lunes, 20 de diciembre de 2010

TAILANDIA, UN BUCEADOR MENOS (BANGKOK, KOH TAO Y KRABI)


PARTE I. DE NUEVO EN BANGKOK
     
Fue a las 6h30 de la mañana cuando mi autobus procedente de Ubon Ratchathani la población fronteriza con Laos, llegó a una enorme estación a 15 kilómetros del centro de Bangkok. Para salir de allí solo veía taxis, pero no tenía ni la más mínima intención de tomar uno para ir hasta el centro, pues mi general aborrecimiento de esta casta de timadores (opinión basada en la experiencia), me hace evitar en lo posible el caer en sus garras inmisericordes. Así la cosas, intenté descifrar los carteles de por dónde podría pasar algún autobus que me transportara. Siguiendo mi mapa de la ciudad salí por el este de la estación, caminé por una avenida-autopista y me aposté en una parada. Estuve allí un buen rato pero no paró ninguno de los autobuses que espaciosamente pasaron. Detrás mío cruzó un señor haciendo footing y rato después, cuando este ya daba la vuelta de su entrenamiento, me preguntó que qué hacía. A mi respuesta me dijo que ahí raramente paraba ningún autobus y me indicó a dónde debía ir, advirtiéndome que el centro estaba lejísimos y que debía combinar varios autobuses hasta poder llegar. Le contesté que no me importaba, que yo era un viajero de los duros de pelar.

Llegué a la parada de autobuses y cogí uno que algunos kilómetros después me dejó en una parada del metro elevado. Tomé el metro que, a buena velocidad, me dejó junto a los almacenes MBK, terreno ya conocido por mí. En esos momentos el atasco en Bangkok era ya descomunal. Esperé un autobus que por fin me dejara donde quería, pero no lo hizo, pues su lentísimo recorrido entre la marabunta del tráfico acabó antes por razones desconocidas para mi. De nuevo estaba en tierra y de nuevo buscando un autobus. El siguiente, aunque avanzando desesperadamente lento, me dejó en los alrededores de Khao San Road sobre las 9h30. Mi cabezonería me había llevando tres horas de camino. Cansado y hasta con mal cuerpo, me fui directamente al guesthouse en el que había estado en mi anterior visita, por aquello de ahorrar energías. En el Chada me dijeron que tenía suerte, pues sólo quedaba una habitación individual libre, la 406: la misma en la que estuve alojado la vez anterior. La historia se repetía.
Los días que permanecí en Bangkok no hice vida de turista precisamente, sino de viajero que debe poner sus cosas en orden. No realicé ninguna visita turística por aquello de la melancolía, pues no deseaba sobreponer una nueva mirada a mis recuerdos y sensaciones de mi feliz visita años antes.
Permanecí bastante tiempo encerrado en el hotel, primero ordenando fotos y después escribiendo para mi señor, mediavueltaalglobo. Paseé por los alrededores para estirar piernas y pulmones e hice fotos, casi ninguna que mereciese la pena, salvo esta, que es bien molona:
     

Bueno, también tomé algunas más que aparecen al final de este relato como material postprocesado consecuencia de mis más profundos extravíos pseudoartísticos. Ya me entendéis.
Por lo demás, Khao San Road seguía por los mismos derroteros que siempre: música a tope desde la tarde hasta las cuatro de la madrugada, chicas muy monas vestidas con un inconfundible toque kitsch, grupos de amigos de gimnasio, cual palomos, en pleno acto de exhibición, y todo regado con buenas dosis de alcohol, desde la discreta cerveza hasta los cubos de very strong cocktails, como rezan los anuncios.
Yo hacía mi ronda diaria yendo a comer o a cenar a una terraza al otro lado de Khao San y por la noche tomándome una cerveza en un bar callejero con música reggae. En Bangkok, los bares de reggae son la alternativa a la música ultra comercial, a las baladas de siempre cantadas en directo por tailandeses, o a la machacona música electrónica de los bares más ruidosos. Si tuviera que elegir a alguien como representante de la música de mi viaje ese sería Bob Marley, ya que él y su banda The Waylers siguen sonando por todos los rincones.

