El viaje en tren de Benarés hasta Calcuta partió con ocho horas de retraso en plena madrugada. Cansado como estaba dormí bien, aunque todo sudado y churretoso, y aunque uno se va haciendo a estas cosas, en esos momentos no dejo de pensar en fuentes de agua templada que riegan mi cuerpo.
Una vez comentaba Miguel de la Quadra que lo peor de la prueba del Camel Trophy (¿sus acordáis?) era la imposibilidad de asearse, y que para mucha gente este era el impedimento principal para participar.
Casi no pegué dentellada en las más de treinta horas que transcurrieron desde que salí del hotel de Benarés hasta que ingresé en el de Calcuta. Tan solo una moca cola y unas patatas que compré en una parada de dos minutos a medio camino, y casi se me va el tren, que echó a andar cuando todavía estaba pagando en el puestecillo. No me quería arriesgar a comer nada de los vendedores ambulantes que recorrían los vagones, puesto que aún no estaba recuperado de mis alegrías culinarias en Amritsar.
Casi no pegué dentellada en las más de treinta horas que transcurrieron desde que salí del hotel de Benarés hasta que ingresé en el de Calcuta. Tan solo una moca cola y unas patatas que compré en una parada de dos minutos a medio camino, y casi se me va el tren, que echó a andar cuando todavía estaba pagando en el puestecillo. No me quería arriesgar a comer nada de los vendedores ambulantes que recorrían los vagones, puesto que aún no estaba recuperado de mis alegrías culinarias en Amritsar.
Meses atrás, en un oscuro cibercafé del barrio del Thamel, en Kathmandú, me había encontrado con una persona de aspecto enjuto, barba rala y piel curtida de marinero que residía en Calcuta, aunque en esos momentos estaba extraditado en Nepal. Jopransebal, muy amable, se ofreció a ayudarme cuando llegara a Calcuta. Me dijo que muchas personas, cuando llegan a la ciudad y ven lo que allí hay, se quedan encerradas en el hotel hasta el día de su vuelta. Así las cosas, antes de partir de Benarés le escribí y este me respondió que me esperaba el día 21 de agosto en el bar español de Sudder Street. No podría venir a buscarme a la estación porque estaba en esas fechas muy liado.
Con tanto retraso, no pude estar a las nueve de la mañana en el bar español, llegué a Calcuta a las diez de la noche. A la salida de la estación se me unió un amigo japonés que como yo, no sabía a dónde ir. Tranquilo, japo, le dije. Tengo una dirección aquí escrita; y para allá que nos fuimos.
Fuera de la estación mi sorpresa fue el no encontrar autorickshaw ni bicicletas, tan solo bonitos taxis amarillos marca Austin, modelo Ambassador. Cogimos uno y nos llevó al hotel de enfrente del bar español, el Maria.
Yo temía que en este lugar no tuvieran sitio y al quedar solos en la calle, una inmensidad de personas se abalanzaran sobre nosotros y nos devoraran. Pero mis temores eran infundados. En el Maria había sitio, una habitación para cada uno, a cada cual más asquerosa. Yo les pedí que me cambiaran las sábanas porque las puestas tenían claras muestras de haber sido utilizadas con anterioridad. Me dijeron que OK, pero a pesar de ello nadie venía a cambiarlas. Volví a insistir y utilicé mis poderes mentales (saqué la mala hostia) y vino un tipillo que con un careto hasta el suelo, me la cambió, eso sí, al segundo intento, pues la primera sábana tenía tantos agujeros que si se hubiera puesto como red de pesca se habrían escapado hasta las ballenas. La operación no duró más de un minuto, pero al técnico esto de hacer un mínimo esfuerzo en el trabajo casi le cuesta la vida. Thank you very much, very hard job, le dije. Y se marchó sin decir nada.
Este detalle, junto con el aspecto general del cubículo, me hizo rebautizar inmediatamente el lugar: Dirty Maria, nombre que causó furor entre la colonia de españoles de Calcuta en los días siguientes (bueno, igual aquí he exagerado un poquito).
Después de acomodarnos con pinzas, mi amigo japonés y yo nos fuimos a comer en un bar cercano, tras lo cual nos volvimos al hotel y a descansar hasta el día siguiente.
Una vez en la incomodísima e irregular cama (me daba la impresión de estar sobre un colchón hecho con los huesos de los anteriores inquilinos), protegido del exterior con la red antimosquitos marca Joche&Maria, me puse a recapitular: en el trayecto desde la estación hasta el Dirty Maria, Calcuta, lejos de parecerme el lugar horrible que esperaba, me pareció la mejor ciudad que había visto desde que llegué a India ¿cómo era esto posible?¿dónde estaba esa ciudad terrible y cochambrosa de la que todo el mundo hablaba?
