domingo, 6 de febrero de 2011

YOGYAKARTA Y ALREDEDORES (TEMPLOS DE BOROBUDUR Y PRAMBANAM)

El autobús partió de Jakarta a las 18h15, pero cuando me subí a él me llevé una desagradable sorpresa, pues yo me esperaba algo más cómodo y lujoso, según me habían indicado a la compra del billete. Sin embargo, este autobús recorrió un trayecto de unos escasos cien metros y paró en otra pequeña estación donde vi que parte de la gente se bajaba mientras entendía al conductor las palabras aircon y toilet.
Al lado estaba el autobus para los que habíamos pagado lujos, y eso ya era otra cosa: amplios y mullidos sillones, climatización y retrete. El viaje de 15 horas hasta la capital cultural de Java fue bastante cómodo y somnoliento, pues de él apenas nada recuerdo.


Cuando a las 9 de la mañana llegué a Yogyakarta, una nube de taxistas y motoristas me rodeó ofreciéndome llevar a precios realmente abusivos. Acostumbrado a estas cosas, pasé olimpicamente de ellos y tranquilamente me senté, me comí unas galletitas, pues el hambre apretaba un poquito, y me leí la guía.

Después, cuando ya todos estaban menos excitados, les pregunté precio por llevarme hasta el área de Sosrowijayan, en el centro de la ciudad, donde se concentran los alojamientos baratos para mochileros. Sus precios seguían siendo de lo más elevado, así que cogí la mochila y me largué de la estación.

En seguida que estuve fuera, un motorista se ofreció a llevarme, y ya por fin pudimos llegar a un acuerdo mutuamente beneficioso. Nada más llegar a Sosrowijayan, un amable señor me quiso acompañar por las estrechas y laberínticas calles en busca de alojamiento (o Losmen, como aquí lo llaman). Pasé por varios hasta que me quedé con el más barato, la verdad sea dicha, y de nombre inolvidable: Superman. El hombre que me acompañó tenía una tienda de venta de cuadros y quería que en algún momento me pasara por ella sin ningún compromiso. Le expliqué que me resultaba imposible cargar con cualquier obra de arte, a no ser que fuera algo en oro casualmente encontrado en una oquedad.


Con tanto viaje del tirón (llevaba algo más de cuarenta y ocho horas sin parar), la verdad es que me encontraba un poco cansado, incluso mareado. Como uno es medio humano, lo primero que hice fue tumbarme un rato en la cama, pero no me dormí, y al poco encendí el ordenador y me puse a traspasar y ordenar fotos. También aproveché para leer qué podía hacer en Yogyakarta y sin duda lo más interesante era visitar los antiguos templos de Borobudur y Prambanam, patrimonios de la humanidad.

A la entrada de la callejuela de mi alojamiento había una agencia de viajes donde se anunciaban diferentes excursiones, y mientras las leía, se me acercó un chico y me explicó todas las opciones, le dije que me lo pensaría pero que antes necesitaba comer, por lo que me dijo dónde había un restaurante estilo occidental, con wifi, y lo que era más importante, con cerveza, que no la había catado desde que entré en Indonesia.

El chico en cuestión era bastante plastoso y cuando estaba almorzando se me acercó de nuevo para ver si ya me había decidido, y la verdad era que sí. La excursión combinada de ambos templos, alejados de la ciudad, me permitiría aprovechar al máximo el tiempo. Lo malo era la hora a que se empezaba, las cinco de la mañana, por lo que se me seguía poniendo difícil lo de descansar.

Después de almorzar y reposar, decidí ir a visitar el centro de Yogyakarta, la ciudad más turística de la isla de Java. Según salí a pasear, el pesado de la agencia de viajes se me volvió a pegar y me dijo que si tenía tiempo y me gustaba el arte, podía llevarme a una bonita exposición que había al lado. Yo le dije que... bueno, qué le vamos a hacer. Me llevó hasta allí y se despidió.