En la terraza donde comía trabé amistad con tres españoles y un argentino de aquellos que vagabundean por el mundo y que cuando coincidí con ellos andaban fastidiados de la tripa, lo cual hizo que no pudieramos compartir más ratos juntos, pues estaban más pendientes del toilete que de cualquier otra cosa que pudiera suceder en la galaxia. Les expliqué mis planes de ir a Koh Tao y después a algún otro sitio antes de abandonar Tailandia y cruzar a Malasia. Me recomendaron que fuera a Krabi, en la costa de Andamán y meca de la escalada en el país. Ellos también tenían pensado ir después de visitar Chiang Rai en el norte.
Otro día que estaba en el mismo sitio comiendo, se sentaron a mi lado dos españoles. No me decidía a saludarles no sabía por qué, pero finalmente me abstuve cuando su conversación se desvió hacia sus planes más inmediatos: viaje relámpago a Pattaya para su desahogo; previo pago, of course. Y es que aunque yo soy viajero de altas miras, bobo y romanticón, por estas latitudes mucha gente aprovecha para ponerse al día de aquellos polvos y estos lodos. Paraiso sexual lo llaman.

La noche antes de marcharme a Koh Tao no me decidía a retirarme a mis aposentos sin antes haber probado a relacionarme con la gente marchosa de la ciudad, algo que se supone que debe hacer todo aquel turista sonriente, simpático y con don de gentes que visita Bangkok. Así, acabé en otro bar reggae en una oscura callejuela por el que ya había pasado bastantes veces, y en el que nunca me había decidido a parar.
Más por la simpatía de los otros que por la mía propia, conseguí unirme a un grupo variopinto de turistas compuesto por una americana muy guapa a la que todos seguíamos como embobados; una bailarina belga algo chiflada que había ido a Bangkok a hacer un curso de masaje como posible salida profesional, pero a la que finalmente no le había convencido mucho el tema; un francés de gafitas que hablaba con la belga; dos italianos, uno muy majete que era clavado a Manu Chao y otro con aspecto de vikingo y con una cogorza de aúpa que abrazaba a todo el mundo, tanto, que acabó abrazando a la persona menos adecuada y hubo pelea; y por último, un empresario peruano putero y zascandil, aunque en el fondo buena gente.
Estuve en el bar de reggae, en una terraza fumando una shisha y donde la mayor parte de la gente desapareció sin decir adios, y en un club jugando al billar donde una vez más gané, pero no por mis méritos, sino por los desméritos de los demás (es decir, por colar la bola negra antes de tiempo).
Cuando regresé a mi habitación eran las seis en punto de la mañana y de esa noche me había quedado una extraña sensación. Por un lado había logrado ir de marcha con desconocidos y lo había pasado relativamente bien, pero sin lanzar cohetes, pero por otro, no me había gustado la superficialidad de relaciones donde la gente no se importa ni siquiera como para decir cuando se marchan: adios, encantado de haberte conocido. Finalmente me quedo con la parte positiva, que para eso se inventó la fiesta.