A la mañana siguiente, a eso de las diez me pasé por el Rij's Spanish, bar español o taberna vasca, que por todos estos nombres se le conoce. Al llegar allí estaba Jopransebal al que le pedí disculpas por no haber acudido a mi cita del día anterior. Pero resultó que él no se había enterado muy bien de la fecha y me estaba esperando en ese mismo momento, así que creyó que llegaba tarde una hora, y no 25 como era la realidad. Me presentó al dueño del local, Rij, que había vivido en el Señorío de Vizcaya y que había aprendido el idioma castellano, rudimentos del vascuence y los fundamentos de la cocina española: tortilla de patatas, gazpacho, pisto, pan amb tumaca... Al contarle mi viaje me dijo que se venía conmigo, pero luego resultó no ser cierto.
Este lugar está repleto en verano y desolado el resto del año, pues son mayoritariamente los españoles y también los castellanos los que a este lugar acuden, cuando se encuentran en la ciudad en labores de voluntariado, sobre todo en los Centros de las Hermanas Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa. Además, se daba la circunstancia que en un par de días sería el centenario del nacimiento de la fundadora y la ciudad estaba repleta de visitantes para tan gran acontecimiento. La celebración principal era una misa en la que solo cabrían algunas personas, por lo que la asistencia se haría por sorteo. Algunos de los más acaudalados visitantes no dudarían en ofrecer importantes cantidades de dinero a aquellos que consiguieran saltarles la restricción y colocarles ante la presencia de dios y del espíritu de la monja aquel día.
Me puse con mi ordenador en la taberna a buscar por internet la dirección del consulado de Tailandia y de la naviera que llega hasta las Andamán. Jopransebal me había dicho que tuviera en cuenta que entrar en Tailandia por mar en una ruta no comercial podría suponer estar en el pais ilegalmente, lo que me podría suponer en primer lugar prisión y en segundo, la deportación a España. La prisión podría ser considerado como una experiencia interesante, si bien traumática, pero lo segundo era in-to-le-ra-ble, que yo no me quiero volver entodavía, con medio viaje por resolver.
Por ello pensé que lo mejor sería dejar las cosas claras, poniendo los puntos sobre las jotas, por lo que habría que pasarse por el consulado para explicarles mis argumentos.
Estaba yo el ordenador cuando un valenciano de pelo zanahoria y gafas modelo W. Allen se puso a hablar conmigo, se trataba de Julio que estaba allí con su amigo Pablo. Charlamos un rato y me invitaron a ir con ellos unas horas más tarde a conocer el Victoria Memorial, uno de los pocos atractivos de la ciudad. Les dije que por supuesto.
Por la tarde, además de Julio y Pablo conocí a Gonzalo, el cual llegó con cierto retraso, y es que este grupo de amigos resulta deliciosamente caótico, cuando uno no se queda dormido, el otro se pierde o el tercero se mosquea, pero de buen rollito.
Nos fuimos al Victoria Memorial caminando, pero al llegar a sus puertas no entramos porque estaba cercana la hora de cierre, y cómo es habitual en India, los precios para los locales son ridículos y para los visitantes, abusivo.
En su defecto nos fuimos al Planetario de Birla, que era barato. Esperamos a que tocara la siguiente sesión y allí que nos metimos. A mi me resultó muy interesante y divertido y a mis amigos, muy relajante, pues todos se quedaron dormidos. La anciana señora que manejaba los mandos y relataba lo que en el cielo sucedía repetía una y otra vez, amonestando a todo el mundo, que apagáramos los móviles. Afortunadamente nos tocó por azar la sesión contada en inglés, que también la había en indi y en bengalí, o bengalés.
Después nos marchamos a una cafetería y jugamos al scrable e hicimos tiempo antes de marchar a un restaurante típico de la ciudad, que según la guía no hay que perderse bajo ninguna circunstancia si es que estas en Calcuta, claro. El sitio era muy particular, pues la entrada estaba custodiada por dos enanos, uno normal y el otro, un enano gigante de casi dos metros. En el interior, la decoración india combinaba formas y acabados imposibles para nuestra cultura de solo dos mil años de antigüedad. El menú nos resultó inabordable, no sabíamos qué pedir. El servicio, muy atento, nos ayudó a elegir los platos. No nos gustó nada de lo que comimos, pero así es el descubrimiento de nuevas culturas.
A la salida nos conminaron a que diéramos propinas a los enanos, a uno para que se pudiera así tomar sus complementos vitamínicos para el crecimiento, y al otro para los del decrecimiento.
Como ya sabéis, venía durante semanas con desorganización intestinal. Esa noche, gracias al exquisito menú, al llegar a la habitación me puse malísimo, estuve con dolores tan fuertes que pensé que había llegado el momento de medicarse.
