sábado, 14 de agosto de 2010

DELHI NO ES TAN HORRIBLE

Y llegué a Delhi, un lugar temido lárgamente porque todo el mundo me hablaba horrores de la capital de India. El autobus paró en un solar de Old Delhi que era una papilla de barro y basura perfectamente fundidos. Rechacé las nefastas ofertas de los taxistas, que me ofrecían llevar, por precios elevados, al hotel que ellos proponían. Gracias a Uri y Nati tenía una tarjeta de un hotel de Pahar Ganj, por lo que tenía claro a donde dirigirme, si bien no sabía si tendría sitio.

Un problema que se suelen encontrar multitud de viajeros cuando llegan a Delhi es que los taxistas les llevan a hoteles y agencias de viaje de su elección donde suelen ser timados. Pero se ve que yo ya no soy inocentón, y esto lo deben captar los timadores, los cuales no se ceban conmigo. El caso es que por un precio razonable, el conductor del rickshaw me llevó al hotel sin mayor contratiempo. El hombre iba preguntando a los peatones cómo llegar, porque una característica de los taxistas de la India es que no se conocen las calles, y mucho menos los alojamientos.
En el hotel había sitio y me dieron una estupenda habitación semiinterior, fea, cálida y que estaba casi en su totalidad ocupada por la cama, que era casi tan ancha como larga, aunque al dormir se me salían los pies y mis tobillos daban con la madera del borde. Tenía un televisor que nunca se me ocurrió encender y un aire acondicionado que debía llevar estropeado desde que inauguraron el hotel.
Llegué ya fastidiado de la tripa, mis alegrías culinarias de los días anteriores me iban a pasar factura por mucho tiempo. Cuando comí y bebí con los sikjs en Amristar andaba yo tan confiado, porque hasta la fecha casi no había tenido ningún problema de desalojo.
Tras reposar un par de horas, lavarme y cambiarme de indumentaria salí al misterioso exterior.
Lo primero que hice fue buscar la calle principal, Main Bazar, que estaba a pocos metros. Como ya me había contado mucha gente, la calle está en obras, pero no unas obras al estilo europeo, era más bien el paisaje tras un bombardeo.
En seguida busqué un cibercafé para empezar a hacer mis gestiones de la capital. Busqué la ubicación de la embajada de Birmania y al distribuidor de cámaras Olympus en Delhi.
Dejé para el día siguiente la cuestión birmana y cogiendo el metro me marché al distribuidor. El metro de Delhi, si bien no tiene muchas líneas y no llega a la mayoría de los sitios, es muy nuevo y fresco en sus vagones, salvo en la parte más céntrica de la ciudad, su recorrido es sobre escalextris.
En mis aventuras en camiones por Ladakh había perdido la almohadilla de goma del ocular de la cámara y quería hacerme con otra. El centro de negocios donde está ubicado el distribuidor no pasaría de lugar de sucios negocios en los peores suburbios de una ciudad europea, pero esto India.
El que se encargaba de las cámaras era un tipo de gran amabilidad que me invitó a un té con leche y me mostró sus respetos por mi fidelidad a su marca. Pero vamos, allí no tenían ninguna pieza ni nada. Llamó a la tienda principal de la marca en Delhi y le dijeron que las probabilidades de tener esa pieza tendía a cero, pero que me pasara al día siguiente por si las moscas. Me dio la dirección donde debía dirigirme.
Regresé a Pahar Ganj y ya anocheciendo, me dije que estaría bien eso de lo de comer, por lo que elegí un local que parecía muy europeo. Era una especie de restaurante pub con música alta, camareros con camiseta del restaurante y mesas diseñadas por alguien al que debían haber cortado las piernas como agradecimiento a su invención. Eso sí, me tomé una cerveza y un plato elegido al azar y que me resultó muy rico.