Como sabía que el autobus camino de Koh Tao saldría por la tarde, me levanté sobre las once y pico de la mañana y bajé a comprar el billete. El autobus saldría, en teoría, a las 20 horas, y me pasé la jornada recomponiéndome el organismo tras la noche en vela. Como en la posada ya me conocían de largo tiempo, no me cobraron ningún extra por tener la habitación ocupada hasta tan tarde.
Vino un tipo a buscarme al hotel, me dio una pegatina y me dijo que me la pegara en la camiseta y que le siguiera. Recorriendo Khao San Road fue recogiendo a diferente gente hasta que formamos un numerosos grupo. Yo para entonces ya había perdido la pegatina, pues se ve que mi camiseta era de un material similar al teflón antiadherente.
Fue patético, pero el numerosísimo grupo de turistas que éramos, estuvimos esperando en una avenida de Bangkok a que llegara el autocar hasta las once de la noche, mientras los mosquitos de los setos de al lado nos intentaban devorar a todos.
Llegó el autobus y se formó un gran remolino de personas alrededor de la puerta. Como era de dos plantas, yo me quedé en la de abajo, que era como un saloncito de fiestas, con televisión, un sillón en semicírculo y cuatro asientos incomodísimos. En el sillón se sentaron unos eslavos y yo ocupé dos butacas de las incómodas, pero como allí no aparecía más gente, pensé que al menos tenía dos asientos para mi aunque no fueran reclinables y no hubiera mucho espacio para colocar las piernas. Tras una hora de camino por Bangkok, el bus paró de nuevo y horror, entraron más viajeros, tantos que se acabó llenando totalmente, así que a mi lado se me puso un americano pelirrojo y parlanchín, de San Francisco, 100% herencia hippie, que me contó que había estado un tiempo viviendo en la neo ciudad india de Auroville, algo que me sorprendió bastante, pues no mucha gente conoce este lugar y yo, solo de oídas y lecturas. El amigo hippie estaba muy mosqueado por la tardanza del autocar y por haberle tocado un asiento tan malísimo. Igualito que yo.


PARTE II. LA ISLA DE LA TORTUGA, DONDE SE CONFIRMÓ QUE DESDE ENTONCES, EL MUNDO PODRÍA CONTAR CON UN BUCEADOR MENOS

Envuelto en tan gran incomodidad me quedé dormido, y cuando iba despertando a cada rato, era con el deseo de cambiar de posición, pero no podía hacerlo porque uno de los pasajeros se había tumbado a dormir en el suelo del diminuto pasillo y el ruso que tenía delante, se había tumbado a los pies del sofá. Así que yo, como mucho, lo único que podía hacer era cambiar el punto de apoyo de mi trasero o culamen en el asiento. A pesar de todos estos inconvenientes, no puedo decir que durmiera mal del todo, si tomamos como referencia el hecho de que el viaje hasta la costa se me pasó muy rápido.
El autobus nos dejó en puerto antes del amanecer y cuando largo rato después subí al ferry camino de Koh Tao, entablé conversación con Ariadna, una chica a la que había oído hablar en catalán por el movil la noche anterior, mientras esperaba a que apareciera el maldito autobus.
Cuando apenas habíamos empezado a charlar, se puso a llover con fuerza y nos tuvimos que poner a cubierto. Me contó que la noche anterior en el piso superior del autobus había habido mucha tensión e incluso se había llegado a las manos entre unos que andaban montando el escándalo bebiendo alcohol y gritando que se iban a la fiesta de la luna llena, y otros que se ve que solo querían descansar de tanto gilipollas. Como parecía que ella conocía bastante bien la isla, le pregunté por un buen alojamiento. Mirándome con ojos ligeramente inquisitivos me contestó que sí, que conocía un lugar idílico, pero que estaba aislado en una punta de la isla. Eso me pareció perfecto, pues tras pasar mis días entre muchedumbres musculadas y música a muchos decibelios, un poco de tranquilidad y naturaleza me parecía lo más adecuado.
Llegamos a Koh Tao cuando todavía seguía lloviendo ligeramente. Los alrededores del puerto estaban inundados y por las calles bajaban grandes torrentes de agua, por lo que para esperar a que el dios de la tormenta se calmara un poquito, nos metimos en un restaurante para desayunar. Después cogimos un barco-taxi que nos llevó hasta la punta de la isla, el cabo Jeda Gang, donde entre dos playitas se asienta el resort Tao Tong Villa. Me tocó una cabaña sobre una roca justo encima de la playita sur y donde se veía toda la bahía rocosa de June Juea, y mar adentro, la silueta de Koh Phangan, la isla de las fiestas de la luna llena, de la media luna, del cuarto menguante, del creciente, y de la luna nueva (vamos, que todos los días hay fiesta gracias a la luna).


