sábado, 21 de agosto de 2010

BENARÉS, AHORA LLAMADA VARANASI

Así pues el 17 de agosto arribamos con poco retraso a la milenaria y muy santa ciudad de Benarés.
Las dos chicas leridanas querían quedarse en la estación de tren para comprar los billetes para Kahurajo y adelantar así un trámite. Quedamos Robert y yo en encontrarnos con ellas en el Shanti Guesthouse o en el de al lado, junto al ghat de Manikarnika, en la zona norte del Benarés antiguo. Nunca volvimos a verlas.

El autoricksaw que cogimos nos llevó a un guesthouse que nosotros no habíamos elegido, así que en sus puertas discutimos agriamente con los conductores que decían que le habíamos dicho Shiva y no Shanti Guesthouse. Nunca sabremos la verdad, pero el caso es que no nos querían llevar al otro porque decían que estaba lejos de la calle en la que podían circular los vehículos. Yo, que ya pienso mal de los indios, y mucho mucho mucho mucho peor de los taxistas, creo que simplemente nos querían llevar donde ellos querían para recibir sus comisiones. Finalmente cambiamos de vehículo y cogimos los tres el mismo bicitaxi por insistencia absoluta de su enclenque conductor. El señor casi no podía con nosotros, éramos tres varones con tres mochilas subidos en una bicicleta oxidada y sin marchas.
El bicitaxista nos dejó a la entrada de la zona vieja de Benarés por su parte norte. Allí un amable (o interesado) lugareño se ofreció y consiguió llevarnos hasta el Shanti. Zigzagueamos durante un largo trayecto por estrechas callejuelas y hasta en un momento quedamos bloqueados en un cruce por una marabunta de personas que circulaban en todas las direcciones. Debía haber una celebración en alguno de los templos de los alrededores, y la policía a duras penas consiguió poner en movimiento de nuevo al gentío. El trayecto era totalmente laberíntico pero llegamos al alojamiento. Allí quedaban tres habitaciones económicas libres que nos repartimos uniformemente: cada una satisfacía las exigencias de cada otro. La mía, habitación no diminuta con luz y baño, resultó ser hasta fresca y allí pude dormir de forma placentera y sin pasar la gota gorda.

Después de acomodarnos, el japonés ya fue marchándose por su cuenta y Robert y yo decidimos salir a echar un vistazo a los alrededores. La incipiente lluvia no nos amedentró, y bajando hasta el sagrado Ganges llegamos al ghat de Manikarnika, donde se situa el más importante crematorio de la ciudad. Este lugar arde las veinticuatro horas del día porque muchos hindúes esperan la muerte junto a sus familiares en los alrededores. Cuando uno anda cerca de Manikarnika, es normal percibir el olor a madera y más cosas quemándose, y ver pasar las comitivas transportando al difunto sobre una camilla, totalmente envuelto en telas muy brillantes (que casi parecen celofán), y donde el naranja es el color predomintante.
Primero marchamos algo hacia el norte donde hay un templete parcialmente hundido y torcido en el río, y donde gustan refrescarse los abundantes búfalos de agua que también viven en la ciudad.

Después nos acercamos a la zona de cremación y yo, discretamente, disparé algunas fotos sin llamar la atención a nadie salvo a Perro Rabioso.
Estabamos comenzando a contemplar el macabro lugar cuando de repente se abalanzó sobre mi un hombre de estructura esquelética, ojos extraviados y dientes rojos. Agarrándome me acusaba que me había visto hacer fotos y que eso estaba totalmente prohibido. Me decía: "penalty", me tienes que pagar un "penalty" ahora mismo, que él trabajaba allí las veinticuatro horas del día con la madera y que debía pagar dicho "penalty" para compensar tan enorme daño a las familias, facilitando el sufragio del combustible. Me insistía que pagara, y yo le decía que no, que no, que no te pago ná. Aumentando su fiereza continuó con que hacía algunos días habían pillado in fraganti a una turista haciendo fotos y que había pagado el "penalty" de 5.000 rupias (unos 80 euros). "Penalty", paga el "penalty", seguía el pesado mientras me agarraba y tiraba del brazo. Sus ojos perdidos y sus dientes cerca de mi cara algo asustaban, pero lo cierto es que el tío no tenía ni media yoya. Que no, joder, perro rabioso, que no suelto ni una rupia, le venía a decir yo. Entonces me amenazó diciendo que iba a llamar a su jefe y que entonces pagaría. Fue hacia su jefe y en ese momento Robert y yo nos giramos y a paso veloz pusimos pies en polvorosa. Nos escapamos por los pelos.