Con esta problemática al día siguiente no me pude levantar tan temprano cómo había pensado. Tras desayunar un delicioso café expreso ¡por fin!, pan con tomate y una magdalena de chocolate me dirigí en busca de un vehículo que me llevara hasta la embajada tailandesa. Llegué a la conclusión de que en Calcuta los autoricksaws hacen rutas fijas y lo cogen los locales de forma misteriosa, puesto que los vehículos no llevan identificativo del camino que realizan. Escribo esto porque no pude encontrar ninguno que me quisiera llevar. Los indios cuando están interesados en algo tuyo son pesadísimos, pero si no lo están, son unos maleducados, te ignoran o te dicen que te vayas, así sin más explicación. De esa manera iba yo buscando a la desesperada a alguien que me quisiera llevar al consulado y finalmente me costó mucho encontrar un taxi. Una vez encontrado y discutido acaloradamente el precio, el taxista no tenía ni idea de a dónde debía dirigirse, por lo que fue parando a cada instante para preguntar a otros conductores. La ciudad era un atasco casi continuo, y en el trayecto pude observar, corroborando lo visto el día anterior, que sorprendentemente Calcuta tiene aceras, no sólo escombros a ambos lados de las calzadas, que la cantidad de mierda es notablemente inferior a la de otras ciudades, no hay vacas (pero sí multitud de perros) y que se ve mucha menos miseria de la esperada (esta se concentra en los slams, las grandes áreas chabolistas que rodean la urbe). Sobre los transportes, hay metro y tranvía, una enorme cantidad de taxis, también autorickshaws, pero casi no hay bicitaxis y sí hombres-taxi: la bici es sustituida por un enclenque hombre que tira del carro, y sorprendentemente, casi siempre descalzo. Para mi este medio de desplazamiento me resulta bastante absurdo ya que, aunque pude ver alguno que circulaba al trote, se trata de llegar a los sitios al ritmo del paso humano, pero sentado: debe ser cuestión de castas.
Por fin pude llegar al consulado de Tailandia, pero con tanto lío lo hice cuando ya habían cerrado. Aunque en el cartel ponía que habrían por la tarde, no especificaban que en verano no, por lo que tendría que volver al día siguiente.
Si para ir me había costado una eternidad encontrar un taxi, a la vuelta fue aún peor, la mayoría de los taxistas no me querían coger. Al decirles donde iba, me ignoraban. Hubo alguno que sí me quería llevar, pero a un precio estratosférico.
Después de mucho caminar pude coger uno, el cual, por supuesto, no tenía ni la menor idea de a qué calle me dirigía, y eso que Sudder Street y alrededores están auténticamente plagados de hoteles. Si los taxistas indios son habitualmente unos necios, los de Calcuta se llevan el grand prix de lo lamentable. No voy a mencionar que son unos caraduras porque creo que eso es común al oficio en todo el mundo.
Esa tarde estuve de nuevo con mis amigos valencianos y casi de casualidad, pues aunque habíamos quedado a una prefijada, ninguno se acordaba muy bien de la quedada. Tampoco los vi a todos en un primer momento, sólo a Pablo, que Gonzalo se había dormido y Julio perdido. Nos dirigimos al New Market, un mercado donde venden fundamentalmente mierdas y donde los comerciantes son pesadísimos, además de que antes de entrar tienes a un montón de intermediarios que te insisten en que entres en el mercado y luego te acompañan sin ningún sentido para nuestro occidental punto de vista. Lo más interesante que vimos, y además en un puesto callejero, fue la mochila más horrenda del mundo, fabricada integralmente en tela de peluche y con una muñeca terrorífica insertada en su parte frontal, con ojos móviles y diabólicos.
Después de la cena los cuatro nos marchamos a hacer un poquito de botellón en Park Street, una de la calle más finas de Calcuta, delante de la sede de un buen número de logias masónicas. El calor era casi insoportable, y los niños y jóvenes endrogáos que venían a vendernos chicles o simplemente a pedir, también. Nos acompañaron tres amigas catalanas a las que Julio, según las vió les echó el anzuelo, y con las que tuvimos una divertida conversación sobre la maldad intrínseca de las aves y un aburrido debate sobre catalanismo y españolidad, puntos comunes y divergencias; con lo que mola ser independentista castellano, oigame vuesa merced.
Después de beber el cóctel de whisky McDowell's con Roca Cola nos metimos en un hotel de lujo que alberga pub y discoteca. En el pub hacía un frío de muerte y tocaba un grupo en directo que lo hacía pero que muy bien. Allí entendí porqué lo del botellón: una cerveza pequeña costaba 10 euros. Nada de beber, pues.
Después nos fuimos a la discoteque donde a esas horas ya casi no había marcha, que la gente sale en Calcuta muy pronto: la hora de máxima fiesta es entre las 10 y las 12 de la noche. Aún así lo pasamos bien divertido porque cuando sonaba hiphop, Pablo hizo un magistral paso de breakdance rodando en el suelo. Eso animó a todos los brakers del lugar que ya no pararon en toda la noche de hacer sus monerías. La barra de bar de la disco estaba desierta y allí nadie bebía. Esos precios disparatados son claramente contraproducentes para el negocio, pero los administradores del hotel debían ser bobos o se escondían un as en la manga, que no lo sé.
A las 2 de la madrugada se cerró el local y vuelta veloz hasta nuestros respectivos hoteles.
