martes, 1 de febrero de 2011

AVENTURAS Y MONTAÑISMO EN KERINCI SEBLAT (SUMATRA)

Mi estancia en la ciudad de Padang, en el centro-oeste de la isla de Sumatra, Indonesia, fue de lo más breve, pues llegué el 25 de enero cerca del anochecer, y la mañana siguiente, a eso de las 8h30, dejé el hotel y cogí una furgonetilla-bus que me llevó hasta la estación de minibuses. Al abandonar la furgoneta el conductor quiso engañarme con el precio, pero yo no se lo permití (casi).
Me quería dirigir al Parque Nacional de Kerinci Seblat, el mayor de Sumatra. Como no tenía mucha información al respecto, elegí ir a Sungaipenuh, que parecía la población más importante de los alrededores del parque y dónde se encuentran las oficinas del parque.
Sumatra es sorprendente porque siempre que he ido a buscar un autobus, este salía en ese preciso instante. Así que en cuanto llegué, cogí el minibus que partía al momento. Iba en la parte de atrás con una mujer y sus dos hijas pequeñas, lo que en principio no estaba mal para el nivel de apretujamiento al que acostumbran los indonesios. Según la guía se tarda en llegar unas seis horas, pero yo tardé once, y eso que la distancia en el mapa no parece demasiado grande. El camino trancurrió al principio y al final entre cultivos, y entre selva en el medio. Fue bastante duro: música a tope todo el rato, botes y más botes, casi no me cabían las piernas y por si fuera poco, la madre, protectora de sus crías, les había hecho un gran hueco para que durmieran plácidamente mientras ella me arrinconaba apoyando su espalda sobre mi brazo. Sólo me podía recuperar a medias de tanta incomodidad en las numerosas aunque cortas paradas que hacía la furgoneta. Justo antes de que esta pequeña familia llegara a su destino, la niña más pequeña nos obsequió con una vomitona.
       

Cuando por fin llegamos a Sungaipenuh, el conductor fue llevando a cada uno a su casa y a mi me dejó en un hotel, pero al verlo pensé que sería más caro que mi presupuesto, así que se lo dije y me llevó unos centenares de metros más y acabé en uno más acorde, y cutre.
Las habitaciones de los hoteles cutres de Indonesia suelen estar limpias (no como en India) pero su aspecto es bastante deprimente. La guinda se la llevan los toiletes. Los indonesios estan varias decenas de escalones por debajo de los estándares en cuartos de baños. Por dar una imagen: es suficiente con un agujero y agua. Por ser descriptivos: contiene un inodoro de a pulso y un tanque de agua con un cacito para todo lo demás. Además los espejos no están de moda.

Tras acomodarme mínimamente salí a dar una vuelta antes de que se me hiciera más tarde. Caminando encontré un cibercafé y allí estuve un rato sentado en el suelo (esto también es habitual) y después me metí en un restuarancillo donde fui recibido con admiración y donde comí arroz con cosas: bien, barato y rápido.

A la mañana siguiente pregunté por dónde estaban las oficinas del parque nacional. Quería ir porque para entrar hay que tener un permiso y además, quería que me dieran información, ya que no sabía qué podía hacer en él. El recepcionista del hotelito apenas sabía unas pocas palabras de inglés, pero con gestos me indicó cómo llegar hasta las oficinas. Estas no estaban donde me había dicho, así que fui de un lado a otro preguntando a gente que ni me entendían ni tenían idea de tales oficinas. Cuando creí que había llegado, resultó que no eran, pero un empleado de ese lugar sabía donde se encontraban, por lo que salió a la calle, paró una moto y le dijo al motorista a dónde tenía que ir.


Ya por fin en las oficinas del parque natural fui recibido con todos los honores, pues además de conserjes, policías y otros visitantes, fui saludado por un técnico del parque que se había formado en Inglaterra y que tenía amigos en Zaragoza. Como le expliqué que tenía este blog y que quería escribir sobre mis andanzas en el parque, se mostró muy agradecido y me dijo que ellos necesitaban a gente como yo, que les promocionara en el mundo (¡!). Aprovechando estas muestras de entusiasmo le dije que lo mejor que podía hacer era darme toda la información útil del parque que tuviera, y también mapas. Como información sólo me dio un enclenque folleto en indonésico que de nada servía, pero eso sí, me dijo que me podía pasar en el memorión (léase pendrive) un mapa del parque. Atención, nunca habrás visto nada más completo y detallado:
      