El calor en Delhi es fuerte y se hace duro porque está además combinado con la humedad propia de la estación monzónica, cuando suele llover con mucha frecuencia. Estaba todo el día cubierto de sudor, y no sólo yo, que vengo de climas amables. Los indios suelen llevar una toallita al hombro que utilizan para enjugarse la cara de forma metódica.

Al día siguiente me fui a la embajada de Birmania en una zona que, sin ser céntrica, no está a las afueras, pero sí bastante alejada, y es que Delhi es una ciudad enorme de muchos millones de personas. Me habían dicho que la manera de llegar hasta el lugar era en taxi, por lo que tras discutir con varios, fijé un precio malo para mi y bueno para el taxista. En una enorme avenida ultra protejida por la policía me dejó el taxista, y recorrí los últimos centenares de metros a pié. Resulta que en el lugar también está la embajada de  EEUU y allí no se puede circular, y caminando uno siente los ojos electrónicos que te observan de forma metódica.
Llegué a la de Birmania, que era un alto muro cerrado a cal y canto, y con una diminuta ventanilla enrejada que ponía VISAS. Acercándome lo más posible a la señorita encarcelada en su pequeño cubículo le conté mi historia y le pregunté si sería posible entrar por tierra: NO. Le dije que era muy importante para mi porque solo quiero viajar por tierra o por mar: NO. No quiero coger aviones: NO. Le pregunté si podría hablar con alguien de la embajada: NO. Bueno, ¿y podría hablar con el embajador? NO. ¿Podría hacer algo para resolver...? NO. Me marché. Se ve que finalmente no podría cruzar la frontera terrestre de India con Birmania, la cual está cerrada por desavenencias, que los birmanos son muy suyos.
En realidad, sí que podría cruzar la frontera porque es un terreno montañoso y selvático cuyos caminos, en su mayoríano no están vigilados, pero una vez en Birmania correría el riesgo de ser detenido y...
Tras este fructífero diálogo que duró no más de dos minutos mi visita a la embajada birmana había concluido, por lo que di media vuelta. Pero no estaba muy dispuesto a pagar otro taxi, así que busqué algún lugar donde parara un autobus y el primero que pasó lo cogí. Cuando vinieron a cobrarme, me preguntaron que a donde iba, yo sin saber qué decir les dije que al centro, y me dieron un billete que me costó 5 rupias.
Un ratito después uno de los pasajeros me dijo que ya había llegado. Eso no tenía pinta de centro, pero mucha gente se bajó. Resultó ser una parada del metro, por lo que me metí directamente en su interior, salvando rapidamente el asfixiante calor del espacio exterior.



Como todo había ido muy rápido, decidí irme hasta la estación de Old Delhi a ver qué se cocía por el lugar.
Nada más salir, una buena cantidad de gente harapienta y mutilada pedía dinero a los viajeros. Escapándome de allí llegué a la calle principal que divide el barrio en dos, y cruzando me introduje por las ultra estrechísimas calles del lugar, que no son más que oscuros pasillos que te llevan de un lugar a otro sin saber uno a donde se dirige: tan pronto vuelves a salir a la calle principal como llegas a un lugar donde ya no se puede continuar. Así, entrando y saliendo visité varios gremios: los que venden tubos, los que venden gomas, los de los relojes malos, o los joyeros. Estos últimos, los mejores. Las callejuelas de su sector tenían aire acondicionado y se estaba fenomenal. Las tiendecillas consistían en un suelo cubierto de colchonetas con sábanas blancas inmaculadas donde los clientes se sientan, toman té y se les van enseñando el muestrario. En el gremio de bisutería el nivel ya bajaba hasta niveles mundanos, nada de aire acondicionado, ventiladores y gracias.
Por las callejuelas, tráfico intenso de peronas con paquetes y bicicletas, solo vi a un turista: yo mismo al reflejarme en un espejo.
  
