La partida hasta Alchi no pudo ser más confusa, pues todo el mundo al que preguntamos aseguraba que no habría autobuses hasta la tarde. Cuando Alicia insistía en que debíamos ir a la carretera y coger el primer vehículo que pasara, un conocido de esta nos mostró un autobus que partiría en quince minutos hacia nuestro destino.
Tras salir de Leh y sus controles policiales, en una miniparada, Uri, Nati y yo nos subimos en el techo del autobus y proseguimos en un viaje maravilloso que se nos hizo cortísimo.
Como la temperatura era ideal, el viaje en techobus nos deparaba un agradable aire-vendaval y unas vistas espectaculares de la carretera que avanzaba más o menos paralela al río Indo. Las enormes montañas de la cordillera de Zanskar y los desfiladeros desérticos no nos dejaban de asombrar por su formas y colores. La carretera era relativamente buena, con baches y zonas en obras que nos hacían saltar de vez en cuando. Sin embargo, el mayor peligro eran las ramas de los árboles y las banderas de oración colgadas de un lado a otro de la carretera. Cada vez que nos acercábamos a una de ellas teníamos que agacharnos para evitar quedar atrapados entre plegarias budistas.
Tras salir de Leh y sus controles policiales, en una miniparada, Uri, Nati y yo nos subimos en el techo del autobus y proseguimos en un viaje maravilloso que se nos hizo cortísimo.
Como la temperatura era ideal, el viaje en techobus nos deparaba un agradable aire-vendaval y unas vistas espectaculares de la carretera que avanzaba más o menos paralela al río Indo. Las enormes montañas de la cordillera de Zanskar y los desfiladeros desérticos no nos dejaban de asombrar por su formas y colores. La carretera era relativamente buena, con baches y zonas en obras que nos hacían saltar de vez en cuando. Sin embargo, el mayor peligro eran las ramas de los árboles y las banderas de oración colgadas de un lado a otro de la carretera. Cada vez que nos acercábamos a una de ellas teníamos que agacharnos para evitar quedar atrapados entre plegarias budistas.
El autobus nos dejó en el puente sobre el Indo que lleva a Alchi, en una zona barrancosa. Cruzado el río y andado algunos centenares de metros, se nos paró un todoterreno y nos ofreció llevarnos hasta el pueblo. Era el coche del ingeniero de carreteras del lugar, el cual estaba encantado de echarnos una mano.
En Alchi buscábamos un guesthouse con grandes, bonitas y aventureras tiendas de campaña en las que había estado el año anterior Alicia, pero el chiringuito estaba desmantelado por obras, por lo que nos alojamos en un guesthouse con vulgares paredes de piedra.
Alchi es una pequeña aldea en la ribera del Indo. Además de sus preciosos paisajes, el lugar tiene los templos (gompas) más antiguos que se conservan en Ladakh. Más de mil años contemplan las paredes pintadas con miles de pequeños budas, las maderas talladas de motivos espirituales y las estupas desfiguradas por el tiempo.
Tras comer nos fuimos a recorrer Alchi. En el monasterio y templos, como ya no había mucha luz y queríamos volver a la mañana siguiente, Alicia nos convenció de que no pagáramos la entrada al recinto, para mosqueo del taquillero budista que desde entonces nos miraba con ojos inquisitoriales, saltándose uno de sus principios, el de la compasión.
Anduvimos por los alrededores del pueblo y disfrutamos de su recogido ambiente rural y espiritual.
Alchi es una pequeña aldea en la ribera del Indo. Además de sus preciosos paisajes, el lugar tiene los templos (gompas) más antiguos que se conservan en Ladakh. Más de mil años contemplan las paredes pintadas con miles de pequeños budas, las maderas talladas de motivos espirituales y las estupas desfiguradas por el tiempo.
Tras comer nos fuimos a recorrer Alchi. En el monasterio y templos, como ya no había mucha luz y queríamos volver a la mañana siguiente, Alicia nos convenció de que no pagáramos la entrada al recinto, para mosqueo del taquillero budista que desde entonces nos miraba con ojos inquisitoriales, saltándose uno de sus principios, el de la compasión.
Anduvimos por los alrededores del pueblo y disfrutamos de su recogido ambiente rural y espiritual.