De lo que me contó deduje que lo mejor sería marcharme a la pequeña población de Kersic Tuo, desde donde se puede subir al Monte Kerinci y al lago volcánico de Gunung Tujuh. Hay otras poblaciones alrededor del parque, pero bastante lejanas, desde donde se pueden ver elefantes, buscar tigres, visitar nativos o hacer excursiones de una semana en la selva.
Le pregunté también por el Orang Pendek (hombre pequeño en indonesio), el esquivo homínido que tantos nativos y algunos exploradores aseguran haber visto. Me respondió que seguramente no eran más que leyendas, pero que interesaba mantenerlas, pues las personas del campo le temen y de esa manera no se adentran en la selva y es más fácil conservar el parque.

Mientras me preparaban el permiso de entrada, ejercité mis dotes de espía al servicio de La Media Vuelta al Globo y discretamente fotografié una parte del mapa del parque que tenían colgado en la oficina del superintendente. Esto ya es otra cosa ¿verdad?
    
Map of Mount Kerinci and Lake Gunung Tujuh (Kerinci Seblat National Park)

A la salida de las oficinas decidí no perder tiempo y marcharme inmediatamente a Kersic Tuo, a pesar de no haberme dado tiempo a visitar la ciudad ni sus alrededores de colinas y bosques, ni su cercano lago Kerinci lleno de aves. En el trayecto al hotel pude comprobar la simpatía de sus habitantes y lo animado de las calles, transitadas por coches, motos, bicis y carruajes de caballos.


Recogí, pagué la noche de cutre-hotel y me dirigí a la pequeña estación de minibuses a escasos cinco minutos. Al llegar la gente me preguntó que a dónde iba, y me fueron indicando. Como no, en ese instante partía una microfurgoneta con destino a Kersic Tuo, llena hasta reventar. El conductor al verme, rápidamente me hizo hueco para que entrara, pues yo era una pieza de gran valor para él. Este hablaba algo de inglés y era guía del parque. No paraba de decirme que él me podía ayudar en todo lo que yo necesitara. Su insistencia y pesadez me pusieron en alerta porque amigo, una cosa es que te quieran ayudar y otra que parezca que te están salvando la vida: engaño a la vista.
En la microfurgoneta iba muy incómodo, pero la gente sonreía y comentaba sobre mi extraña presencia y todo ello resultaba divertido. Aunque la distancia entre ambas poblaciones no es mucha, eso no fue un obstáculo para que tardara una hora y media. Antes de llegar se puso a llover con fuerza y se me fue mojando la mochila que estaba atada en el techo del vehículo.


El conductor me acompañó hasta un homestay (o posada, como prefiero llamarlo), diciéndome que era buena y barata, y mientras este hablaba con la dueña entendí la palabra "comisión". Después le pagué por el trayecto, que me costó más caro que al resto de transportados. Me dijo que debía conducir hasta el final de la ruta, pero que no me fuera a ningún sitio porque en un rato volvería y me explicaría las estupendas opciones de excursiones que podía ofrecerme. Le dije que tranquilo, que no me movería del sitio porque llovía a mares.
Esperé bebiendo un jugosísimo café de Sumatra y al rato volvió el hombre. Sentados junto a una hoja de papel me explicó todas las opciones. Yo en todo caso, estaba interesado en subir al Monte Kerinci, de 3.805 m, el mayor volcán de Indonesia y el segundo monte más alto (el primero está en Papúa), y cuya última erupción fue en el 2009.
El tipo, rascándose la cabeza como si hiciera complicadísimos cálculos mentales, me escribió su impresionante oferta: 250 dólares para dos días de excursión incluyendo guía, tienda, saco de dormir, comida y agua. Le dije que unos huevos que te comas. Me respondió que le hiciera una contraoferta, pero yo, cuando me intentan engañar, pierdo todo el interés por la negociación. El tío insistía, así que le escribí 70 dólares (lo cual ya me parecía mucho) y él se mostró indignado. Me dijo que por ese precio sólo podía ofrecerme la excursión al lago Gunung Tujuh, con vuelta el mismo día. Así que le hice una contraoferta para que me dejara en paz: el lago Gunung Tujuh más el monte Kerinci en una única excursión de cuatro días por 100 dólares. Se enfadó y se marchó.

El resto de la jornada la pasé encerrado en la posada, ya que no paró en ningún momento de llover de forma dramática. Cené allí mismo una opípara comida que los que me siguen ya conocerán: arroz, vegetales y huevo atortillado.