Un tipo me empezó a mostrar la técnica con la que hacían los cuadros en seda tras un largo y elaboradísimo proceso, además hecho por gente de gran corazón y escasos medios, todo para ayudar a los pobres damnificados del volcán Merapi, que había eruptado hacía unos pocos meses. El precio, de amigo, tan solo 180 euros. Le respondí que vamos, ni en sus mejores sueños, pero que me lo pensaría (por aquello de no quedar muy brusco). Me respondió que no era posible que me lo pensara porque precisamente ese era el último día de exposición. Si el precio ya me había parecido del tipo "timo para el turista", el que me dijera que era el último día de exposición ya me acabó de mosquear, y sin delicadeza le dije que vaya qué casualidad, que todos los timadores dicen lo mismo, y me marché enfadado con el de la agencia de viajes por intentármela colar.
     

Paseé por el centro de la ciudad, repleta de gente, puestecillos de venta, carruajes de caballos, bicicletas-taxis y las omnipresentes y ruidosas motocicletas. Yo, que me había acostumbrado a que todo el mundo se sorprendiera de mi presencia y me saludara, aquí la cosa era bien distinta, nadie se asombraba y los que se me acercaban eran para intentarme vender algo: un desplazamiento en carruaje o arte, porque la ciudad está llena de "artistas". Tenía pensado comprar dos cosas importantes: un mapa de Indonesia y un libro de frases inglés-indonesio. Ambas compras las había intentado alguna vez en Sumatra pero fue imposible porque nunca nadie me llegó a entender.


Cuando caminaba se me acercó un tipo cojitranco y me preguntó hacia dónde iba; le dije mis intenciones, y este hombre, en lugar de indicarme, me acompañó con su cojera, y eso que la distancia no era precisamente corta. Yo ya iba mosqueado porque todo el que se me acercaba era para algo, así que cuando llegamos delante de la calle de las librerías, en lugar de entrar en alguna de ellas, le dije que muchas gracias, que ya volvería otro día porque ese estaba tan cansado que mi vista no me permitía leer. Le dejé algo boquiabierto, pero aún tuvo valor para decirme que era un artista y que me quería enseñar su galería de arte sin compromiso. Le recordé que ya le había advertido cuando me quiso acompañar que no tenía ninguna intención de ver ni de comprar nada. Allí le dejé plantado como a un pino. Claramente el cansancio me estaba tornando el carácter.

Seguí mi ruta aleatoria y en una zona alejada de la parte turística ya me pude encontrar de nuevo con los simpáticos indonesios que yo conocía. Finalmente llegué hasta la entrada del palacio del sultán, llamado Kraton, la mayor y casi única verdadera atracción de la ciudad. La pena es que este complejo de estilo javanés cerraba a las dos de la tarde y nunca llegaría a verlo, pero en la enorme explanada anterior a su entrada había montado de forma permanente una feria, con sus puestos de venta de todo con música a tope, atracciones mecánicas con sirenas y música a tope, y trenecitos que daban la vuelta a dios sabe qué y que antes de partir, y para llamar la atención, rugían de forma continua como auténticos trenes a vapor. El estruendo era tan enorme y brutal que dejaba pequeño a las erupciones explosivas del volcán Krakatoa.


De vuelta por la calle principal de la ciudad, llamada Malioboro, un amable señor se puso a hablar conmigo y me contó cosas muy interesantes, algunas de las cuales ya sabía, como el horario del Kraton, pero me puso en sobreaviso para que tuviera mucho cuidado con los carteristas y que no se me ocurriera comprar pinturas u otras supuestas obras de arte porque todas eran un timo destinado al turista, operado por mafías. El soporte de estas pinturas no era seda, sino nylon, y el laboriosísimo proceso de creación no era otro que la producción en serie. Me dijo que si quería comprar arte, me dirigiera a las tiendas oficiales del gobierno donde estaban la obras verdaderas y a un precio bajísimo.

Como no estaba apenas cansado, al día siguiente, 5 de febrero, me lavanté sobre las cuatro de la madrugada para que, tras desayunar en la habitación, vinieran a recogerme para mi jornada de turismo cultural.
Llovía copiosamente y tras salir a una calle lateral, monté en una furgoneta donde ya estaba un inglés mayorcete y bastante simpático. Después, según avanzaba la furgoneta, se fue incorporando más gente.

