domingo, 13 de febrero de 2011

BORNEO HIPHOP

Banjarmasin, Kalimantan, sur de la isla de Borneo, Indonesia, recien llegado y desplazándome en un coche con Mammad V-it y Sia Anjink.

Me dejaron en un hotel en el que, enseguida que bajé del vehículo, comprendí que no era para mi. Edificio espléndido y reluciente, coches lujosos aparcados a la puerta, botones de punta en blanco que me recibió con una reverencia. Entré en su hall por no variar mi trayectoria desde que salí del coche, pero mis amigos indonesios debían pensar que yo era hijo de la baronesa Trinchen o algo así, aunque mi cuerpo sudado y mi mochila ennegrecida por el duro viaje debería haberles hecho reflexionar sobre este aspecto. A no ser que creyeran que era un millonario viajando de incógnito.
El hecho es que en la recepción confirmé lo que suponía, que la habitación superaba en muchísimo mi presupuesto medio máximo para una noche fuera de casa.

Al pinturero recepcionista le confesé que el estar allí igual se me iba de presupuesto, por lo que le pregunté por otro hotel, a lo que me respondió que enfrente.
Salí y enseguida vi el otro, que era de la misma guisa, así que continué caminando calle arriba y cuando me había alejado de esos lugares tan lujosos, me senté en la calle a releer en la guía otras opciones.
Como me había parado junto a un carrito de palomitas y plátanos fritos, le pregunté al chef si la zona del hostal que había elegido ahora estaba lejos. Me dijo que sí, y como en ese momento llegó un chico con su motocicleta a comprar plátanos, habló con él y le propuso que me llevara.
Al chico esta proposición le hizo mucha ilusión y rápidamente aceptó por un precio más que razonable. Monté con él, pero antes de ir hacia el hostal, pasamos por su casa para que dejara la compra, momento en que saludé a sus amigos que allí estaban.
En un trayecto no demasiado largo me dejó en la zona céntrica de Banjarmasin, horripilante, congestionada y contaminada.

Allí estaba el hostal que buscaba, más acorde con mi nivel: feo y sucio. Subí las escaleras y pregunté si tenían habitación: Full, fue la respuesta. ¿Full?, yes completamente full. Pregunté por otro cercano y me señalaron en frente. Crucé la calle y este además de feo y sucio era sórdido. Pregunté por una habitación: Full, ¿full?, yes full. Qué mala suerte, seguí caminando y al poco encontré otro hostal. Feo, sucio, sórdido y además tenebroso, pues la entrada, protegida con puertas de chapa con barrotes, era oscura, casi negra. Del fondo apareció un señor raquítico y le pregunté de nuevo: Full. ¿Full?, que sí coño, full. Estaba anodadado, debía haber en la ciudad una convención del hampa, de vampiros o algo así, porque no era normal que estuviera todo lleno. Seguí caminando por otra calle y fui preguntando por más hoteles, pero todos me señalaban a los que ya había estado. Di la vuelta convencido de que si quería estar en aquel lugar, tendría que subir el nivel.

Estaba mirando a un lado y a otro para ver por dónde tirar cuando se me acercó un tipo bajito con cara de mala hostia y me preguntó que qué hacía. Le respondí que buscar hotel, pero que extrañamente estaban todos full. Le pregunté si es que había alguna celebración especial o algo, y me respondió que no, que el supiera.
Entonces me dijo que me invitaba a su casa. Yo le miré y le dije que no gracias, que prefería seguir buscando. Me contestó que sólo quería ayudarme y que podía ir con él a su casa. Le pregunté que cuánto me cobraba y me respondío que nada, que era solo por ayudarme. Me quedé callado y pensativo. Y me preguntó que qué me parecía. Le contesté que no sabía, porque nadie me había ofrecido antes ir a su casa. Continuó explicándome que su casa no estaba en el centro pero que tampoco estaba muy lejos, en la parte del río donde las casas de madera, y no muy alejado del mercado flotante. Entonces me preguntó que si es que no confiaba en él. Me quedé un momento mirando a sus ojos de malote y le dije: sí, confío en ti, muchas gracias, vamos.
El tío se alegró un montón por mi respuesta, se despidió de alguien que había allí, cogimos su moto y nos fuimos a su casa, que estaba un poco lejos del centro.