A la mañana siguiente volvimos a las gompas de Alchi y esta vez sí que pagamos la entrada. Aún así, el monje taquillero, desconfiado, no le quitaba el ojo de encima a Alicia, que entraba con desparpajo a todas las oquedades del lugar mientras hacía postraciones. Un rato después, y de forma sorprendente, Alicia se hizo amiga del monje y los vimos charlar animada y sonrientemente.
Tras esta visita decidimos marchar inmediatamente a Lamayuru, nuestro siguiente destino. Recogimos nuestras mochilas y salimos a la carretera. Uri y yo marchábamos conversando por delante cuando de repente paró a nuestro lado un todoterreno. Dentro estaban Alicia y Nati, y se trataba, sí, del coche del ingeniero de carreteras, que una vez más, estaba encantado de echarnos una mano.
Nos bajamos una vez cruzado el puente y nos despedimos para siempre de nuestro ingeniero favorito.
Una vez en el lugar, el primer vehículo que pasó, un camión, paró y no tuvo el más mínimo inconveniente en llevarnos. Todos cupimos en el interior de la cabina: conductor, asistente, mochilas y cuatro aguerridos aventurerors. La posición más comprometida la ocupaba yo, junto a la puerta y compartiendo asiento con el asistente, el cual estaba sentado inmediatamente detrás mío, comprometiendo mi reputación órtica.
Entre risas y comentarios con el asistente avanzamos a buen ritmo por la ya horrorosa carretera de tierra y piedras al margen del río Indo, que en este lugar fluye con enorme fuerza de aguas arremolinadas. Como todo el estado de Jammu Cachemira está patrullado constantemente por camiones del ejército, estos eran nuestros principales compañeros de camino.
No sabemos muy bien la razón, pero al llegar a un pueblo los camioneros nos dijeron que allí nos teníamos que bajar. Les dimos las gracias y pusimos pié a tierra.
No habían pasado ni cinco minutos cuando le hicimos la señal de parada a otro camión, y este frenó en seco. Les contamos nuestras intenciones y nos ofrecieron su cabina como medio para realizarlas.
De nuevo en camión continuamos camino hacia Lamayuru. Antes de llegar a este lugar hay que subir un elevado puerto de montaña con cerradísimas curvas en un paisaje agreste y erosionado por la madre naturaleza.
Nos bajamos en una curva que da a Lamayuru y des cendimospor una pronuncidísima cuesta hasta el camino que nos llevaría anuestro guesthouse junto al monasterio.
Lamayuru es una población antiquísima, crecida en las paredes de un valle reseco. Tiene un importante monasterio y enormes y bellas estupas. Antes de que todo esto fuera erigido, en este lugar un gran maestro budista vivió de heremita en una cueva y en ella llegó a la iluminación.
Nos alojamos en el gran guesthouse junto al monasterio, un lugar, que una vez más, ya conocía Alicia y en el que la conocían a ella, lo que nos proporcionó un trato especial y ventajoso.
Por la noche después de cenar, Alicia y yo dimos un paseo por los alrededores de Lamayuru, y mientras charlábamos, mirábamos admirados la negra noche del alma, con la vía láctea cruzando el firmamento y las osa mayor y menor señalando el norte. Alicia me recitó bellos poemas pues mi presencia hacía resurgir en ella su espíritu lírico.
Alicia se hizo budista en Nepal años atrás y su maestro fue Chogye Trichen Rinpoche, ser iluminado y maestro de maestros, pues él educó a las otras grandes figuras del budismo tibetano, como al Dalai Lama, al Lama Zopa o a Sakya Trizin.
Cuando Chogye Trichen Rinpoche murió a edad avanzada, ella quedó sin maestro ni guía terrenal, pero desde entonces es el Dalai Lama su gurú a través de una conexión espiritual. El Dalai Lama no puede ejercer de maestro con discípulos personales por su enorme carga de actividades, pero como buen buda reencarnado que es, lo suple con la tutoría espiritual más allá del tiempo y del espacio; ahí queda eso.
Alicia viaja varias veces al año a las enseñanzas del Dalai Lama, se celebren donde se celebren, sobre todo en Dharamsala, pues está liberada del castigo del trabajo. Resulta sorprendente que cada vez que asiste a las enseñanzas, de una forma u otra acaba saludando personalmente y cogiendo las manos del Dalai Lama, algo bastante complicado debido a que sus enseñanzas siempre acuden miles de personas.