      
Al salir de las callejuelas de Old Delhi me quise dirigir al Fuerte Rojo, la principal atracción de la ciudad, dando un gran rodeo para seguirme empapando del pulso de la ciudad (que bien me ha quedado esta frase, oiga). Así en un tiempo razonablemente grande llegué a las inmediaciones de sus puertas, donde ciudadanos y policías me dijeron que estaba cerrado porque en unos días se celebraría el cumpleaños de la reina (de Inglaterra) y de la independencia de la India. A mi estas dos fiestas consecutivas me resultaron como algo bastante contradictorio, pero es puro Indian Style ¿a tí qué te parece?

    

Mientras andaba por allí rondando se me acercó un muy amable señor que al decirle de dónde era me dijo que él sabía español, y por lo que pude averiguar, concretamente conocía la palabra hola.
Me empezó a hablar del templo hindú que tenía delante y que no podía visitar justamente a esa hora, pero se ofreció a mostrarme otro muy interesante que le pillaba de camino. Me fui con él y el tío no hacía más que hablar. Me mostró una mezquita derruida y cuando me senté porque estaba deshidratado y cansado me dijo que qué hacía, que debíamos seguir la visita. Esto a mi me mosqueó, claro, y le dije que si él era un guía mierdoso como me estaba pareciendo, se podría olvidar de recibir ni una rupia porque no quería guías. Me dijo que por supuesto que no quería recibir dinero, que lo hacía por amor a su ciudad, pero que los turistas le solían dar algo, como cinco euros mínimo. Le dije que se marchara, que no estaba interesado en sus enseñanzas acelaradas. Me dijo que no me preocupara, que él me enseñaba la zona por poco dinero, así que ya enfadado le dije que igual sabía español, pero que desde luego, el inglés no lo entendía.
Por fin me deshice del tipo y gracias al recorrido que me había obligado a hacer, había pasado junto a un McRonalds, así que me metí allí enseguida a recuperar energías y refrescarme durante un rato.
En el lugar no tienen hamburguesas de ternera, la hija de la vaca, pero me comí una de pollo, siendo el plato estrella la de vegetales.
    

Una vez recompuesto, me propuse dirigirme a la segunda atracción de Delhi, el Parque de Gandhi, que no está a demasiados años luz del Fuerte Rojo. Con la garra que me caracteriza decidí hacer el trayecto a pié, nada de naves espaciales. Tras dar la vuelta al gigantesco perímetro del fuerte, llegué a una bonita mezquita rodeada de un precioso parquecillo donde hice una parada técnica y fotográfica.


El cielo se estaba poniendo chungo, pero decidí continuar. Caminé largo rato y finalmente llegué a la entrada del parque, pero no sepodía entrar porque estaban con los preparativos para las fiestas. Segunda atracción no visitable.


Empezaba a chispear y vi a lo lejos una marquesina para carga y descarga de viajeros de autobus. Estuve allí dos horas bajo una lluvia constante e impresionante, y aunque estaba bajo techo, acabé empapado de arriba a abajo.
Preguntando a los que allí estaban a cubierto por cuál autobus coger para llegar a una parada de metro me dijeron que había uno, pero que seguramente no pasaría ¿?. Al final, hablando con otra persona me dijo que había otro que igual me dejaba cerca del metro, y según estaba hablando con él llegó dicho autobus y de un salto entré en su interior. Rato después, ya en el metro, en cuatro estaciones regresé al hotel.

Al día siguiente me decanté por ir a la tienda de Olympus en Cannaught Place, otra zona de guerra.
En octubre de 2010 se celebran en Delhi los juegos de la Commonwealth, y están arreglando la ciudad a marchas forzadas. Está todo levantado de forma espectacular. Pahar Ganj, donde me alojaba, es el lugar más llamativo pues han derribado los frontales de todos los edificios quedando las habitaciones de las viviendas al descubierto al no tener ya paredes. Todos los escombros están en el suelo de la calle, donde lentamente trabajan los obreros. Los escombros dejan un estrecho pasillo para atravesar todo el Main Bazar, lugar por donde transitan peatones, motos, bicicletas, rikshaws, gente con mercancías, perros y vacas. Como además llueve muchos días, el suelo está repleto de charcos y barros. Es una maravilla.