A la mañana siguiente volví de nuevo a la embajada tailandesa. Esta vez si llegué porque conociendo cómo funcionaba el servicio de taxis en Calcuta la cosa fue más sencilla. La verdad es que me esperaba que en el consulado me trataran a patadas, al estilo de la embajada de Birmania en Delhi, pero fue todo lo contrario. Cuando en la ventanilla les expliqué que quería llegar hasta sus costas en un barco privado desde las islas Andamán, el funcionario, no sabiendo qué contestarme me dijo que entrara dentro. Allí, tras esperar un rato llegó otro thai, muy amable, al que le conté mi viaje con todo detalle y con mapa y todo. Muy sorprendido me dijo que esperara, que iba a llamar a la embajada en Delhi. Al ratito llegó y me dijo que no habría ningún problema, que debía redactar una carta explicando mi plan de entrada y que para evitar cualquier tipo de confusión al llegar a la costa, me debía hacer un visado (los europeos no necesitamos visados para tailandia). Así que debía regresar al día siguiente con dos fotos, formulario del visado relleno y carta redactada.
Al día siguiente regresé con los deberes hechos: formulario y carta redactada en inglés explicando mis intenciones. Me dijeron que estupendo, que volviera al día siguiente a recoger el pasaporte con el visado, el cual además sería gratis.
Después me cogí otro taxi y me dirigí a las oficinas de la Shipping Corporation of India para preguntar por el siguiente barco para las islas Andamán, ya que la información en su web estaba desactualizada y seguía patrones caóticos.
Allí me dijeron que el barco saldría el 4 de septiembre, casi diez días después, y que podría elegir entre un billete en bunk class, es decir, tercera clase, en barracones y litera, o pagar casi el triple por una cama en un camarote compartido. No sé, oiga, que me lo tengo que pensar, les contesté. En internet busqué información sobre el barco y encontré un blog donde aparecían fotos del interior del barco y de los baños inundados y oxidados (creo que era óxido, pero igual era mierda adherida), aún así los protagonistas del blog aparecían sonrientes y no había información sobre el fallecimiento de ninguno de ellos por ir en tercera clase. Alejandro, un cooperante que también se alojaba en el Dirty Maria, me dijo que los auténticos viajeros van en la peor clase posible, mezclado con los indios y pasando calamidades. No es que me influyera su opinión, pero elegí bunk class.
Gonzalo, Pablo y Julio habían pensado marchar unos días a Darjeeling a ver el Himalaya animados además por la opinión de la cooperante Ana que había vuelto recientemente de allí. Como yo tendría unos días de espera hasta que saliera el barco, y la estancia en Calcuta no da para tanto, pensé en unirme a ellos tras que me dijeran que les haría ilusión que les acompañara. De esa forma podría estar unos días fresquito después de tanto calor insoportable en India. Otra opción que me había planteado para hacer en esta zona era haber ido a un safari a la reserva de tigres de Sunderband que hay en la costa al sur de Calcuta, pero los precios por un par de días eran tan exhorbitantes (algo así como doscientos y pico de euros) que pensé que los indios se podían meter los tigres y la maleza del parque por el ojete nui.
El 26 de agosto fui por cuarta vez al consulado tailandés, me estaba dejando una fortuna en taxis. La visita fue muy rápida: llegué, me dieron el pasaporte con bonito visado incluido, dije muchas gracias, señores, y me marché. En otro taxi llegué a la naviera y tras un largo rellenar de formularios, detallando cosas como color de piel, cabellos, ojos, marcas reconocibles visibles, y una foto, pude adquirir mi billete en tercera clase. Como luego vería en las Andamán, si a los Indios les encanta la burocracia, en temas de barcos ya es el no va más, para cada pasaje hay que rellenar formularios y por supuesto, esperar largas colas.
Me volví caminando hasta el hotel, y aunque el trayecto no era precisamente corto a mi se me pasó volando contemplando la forma de vida de los calcuteños o kolkatenienses. Paré en una papelería y compré un rotulador porque quería dejar mi impronta en la habitación del Dirty Maria, que con tanta suciedad yo debía aportar algo a esa situación.
En el cibercafé y tienda de al lado de la taberna vasca me encontré a mis valencianos y les dije que había terminado mis trámites en Calcuta: ya tenía visado y pasaje de tercera en barco para las Andamán, por lo que ya sólo me quedaba comprar el billete de tren para Darjeeling, cosa que resolví en ese mismo instante para alborozo de todos.
A las nueve de la noche partimos camino de la estación de trenes. Resulta que Pablo y Gonzalo habían comprado el billete juntos, Julio, que no sabía si ir a Darjeeling o a Varanasi, lo había comprado después, y yo el último. Así, cada uno tenía una litera en un vagón distinto, pero decidimos ir todos al vagón de Pablo y Gonzalo, y coló. Cuando llegó el revisor dijo que como no estaban ocupados todos los sitios nos podíamos quedar todos juntos.
Nos habían comentado que en los trenes, además de toda la variopinta tropa de personajes que lo recorren para sacarse unas rupias, están también los travestis, que son los que más dinero ganan. Como los indios son muy supersticiosos, creen que si les toca uno de ellos/as se quedan estériles o no llegan nunca a casarse, por lo que cuando pasa uno/a, todo el mundo les suelta rápidamente dinero para que pase de largo. A los pocos minutos de ponerse en marcha el tren andaba yo zascandileando y vi que llegaba, procedente de otro vagón un varón de afilado aspecto y ropas que no le acababan de encajar. Azorado me acerqué a los demás y les dije que se acercaba un chicochica. Cuando llegó a nuestra altura se nos quedó mirando y le puso la mano encima a Gonzalo, que era el que estaba junto al pasillo (ya nos contarás que pasa contigo, amigo Gonzalo). Comenzamos todos a reirnos y le dije: con nosotros tu poderes no funcionan, majo. Así que el tipotipa siguió su camino mientras recogía dinero a raudales.