Ariadna es novia del tailandés que lleva el resort y visita siempre que puede el lugar, quedándose allí durante meses. Como el lugar está apartado pero tienen una cierta clientela fija, cuando le pregunté por el lugar a donde ir, se quedó pensativa valorando si yo era una persona adecuada para habitar en ese pequeño paraíso. Se ve que pasé la prueba.
Ese día ya no salí de Tao Tong. Dormí un rato en la cabaña mientras fuera llovía, me di un baño reparador, y charlé largo rato con Ariadna en el salón sin paredes del resort mientras me tomaba una cervecita, rica-rica.
Al día siguiente quise desplazarme hasta la playa de Sairee, el principal nucleo habitado de la pequeña isla, y fui caminando siguiendo las instrucciones de Ariadna. Tal como me había explicado, el camino estaba en tan pésimas condiciones, lleno de profundos baches agravados por las fuertes lluvias, que incluso hacerlo con una moto resulta peligroso, por lo que lo práctico es desplazarse en barca taxi. Caminé entre palmerales, árboles y arbustos y aunque no hacía especial calor, acabé empapado por la humedad del ambiente.
Como la noche anterior había estado lloviendo con fuerza, cuando llegué a Sairee contemplé su estado de inundación, con las calles en cuesta convertidas en ríos, las llanas anegadas, y los comercios con sacos terrenos protegiendo la entrada.
    

Koh Tao, o traducido, Isla de la Tortuga, es pequeñita, tiene solo 21 km2, se encuentra en el Mar de China Meridional y está al norte de Koh Phangan. Geológicamente está compuesta por tierras plutónicas y metamórficas, fundamentalmente bloques de granito. Su superficie está casi totalmente cubierta de bosque tropicial y palmerales. Aunque en el pasado era un importante lugar para el desobe de tortugas, de ahí su nombre, actualmente estas han preferido morirse antes que convivir con tan extraño e impertinente animal como es el hombre. La única industria de la isla es el turismo y sobre todo, el buceo, pues este es uno de los mejores lugares del mundo para obtener la diferentes licencias: tiene (tenía) unos estupendos y claros fondos marinos llenos de corales y peces multicolores y el curso básico, de tres días de duración, con un profesor y material didáctico en una importante variedad de idiomas, prácticas en piscina y salidas reglamentarias al mar, todo el equipo necesario, más cuatro noches de hotel cuesta unos 200 euros.
    

Yo también había ido a Koh Tao para sacarme la licencia de buceo, así que en la playa de Sairee pregunté en varios sitios por los precios y las condiciones. En todos los sitios era más o menos lo mismo, pero en uno de ello me dijeron que tenían un profesor español y que seguramente yo sería el único alumno, por lo que la calidad del curso y de mi aprendizaje estaban asegurados. Entones hice la pregunta básica para mí, atención: ¿cómo puedo hacer para que no me duelan terriblemente los oídos cuando desciendo? Muy fácil, me respondió, cuando te sumerjes haces pasar el aire de la garganta a los oidos y el dolor desaparece por arte de magia. Qué fácil, caballero, le respondí entusiasmado.
Soy un gran aficionado al buceo... en piscina (no te rías macho, que yo me hago un largo buceando) y siempre sentí dolor en los oídos, por lo que esta cuestión era mi gran incógnita y lo había preguntado a toda la gente buceadora con la que me había encontrado en el viaje. Todos me contestaron lo mismo, que era fácil. Sin embargo yo no lo tenía claro, puesto que cuando en otras ocasiones había practicado snorkeling, el dolor de oídos había sido espantoso. Dilek, la alemana que conocí en Saigón, es monitora de buceo y me dijo que tuviera mucho cuidado con el tema, puesto que hay gente que no puede bucear por causa de sus oídos, y que si se fuerzan se pueden llegar rompen los tímpanos. Horror.