Conoce tan bien estos lugares porque ya estuvo el año anterior en las enseñanzas de Leh y este año ha regresado porque de nuevo el Dalai Lama enseña en Ladakh, en el valle de Nubra. Y esa fue la razón por la que me la encontré en Diskit: toda una profesional de las enseñanzas en lugares remotos, estaba inspeccionando el terreno y reservando habitaciones para los días en cuestión.
El 14 de julio fué el cumpleaños de Alicia y lo celebramos dos veces. En la comida, la cerveza superstrong que nos sirvieron (entre 7,5 y 9 grados, que ni siquiera el fabricante puede asegurar), junto con la elevada altitud del lugar, hizo que Alicia se pusiera bastante piripi, para alegría y risas de todos. Visitamos el monasterio, las estupas, descendimos por el pueblo, y visitamos la orilla del ríachuelo donde la gente lavaba sus ropas. Coloqué entre las estupas unas banderas de oración que Alicia me había regalado para que se cumplieran mis deseos, que no sé cuales son.
A la mañana siguiente Uri, Nati y yo iniciamos una arriesgada expedición a la cumbre de la montaña que teníamos en frente de Lamayuru. Previamente habíamos fijado nuestro itinerario siguiendo la casi invisible línea de una senda que subía cruzando la pared terrosa. Comenzamos a subir pero no había manera de encontrar la senda. Yo me avancé y llegué a una altura donde comenzaba a perder la presencia de ánimo, con un suelo muy resbaladizo de piedras sueltas y un panorama cada vez más comprometido. Al descender el camino, resbalando por la máxima pendiente, llegué a la altura de Nati la cual estaba realmente asustada por nuestra situación. Colocándome bajo ella fuimos resbalando lentamente, yo con graciles y ágiles movimientos y ella con todo su cuerpo estampado contra el suelo, inundándo de arañazos. Así de a rastras llegamos hasta la delgadísima línea del sendero, pero mis compañeros resolvieron que se daban la vuelta, y yo me uní a ellos, que no parecía aquel el mejor lugar para ir sólo.
Esa noche, como todas las anteriores, volvimos a pasear bajo las estrellas y llegamos hasta bien lejos del pueblo, donde la montaña erosionada hunde sus grietas hasta el fondo del valle, mientras una sensación mágica envolvía todo el lugar.
El 16 de julio fue el día de volver a Leh. Deshacimos el empinado camino que nos llevaba hasta la carretera y allí esperamos a que pasara un autobus, el cual no paró, por lo que no nos quedó más remedio que volver a viajar en camión. Esta vez nos costó más coger uno. Los camiones paraban pero no querían llevarnos porque nos decían que en el puerto había habido un accidente y no querían tener problemas con la policía allí apostada.
Finalmente nos cogío un camión de gasolina, el cual no tuvo inconveniente en llevarnos. Esta vez este camionero viajaba solo y encontró en la incomprensible conversación con Oriol un motivo de entretenimiento y cariño. El camionero hablaba en hindi y no entencía a Oriol, y Oriol hablaba en inglés y no entendía al camionero.
Llegada a la bajada del puerto, el camino estaba bloqueado. Una larguísima fila de vehículos, casi todos militares, quedamos parados a la espera de que se desbloqueara la carretera. Preguntando a la gente nos aseguraban que la circulación se restablecería en dos o tres horas.
Alicia y yo bajamos a ver en primera persona qué estaba sucediendo. En el trayecto saludábamos a los relajados militares, los cuales charlaban, dormitaban o jugaban a las cartas debajo de sus camiones, bien resguardados del fuerte sol de la jornada.
Alicia les preguntó a algunos que porqué no echaban una mano en las labores de rescate, pero le contestaron que ya estaban los técnicos trabajando en ello.
Se trataba de un camión de pepsi-colas que había volcado en una curva y había desparramado toda su carga por la carretera. Cuando llegamos seguían las labores de recuperación de la carbonatada bebida, apilándolas en el margen. Alicia no dudó y se agenció debotellas para todos, mientras que a los indios no se les ocurría coger ni una.
Preguntado al oficial técnico en rescate, guía de la grua que apartaba al vehículo del medio, nos dijo que el tráfico se habilitaría en una media hora, por lo que dimos media vuelta y subimos la carretera de nuevo, atajando por donde se podía.