De todas las noches que dormí en trenes de India esta fue la peor, pasé bastante frío y apenas conseguí conciliar el sueño. A la mañana siguiente me desperté bastante acatarrado.
El tren llegó hasta New Jalpaiguri y allí buscamos un jeep compartido que nos llevara hasta Darjeeling. Otra opción para ir es coger el llamado Toy Train, o tren de juguete, que circula por vía estrecha y es el último de vapor que queda en India. El problema es que tiene poca frecuencia y el trayecto dura ocho horas, frente a las tres de ir en Jeep.
Al rato de seguir camino empezamos a subir las cuestas de las montañas. El paisaje me trajo buenos recuerdos, volvía por última vez en este viaje al Himalaya. La temperatura ya era bastante fresca y llovía en un paisaje selvático exhuberante.
En unas horas llegamos a Darjeeling, estado de Bengala, pero a las puertas del himaláyico Sikkim, un reino entre Nepal y Bhutan.
Darjeeling nos recibió con lluvia y con sus bonitas calles en cuesta repletas de edificios de estilo inglés, pues este era el lugar de veraneo de los ingleses cuando la India era parte de su imperio y la capital estaba situada en Calcuta.
Encontramos alojamiento en un más caro de lo habitual hotel pero que disponía de habitaciones de madera, salones donde pasar el rato comodamente y conexión a internet. Compartimos habitación dos a dos.
Una vez alojados salimos a descubrir el lugar. La densa niebal no nos permitió ver el conjunto de la población.
Darjeeling está situado sobre una alta colina y está rodeado de campos de té, quizás el más afamado del mundo. Esta época de monzón no permite realizar muchas actividades, pero a partir de noviembre, con los días claros, frescos y despejados, las actividades se multiplican y es posible ver desde los miradores, la impresionante cadena de ochomiles del Himalaya central, con el Kanchenjunga, la tercera montaña de la tierra, a tiro de piedra, pero también con el Everest, el Cho Oyu y el Makalu.
En Darjeeling se respira un aire bien distinto al de las tierras bajas de la India. Aquí la población es de origen nepalés de la tribu de los Gorkhas y de ragos tibetanos. Como no podría ser de otra manera, quieren la independencia para este territorio, y eso que los tíos vinieron no hace muchos siglos de Nepal, expulsando o fundiéndose con los budistas tibetanos que aquí vivían.
Darjeeling está sensiblemente más limpio que India en general, es un lugar apacible y tranquilo, y los comerciantes no son unos pesados insoportables.
Eso sí, cuando se pone el sol, a eso de las siete de la tarde (aquí las siete de la noche), toda la población desaparece por completo, no habiendo lugar donde ir, ni actividad que hacer. En las calles sólo quedan los perros que aprovechan la vacuidad para comenzar su particular fiesta de ladridos y correrías.
Menos mal que encontramos un único restaurante en todo Darjeeling en el que al dueño no le importaba cerrar cuando fuera necesario, con tal de tener clientela. Allí echamos una buena partida de poker.
Por fin, después de muchas semanas, tuve frío y dormí con manta. Al día siguiente marchamos a desayunar a un pequeño restaurante, de los pocos que tienen café decente en una población volcada con el té. Teníamos pensado preguntar para alquilar motocicletas, bicicletas, o realizar alguna otra actividad, pero nada de eso se concretó, pues mientras desayunábamos se puso a llover y ya casi no paró en todo el día.
Agradecimos la inversión hecha en el hotel, pues con tan fresco y húmedo clima permanecimos cómodamente allí encerrados. A falta de otras actividades, por la tarde decidimos ir al cine del centro comercial a ver Inception, u Origin, no sé, la peor elección para ver en versión original sin subtítulos. Entre todos no pudimos completar el argumento con un mínimo de fiabilidad.
Julio, Gonzalo y Pablo son gente muy divertida y entrañable, pero podría decir también que son la viva recreación del caos, por lo que para organizarnos para hacer algo necesitábamos horas. Aún así, nuestro segundo día completo en Darjeeling nos dió para hacer algunas compras y para llegar hasta la fábrica de té, entre la lluvia. Yo me compré una riñonera profesional y unos vaqueros, auténticos Levi's 501, supongo que falsos. Visitamos la estación de tren, compramos los billetes de vuelta para Calcuta y vimos cómo llegaba el precioso y pequeño toy train con su máquina de vapor. Para llegar a las plantaciones de té tuvimos que atravesar la parte más bulliciosa de Darjeeling donde se estaban realizando discursos independentistas gorkhianos. La ponente daba miedo, su tono de voz era elevadísimo e irritante, un discurso a base de ladridos y gallos de lo fuerte que gritaba. Nosotros, no acostumbrados a tanta vocinglería nos mirábamos horrorizados: como esta gente consiga la independencia, lo primero que habrá será rodar de cabezas y crujir de dientes.