Continué caminando por Sairee, una estrecha y larga franja de arenilla fuertemente edificada, no dejando ni un pequeño hueco para la naturaleza. El lugar es un continuo de restaurantes, hoteles, academias de buceo y tiendas. Como el tiempo no era bueno, el lugar solo estaba a medio gas, pero Ariadna me comentó que cuando está a tope, es asfixiante la cantidad de gente que allí se concentra, y el ruído e incomodidades que ello provoca.
Tras pasear por la zona me metí en un restaurante a pié de playa a comer y mandar el mensaje al blog de "estoy en Koh Tao y sigo vivo, familia, amigos, fans, acreedores, curiosones todos". Abandonado el lugar, y antes de regresar a mi pequeño paraiso costero, paré en un supermercado y entre otras cosas, me compré una hamaca para reposar plácidamente en el porche de mi cabaña.
La noche se echó encima y aunque fui previsor y había cogido la linterna, no acerté muy bien a encontrar el camino de vuelta. Preguntando a algunos lugareños y mostrándoles el mapa, estos no supieron que contestarme pues no me entendían, nunca antes habían visto un mapa y jamás oyeron hablar de Tao Tong Villa. Estaba ya empezando a pensar que, quizás, había sido transportado a otra isla por una nube mágica, pero eso no era posible, pues no recordaba haber atravesado ninguna nube. Caminando arriba y abajo de la carretera, finalmente pude acertar a encontrar la desviación que me llevó casi a tientas y entre sudores, de nuevo hasta mi resort.
Cuando llegué hacía más de una hora que la oscuridad era absoluta y Ariadna estaba algo preocupada por mi tardanza (gracias Ari).

Al día siguiente estaba decidido a probar las técnicas de descompresión de los oídos haciendo snorkeling en el mar junto a la cabaña, un lugar perfecto para tales propósitos pues la pequeña península, llamada cabo Jeda Gang, es un amontonamiento de rocas graníticas que se sumerje en el mar y da cobijo a bancos de peces en un entorno prístino. Alquilé gafas, tubo y aletas y me marché a descubrir el universo acuoso.
    

En seguida que empecé a bajar, apenas dos o tres metros, qué miseria, el dolor de oídos se hizo insoportable, por lo que procedí a compensar; pero la operación me resultaba difícil, muy difícil: tenía que intentarlo varias veces ayudándome además de un movimiento de mandíbula para sentir el paso del aire hacia mis oidos. Entonces desaparecía inmediatamente el dolor, pero en cuanto intentaba bajar más, comenzaba el dolor de nuevo y debía seguir compensando. Resultado: la mayor parte del tiempo de buceo lo utilizaba en labores de compensación. Cuando se me iba acabando el oxígeno, pues no soy pez, debía subir de nuevo a la superficie, produciéndose de nuevo un fuerte dolor, pero esta vez por la pérdida de presión.
Por mis huevos que esto yo lo aprendo, me dije, así que lo intenté una y otra vez durante toda la jornada y también al día siguiente, pero no hubo manera. Llegué a la conclusión de que, por esas cosas de la vida, mis oidos casi no se comunican con mi garganta, por lo que tras dos días de probaturas me convencí de que no estoy capacitado para bucear. Mala suerte, tendré que dejar esta actividad para la próxima reencarnación, si es que no me ilumino antes.
Con tantos intentos de inmersión tuve un fuerte dolor de oídos durante varios días y noches, incluso estos me supuraban y escuchaba los sonidos con un cierto eco metálico. Vamos, que mi irrevocable renuncia al buceo me salvó de quedar sordo.
Por lo demás, el mundo subacuático en aquel lugar se me mostró fascinante, pues las rocas se sumergían hasta una decena de metros y los peces abundaban tanto en número como en variedad y colorido. También había bancos de peces que se desplazaban juntos como siguiendo un coreografía. Yo les seguía y ellos huían discretamente. Todo el fondo marino era de color parduzco y gris, lleno de escombros de corales. Ariadna me explicó que este año han muerto los corales de Koh Tao debido a las altas temperaturas del mar y que era muy triste verlo porque el año anterior, lo que hoy es un desierto de esqueletos, era una enorme pradera llena de color y de vida. Cuando estuve en las islas Andaman una instructora de buceo con la hablé, y que fue la que me explicó que me sería imposible llegar por barco hasta Tailandia, también contó que los corales de las Andamán habían muerto por causa de las anormales altas temperaturas del mar.
Podríamos pensar que la cosa es terrible y que este es un paso más en la cadena de destrucción de la vida. Pero no vamos a dramatizar ni a sacar las cosas de quicio: el hombre es un ser extraterrestre venido de otra galaxia, y lo que le pase a este planeta le es indiferente y ajeno. Cuando se hayan terminado los recursos y parte de la vida, se cogerán de nuevo las naves espaciales aparcadas en los centros comerciales, y para arriba en busca de otro planeta azul, verde y florido. ¿No?