Por la mañana, mientras desayunaba un café con arroz, patatas y huevos fritos, viva el colesterol, apareció un chico amigo de la familia de la posada que me presentaron como porteador, pero también guía si la oferta es tentadora, así que me senté con él y ayudado con un papel, pues Li-Hum no sabe inglés, le hice unos bonitos dibujos donde le explicaba lo que quería hacer y lo que necesitaba. El acuerdo no se hizo esperar: excursión de dos días al Monte Kerinci con todo lo necesario por 50 dólares. Nos dimos la mano y quedamos para el día siguiente a las ocho de la mañana.

Aunque el cielo estaba cubierto de densas nubes salí a recorrer la zona. En primer lugar anduve a lo largo de la carretera en dirección noroeste contemplando los extensos campos de té que aquí se cultivan. La carretera era un contínuo de motos, coches, furgonetas y camiones y todo el mundo se sorprendía de verme. Con muchos paraba a saludarles respondiendo siempre que lo sentía mucho, pero que no hablaba indonésico. También recorrí un poco la población, llena de barro, y que se diseminaba a lo largo de la carretera.

 
 
 
 

 
 
 
 
 

De regreso casi al punto de partida decidí coger una de las carreterillas que se adentran hacia las laderas del volcán, pisando restos de asfalto, lodo y piedras. Saludaba a la gente que pasaba con sus motos cargadas de hierbas y herramientas, y a los que iban en sus carros tirados por bueyes. Mientras caminaba, algunos motoristas paraban para llevarme pero yo les decía que prefería caminar. Como veía que la carretera era infinita, finalmente le dije que sí a uno de los motoristas que paró, y cuándo le pregunté por cuánto me llevaba me dijo que por nada, que era solo por llevarme. Me preguntó que a dónde iba y yo le respondí que no lo sabía, que sólo quería ir al más allá. Así que el muy amable hombre me dejó en la siguiente población.

 
 
 
 

En este lugar de cuyo nombre nunca me enteré, de casas de madera y ladrillo, continué saludando casi a cada uno de sus pobladores con los que me crucé y además muchos de ellos me pedían que les hiciera fotos. Pasé por el patio de un colegio y el revuelo fue enorme. Después un vendedor ambulante de comida me ofreció que probara sus especialidades. A pesar de que con el desayuno que había tomado estaba más que servido, me insistió en que probara, que no todos los días pasaba por allí un español.

 
 
 
 
 

Después de esta bonita visita deshice camino a pié, y al llegar a una encrucijada me decidí por coger otra carreterilla que se adentraba más en las laderas de la montaña. Continué caminando y al poco paró otra moto que ofreció llevarme y que me dejó en el final. Seguí caminando por una irregular pista entre cultivos hasta que llegué al límite del bosque junto al río, donde unos hombres con un camión recogían grava de su lecho. Saludé, hice unas fotos, y di la vuelta.

 

Ya de nuevo en la carreterilla, otro amable señor me dijo que montara, así que deshice el camino hasta Kersic Tuo en un santiamén dando votes montado en una destartalada moto que, motor apagado y punto muerto, descendió a velocidad de vértigo aprovechando la cuesta.

Tras un breve descanso y con todavía un rato largo de luz, decidí caminar hasta una pequeña aldeíta muy cercana en medio de los cultivos de té. Esta era una población de muy bonitas y ordenadas casas de madera donde, como no, fui saludando y fotografiando al personal. A la vuelta del paseo por la aldeíta pasé por segunda vez por delante de una casa en la que antes había saludado a la familia y me ofrecieron entrar. Acepté y sentado en su saloncito compartimos un sabroso café. El padre de familia, algo mayor, me explicó en indonesio, ayudado por su hijo que sabía diez palabra de inglés, que había sido militar y había estado viviendo en muchos lugares del país. A este señor, como a otros durante la jornada, le pregunté que si había visto al Orang Pendek. Todos me respondieron que sí, pero no puedo dar más detalles: lástima de no conocer la lengua del país.



Resegré a la posada cuando el día tocaba a su fin y mientras llovía otra vez con fuerza. Cené de nuevo de forma brutal y me preparé para la excursión del día siguiente.
A las siete y media del día 29 de enero apareció perfectamente equipado Li-Hum. Le dije que repartiéramos el peso entre los dos y, montados en una moto él, un amigo, yo y las dos mochilas, subimos por la carreterilla del día anterior hasta la entrada al parque natural. Por primera vez desde que había llegado a la zona pude ver la silueta completa del monte Kerinci, pues aunque el día estaba cubierto de nubes, estas eran altas y no llovía. Iniciamos la excursión a las 8h20.