En la rápida visita a la fábrica de té nos explicaron el proceso de producción y a la salida nos metimos en una pequeña tetería, una caseta en la ladera de la montaña, donde una muy simpática abuela nos explicó cómo hacer té y nos dio a palpar, que no a probar, distintas variedades. Luego bebimos un té aunque Gonzalo preguntó si no tenían café. Por cierto, el té estaba bueno, pero no tanto.
Allí nos encontramos con cuatro seres humanos, todos los cuales me los volví a encontrar con posterioridad. El primero, Siva, un indio de Chennai, lo veríamos en el tren de vuelta a Calcuta. Los otros tres eran dos hermanas gemelas y el novio de una de ellas (¿o de las dos?) de Chequia, tirando a sosos y que habían ido a Darjeeling para después marchar a Sikkim a hacer trekking. Lo poco acertado de las fechas para estas actividades, en el monzón llueve constantemente en la cara sur de los Himalayas, hizo que a la postre cambiaran de planes.
Cenamos en una pequeña pero muy buena pizzería donde además Julio, para enorme satisfacción de su golosidad y glotonería, y para la nuestra también, descubrió las tartas de Lady Cake. Tanto le gustó que encargó dos más para el día siguiente llamando personamente por teléfono a la misteriosa señora que se escondía tras este seudónimo. Abandonamos la pizzería cuando esta ya cerraba, pero no eran las tantas de la madrugada, eran las siete de la tarde.
Esa noche nos quedamos en la habitación del hotel jugando al poker y bebiendo cócteles de whisky McDowell's con Tronca Cola, pero no mucho señora, no se escandalice, que solo era para amenizar la velada.
En nuestro último día de estancia en Darjeeling nos fuimos por la mañana al zoo donde además está el instituto de montañismo, y un pequeño pero muy bonito y conseguido museo del Himalaya. Esta prisión para animales, todos ellos inocentes mientras no se demuestre lo contrario, está en un muy bonito paraje boscoso de montaña. En él pudimos encontrar la fauna típica del Himalaya y de Bengala, entre ellos yaks, venados, el leopardo de las nieves, lobos, pandas rojos, monos (más humanos que el hombre), el oso negro y pobre, el Tigre de Bengala.
Cuando caminábamos por las sendas arboladas oíamos unos terribles rugidos de lamento, resultó ser el tigre que, injustamente, estaba alojado en la jaula más pequeña de todas las de aquel lugar, suponemos que para que pueda ser exhibido constantemente como plato fuerte del zoo. El animal mostraba un terrible nerviosismo y tristeza, caminaba constantemente de un lado para otro, respiraba con fuerza y su rugido era de desesperación. El rey de las selvas indias capturado por los reyes de la tortura.
Cuando terminábamos la visita, el misterio empezó a envolver el lugar colmándolo de niebla.
A las cuatro de la tarde, después de haber comido estupéndamente, cogimos un jeep compartido que de nuevo nos llevó a la estación de tren de New Jalpaiguri. Pasamos toda la noche viajando, y por la mañana amanecimos de nuevo en la cálida Calcuta.
Era el día 31 de agosto y todos nos fuimos a alojar en el hotel Aafreen, yo no quería volver al Dirty Maria porque quería estar cómodo para escribir en el blog antes de marchar a las Andamán.
Por la tarde nos fuimos a visitar el Birla Temple, un templo hindú moderno de bella arquitectura exterior y que en su patio alberga un conjunto escultórico móvil de cartón, gomaespuma y tela que puede estar llamado a convertirse en el máximo exponente del arte religioso kitsch, muy por delante de su hermano conceptual de Cortylandia. Los muñecos, desproporcionados y desfigurados, los materiales penosamente elegidos y sus movimientos mecánicos ultratorpedos recreaban escenas del panteón hindú al borde de la histera. Lamentablemente estaba rigurosamente prohibido hacer fotos, registro incluido, por lo que no hay fotografías de tan sublime lugar, tan solo este apasionado relato. Si quieres conocer cómo es aquel lugar, amigo lector, tendrás que desplazarte hasta Calcuta, merece la pena.
Más tarde nos acercamos al concesionario oficial de motocicletas Royal Enfield de la ciudad, donde Julio preguntó sobre los trámites y precios para llevar una a España. Resumiendo: difícil y caro. Viendo los distinto modelos, yo elegí la mía.
En nuestro hotel había tres madrileñas, Ana, Bea e Inés (ABI) que al ser detectadas por Julio, rápidamente comenzó a hablar con ellas. Nos fuimos todos a cenar y después a hacer de nuevo botellón a la puertas de las logias masónicas. Entramos al hotel de superlujo sólo ligeramente bebidos, donde de nuevo vimos un rato de un buen concierto de rock. Dado que una vez más se nos había hecho muy tarde, cerraron el local antes siquiera de poder intentar entrar en la discoteque.
El día siguiente era el de la marcha de regreso a España de mis amigos valencianos. Esa noche había compartido la habitación con Gonzalo, pareja de hecho que éramos ya, pero la cambié por una individual y sin aire acondicionado para mantener mi presupuesto bajo control.