Dicho y hecho, en una media hora se reanudó el tráfico y pudimos seguir nuestro camino. Ya de nuevo en el valle del Indo pudimos observar otro camión recién volcado. Estos indios conducen como locos.
El camión que nos llevaba, cada vez que cogía una cuesta reducía su velocidad hasta casi equipararla a la del paso humano. Además, como se trataba de un día con calor justiciero, el motor se recalentaba y teníamos que parar para que se enfriara. La ayuda de Uri fue fundamental, pues se hacía cargo del acelerador mientras el camionero echaba al radiador agua del riachuelo o charca más cercana.
Así, a ritmo muy lento, llegamos hasta la entrada de Leh, donde nos tuvimos que bajar del camión pues debía descargar en el cuartel donde habíamos parado. Entre abrazos y casi lágrimas de nuestro conductor nos despedimos y Uri le pasó su dirección para lo que necesitara.
Nada más posarnos en tierra, hicimos dedo y paró el primer camión que llegó. Resultó ser un sikh muy silencioso que no nos había querido coger por la mañana en Lamayuru a pesar de haber parado, por lo que realizada su buena acción kármica para ese día, nosotros pudimos llegar a Leh ya anocheciendo, después de haber tardado nueve horas en recorrer los poco más de cien kilómetros desde Lamayuru.
Tras esta visita decidimos marchar inmediatamente a Lamayuru, nuestro siguiente destino. Recogimos nuestras mochilas y salimos a la carretera. Uri y yo marchábamos conversando por delante cuando de repente paró a nuestro lado un todoterreno. Dentro estaban Alicia y Nati, y se trataba, sí, del coche del ingeniero de carreteras, que una vez más, estaba encantado de echarnos una mano.
Nos bajamos una vez cruzado el puente y nos despedimos para siempre de nuestro ingeniero favorito.
Una vez en el lugar, el primer vehículo que pasó, un camión, paró y no tuvo el más mínimo inconveniente en llevarnos. Todos cupimos en el interior de la cabina: conductor, asistente, mochilas y cuatro aguerridos aventurerors. La posición más comprometida la ocupaba yo, junto a la puerta y compartiendo asiento con el asistente, el cual estaba sentado inmediatamente detrás mío, comprometiendo mi reputación órtica.
Entre risas y comentarios con el asistente avanzamos a buen ritmo por la ya horrorosa carretera de tierra y piedras al margen del río Indo, que en este lugar fluye con enorme fuerza de aguas arremolinadas. Como todo el estado de Jammu Cachemira está patrullado constantemente por camiones del ejército, estos eran nuestros principales compañeros de camino.
No sabemos muy bien la razón, pero al llegar a un pueblo los camioneros nos dijeron que allí nos teníamos que bajar. Les dimos las gracias y pusimos pié a tierra.
No habían pasado ni cinco minutos cuando le hicimos la señal de parada a otro camión, y este frenó en seco. Les contamos nuestras intenciones y nos ofrecieron su cabina como medio para realizarlas.
De nuevo en camión continuamos camino hacia Lamayuru. Antes de llegar a este lugar hay que subir un elevado puerto de montaña con cerradísimas curvas en un paisaje agreste y erosionado por la madre naturaleza.
Nos bajamos en una curva que da a Lamayuru y des cendimospor una pronuncidísima cuesta hasta el camino que nos llevaría anuestro guesthouse junto al monasterio.
Lamayuru es una población antiquísima, crecida en las paredes de un valle reseco. Tiene un importante monasterio y enormes y bellas estupas. Antes de que todo esto fuera erigido, en este lugar un gran maestro budista vivió de heremita en una cueva y en ella llegó a la iluminación.
Nos alojamos en el gran guesthouse junto al monasterio, un lugar, que una vez más, ya conocía Alicia y en el que la conocían a ella, lo que nos proporcionó un trato especial y ventajoso.
Por la noche después de cenar, Alicia y yo dimos un paseo por los alrededores de Lamayuru, y mientras charlábamos, mirábamos admirados la negra noche del alma, con la vía láctea cruzando el firmamento y las osa mayor y menor señalando el norte. Alicia me recitó bellos poemas pues mi presencia hacía resurgir en ella su espíritu lírico.