En seguida nos adentramos en la selva por un estrecho pero inconfundible sendero (por único y porque estaba regado de envoltorios de plástico) que, tras unos pocos kilómetros con poca inclinación, comenzó a coger un desnivel tremendo.
El sendero trancurría entonces por un estrecho, profundo y empinadísimo canal de fino barro lleno de raíces y maleza. Afortunadamente no llovía porque de haberlo hecho hubieramos estado remontando un riachuelo. Las raíces eran toda una bendición pues ayudaban en la continua trepada. Sin ellas, todo hubiera sido mucho más duro porque el barro era tremendamente resbaladizo.
Li-Hum cada poco tiempo me ofrecía descansar, pero yo le decía que por mi podíamos continuar, que para algo soy montañero.

 
 
 

Yo iba haciendo muchas fotos porque el bosque era denso y muy bello, repleto de musgos, líquenes, plantas parásitas en los árboles y una enorme cantidad de helechos: tanto los pequeños (los que todos conocemos) y que crecían en el suelo y en los troncos de los árboles, como los árboles de helechos, que tuvieron su época de esplendor en la era mesozoica, la de los dinosaurios, y que ahora solo quedan en algunas pocas selvas húmedas del mundo.




Sobre las once y pico paramos en un lugar llano a almorzar lo que Li-Hum traía preparado y envuelto en hojas de palmera: arroz, huevos y patatas fritas, junto con cebolla frita como aliño. Antes de partir, y rodeado de la niebla y del griterío de pájaros y monos, me puse a buscar una batería de repuesto porque la de la cámara ya andaba parpadeando. Horror, me las había dejado en la habitación. Me cagué en todo, pero sobre todo en mí mismo. Afortunadamente no había esperado a que la que llevaba se agotara por completo, por lo que guardé la cámara en la mochila con la confianza de que al menos me diera para fotografiar la cumbre al día siguiente.


A las 13h00, una pequeña desviación en el sendero nos llevó hasta el campamento. Este era una pequeña explanada con una estructura de hierro oxidado y en mal estado donde tender lonas para cubrirse de la lluvia. El suelo estaba plagado de envoltorios de plástico, latas de conservas, botellas y boquillas de cigarrillos. Los indonesios pasan de la ecología, si bien Li-Hum es todo lo contrario, pues guardaba todos sus residuos e iba recogiendo parte de lo que se iba encontrando por el camino.
El guía sacó la tienda de campaña, de pésima calidad, sin doble techo y cuyas cremalleras estaban rotas. Después de montarla tendimos por encima un plástico atándolo a los hierros. Como yo estaba hasta arriba de barro le dije que si no había por allí cerca un riachuelo y me respondió que sí. Me acompañó por un estrecho barranco por el que había que irse descolgando hasta que llegamos a un diminuto repecho donde el musgo goteaba y se acumulaba un litrito de agua. Me enjuagué manos y cara y volvimos hacia el campamento trepando, por lo que me volví a llenar las manos de barro.

Según regresábamos, a las 13h15, se puso a llover y ya casi no paró. Hacía bastante frío y estuvimos los dos metidos en la tienda apenas sin decirnos nada, pues no nos entendíamos. Li-Hum estuvo muy entretenido intentando arreglar las cremalleras de la tienda, y para mi sorpresa lo consiguió tras sustituir las rotas por las que llevaba en sus pantalones desmontables. Después llamó por el móvil a su novia, que estaba en Manang, en el norte de Sumatra, y estuvo hablando con ella largo rato y a la que yo también saludé.
Antes de que anocheciera preparó la cena, a base de sobres de pasta y aliñado con cebolla frita, y a eso de la ocho nos dispusimos a dormir. Yo dormiría en el saco que él traía para mi, pero él no tenía, por lo que le pasé mis ropas de falso goretex para que se pudiera arropar más.
Pasamos un frío espantoso, pero la cosa no duró mucho, pues él se levantó a las 3h15 para preparar un ligero desayuno y yo me levanté a las 3h45. Nos preparamos, y dejándolo todo en el campamento, partimos a las 4h30 camino de la cumbre.
Si la jornada anterior la subida había sido empinada, aquí ya era empinadísima y había que hacer continuas maniobras de trepada, alumbrados con nuestras linternas. Tan temprana era la hora que mi cuerpo todavía seguía dormido, me temblaban brazos y piernas, y sentía que me faltaba el aire, por lo que en más de una ocasión le tuve que decir al guía que paráramos por un par de minutos. Dejamos atrás plantas y raíces y el terreno ya sólo fue de tierra y piedras mientras en lo alto se empezaba a perfilar la cumbre.
A las siete de la mañana, con luz y un cielo nublado, llegamos a la cima, el estrecho borde del cráter. No se veía el interior del volcán porque estaba ocupado por una densísima niebla y al intentar asomarnos, el humo sulfuroso que desprendía nos hacía toser con fuerza y a mi me producía una inmediata y tremenda sensación de asma.
Saqué la cámara y para mi horror me decía que ya no quedaba batería. Pero a base de intentarlo una y otra vez, pude sacar algunas fotos de la cumbre. Menos mal.