Cannaught Place es una gran plaza circular rodeada de varios anillos de edificios, es un área comercial ahora completamente levantada con profundos abismos donde conviene no precipitarse, pues la muerte estaría asegurada.
En el centro de la plaza está el bazar donde debía dirigirme. Se trata de un centro comercial también en obras, oscuro, claustrofóbico y cálido, lleno de tiendas mierdosas y donde cientos de personas intentan llamarte la atención para venderte memorias USB, pantalones, camisetas, artículos electrónicos de ínfima calidad y comida basura auténtica.
Buscando sin encontrar la tienda Olympus llegué a una lamentable tienda de fotografía donde me dijeron que era allí donde yo me dirigía. Intentaron encajarme un par de almohadillas en mi cámara pero no entraban, y es que eran de marca Canon. Mosqueado me marché de tan penoso lugar.
Reflexionando después llegué a la conclusión de que era imposible que esa fuera la tienda que me habían dicho, osea, que el tendero caradura me había engañado. Regresé al día siguiente y pude encontrar en otra planta, subiendo entre escombros, la tienda Olympus. Ya allí me confirmaron que no tenían la pieza y que si la quería, tendría que esperar como poco quince días. Pregunté por varios objetivos, pero estos son aquí bastante más caros que en España así que no los compraría, quizás en Bangkok o en Singapur... Aún así quise probar el objetivo llamado ojo de pez, y cuando me lo colocaron la cámara, los dependientes emocionados se pusieron a hacer fotos fuera de la tienda; yo mientras, con un rápido movimiento de mano, le quité la almohadilla a una de las cámaras que estaban expuestas en el escaparate. Objetivo cumplido (no es esto algo que yo suela hacer, pero la almohadilla original de esta cámara, que compré en India, iba bastante floja, así que de alguna forma, quedamos en paz ¿no?).


Por la noche estaba algo aburrido y salí a dar un largo paseo perdiéndome entre las callejuelas. Así llegué a un templo hindú donde estaban celebrando una ceremonia. Me quedé mirándola un rato desde la entrada y salió un bhramán de ojos chispeantes que se puso a hablar conmigo y me contó que había estado en Barcelona dando clases de hinduismo y yoga. Me ofreció ir a tomar un té a un restaurante en Main Bazar. Allí estuvimos largo rato charlando, sus ojos eran llamativos pero yo no hacía más que analizar a qué se debía eso. El que fueran algo saltones ayudaba, y el que los llevara pintados, también. Llevaba el pelo en una larguísima rasta enrollada y sujeta con una cinta de tela, que a cada rato debía recolocarse porque se le iba bajando. Le pregunté cuánto tiempo llevaba sin cortarse el pelo, me dijo que dieciséis años.
Hablamos de religión y de política internacional. Conclusión: lo que mueve el mundo son las grandes corporaciones y los intereses económicos. Estábamos de acuerdo.
Sacó un papel y me explicó que estaba ayudando a un amigo que un día conduciendo por Connaught Place se había precipitado con su coche en uno de los abismos que allí ahí, y casi se mata. Para reclamar daños y perjuicios tenía que redactar las cartas en hindi y en inglés, y él le estaba ayudando con los trámites y el inglés. Creía que me iba a pedir dinero para pagar abogados o algo así, pero no, mi bhramán resultó ser un tío legal y al final sólo tuve que pagar su té, lo cual tenía pensado hacer de todas formas, y edemás era una cantidad ridícula. Nos despedimos como amigos y me dio su mail y su teléfono por si algún día regresaba a Delhi.