Pasé dos estupendos y dolorosos días de buceo a pulmón; luego por la tarde, leía tumbado en mi pésima hamaca nueva (metí la pata hasta el fondo al comprarla) y charlaba con Ariadna.
Otro día ella me propuso que alquiláramos un kayak y que visitáramos varias playas a lo largo de la costa sur de la isla. La experiencia fue estupenda. Fuimos de playa en playa y al llegar descansábamos un rato y nos dábamos un breve baño. La vuelta fue más dura porque íbamos contra la corriente y apenas conseguíamos avanzar a pesar de luchar fieramente con los remos. Además, se daba la circunstancia de mi tendencia al caos remero cuando veía que la embarcación se nos desviaba de la trayectoria, ello la despistaba por completo de por cuál lado de la embarcación meter la pala.
    


Al día siguiente al kayak, para situarnos en el calendario, el domingo 12 de diciembre, fui de nuevo a la playa de Sairee con la intención de alquilar allí una moto y visitar las partes de la isla que no había visto. Me acompañó Ariadna caminando por un intrincado sendero que va de playa a playa pasando por varios resorts aislados como en el que estabábamos.


Alquilé la moto y visité varios puntos de la isla, el primero en el lado noroeste, desde donde se veían los dos islotes de Nanguyan, el mejor lugar para practicar en los cursos de buceo. Después subí a un mirador cercano en una pista con profundos baches, y desde donde se veía el extremo suroeste de la isla, el lugar donde yo estaba alojado.
    

Continué hasta Mango Bay por una pista de una inclinación asombrosa y que al regresar, cuesta arriba, la moto no podía con mi grácil y ligero cuerpecillo de bailarín. Esta bahía, ocupada por un par de resorts, es bien bonita con grandes rocas y exigua playa, pero suficiente para lo también exiguo de sus moradores.


Por último visité el cabo de Thian, de difícil acceso, pues tuve que abandonar la moto y caminar por casi una hora, pues el camino era totalmente intransitable. En la bahía se encontraba un hotel abandonado, y según me contaron con posterioridad, este lugar es el mejor para el snorkeling de toda la isla. A ver qué os parece:


Tras estas visitas devolví la moto y me fui a comer y a conectarme a internet. De nuevo la hora se me echó encima y el regreso lo inicié ya anocheciendo. En el más difícil todavía, me propuse volver por el complicado sendero de la costa hasta mi cabaña. A pesar de la oscuridad y sus dificultades asociadas, fui acertando siempre por cual oscuro pasadizo introducirme para continuar camino. Cuando no estaba ya lejos, justo en la playa anterior, tuve un momento de duda y seleccioné un camino que al rato ya estaba seguro que era equivocado, pero como seguía una tubería de agua pensé que tarde o temprano llegaría al menos al camino principal. Después de caminar más de media hora aparecí en una carretera que no me sonaba de nada, continué y finalmente encontré a unos lugareños a los que mostré el mapa diciendoles dónde quería ir y preguntándoles dónde estaba. De nuevo, esa debió ser la primera vez que veían un mapa y su asombro era mayúsculo contemplando los bonitos colores y los nombres de las cosas. No supieron decirme dónde estábamos y tampoco a dónde ir. Seguí buscando a alguien que me ayudara y entré en un hotel donde pregunté. Un chico se ofreció a acompañarme y al poco de retomar el camino me di cuenta dónde estaba: al extraviarme había retrocedido por otro camino justo hasta el principio de la ruta. Cuando mi salvador me dejó cerca de la punta de la isla donde me alojaba, le di una propina que hubiera sido lo que me habría costado el barco taxi de haber tenido yo más luces al elegir la forma de regreso. De nuevo Ariadna estaba preocupada por lo que me podría haber pasado.

Como en este lugar del mundo se estaba tan estupendamente bien, aún me quedé un día más en mi privilegiada cabaña (envidia de mis vecinos australianos), tumbado en mi lamentable hamaca, leyendo, charlando con la dulce Ariadna y haciendo una vez más snorkeling, pero sin intentar descender para no sufrir de dolores auditivos.



PARTE III. KRABI, PARAISO PLAYERO EN VERTICAL

El martes 14 de diciembre a las 9 horas, una barca taxi vino a buscarme. Mi siguiente destino era, siguiendo la recomendación de mis amigos vagamundos de Bangkok, la playa de Ton Sai en el mar de Andaman, distrito de Krabi, meca de la escalada deportiva de Tailandia.


La barca me dejó en el puerto de Sairee y allí esperé a que llegara el ferry que partió pasadas las 10 de la mañana. Atención al recorrido del día, de lo más variado. El ferry se dirigió hasta la isla de Koh Phangan; una vez allí cambién de embarcación y me monté en la que me llevó hasta Koh Samui. En Koh Samui cambié de nuevo y la siguiente me llevó hasta Surat Thani, ya en el continente. En Surat Thani me esperaba un autocar que me llevó en un par de horas o tres (con tanto cambio ya no sé) hasta Krabi capital. En Krabi capital cogí una furgoneta que me llevó hasta la playa de Ao Nang y allí, junto con otros cinco alemanes, un último barco-taxi que me dejó en la playa de Ton Sai, toma ya.
Por supuesto, llegué de noche a la playa. En un puesto callejero de comida encontré a un grupito de españoles escaladores a los que les pedí consejo de donde alojarme. Me dirigí hacia el interior de esa tierra y a la tercera vez que pedí disponibilidad y precio me quedé con una cabaña rodeado de arbolado y humedad.
Después de dejar mis pertenencias y refrescarme someramente, decidí regresar rápidamente a la playa para cenar antes de que se hiciera demasiado tarde. Me comí un pescadito a la barbacoa junto con una cerveza y después paseé por la playa, donde había numerosas chiriguitos prácticamente vacíos y con músicas para todos los gustos, desde reggae hasta el trip-hop de Massive Attack.


A la mañana siguiente me dediqué a pasear a lo largo de la playa (lo que no es gran proeza, vive dios), a sudar a borbotones, darme unos baños y a contemplar cómo escalaban los numerosos grupos de deportistas.
La playa de Ton Sai y la que continúa, Rai Leh o Railey están situadas en una península montañosa y escarpadísima de roca caliza cuyo único acceso posible es por mar, lo que le da un aislamiento y un considerable aumento de los precios de todas las mercancías. Railey tiene un turismo convencional y precios altos, y la playa Railey-Este está considerada como una de las más bonitas del mundo (o por lo menos así ha aparecido en alguna lista). La de Ton Sai, más encerrada por altas paredes, más cálida y con una playa mala llena de piedras hirientes, es visitada por escaladores de todo el mundo y por ello fue la que yo elegí. No es que pretendiera escalar en el lugar, uno es mero tuercebotas frente a los tiparracos que allí van, pero el rollito montañero siempre fue mi favorito (aunque en propiedad, un escalador deportivo casi nunca es un montañero).