Después de un ratito en el borde del cráter, tosiendo y con mucho frío y viento, comenzamos la bajada. Ahora con luz se podía disfrutar del impresionante espectáculo del cono volcánico. El terreno estaba compuesto de pequeñas y afiladas piedrecitas negras, muy sueltas y resbaladizas, y con numerosos bloques de piedra de color gris y rosado. A nuestra izquierda se veían profundísimos barrancos entre paredes de tierra y piedras, quizás creados por el arrastre del agua. Al fondo se podía disfrutar del espectacular paisaje del parque Kerinci Seblat, con cultivos, bosques y montañas. A la izquierda al fondo se podían ver dos volcanes, uno más alto y el aledaño inferior, de enorme cráter, ocupado por el lago Gunung Tujuh, bellísimo. Nos paramos un rato a contemplar el espectáculo ayudados por mi catalejo. Intenté hacer alguna foto más, sobre todo del lago volcánico, pero ya fue imposible.


El descenso fue mucho más dificil que la subida, pues la posibidad de resbalar era continua. Sin embargo la excursión como tal no era peligrosa porque en ningún momento uno se encontraba delante de un abismo donde poder despeñarse, salvo en el borde del cráter. De hecho, cuando investigaba sobre el ascenso al monte, leí que se aconsejaba ir con guía porque algunos osados que habían ascendido en solitario habían desaparecido. Mi conclusión al respecto es que él único lugar donde se puede desaparecer, salvo imperdonable torpeza, es en el interior del volcán porque el sendero es casi imposible perderlo: sólo hay uno, bastante claro y repleto de basura, y fuera de este, selva intransitable. Por eso creo que los desaparecidos lo debieron ser en el interior del cráter: si se llega hasta él y se da la circunstancia de que en ese momento no hay niebla en su interior y se desciende, cuando les alcanzase el humo sulfuroso de la fumarola morirían asfixiados.

Un poco antes de las nueve de la mañana llegamos de nuevo al campamento. Allí descansamos y Li-Hum preparó el desayuno: pasta de sobre acompañado de cebolla frita, café y snacks. Después recogimos, quemamos nuestros resíduos (esto no está bien, pero...) y sobre las 10h30 iniciamos el regreso entre saltos y resbalones en el barro deslizante. Hicimos pocas paradas, pero cuando ya andábamos por la parte más llana del camino, cerca del final, se puso a llover con fuerza. Nos equipamos con nuestras ropas de agua y seguimos caminando hasta la entrada del parque. Llegamos a las 13 horas y una vez fuera del bosque ya no llovió.
El guía llamó a su amigo y mientras continuábamos caminando, este llegó con la moto. Montados los tres y las dos mochilas, bajamos velozmente hasta Kersic Tuo con el motor apagado y en punto muerto.
Llegamos a la posada a las 13h15, pagué a mi guía y le di las gracias. Era un gran tipo, fuerte, cuidadoso, muy atento, perfecto conocedor del camino, pero sin papa de inglés. Le aconsejé que intentara aprender inglés para ganarse bien la vida, pero creo que ya se la ganaba porque me mostró unas fotos en la pared del salón, donde estaba él en varias expediciones al monte Kerinci, y casi siempre actuando como guía. Me contó además que en unos días subiría de nuevo acompañando a un montañero de Jakarta.
Ayudado del chico de la posada, me dijo que podría llevarme al día siguiente al lago del volcán. Esto yo lo había estado pensando, sobre todo porque creía que alrededor de ese lago era uno de los lugares de mayor número de avistamientos del Orang Pendek. Había visto por el TuTubo un sensacionalista documental donde los exploradores llegaban hasta un lago volcánico que en principio yo pensaba que era ese, pero concluí que no podía ser el mismo porque narraban que para llegar hasta allí habían necesitado cinco días de marcha por la selva y, o eran unos cuentistas, o ese no podía ser el mismo volcán, porque se accedía en media jornada de marcha. Me hubiera gustado visitarlo, pero con mi excaso tiempo de un mes de visado, decidí continuar lo más rápidamente posible camino de la isla de Java.