Resultó que Odín es un rapero reivindicativo de Banjarmasin, algo así como el líder del movimiento HipHop de Kalimantan (la parte de Indonesia de la isla de Borneo). Vive con su hermana pequeña en una casa alquilada que paga él con su actividad profesional: cantar rap en Kalimantan y a veces también en Java.

Me mostró su casa, y la verdad es que no estaba mal, aunque algo alejada de la idea que tenemos en Europa de la comodidad. Me dijo que dormiríamos los dos en su habitación, pero que tranquilo, que él era un buen tipo. Su habitación estaba llena de posters de películas y de grupos musicales, y tenía una enorme colección de DVDs pues le encanta el cine, además de la fotografía. Me sorprendió que tuviera una cámara reflex, algo poco habitual fuera de los países "más desarrollados". Además por la casa solía andar su hermana y otros niñitos que fascinados por mi presencia, venían a verme y permanecían mudos.
Yo me sentía raro porque hubiera preferido estar en un hotel tranquilamente y a mi ritmo, pero como verás, querido lectorrrrr, la experiencia de estos días mereció mucho la pena a pesar del agotamiento que acumularía por estar todo el tiempo de un lado para otro. Y es que Odin se esforzó al máximo en mostrarme todo lo que Banjarmasin y sus alrededores podía ofrecer a unos ojos curiosones como los míos.

Tras descansar un rato en su habitación con la tele a todo volumen, salimos a visitar las calles paralelas al río, de casas de madera y ambiente de lo más agradable, donde casi todo el mundo le conocía. A pesar de que el recorrido no iba a ser nada largo, fuimos en su moto, pues como ya he escrito con anterioridad, los indonesios desconocen las posibilidades de la piernas como medio de locomoción.
Nos acercamos primero a uno de los muelles del río, donde unos niños saltaban al agua y se lo pasaban pipa. Allí Odin me presentó a unos amigos.


Luego nos acercamos a una mezquita y al mausoleo de los últimos sultanes de la zona, y para finalizar, cuando ya anochecía, fuimos al mercado nocturno envueltos en una luz increíblemente dorada. Como me encontraba bastante cansado le dije que no me apetecía mucho ver el mercado, por lo que cogiendo la moto nos fuimos a cenar comida típica en un restaurante cerca de su casa (entiéndase que aquí los restaurantes no son como los que conocemos, sino que son una caseta de madera aneja a una casa, también de madera). Después de cenar luché con él para que me permitiera invitarle, algo que conseguí después de no pocos esfuerzos.


Ya de nuevo en su casa me pidió que le enseñara mis fotos y tras mostrarle algunas se quedó tan maravillado que me pidió que se las pasara todas. Le respondí que las podía ver en mi blog, pero esto no le convenció para nada y me insistió en que se las pasara, si es que no me importaba.
Tardé bastante en la operación porque no son pocas las que he acumulado a lo largo de mi viaje, pero él se mostró de lo más agradecido porque me decía que estaba aprendiendo fotografía y las mías le parecían impresionantes y muy distintas a las que él solía hacer, por lo que podría aprender mucho estudiándolas.
Después me propuso ver una película que seguro que me gustaría, y la verdad es que sí, se titula 127 horas, de Danny Boyle, y trata la historia real de un montañero que se cae en una grieta en Robbers Roost, Utah, y su mano derecha queda irremediablemente atrapada en una roca. Y hasta aquí puedo contar.
Con tanta actividad, al final nos fuimos a dormir casi a las dos de la madrugada: me ofreció su colchón-cama y él se quedó en el suelo.