En primer lugar nos llevarían a Borobudur, el mayor templo budista del mundo, a unos cuarenta kilómetros de Yogyakarta. Yo, al poco de subirme en la furgoneta, y tras hablar un poco con el inglés, me quedé dormido y solo me desperté cuando nuestro no-guía habló para decir que estábamos pasando por la zona devastada por el volcán Merapi en su última erupción unos meses atrás. Se veían ríos de fango, creo, que habían invadido y destruido aquellas poblaciones de alrededor del volcán. El volcán Merapi es actualmente el volcán más activo de la isla de Java; y la provincia de Yogyakarta, la más afectada por movimientos sísmicos.

Llegamos a la entrada del área del templo de Borobudur y el no-guía nos dijo que siguieramos la calzada y que estuviéramos de vuelta a las ocho y media. Todavía con algo de lluvia me puse a caminar hacia ese templo extraordinario, el más visitado de todo Indonesia.
Borobudur es una estupa-templo budista, construida en una colina, de nueve plataformas que marcan un camino a seguir por el peregrino, y que muestran cada uno de los estados de evolución espiritual. Está profusamente decorado con más de dos mil quinientos paneles de bajo relieves y unos quinientos budas. Visto desde el aire (para aquellos que sepan volar) representa un mandala.
Fue construido hacia el año 800 y abandonado cuando Java, dando mil pasos hacia atrás, cambió a la religión musulmana, allá por el siglo XV.
Fue redescubierto en el siglo XIX por los ingleses, que tuvieron que desbrozar la selva que lo rodeaba, siguiendo las indicaciones de las gentes del lugar.


Desde su descubrimiento se hicieron diversas obras de recuperación, hasta que en los años 80 del siglo XX, el gobierno indonesio y la UNESCO unieron fuerzas para rehabilitarlo completamente, momento en que fue declarado patrimonio de la humanidad. Como ya sabéis que me encantan estas cosas, anduve embobado recorriendo lentamente todas las terrazas, fijándome en todos los detalles que podía, y claro, haciendo fotos a cascoporro.


En la parte superior del templo hay más pequeñas estupas perforadas, pero estaba prohibido caminar entre ellas. Lo extraño del día fue que no hice por colarme, pero ya os digo, estaba cansado.
En la parte alta del templo se podía contemplar el amenazante volcán Merapi, cubierto parcialmente por nubes.


Con tanto embelasamiento por mi parte, regresé tarde a la entrada del parque donde me esperaba el desayuno, incluido en el precio de la excursión. Alrededor de la entrada se agolpan multitud de tiendas y restaurantes donde el turista es tratado como es muchas veces, un tonto. El café en Indonesia es muy bueno, pues bien, aquí el café era asqueroso y las tostadas, que ya venían hechas, ridículas y patéticas.
Tras tal delicatessen montamos de nuevo en la furgoneta y al kilómetro, más o menos, bajamos a contemplar otro templo, en este caso hindú.


Después retomamos viaje y acercándonos a Yogyakarta visitamos el también maravilloso complejo hindú de Prambanam, patrimonio de la humanidad.
Fue construido hacia el año 850: en esa época convivían armoniosamente hinduísmo y budismo en la isla de Java. Está dedicado a Trimurti, expresión de Brahma (el creador), Vishnu (el sostenedor) y Shiva (el destructor del mundo).
Es uno de los mayores complejos hindúes del sureste asiático y el mayor de Indonesia. En total consta de 237 templos, desde pequeños a grandes, pero los más sobresalientes ocupan una gran explanada central y representan las tumbas de Trimurti.
Como el de Borobudur, este complejo quedó abandonado y cubierto por la selva cuando llegó el islam, pero además, un  gran terremoto en el siglo XVI lo derrumbó por completo. Cuando fue redescubierto en el siglo XIX, comenzó la reconstrucción que continua a día de hoy.


Una vez más, el no-guía nos dejó en la entrada y nos dijo a qué hora debíamos volver.
Paseé por todos estos lugares y me subí siempre a lo más alto que pude. Los corredores de los templos también estaban profusamente esculpido con espléndidos bajorrelieves para deleite de los amantes del arte en piedra.
Por allí me encontré con mi compañero el inglés y estuvimos comentando emocionados la belleza del lugar.


una vez que di la vuelta a todo el complejo, seguí caminando a fuerte paso hasta otros templos más alejados. Pasé por algunos que apenas levantaban unos pocos metros, pues todavía no han sido restaurados completamente, y tuve tiempo de llegar hasta otro enorme templo al que, por estar alejado de los principales, estaba vacío de gente. Pero claro, al haber ido en una excursión organizada, no era libre de quedarme allí, y ni siquiera me dio tiempo a entrar: me tuve que conformar con verlo de lejos, hacerle un par de fotos y volver a paso ultraligero porque me había vuelto a pasar de la hora de regreso.