Pablo, Julio y Gonzalo habían llegado a Calcuta originalmente con la intención, muy loable, de hacer voluntariado con las hermanas de la Madre Teresa, o sea, las tías Teresas, pero a la postre sólo había acudido Pablo, que los demás no tuvieron presencia de ánimo para levantarse ningún día a eso del amanecer para acudir a ayudar a los pobres niñitos. Les conminé a que debían ir a ayudar, aunque fuera el último día, a esas pobres criaturas. Pero no, en el último día había que ultimar algunas compras. Fundamentalmente la de la muñeca más horrorosa del mundo. Acudimos a los alrededores de New Market y allí Pablo tuvo la acertada idea de comprar dos ejemplares, que algo así no se encuentra en ningún otro lugar del universo.
No sé porqué, pero este día los niños pedigüeños nos rodearon con apasionamiento y nos siguieron durante kilómetros agarrados a nuestras piernas, mientras buscábamos camisetas y libros para comprar.
Me despedí con tristeza, una vez más, de mis amigos valencianos. Soy un sentimental a la manera del Marqués de Bradomín.
Ya sólo, después de muchos días de estar acompañado, me dirigí a la librería Oxford, en Park Street, y allí compré un tocho de libro para mejorar mi inglés, Word Power Made Easy, The complete Handbook for Building a Superior Vocabulary, setecientas páginas de pasión lingüística. Además estuve mirando postales, que hacía meses que no obsequiaba a mis amigos con esas tarjetas de textos llenos de chispa y gracia. Tenía ante mí dos tipos básicos de postales: unas bellas reproducciones de acuarelas de los lugares más deliciosos de Calcuta, o las muy coloristas y horripilantes del panteón hindú.
Al día siguiente, en el desayuno coincidí en la taberna vasca con Jopransebal y con las amigas cooperantes ABI (Ana, Bea e Inés) que ese día tenían libre por ser festivo. Hablando de todo un poco Jopransebal nos dijo que conocía una tienda donde se vendía orfebrería en plata de gran calidad y a precios baratos. Como ABI querían comprar algunos regalos le dije que ya puestos, porqué no nos llevaba hasta ese lugar.
Era una platería regentada por una familia de tibetanos en un escondido pasaje de un mercado del viejo Calcuta. Allí no solían acudir turistas, sólo gentes de la gran nación India. Nos mostraron las más delicadas obras en plata del arte indio y tibetano y yo, que nunca compro nada, me hice con una elaborada y bella pulsera con el mantra om mani padme hum escrito en tibetano antiguo.
Después de las compras y de despedirnos de Jopransebal nos fuimos a visitar el Victoria Memorial y después, y de nuevo para mi, el Birla Temple, ya que no me importaba volver a ver tan impactante lugar. Y no era cosa mía y de mis amigos valencianos, todos frikis, sino que ellas también salieron ojipláticas.
El último día completo de mi segunda estancia en Calcuta lo dediqué a escribir postales como un poseso y a trabajar en el blog. Quedé de nuevo con mis amigas a la hora de la cena, que ese día ya no era festivo y debían acudir al voluntariado de la madre Teresa. Allí me hablaron de sus labores en Casa Madre. En estos hospicios, que hay varios distribuidos por la ciudad, se acogen a niños con deficiencias, tanto físicas como psíquicas. Muchos de ellos son niños que han sido abandonados por sus familias al haber nacido disminuidos.
Las labores que se realizan son duras, pues se trata de lavarlos, darles de comer, jugar con ellos, vestirlos o desplazarlos, y muchos de ellos ya no son tan niños.
Como en toda mi estancia en Calcuta hablé con mucha gente relacionada con la ayuda de la Madre Teresa pude hacerme muy buena idea de lo que allí sucede. Para empezar, la descoordinación con las hordas de gente que acuden a ayudar es absoluta, muchos de los que van allí no hacen labores muy productivas. Es queja común por ejemplo el que allí se lava la ropa a mano, no hay lavadoras, y además todo queda muy sucio tras el lavado, pues no se usa mucha agua, poco jabón y además se tiende en cuerdas o barras muy sucias. En general la falta de higiene está generalizada, incluido el material sannitario.
Además hay mucha labor consistente en doblar sábanas y toallas. Lo sorprendente es que una vez dobladas, son desdobladas de nuevo para que los cooperantes puedan seguir cooperando. Sí, amigo, es alucinante.
La precariedad y desorganización en los centros es llamativa y mucha gente dice que bien planificado, se podría dar una mucha mejor ayuda a los niños, tal como juegos que estimularan sus mentes o más formación para el día de mañana.
Se podría decir que claro, las pobres hermanas de la caridad no tienen medios para comprar materiales o para organizarse. La figura de la Madre Teresa de Calcuta es conocida y respetada en todo el mundo, sin importar credo o ideología. Cada año su orden recibe ingentes cantidades de dinero en donaciones. Pero Casa Madre no dispone de cuenta bancaria propia, cualquier donación recibida, ya sea por transferencia o en metálico, llega directamente al arzobispado de Calcuta, que sin dar cuenta ni desglose de en qué utiliza el dinero, hace uso de él según su conveniencia. Así, las enormes cantidades de dinero que se donan para los Centros de las Hermanas de la Caridad de la Madre Teresa nunca llegan a estas, continuando la precariedad y la desorganización bien dirigida por la élite eclesiástica. Está muy bien pensado este negocio, pues los futuros donantes, al ver la situación de los centros, siguen entregando las sumas de dinero para que se mejoren. Pero lástima, nunca se hace.