A las cinco de la mañana nos levantamos para ir al mercado flotante, que como es habitual, funciona tan solo al amanecer. Fuimos hasta un muelle del río algo alejado cuando todavía era noche cerrada. Allí habló con un barquero y esperamos a que llegara la primera luz del día, para partir junto con otras dos chicas indonesias que también querían ver el mercado.
Anduvimos entre barcas de vendedores de frutas y verduras, pero también había otras más grandes que eran como pequeñas tiendas donde se podía comprar casi de todo.
Me llevé una decepción cuando vi que en alguna otra barca también había turistas (aunque muy pocos), algo que no había visto desde el volcán Bromo. Algunos eran del tipo japonés/coreano/taiwanes/chino (perdón por la confusión, pero con la escasa luz no los distinguía muy bien) y también algún occidental/australiano. Menuda plaga.


Después de la visita al mercado flotante pasamos por un restaurante para desayunar, y después volvimos a su casa y descansamos un par de horas.


Salimos de nuevo a recorrer los alrededores y él paró en una peluquería (también una caseta de madera, of course) porque decía que tenía ya el pelo muy largo. El corte consistió en un rapado total de la cabeza. Seguimos visitando en moto la zona, parando delante de casas vistosas y donde él me animaba a que fotografiara a toda el que quisiera sin el mayor reparo. Pero yo siempre pregunto si les importa que les fotografie. Todos los varones estaban encantados, pero la mayoría de las mujeres se negaban.
Mientras, Odin iba saludando a buena parte de la gente y les explicaba mi procedencia y hazañas. Él ha vivido toda su vida en esta zona de Banjarmasin y conoce a casi todo el mundo.


En estas se me acercó un hombre y me dijo que era profesor de inglés y que estaría encantado de invitarme a su casa para que me alojara, y que me podría mostrar el mercado flotante y todas las cosas interesantes de los alrededores. Le respondí que gracias, pero que ya estaba en casa de mi amigo Odin y que uno no tiene el don la ubicuidad. Me respondió que cuando dejara la casa de mi amigo podría ir a la suya, pero yo le repliqué que no era posible.
Continuamos nuestro recorrido por otra barriada alejada del río. Odín me dijo que estaba habitada por personas muy humildes pero de gran corazón. Llegamos hasta una mezquita en construcción donde estuvimos saludando muy calurosamente a la gente. Uno de los habitantes nos dijo que esperáramos un momento. Se fue a su casa y regresó con una cámara de fotos y todos se retrataron junto a mi.

 

Regresamos de nuevo a su casa y allí preparó el almuerzo. Con el desayuno todavía reciente yo no tenía hambre, pero ante su insistencia compartimos el plato. Nos esperaban más visitas para ese día.
Para su gran pesadumbre le dije que como mi visa acabaría pronto, no me podía quedar mucho en su ciudad y mi intención era marchar al día siguiente a Samarinda, en la costa este de Kalimantan.
Mi idea original era haber ido hacia el oeste para llegar a Pontianac y desde allí, cruzar la frontera con Malasia y recorrer toda la isla por el norte, de oeste a este. Pero esto no era posible porque desde Banjarmasin hacia el oeste no hay carreteras para atravesar la isla. Incluso llegar hasta el oeste de la isla en barco es imposible, porque las ciudades están conectadas con la isla de Java, pero no entre ellas.
Después de almorzar cogimos de nuevo la moto y nos dispusimos a hacer un largo recorrido de más de cincuenta kilómetros que nos llevaría lo que quedaba de día.
Nos dirigíamos a Martapura, una ciudad a cuarenta kilómetros de Banjarmasin y famosa por su mercado tradicional y dotada de una colorida mezquita.
En el camino paramos en una casa-museo tradicional muy grande y diáfana.


Seguimos camino mientras las nubes comenzaban a ponerse amenazantes y cuando llegamos a Martapura, nos tuvimos que poner a refugio junto a la mezquita. La lluvia duró poco y enseguida nos vimos rodeados de la chavalería que había estado jugando en los jardines y en las fuentes que rodeaban al templo.


Después nos dirigimos al mercado, lleno de diferentes tipos de pescados y donde toda la gente me sonreía y saludaba. Odin hacía las presentaciones y me insistía en que fotografiara y fotografiara. Estaba haciendo más fotos que nunca, y eso es mucho decir.