De vuelta pude contemplar por última vez, y fotografiar, la impresionante silueta de los templos de Prambanam.


La furgoneta nos devolvió a Yogyakarta a la una y media, y tras descansar brevemente en el Losmen Superman, me fui a comer al restaurante del día anterior, ordenador en mano y con expreso deseo de beberme una cerveza. Por el camino me encontré de nuevo con el de la agencia de viajes que me ofreció el ir hasta el volcán Bromo en viaje organizado, sólo transporte, recogiéndome en Yogyakarta y dejándome al día siguiente en Surabaya, mi siguiente destino. Pero el hecho de que el día anterior me llevara ante el timador de las obras de arte, había arruinado su prestigio ante mis ojos, no estando muy dispuesto a contratarle de nuevo.

En el almuerzo estuve leyendo cómo llegar al volcán, sumando precios y comparándolo con lo que él me ofrecía. Llegué a la conclusión de que mejor me lo montaba por mi mismo porque me saldría mucho más barato. Así se lo dije y él me respondió que tenía toda la razón, pues yo era un aventurero auténtico y era normal que quisiera ir por mi cuenta.

Tras comer unos malos spagettis y una rica cerveza, y reposar brevemente en el Superman, de nuevo cámara en mano me fui otra vez a recorrer el centro de la ciudad.

                                                              
En primer lugar regresé a la calles de las librerías del día anterior donde pude comprar un estupendo mapa de Indonesia, mapa realmente grandote. Pero en este lugar no tenían un libro de frases inglés-indonesio. Continué caminando y recabé en un centro comercial donde para empezar, me quité el calor que llevaba encima y me quedé frío, y para acabar, compré todo lo demás que tenía en mente, desde pasta de dientes, cosas para el desayuno del día siguiente y en una librería, el libro de conversación que me debía ayudar, sino para entender nada, sí para que me entendieran en momentos difíciles.


Después continué caminando ya más a la deriva fuera del centro, yendo donde me llevaran los pies, visitando feos barrios de amables gentes.
Resegré al hotelito con la idea clara de que, a pesar de no haber podido visitar Kraton, los palacios del sultán, y estar bastante cansado, debía continuar al día siguiente hacia el volcán Bromo y además por mi cuenta, cosa que como se verá en la próxima entrega, fue una decisión de lo más equivocada, pero ¿quién no se equivoca nunca?...





3 comentarios:

  1. Muy bonitas las afotos de los templos, parecen que se hacían con tiempo , con unos buenos planos y con gusto por la belleza.
    Por cierto que "obras de arte" mas feas, me pregunto quien se dejará timar con esos cuadritos de punto de cruz.
    Cuando quieras te mando unos toritos y un par de flamencas para poner encima de la tele y te forras.
    Un saludito extremeño

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  2. Bueno, menos mal que te encontraste los templos estos de las fotos. Así no has soportado al niño cantor de la estación de autobuses de Jakarta, al tipo de la agencia de viajes, al de las obras de arte o al cojitranco en balde.

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    The tour starts after having breakfast at the hotel. Visitors are invited to experience Yogyakarta city tour and visit temples in Yogyakarta. First destination of the palace of Yogyakarta which is known as the Keraton is open at 08.30 AM to 12.30 PM. This ancient palace reflecting the Javanese cosmos requires you to explore the palace on foot. Next destination is located less than 1 Km west of the Keraton, i.e. Taman Sari or known as Taman Sari Water Castle. It was built by Sultan Hamengkubuwono I as a rest house and pleasure park for the Royal Family.By taking another walk; visitor arrives at the bird market, locally named as Pasar Ngasem. It is a market where several kinds of cute birds and pets are sold as well traditional products and household earthenware.
    Taking a short rest after exploring the Palace and Taman Sari, visitors are transferred to the magnificent Borobudur temple. As you climb the top of the temple, spend some more time to rest and marvel at beautiful mountain landscape and feel the gently blowing wind up there. Day 2 tour ends in the afternoon when the car transfers you back to your hotel).

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