El resto de la jornada la pasé descansando y leyendo, y de nuevo cené demasiado.


Por la mañana recogí para estar preparado a las nueve, cuando pasaría una furgoneta que me llevaría hasta Sungaipenuh. Pedí desayuno pero ya no pude con él, era demasiado, ni siquiera pude con todo el café. La chica me preguntó que si no me gustaba, pero le intenté explicar que es que estaba, no lleno, llenísimo, de tantos días de comilonas. Además me había tomado la pastilla para la malaria y quizás eso me había revuelto un poco.
Esperé en la entrada acompañado por la familia a que llegara la furgoneta y me despedí de todos, gente buena y amable. Me monté en la fila de atrás donde sólo había una persona más. Pero este hecho anormal rápidamente fue subsanado cuando en sus numerosas paradas se fue llenando hasta el punto en que me era imposible moverme porque tenía el cuerpo apretujado entre pasajeros y las piernas encajadas contra el asiento delantero.


Pasó mucho tiempo hasta que llegué a Sungaipenuh. Una vez en su estación de furgonetillas la gente me preguntó que a dónde iba:  ¡A Bengkulu, amable indígena!. Me llevaron hasta un tenderete de madera donde estaban los controladores de la estación que miraron sus cuadrantes e hicieron varias llamadas telefónicas. Vaya, por primera vez, en ese preciso instante no salía un bus para mi siguiente destino.
Pero no, en cinco minutos apareció por allí una furgoneta y me dijeron que me montara. Yo creía que esta me llevaría hasta Bengkulu, pero lo que sucedió fue que, varios kilómetros después paró en una gasolinera donde estaba esperándome la que definitivamente me llevaría hasta dicha ciudad.
Lo que viví en esta furgoneta y en los días siguientes, atravesando el sur de Sumatra y pasando a la isla de Java, serán contados en el siguiente capítulo de esta emocionante aventura.




7 comentarios:

  1. ...pero pa´qué te mete en esos lugares?? ¿pa´resbalarte? mira que te hemo dicho un monton de veces que no te metas en lios. Ya esta bien Jota, vuerrrve "YA"...¿Hace un año que te fuiste? ¿no te parece suficiente? Venga, muchacho que te estamos esperando con lo brazos abierto...
    María_A

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  2. Por fin podemos comentar algo, pedazo de excursión volcánica, el Jesús calleja te ha copiado y se ha sacado un programita parecido al tuyo,aunque tu aventura es mucho más aventurera que la del Calleja,aquí dejo un enlace: http://www.cuatro.com/desafio-extremo/videos/vanuatu-jesus-calleja-conquista-infierno/20100226ctoultpro_43/

    Buenísima la excursión me ha dado mucha envidia.
    Un saludo y vuelve cuando te salga de los güevos, la verdad es que no te echamos nada de menos.ES BROMA!!!
    Un saludo DonBenitense.

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  3. ¿Turistas occidentales, de caras largas, malas pulgas, que se sienten superiores ?. Pero...¿que me dices? Cuenta, cuenta; estamos ansiosos !
    Dani

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  4. Hiciste muy bien en mandar al autobusero a comerse unos buenos huevos. Así apareció el buen tipo que finalmente te acompañó en la subida al monte. Pero, te digo una cosa, lo mejor es lo de que llegaras al "más allá", pfffja, ja, ja, ja!!!
    Un abrazo fuerte

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  5. En cuanto al mapa del parque... sé poco de cartografía pero parece que algo más detallado sí podía ser... ¡Seguro que con una única visita que hiciste puedes mejorarlo! Por cierto ¿por qué no te animas a escanear alguno de los planos o guías que usas? seguro que acompañaban muy bien el texto.

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  6. esto esta muy mal hecho

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  7. porque publias cosas que son mentira

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