Rodeamos el ghat de cremación y llegamos hasta otra escalinata donde se seguía viendo el acontecimiento. Se nos acercó otro individuo y nos dijo que no nos podíamos quedar en esa escalinata, que estaba prohibido (falso), pero que podíamos ir hasta el edificio colindante donde su planta baja, diáfana y con barandillas en lugar de paredes, era el lugar adecuado para contemplarlo. Allí nos llevó y comenzó con una aburridísima, ininterrumpida, lineal y monótona charla explicativa a la que ni Robert ni yo prestábamos continua atención, algo que al individuo le daba igual, ya que él seguía con su discurso. Claramente tenía fines comerciales, por lo que intentamos irnos de allí casi enseguida, pero aún así el hombre nos pidió por aquellos cinco minutos la nada desdeñable cantidad de 250 rupias, el precio de un kilo de madera, o el de una noche de habitación doble. A duras penas pudimos desembarazarnos de él, que insistía en cobrar sus altos honorarios de un trabajo que nadie le había pedido.
Por fin abandonamos el ghat de Manikarnika y con ello la tensión a la que nos habían sometido sus guardianes. Anduvimos por la orilla del Ganges, donde los barqueros no dejaban de ofrecernos su barco una y otra vez: "boat" era la eterna palabra del lugar. Además deambulaban unos amables personajes que venían sonrientes a saludar y darnos la mano, momento que aprovechaban para comenzar un masaje sobre la propia sin autorización por nuestra parte. Pero no lo hacían por amor al prójimo. Así que vista la situación les asustaba diciéndoles "no, peligro, no está permitido, es una mano sagrada" y les mostraba mi anillo de hilo del Oráculo de Sabu (de Leh, Ladakh) como algo bendecido. No es algo que tenga que ver con ellos, pero esta gente es muy supersticiosa, y eso hay que aprovecharlo.
A pesar de estos leves inconvenientes, el paseo por las orillas del Ganges es una experiencia única: la luz sobre las aguas, su color café con leche, los enormes muros de las edificaciones, las escalinatas, los cómicos dioses y lo pinturescos personajes que deambulan. Y para rematar, al otro lado del río, el matorral y el bosque, sin ninguna construcción que empañe el horizonte.


De vuelta nos fuimos a comer a la terraza del guesthouse, un sexto piso que proporciona una vista amplísima del río y de los tejados de la ciudad, y un lugar lleno de jóvenes mochileros de toda Europa. El ambiente es realmente bueno: allí encontramos a numerosos españoles, y también algún que otro castellano. Además me reencontré con caras conocidas del pasado. Un italiano con aspecto de pirata que había conocido en el hotel de Diskit, en las enseñanzas del Dalai Lama, y al amigo inglés ininteligible que desapareció una mañana en Manali.
El sitio tiene cerveza y menú internacional, incluida tortilla de patatas, desestructurada y escasa, que tomé todos los días como acompañamiento al plato principal.
El servicio es pésimo y todo son malas caras de los que allí trabajan. Hay uno especialmente renombrado, un tipo de camiseta roja salido de alguna tribu, con grandes agujeros en las orejas, ojos perdidos y completamente imperturbable; un ser sin mente y monotarea. Para asegurarme que lo que le pedía le había llegado al interior de la cabeza, le hablaba a voces.

En toda India la noche se echa encima enseguida, pues amanece a las cinco de la mañana y anochece sobre las siete. No nos quisimos por tanto demorar demasiado y salimos de nuevo a seguir recorriendo las orillas del Ganges. Por el camino nos encontramos con numerosos franceses y españoles, estos casi todos del nordeste. Pocos castellanos, pero alguno había.


