió a aparecer Paul que se sentó a mi lado a tomar unas cervezas. Luego, repitiendo la operación de días anteriores, nos compramos unas últimas cervezas y las bebimos en su balcón mientras charlamos (más él que yo, que tiene mejor control del inglés). Paul se marchaba ya al día siguiente a Hanoi en avión. No le apetecía hacer paradas intermedias en el país (hay 1650 kilómetros entre ambas ciudades). Ahora sí, nos despedimos definitivamente y hasta la próxima.
El día siguiente 12 de octubre, fue el último que pasé en Saigón, realmente uno más de lo que esperaba, pero es que mi ropa de la lavandería no estaba lista. Lo dediqué a descansar y a escrbir en el blog.
En una agencia de viajes compré un billete de autobus para ir hasta Dalat, en las tierras altas centrales del país, un lugar de colinas y bosques, clima suave y habitado por elefantes, tigres, monos y minorías étnicas (humanas).
Hola Juan, interesantes relatos sobre Conchichina y Saigón. Veo que estás en plena forma. Las fotos también excepcionales. Por cierto, tantas idas y venidas a la habitación de Paul...uf! temía por un final diferente. Otra cosa: cómprate unas buenas zapatillas de trekking (te queda mucho viaje)y unas chanclas que no lesionen tus delicados pies.
ResponderEliminarUn abrazo !
Dani - Lleida
En una de las fotos eres igualito al tío comunista del cartel pero sin perilla. Así que tienes problemas con los neumáticos comprate unos escarpines de barranquismo que por allí parece que hay agua de sobra.
ResponderEliminarMuy interesante la historieta vietnamita.
Un saludo
Soy Luna, de la isla de Pascua, pero vivo en Londres, amiga de Alicia, ella me ha dado tu blog, es muy interesante lo que has escrito de Vietnam, estoy pensando viajar a Vietnam en enero, dame mas ideas.
ResponderEliminarlove and peace
luna
Hola Luna:
ResponderEliminarGracias por leer el blog.
Ideas: Vietnam me está gustando bastante, así que recomiendo su visita. Si dispones de tiempo te aconsejo que aumentes en una semana tus vacaciones y visites también los templos de Angkor en Camboya (se puede ir facilmente desde Saigón). Voy a seguir escribiendo más artículos sobre Vietnam (creo que cuatro más), por lo que en las próximas semanas tendrás una visión más completa del país desde mi punto de vista, of course.
Hola desde London, por fin me fui de mi puto pueblo, "termine mis tareas" tus fotos del Mekong maravillosas. y tus relatos historicos mejoran...mejoran...
ResponderEliminarabrazos, alicia
¿Cómo hacen los motoristas vietnamitas para girar en los cruces? ¡Menudo enjambre de motos, es alucinante! Y el tío ese de la vespino chunga, lleva más paquetes en la moto de los que yo puedo cargar en mi Clio. Por cierto, has salido con una cara de loco un poco inquietante en los túneles de Cu-Chi. ¿No te daban algo de claustrofobia?
ResponderEliminarUn saludo, y cuídate mucho.
David.