Ante el poco éxito que había tenido en mis visitas al Fuerte Rojo y a los jardines de Gandhi, mi última opción de visita era la mezquita de Jami Mashid, la más grande de Delhi y una de las mayores del mundo, y es que Delhi es la capital musulmana de India. Decidí una vez más hacer el trayecto a pié y sin mirar mapa, tan sólo antes de salir del hotel: de esa forma sabría más o menos por dónde ir, pero asegurando el perderme.
La excursión resultó fascinante pues me metí por zonas donde el hormigueo de personas era espectacular, las calles mugrientas estaban abarrotadas de seres humanos y allí se podía admirar todas las formas de transporte posibles, salvo el barco y el avión. Llegué a un cruce donde era casi imposible avanzar de la concentración que humana que había. Pude contemplar gente tirada por las calles, peleas, niños que acariciaban vacas, perros que hurgaban en la basura y un largo etcétera.


Cuando ya estaba totalmente extraviado comencé a preguntar cómo llegar a la mezquita y cada uno al que preguntaba me mandaba para un sitio distinto. Interesante.
Finalmente llegué a la parte trasera del templo y cuándo quise entrar no me dejaron. ¿Por qué se me dan tan mal los musulmanes? Resulta que llegué un poco antes de la hora de oración y a los musulmanes, como todo sabemos, no les gusta que les toquen los huevos.
Di una vuelta por el perímetro y me paseé por sus callejas donde casi todos los comercios eran de tuercas oxidadas.


Ya de noche, conseguí llegar totalmente agotado y deshidratado a mi hotel. La gente dormía tirada por las aceras, encima de los coches, dentro de los rickshaws o en camas sacadas a la calle. El clima de India hace que resulte más agradable dormir al fresco que dentro de una casa, así que echando cuentas es barato sobrevivir en este país: no es imprescindible una casa, se come arroz por muy poco dinero, un pantalón corto y una camiseta rota es suficiente vestuario, y la higiene es un concepto extrafalario.

Ya finalizadas mis no visitas a los monumentos más importantes de Delhi,  fui a comprar el billete de tren a la estación para marchar a Agra. Allí me salió, como suele ser habitual, un timador que me dijo que en lugar de esperar largas colas en la estación, podía ir a una ventanilla de la compañía de trenes en una calle adyacente. Me lo olía, pero le seguí, estas cosas son divertidas. Subí a la oficina, pequeña y perfectamente climatizada donde el billete valía tres veces más que en la estación. Thank you very very much, le dije al dependiente, y me marché, sin por supuesto, comprar el billete. Ya de nuevo en la estación me metí en la sala para turistas donde se permanece comodamente sentado en unos sillones que forman la fila y según esta va avanzando, cambias de asiento hasta que llega tu turno. Allí vi fugazmente a Robert. Me dije, este tiene cara de español. Me lo volvería a encontrar días más tarde.

5 comentarios:

  1. Juanjo eres un tío con recursos, muy bueno lo de saldar tu deuda con el señor Olympus, la primera almohadilla se extraviópor un defecto de fabricación. Te recuerdo que empezaste tu viaje con un frontal "regalado" por el Señor DeCartón.
    Un saludo, DonBenitense (Las largas vacaciones del profesor llegan a su fin)
    PD: Al año que viene voy a aumentar la family, ya te contaré.

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  2. Eso son obras y no las de Gallardón. Ahí faltan tuneladoras de las grandes.

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  3. Ya de vuelta de Sri Lanka y después de esa breve experiencia; admirando, valorando y envidiando aún más tu viaje.

    Ana-Costanilla

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  4. Pregúntales si quieren vallas para las obras, aquí tenemos miles de millones. Es más, si se quieren llevar al alcalde se lo enviamos en el mismo pack y que todo es free. Pregúntales si han oído hablar de la M-30, seguro que sí. Ha sido la segunda obra civil más grande del mundo después de la presa china, que se la damos también. Pero que no queremos nada a cambio, que somos así de desinteresados los gatos. Date un rulo y mira a ver. Islivirich

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