Paramos largo rato en una de las escalinatas a la espera de que un puestecillo tuviera unas botellas de agua para rehidratarnos, pues hacía calor y había enorme humedad. Así llegó la noche y de vuelta llegamos a la multitudinaria puja del ghat de Dasaswamedh, el central y más amplio de Benarés. Con una fabulosa música en directo, perfectamente amplificada, un cantante con tabla acompañado de un percusonista cantaba repetivivos y obsesivos mantras. La actitud de la pareja de músicos y su coordinación, e incluso de alguna manera la música, me recordó al flamenco.
Una fila de devotos sobre pedestales, como bailarines sacerdotales, realizaron una ceremonia de ofrendas al río, entre fuegos y humareda, terminando con unos candelabros de cobras ardientes. Vistosísimos oiga.
Toda la escalinata estaba llena de personas presenciando la ceremonia, así como en las barcas pegadas a la orilla del río.
La cosa fue bonita y duró un largo rato, que no se hizo nada largo.


Gracias al ánimo del que disponía Robert para levantarse al día siguiente a las 4h45 para ver el amanecer, yo me uní a él, porque yo sólo no puedo con estas cosas. Así que a la mañana siguiente me levanté con enorme sacrificio y dolor somnoliente, y le esperé a la hora convenida en el hall del hotel. Pero no apareció. ¿Qué hacer?, ya que me había levantado y vestido, lo mejor era salir y ver aquella maravilla única en el mundo. Me subir a dormir de nuevo: que no puedo yo solo con estas cosas.

Pero esa mañana, a horas más ibéricas, nos fuimos de nuevo por las estrechas calles de Benarés, repletas de tiendezuchas, tiendecitas, fabricantes de quesos y vendedores de hortalizas y frutas. Y también de vacas y perros, y de lo que ellos sueltan. Eso sí, vi muchas menos ratas de las esperadas.
Nos acercamos de nuevo al ghat de Manikarnika para apreciar la belleza del lugar: la luz a cada hora del día es distinta y cambia de una manera maravillosa los tonos de la orilla del Ganges. Al acercarnos al área de cremaciones, de un salto, Perro Rabioso se abalanzó sobre Robert y le cogió el brazo. Con los mismos ojos perdidos y los dientes rojos le dijo: yo a ti te conozco, sin fijarse en mí, cosa que me extrañó, que yo fui el que discutí con él el día anterior. Nos invitó a acercarnos a una barandilla donde se veía perfectamente el espectáculo y donde además se podían hacer fotos. Esto nos dejó boquiabiertos, pues lo prohibidísimo el día anterior, hoy había sido derogado. Le dijimos que no queríamos hacer fotos y que de hecho, no queríamos estar allí, que nos íbamos. Y nos dijo: de eso nada, hay que pagar el precio de la madera para que la fiesta no se acabe nunca. ¡Pagad, pagad!, y el hombre, cada vez más violento, nos retenía de forma feroz. Robert, con enorme habilidad, le dijo que tranquilo, que esperara un poco, que habíamos quedado con unos amiguitos un poco más allá, pero que volvíamos todos juntos en un momento para que pudiera abusar de todos nosotros juntos. A Perro Rabioso esto le satisfizo mucho, y contento, nos dejó marchar para que volviéramos en seguida. Pero nunca volvimos.

Llegamos a las calles más abiertas junto al ghat principal de Dasaswamedh, y mientras unos se daban un baño y se lavaban las ropas, otros recogían agua sagrada, y si eso, se la bebían. El límite de salubridad es de 500 bacterias de cólera por litro y aquí hay 1.500.000. Sacralidad, lo demás, ñoñerías.


La gente en esta ciudad es muy variopinta y llamativa para nuestras uniformes formas de aparentar y de vestir: pelacos, barbacas, turbantes, trapos a la cintura, trapos a los hombros, túnicas de vivos colores, espaldas desnudas y ojos a lo loco. Nos unimos a una manifestación religiosa que por allí pasaba y cuyos miembros portaban en la cabeza cántaros de latón con agua del Ganges. Todos iban tan contentos siguiendo a un par de músicos. Pero cuando el numeroso grupo se fué a internar en las callejuelas del viejo Benarés les dijimos  ahí os quedáis, y seguimos caminando por la arteria principal que articula toda la parte antigua. La verdad es que había un ambientazo, abarrotado de todo lo imaginable, salvo de turistas. Contemplamos un muy enfurecido pero flojo ataque de un grupo de mujeres, zapatilla en ristre, contra un tampoco muy vigoroso hombrecillo, que algo les habría hecho. Ganaron ellas acorralándole levemente mientras llegaba al instante un policía y se lo llevaba.