Por otra parte, las personas que conocieron a la Madre Teresa de Calcuta y los que saben de su vida, no desean que sea canonizada. Ella fue una mujer incómoda para la élite de la iglesia, dado que actuaba como una verdadera cristiana, casi una hereje. Llegó a Calcuta para dar clases a las niñas de clase acomodada, pero al ver la miseria que había en la ciudad, decidió abandonar a los ricos y ponerse a ayudar a los más necesitados. Estuvo en más de una ocasión a punto de abandonar la iglesia cuando primero tuvo que enfrentarse al poder eclesiástico, o cuando después, ya reconocida mundialmente, le obligaban a realizar labores promocionales con las que ella no estaba de acuerdo. Pero siempre pesó más su voto de obediencia que su rebeldía.
Actualmente se está trabajando duramente en idear milagros atribuibles a Madre Teresa para que sea canonizada y que con ello la fiesta no decaiga.
Y según pude seguir averiguando, lo de Madre Teresa es sólo uno de los casos, quizás el más sangrante, de las organizaciones no gubernamentales. Las ONGs son, supuestamente, sin ánimo de lucro y sus cuentas no son inspeccionadas a fondo por los gobiernos, y aunque existen unas pocas ONGs, realmente pocas, que son decentes y transparentes en sus intenciones y cuentas, la gran mayoría son tapaderas para el desvío y blanqueo de dinero negro. Son conocidos en Calcuta los directores de muchas de estas organizaciones que se pasean en sus coches de lujo, viven en apartamentos espectaculares y van de fiesta en fiesta, todas ellas muy solidarias.
El día 4 de septiembre partía mi barco, por fin, para las islas Andamán. Por la mañana me apresuré a subir un artículo al blog, recogí mis cosas y me fui al puerto fluvial de Calcuta. Debía llegar con dos horas de adelanto, según la autoridad portuaria. Tontamente creía que el navío partiría a las dos de la tarde, pero estaba errado, sería a las cuatro. Esto me pasa por no repasar los billetes antes de ponerme en marcha. A pesar de mi precipitación, en el lugar había ya una numerosa cola sin sentido. Me pregunté si toda esa gente también estaría confundida o es que les gusta llegar con horas de adelanto a los sitios. Claramente era la segunda opción. Las puertas de entrada al puerto estaban todavía cerradas, y sintiéndome allí como un idiota, esperando, esta sensación se multiplicó por mil cuando una tremenda tromba monzónica de agua cayó sobre Calcuta, dejándome chorreando, y empapadas casi todas las pertenencias de la mochila.
Nos volvemos a encontrar en tu blog, esta vez desde mi nueva residencia ibicenca, y tú con las chicas ABI en tu periplo, chicas que, a su vez, son amigas de mi hermana.
ResponderEliminarHay fuerzas muy potentes en el universo que lo conectan todo y, en especial, a la gente que se quiere y se apoya.
Muchos besos.
Mª Elena.
Hola Mª Elena, me lo ha comentado Teresita, qué curioso. El mundo es chiquitín para estas cosas, por mucho que viajo parece que no me alejo demasiado ;-)
ResponderEliminarBesos desde Bangkok y saludos a las chicas ABI.
Por cierto que Ibiza es un lugar estupendo para vivir, salvo en Julio y Agosto, supongo.
vaya pedazo de diseño el de las muñecas Calcuteñas, para que luego digan de Naranjito y Citronio.
ResponderEliminarA mí me dan 50 euros y no cargo con semejantes engendros para mi casa,ja,ja,ja...
Suerte in your thai journey
Hola Juanj.
ResponderEliminarsoy Ariel, chileno, bien bonito lo que tu escribes, lindas fotos. Soy amigo de Alicia, la conoci en marzo en Bolivia. Ahora viajare a India, y me dio tu direccion de blog, me dijo, alli esta todo.
Un abrazo hermano, y sigue contando tus aventuras, eres como el Marco Polo español.
Ariel
Hola Ariel:
ResponderEliminarGracias por tu comentario. Espero que disfrutes de la India, es un país enorme y de una cultura bien distinta a la nuestra, tanto que muchas veces me resulta incomprensible y absurda.
Saludos,
juanj.
vaya si que los ricos desperdician su dinero a lo pendejo se hubiera visto mejor una foto donde uno de ustedes les este dando algo a esas personas que en verdad necesitan de dinero. creen que la vida es padre pero si fueran carentes de dinero entenderian mejor de esta cosas puesto que los ricos pisan a los pobres mientras que los pobres nos ayudamos el uno con el otro valoramos mas las cosas y les terminamos haciendo su trabajo a los hijos de papis y de mamis por eso me siento orgullosa de ser quien soy. no m atengo a que m den sino a enriquecer lo que tengo
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