A pesar de que ya era algo tarde, le propuse a Odin que, si era posible, nos acercáramos a las minas de Cempaka. Se trata de una zona aurífera donde además se encuentran distintos tipos de gemas y algún diamante, con la particularidad de que se sigue explotando con métodos tradicionales, es decir, con los buscadores metidos en el agua y recogiendo con sus bateas la tierra del fondo para decantarla y aislar el polvillo de oro que contiene.
En la guía ponía que la mina cerraba los viernes y ese era precisamente el día de la semana, 11 de febrero, pero a pesar de ello lo intentamos.
Las minas no estaban tan cerca de Martapura como pensábamos, sino a unos diez kilómetros. Nos costó bastante encontrarlas y Odin tuvo que parar muchas veces para preguntar al paisanaje.
Por fin conseguimos encontrar la desviación, una carretera de tierra que nos llevó hasta las minas.
El lugar constaba de varias lagunas de agua marrón con alguna maquinaria para la extracción de la tierra. Estaba prácticamente vacío, pero afortunadamente, en una de las lagunas había dos buscadores de oro trabajando afanosamente. De vez en cuando desaparecían bajo el agua para reaparecer un minuto después con la batea llena de tierra y piedrecitas que iban limpiando cuidadosamente.
Les saludé amigablemente y les pregunté si les podría hacer unas fotos, a lo que contestaron muy sonrientes que por supuesto.

                              
Mientras recorríamos el lugar se nos acercaron unos tipos que querían vendernos piedras preciosas: diamantes perfectamente pulidos, igualitos a los que se pueden comprar en las mercerías para decorar la ropa. Les contesté que eran muy bonitos trozos de plástico y los tíos se pusieron a reir a mandíbula batiente comentando la palabra "plastic". Otro me mostró lo que él denominaba oro y que yo enseguida identifiqué como pirita, o sulfato de hierro: el oro de los tontos, lo llaman. Finalmente me enseñó varias piedras semipreciosas, pero con sus antecedentes ya pasé olimpicamente de él.
Seguimos caminando por el lugar mientras el sol se iba poniendo y el cielo iba quedándose envuelto en un tono dorado, como el excaso oro que contienen esas aguas.

Cuando ya nos íbamos, los dos buscadores terminaron su jornada y salieron del agua, momento que aprovechamos para saludarlos afectuosamente y desearles suerte. Uno de ellos nos mostró en un trozo de cuero la cantidad de oro que había recogido ese día: yo no vi nada. Y es que claro, si en este lugar hubiera mucho oro, estos buscadores no estarían, sino que una empresa explotaría el lugar con toda la maquinaria que hiciera falta. El hecho de que haya buscadores tradicionales indica que la cantidad de oro es ínfima y quien lo busca muy duramente, salvo que tenga la remota fortuna de encontrar una buena pepita, apenas sacará para vivir míseramente.
Antes de marcharnos, el buscador sacó de una bolsa unas gemas que me mostró para que se las comprara. Valían como un euro cada una y aunque este precio era muy elevado, las estuve mirando para seleccionar una y comprarla. La cosa fue que su tacto y temperatura me resultaban extraños para una piedra: eran de plástico. Así que no compré nada, que una cosa es echar una mano y otra que te tomen por bobo.



El regreso a Banjarmasin se me hizo larguísimo, pues nos habíamos ido realmente lejos y el ir de paquete en una moto scooter por largo rato y por una carretera con numerosos baches, no es lo que se puede denominar viaje de placer. Además mis muchos días de desplazamientos en incómodos autobuses y sobre todo, el terrorífico viaje en moto al volcán Bromo me habían dejado las posaderas casi gangrenosas, por lo que a cada momento intentaba recolocarme para rebajar mi nivel de dolor y padecimientos varios.

Ya bien entrada la noche regresamos a la casa. Cenamos mínimamente, pero no tocaba descansar, aún quedaba un último acto ese día. Yo estaba agotado y no me apetecía nada seguir, pero era viernes y Odin había quedado con sus amigos del Borneo Clan para ir de marcha, y yo no podía faltar.