Regresamos por las repletas, zigzagueantes y estrechas calles del viejo Benarés camino del guesthouse y extrañamente nunca nos llegamos a extraviar, pues bastaba acertar con unos pocos cruces y continuar para llegar después de caminar un buen rato. Yo creo que la disposición de estas calles son para evitar que se propague la humedad y los olores del río, pero igual es que a los diseñadores les temblaban las manos.
Parte de la tarde y las últimas horas del día las pasamos bien a gusto en la terraza del Shanti, a pesar de que la cena tardó casi dos horas en aparecer, que estos indios se colapsan con mucha facilidad.


Al día siguiente acompañé a Robert, que seguía su viaje hacia la región de los templos del Kama Sutra, a buscar un taxi, y atravesando toda la red de callejuelas, acabamos en la vía principal. Es milagroso, pero no había rickshaws para llevarle hasta la estación de trenes. Tardamos en encontrarlo y el regateo fue duro y estúpido. Pero finalmente se pudo marchar. Cuando no quieres un taxi, tienes a miles de ellos llamándote continuamente, y cuando lo necesitas, no están, ¿por qué?

Volví al guesthouse y se desató una tremenda tormenta que duró varias horas. Para no perderme esta manifestación de la naturaleza, me subí a la terraza y estuve contemplando el espectáculo monzónico, quedando empapado a pesar de estar a cubierto bajo la techumbre.
Por la tarde salí a caminar sin rumbo fijo. Caminando así puede sueceder que no sepas donde te encuentras, pero en el fondo no te pierdes, pues siguiendo la tendencia de calles en dirección norte sur, se recorre la ciudad de forma ondulante en paralelo al río, llegando a confluencias con calles que dan a diferentes puertos del Ganges. En el camino me encontré con el francés con el que volví desde las enseñanzas del Dalai Lama hasta Leh. Me dijo que las inundaciones de Ladakh le habían cogido de lleno y que él  iba  ahora  bien ligerito de equipaje, tan solo con lo puesto, ya que a él le habían evacuado, pero no a su maleta, que seguía la espera.


Desde Manikarnika, que es uno de los ghats del norte de la ciudad, llegué caminando muy entretenido hasta el más austral, el de Munshi. Salía a cada rato a los ghats y veía todo lo que allí se cocía. Los dioses aquí son muy pintorescos y kitschs, y especialmente emotivo fue ver a Burt Simpson hecho dios, color butano emergencias, resuelto a brochazos. Eso sí algo desmejorado: la cara hinchada y los ojos de como estar forzando el ojal.


Me senté a descansar en el ghat de Munshi después de contemplar el atardecer sobre el Ganges y esperé hasta que empezara la puja del anochecer.
Se me acercó un niño ofreciéndome postales, pero le dije que igual no. Me preguntó sobre mi procedencia e intenciones y se quedó hablando conmigo varias horas en un muy bueno y bonito inglés.
Charlamos de nuestras cosas y dijo muchas frases de enorme y estudiada inteligencia, y creo que también sentida. Los jóvenes, más mayores que él, venían y le saludaban de tu a tu. Me invitó a un té de un puesto junto al río. Me dijo que quería ser el primero de su clase y que aunque no lo sabía todo sobre Benarés, no hacía mucho, un viajero acaudalado le había llevado como guía para que le explicase sobre los lugares y tradiciones de la ciudad. Y aunque no había habido necesidad de ello, al final el viajero le había dado 6.000 rupias (unos 100 euros) por su servicio. Me dijo que si me parecía bien, al día siguiente podría guiarme por la ciudad. Le dije que al día siguiente igual iba a buscarle para que me hiciera de guía, o igual no, que todo podría suceder.
Cuando acabó la ceremonia me acompañó hasta que pasó junto a la tienda de su padre y allí salude a la familia y me despedí.
Seguí camino en la noche buscando por las tiendas un gel de baño + champú, todo en el mismo bote. Imposible. Un niño vino y me acompañó un poco diciéndome que era mejor no ir solo, pues si se iba la luz, cosa habitual, podrían aparecer atracadores a mi acecho. Le respondí que los que debían temer eran ellos, no yo, y el niño se marchó.