Alicia se hizo budista en Nepal años atrás y su maestro fue Chogye Trichen Rinpoche, ser iluminado y maestro de maestros, pues él educó a las otras grandes figuras del budismo tibetano, como al Dalai Lama, al Lama Zopa o a Sakya Trizin.
Cuando Chogye Trichen Rinpoche murió a edad avanzada, ella quedó sin maestro ni guía terrenal, pero desde entonces es el Dalai Lama su gurú a través de una conexión espiritual. El Dalai Lama no puede ejercer de maestro con discípulos personales por su enorme carga de actividades, pero como buen buda reencarnado que es, lo suple con la tutoría espiritual más allá del tiempo y del espacio; ahí queda eso.
Alicia viaja varias veces al año a las enseñanzas del Dalai Lama, se celebren donde se celebren, sobre todo en Dharamsala, pues está liberada del castigo del trabajo. Resulta sorprendente que cada vez que asiste a las enseñanzas, de una forma u otra acaba saludando personalmente y cogiendo las manos del Dalai Lama, algo bastante complicado debido a que sus enseñanzas siempre acuden miles de personas.
Conoce tan bien estos lugares porque ya estuvo el año anterior en las enseñanzas de Leh y este año ha regresado porque de nuevo el Dalai Lama enseña en Ladakh, en el valle de Nubra. Y esa fue la razón por la que me la encontré en Diskit: toda una profesional de las enseñanzas en lugares remotos, estaba inspeccionando el terreno y reservando habitaciones para los días en cuestión.
El 14 de julio fué el cumpleaños de Alicia y lo celebramos dos veces. En la comida, la cerveza superstrong que nos sirvieron (entre 7,5 y 9 grados, que ni siquiera el fabricante puede asegurar), junto con la elevada altitud del lugar, hizo que Alicia se pusiera bastante piripi, para alegría y risas de todos. Visitamos el monasterio, las estupas, descendimos por el pueblo, y visitamos la orilla del ríachuelo donde la gente lavaba sus ropas. Coloqué entre las estupas unas banderas de oración que Alicia me había regalado para que se cumplieran mis deseos, que no sé cuales son.
A la mañana siguiente Uri, Nati y yo iniciamos una arriesgada expedición a la cumbre de la montaña que teníamos en frente de Lamayuru. Previamente habíamos fijado nuestro itinerario siguiendo la casi invisible línea de una senda que subía cruzando la pared terrosa. Comenzamos a subir pero no había manera de encontrar la senda. Yo me avancé y llegué a una altura donde comenzaba a perder la presencia de ánimo, con un suelo muy resbaladizo de piedras sueltas y un panorama cada vez más comprometido. Al descender el camino, resbalando por la máxima pendiente, llegué a la altura de Nati la cual estaba realmente asustada por nuestra situación. Colocándome bajo ella fuimos resbalando lentamente, yo con graciles y ágiles movimientos y ella con todo su cuerpo estampado contra el suelo, inundándo de arañazos. Así de a rastras llegamos hasta la delgadísima línea del sendero, pero mis compañeros resolvieron que se daban la vuelta, y yo me uní a ellos, que no parecía aquel el mejor lugar para ir sólo.
Esa noche, como todas las anteriores, volvimos a pasear bajo las estrellas y llegamos hasta bien lejos del pueblo, donde la montaña erosionada hunde sus grietas hasta el fondo del valle, mientras una sensación mágica envolvía todo el lugar.
El 16 de julio fue el día de volver a Leh. Deshacimos el empinado camino que nos llevaba hasta la carretera y allí esperamos a que pasara un autobus, el cual no paró, por lo que no nos quedó más remedio que volver a viajar en camión. Esta vez nos costó más coger uno. Los camiones paraban pero no querían llevarnos porque nos decían que en el puerto había habido un accidente y no querían tener problemas con la policía allí apostada.
Finalmente nos cogío un camión de gasolina, el cual no tuvo inconveniente en llevarnos. Esta vez este camionero viajaba solo y encontró en la incomprensible conversación con Oriol un motivo de entretenimiento y cariño. El camionero hablaba en hindi y no entencía a Oriol, y Oriol hablaba en inglés y no entendía al camionero.