Me dijo que llevara el ordenador porque el lugar al que íbamos había wifi y me podría conectar. Cogimos de nuevo la moto y nos dirigimos hacia el centro de la ciudad. En una gran terraza de un bar había numerosas mesas donde estaba reunida parte de la juventud de Banjarmasin. En una de ellas estaban todos los amigos de Odin, el Borneo Clan, los raperos de la ciudad, y en la que Odin es el de mayor edad y algo así como el líder. Fui presentado y saludé a cada uno del grupo. Estuve hablando con los que sabían inglés y finalmente encendí el ordenador, pero no conseguí conectarme a internet. El grupo me nombró, llamémosle así, miembro honorario del Borneo Clan Hiphop Movement y me regalaron una pegatina y una chapa.
Cogí la pegatina y, ni corto ni perezoso, la pegué en la tapa del ordenador. Después me coloqué la chapa en la camiseta y todos se mostraron muy complacidos por esa inequívoca muestra de adhesión.


Odin les explicó mi viaje y les dijo que tenía todas las fotos en el ordenador, por lo que me pidieron que se las enseñara. Así que con casi todos agolpados al lado mío, fui mostrando las fotos de los lugares que más les interesaban. Para amenizar la sesión, les puse lo único que tenía de HipHop en el ordenador, el estupendo EP de Andrés Caramalo & Sr. Click, "Líbranos del bien", del gran netlabel MIGA. Así que a ritmo de Calavera, les comencé mostrando Rusia, que les llamaba mucho la atención, y al ver las calles heladas de Moscú y los hielos del lago Baikal se mostraron asombrados. Continuamos con Tibet y el Himalaya, después los templos de Angkor en Camboya, y diferentes lugares de India. 


De todo el grupo, el único que tenía cara de malote, rapero 100%, era Odin, apodado Black, mientras que muchos tenían cara de dulces e inocentes jóvenes. Uno de ellos, De Vliff, de gafas blancas muy fashion, hablaba muy buen inglés con acento norteamericano y también un poquitín de español. Había estudiado ciencias económicas y trabajaba en una petrolera. Me contó que tiene amigos por todo el mundo y que los acoge en su casa cuando visitan Borneo.
El bar cerró y la gente se fue marchando. La verdad es que la movida en Banjarmasin es de lo más tranquila, la gente no bebe alcohol ni toma drogas, por lo que se sientan en la terraza, se beben su tés, zumos o se toman un helado, se fuman sus cigarrillos, charlan, y antes de que se haga muy tarde, se vuelven para casa.


Odin, De Vliff, otro amigo del grupo y yo nos quedamos los últimos, y juntos nos fuimos a comer a un puesto callejero un estupendo "fast food" a lo indonesio, rico y supongo que barato, porque bajo ningún concepto me permitieron pagar, que para algo era yo su invitado de honor. Mientras tanto, estuvieron llamando por teléfono a un amigo del Borneo Clan que vivía en Samarinda para que cuando llegara a la ciudad me estuviera esperando y me alojara en su casa. A pesar de lo mucho que lo intentaron, el amigo no cogía el teléfono, cosa que no me extrañaba, ya que eran las dos de la madrugada. Después cogimos las motos y antes de separarnos, De Vliff me quiso mostrar la fachada de la casa de sus padres, una gran casa de madera tradicional con patio, en medio de edificios más modernos, y que la familia se había negado a abandonar por considerar que donde esté una casa tradicional y bien ventilada que se quite una moderna, calurosa y de ladrillo.

El 12 de febrero era el de mi marcha a mi siguiente destino, Samarinda, pero como el autobus partía por la tarde para llegar a la ciudad a la mañana siguiente, todavía quedaba tiempo para hacer más visitas con mi incansable amigo Odin. Antes de salir le dije que me pasara sus músicas y me mostró un videoclip que había rodado todo el Borneo Clan, y que además está colgado en TuTubo. Yo también le pasé música, especialmente el EP de Andrés Caramalo.
Cogimos la moto y nos fuimos a visitar otra zona tradicional de Banjarmasin, siguiendo el cauce principal del río. La zona estaba repleta de bonitas casas de madera y, por supuesto, de gente de lo más simpática y agradable. Parábamos a cada instante para hacer fotos y hablar con la gente. También para entrar y ver sus casas. No faltó la visita a una tintorería, pues parece ser que en esta zona se elaboran telas de llamativos colores y bonitos estampados.