La vuelta se me hizo larga y pesada, me había alejado mucho y la caminata total del día había sido de las buenas. Avanzando por oscuros callejones desconocidos pude llegar finalmente al guesthouse, en cuya terraza conocí a un nutrido grupo de barceloneses y alrededores, y estuvimos charlando alegremente mientras cenaba y también después, que solo se vive una vez.

Al día siguiente, día 20 de agosto saldría para Calcuta en tren vespertino. Me quedé toda la mañana en el guesthouse trabajando con el blog y charlando con unos y otras. A pesar de todo, finalmente tuve que salir del guesthouse apresurademente, pues la comida se demoró una hora y media en ser servida.
Llegué a la estación de trenes a las cinco, con una hora de antelación. Allí pude ver en los paneles que el mío iba con retraso. Un policía me dijo que aunque me pudieran informar que el tren saldría a las diez, era imposible, pues este estaba ya en la estación pero debía hacer un viaje y luego volver, antes de salir de nuevo hacia Calcuta; y que hasta después de las doce de la noche no podría ser.
La espera se hizo eterna con un calor bastante insoportable. Los andenes estaban llenos de gente tumbada por los suelos sobre sus telas y rodeados de maletas y bolsas. También había vacas, perros e indigentes endrogáos que no esperaban más tren que el de... no me quiero poner trascendental, oiga.
Pensé mucho en lo bien que podría haber seguido tranquilamente a la espera en el restaurante terraza del hotel, charlando animadamente o conectado a internet, o cenando. Pero no, estaba esperando durante horas en la estación, de pié, pues ni siquiera me resultaba fácil encontrar un trozo de suelo que estuviera libre de roña pestilente.

Finalmente el tren salió a las dos de la madrugada, manda huevos, ocho horas más tarde de lo previsto. Pensé que llegaría por ello ocho horas tarde a Calcuta, pero fueron catorce, que ya puestos a retrasarse, lo mejor es que la fiesta no decaiga.

5 comentarios:

  1. Yo que tú le hubiera hecho una foto a Perro Rabioso, y ya puestos me pongo a gritarle para que me page por haberle fotografiado, para confundirlo del todo y lanzarse a una pira. Desde el respeto y el cariño. No quería insistir otra vez, pero el tricornio te hubiese venido de maravilla. Te lo digo

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  2. Hola Kôji, lo que me aconsejas ya lo he practicado alguna vez, pidiéndole dinero a quien previamente me lo había pedido a mí. Pero es que Perro Rabioso era realmente chungo y todo sucedió demasiado deprisa. Llevaba el tricornio, pero olvidé pasarme la tirilla de charol por debajo de la barbilla y una ráfaga de aire se lo llevó y cayó al Ganges, desapareciendo instantáneamente devorado por el cólera. Puta mala suerte.

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  3. La coincidencia que te mencioné por mail:

    Yo también me alojé en Varanasi cerca del ghat Manikarnika, enfrente del templo que se inunda y que está muy inclinado, en el Schindia Guest house, y adivina!!

    Adivina qué historia tuve con el taxi.... jajajjaa.
    Dijimos el 'Schindia Guest house' y nos llevaron al 'shanti'... jajaa, haciendo como si hubiera un malentendido.

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  4. Buenas Juan, no se si te acordaras de nosotros, nos conocimos en el shanti en la terraza con el encantador camarero!!!! jajajaja que descripcion mas buena has dado de el, bueno nosotros estuvimos en Nepal y hemos vuelto a Benares. Un saludo y animo!!!
    Carmen y Javi

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  5. Has tenido muchos problemas, pero seguro que mereció la pena.

    - -
    ,
    \/.

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