Llegada a la bajada del puerto, el camino estaba bloqueado. Una larguísima fila de vehículos, casi todos militares, quedamos parados a la espera de que se desbloqueara la carretera. Preguntando a la gente nos aseguraban que la circulación se restablecería en dos o tres horas.
Alicia y yo bajamos a ver en primera persona qué estaba sucediendo. En el trayecto saludábamos a los relajados militares, los cuales charlaban, dormitaban o jugaban a las cartas debajo de sus camiones, bien resguardados del fuerte sol de la jornada.
Alicia les preguntó a algunos que porqué no echaban una mano en las labores de rescate, pero le contestaron que ya estaban los técnicos trabajando en ello.
Se trataba de un camión de pepsi-colas que había volcado en una curva y había desparramado toda su carga por la carretera. Cuando llegamos seguían las labores de recuperación de la carbonatada bebida, apilándolas en el margen. Alicia no dudó y se agenció debotellas para todos, mientras que a los indios no se les ocurría coger ni una.
Preguntado al oficial técnico en rescate, guía de la grua que apartaba al vehículo del medio, nos dijo que el tráfico se habilitaría en una media hora, por lo que dimos media vuelta y subimos la carretera de nuevo, atajando por donde se podía.
Dicho y hecho, en una media hora se reanudó el tráfico y pudimos seguir nuestro camino. Ya de nuevo en el valle del Indo pudimos observar otro camión recién volcado. Estos indios conducen como locos.
El camión que nos llevaba, cada vez que cogía una cuesta reducía su velocidad hasta casi equipararla a la del paso humano. Además, como se trataba de un día con calor justiciero, el motor se recalentaba y teníamos que parar para que se enfriara. La ayuda de Uri fue fundamental, pues se hacía cargo del acelerador mientras el camionero echaba al radiador agua del riachuelo o charca más cercana.
Así, a ritmo muy lento, llegamos hasta la entrada de Leh, donde nos tuvimos que bajar del camión pues debía descargar en el cuartel donde habíamos parado. Entre abrazos y casi lágrimas de nuestro conductor nos despedimos y Uri le pasó su dirección para lo que necesitara.
Nada más posarnos en tierra, hicimos dedo y paró el primer camión que llegó. Resultó ser un sikh muy silencioso que no nos había querido coger por la mañana en Lamayuru a pesar de haber parado, por lo que realizada su buena acción kármica para ese día, nosotros pudimos llegar a Leh ya anocheciendo, después de haber tardado nueve horas en recorrer los poco más de cien kilómetros desde Lamayuru.
buenisimo, buenisimo todo!!!, no se podria contar mejor!!!tus fotos maravillosas!!!
ResponderEliminarHola Juanjito ya me voy metiendo otra vez en tu viaje, llevaba varios días sin internete, he empezado a leer desde la noticia más reciente hacia la más antigua, al menos ya sé que no te han raptado los cachemiros, yo también he hecho Techos-Coche en los Piris.
ResponderEliminarUn saludo
Me alegra que estes bien. Disfruta del maravilloso Golden temple, y vete ya de la India, que te vas a convertir en indio!!!, Vietnam te espera, Laos, hay quien pudiera!!!, sueño con el mekong!!!
ResponderEliminarno te pierdas la ceremonia en la frontera de Pakistan, es muy guay.
ey hola, nada que las fotos estan genial! soy ignacio, de murcia. y muy interesante tu viaje y los comentarios... un saludo
ResponderEliminarHola Juanjito muy lindas tus fotos y tus relatos, además como no te vas a divertir con una de tus acompañantes "ALICIA" personaje especial que es capaz de hacer hablar a la piedrassss!!!, LO DICE GLORIA QUE LA CONOCE DE TODA LA VIDA!!!
ResponderEliminarMUY PERO MUY LINDO GENIALLLLL
Un saludo para todos Gloria de Argentina
Esperamos mas narraciones de las vivencias.....
Bueno, bueno, bueno, me estoy mordiendo la lengua y enmuñonándome los dedos para que no aparezca la censura. Lo que os perdéis. Ten cuidado y no hables con desconocidos
ResponderEliminarHola amigo Koji (no sé dónde está el acento circunflejo en este teclado): no censuré tu idea, censuré tu expresión.
ResponderEliminarPuedes explayarte si no te metes con la peña de forma excesivamente tosca.