                                      
Después llegamos hasta un pequeño museo de cultura popular ubicado en una casa tradicional y donde acudía la chavalería de los colegios.


Para terminar, nos acercamos hasta la entrada de un afluente del río principal donde estuvimos visitando una pequeña planta de procesamiento de arroz.


De vuelta al barrio de Odin nos fuimos a comer, y ya en su casa preparé la mochila y aún tuve tiempo de descansar un rato, momento en que hicimos balance de esos dos intensísimos días de inmersión en la vida de la ciudad. Resultaba que era la primera vez que Odin invitaba a alguien a su casa y le había gustado mucho la experiencia. Yo le dije que me lo había pasado fenomenal y para demostrarle mi agradecimiento, le regalé mi camiseta de VIVA EL MAL, VIVA EL CAPITAL, explicándole su significado y diciéndole que sería un complemento ideal a su labor reivindicativa. Pero eso sí, que la lavara antes de ponérsela.


Cogí mi mochilón y montando de nuevo en la moto nos dirigimos hacia la estación de autobuses. Paramos antes de llegar porque Odin opinaba que era mejor que no me vieran por allí antes de comprar el billete para que no me cobraran ningún sobrecargo. Antes de ir a por el billete esperamos a que llegara De Vliff que venía en el coche de un amigo para despedirse de mi. Llegó, me saludó y a continuación volvió al coche para acercarse él mismo a la estación de autobuses y comprar el billete.
Al rato regresó y estuvimos un rato juntos charlando y haciéndonos unas fotos.


Cuando De Vliff se marchó, Odin me acabó de acercar a la estación de autobuses y se quedó conmigo hasta que partió el autobus. Primero en la sala de espera, donde había una chica que era profesora de inglés y que también se dirigía a Samarinda, pero en un autobus posterior. Me propuso que cambiase mi billete para ir con ella, pero tras consultar la hora a que llegaría su autobus me disculpé diciéndole que prefería llegar a la ciudad lo antes posible para así aprovechar al máximo el día.

Llamaron a los pasajeros al autobus y Odin se subió conmigo y se sentó a mi lado hasta la hora de la partida. El autobusero me propuso cambiarme al asiento de la primera fila, donde había más sitio para las piernas. Yo tenía mis dudas, pues la fila uno es siempre una mierda, pero ante la insistencia de ambos me coloqué allí.

Llegó la hora de la partida y nos despedimos con pena dándonos un buen abrazo. Odin me dijo que de buena gana se vendría conmigo de viaje, pero que su esquelética economía y el concierto que tendría en unos días se lo impedían. También seguiría intentando ponerse en contacto con su amigo de Samarinda para que fuera a buscarme a la estación. Aunque no creía que hubiera por allí más guiris, le dije que me colocaría la chapa de Borneo Clan para que me reconociera.
Quedé en visitarle si algún día regresaba a Kalimantan, pero desde entonces quedaríamos eternamente unidos por nuestros recuerdos y por los lazos cibernéticos del FreezeBrooks.





2 comentarios:

  1. Qué buena gente el Señor Odín, al principio parecía que iba a reultar un asesino en serie.Qué tipo de jóvenes son esos que no conocen la cerveza, eso hay que arreglarlo mañana mando tres fábricas de Mahou.
    Por cierto tengo unos diamantes (de cristal) que acabo de de quitar de una lámpara de mi abuela, TE LOS VENDO.
    Un saludo Donbenitense

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  2. Como buen hip-hopero tiene cara de mala hostia, nunca he conocido la sonrisa de un rapero, tienen prohibido reír, creo. Tienen que ir con los brazos cruzados, de lado y con un montón de chicas detrás en bikini, bailando y posando obscenamente. Es lo mejor del rap. Que gente más risueña, así da gusto, igualito que por las mañanas en el metro, pero igual, igual. Me piro a hacer el cura, dar hostias gratix. Lleten

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