El siguiente día me marché a la playa de Railey oeste (por entonces no sabía que existía la este), caminando por las rocas pegadas al mar que la separan de Ton Sai, y allí estuve contemplando los altos peñones e islotes que la flanquean. De nuevo en Ton Sai, me senté en una plataforma de madera sobre la playa a contemplar la puesta de sol mientras me tomaba una cerveza. Sentados detrás de mi estaban Víctor y Charo con los que entablé conversación. Charo es consultora de desarrollo internacional que ahora vive y trabaja en Camboya para ver si consigue sacar a flote ese empobrecido y corrupto país, y Víctor es un oceanógrafo de carrera, practicante de apnea, o buceo libre, en busca de su lugar en el mundo. Quedamos para la hora de la cena y después nos marchamos a ver un concierto de un grupo de tailandeses que entre su repertorio tenían varias rumbas gitanas, algo que le encantaba a Víctor y que a mi me hizo tocar de forma enfervorecida las palmas largamente guardadas en el baúl. También aparecieron algunos escaladores ibéricos con los que coincidiría en los próximos días, y que al escuchar la música entraron en el local bailando.


Para la jornada siguiente quedé de nuevo con Víctor y Charo, y en primer lugar nos fuimos, aprovechando la marea baja, a una playita entre paredones donde había una pequeña selva de plantas similares a las que tenemos en el interior de casa, pero  de tamaño gigantesco. Y a plantas gigantes, lagartijas gigantes, como un varano que vimos reposando al sol y que cuando nos acercamos optó por marchar a un lugar más tranquilo, fuera de la vista de los tontos turistas. En las paredes encontramos a varios grupos de aguerridos escaladores agarrados a las paredes como arañas multicores.


Después marchamos a la playa de Railey oeste, pero en lugar de pasar por las rocas entre el agua, como había hecho yo el día anterior, hicimos una trepada que nos dejó en un senderito mucho más cómodo, aunque a Charo, novata en las labores de escalada, se le atragantaron un poco los primeros pasos.
En Railey oeste nos metimos hacia el interior y llegamos al otro lado de la peninsula, donde hay un manglar que está siendo destruido, aparentemente, para convertirlo en una playa ponzoñosa. En las paredes del sur comenzamos una muy bonita trepada en un terreno bastante seguro, porque estaba lleno de raices y de cuerdas para ayudarse.
Alcanzamos un estupendo mirador donde se contemplaba Railey y al fondo, los paredones que envuelven Ton Sai.


De aquí fuimos hacia un lago en el interior del macizo rocoso rodeado también por altas paredes. Charo se quedó esperándonos siguiendo las recomendaciones de Víctor, que conocía el lugar porque había estado el día anterior, y también por las dificultades añadidas que podría suponer la inminente tormenta que se avecinaba. La bajada hasta la laguna fue completamente en vertical y había que irse agarrando a las rocas o ayudarse con cuerdas. Ya en el fondo pudimos comprobar como la marea baja hacía que la laguna no pasara de ser una charca de lodo. Cuando el día anterior había estado allí Víctor, el nivel del agua era muy superior y por ello el lugar resultaba mucho más bonito.


Mientras estábamos en el fondo comenzó a llover con fuerza y comenzamos el regreso, que fue de lo más interesante y aventurero, pues el terreno por el que habíamos descendido ahora era un torrente de agua mezclada con tierra rojiza que caía sobre nosotros, nos empapaba y nos daba color. Además, el agua mezclada con tierra sobre mis ojos supuso que tuviera que ascender casi a ciegas en algunos tramos, lo que hizo la experiencia aún más emocionante.
Cuando llegamos a la parte superior, totamente empapados y rojizos, todavía seguía allí Charo que también estaba completamente mojada.
Juntos bajamos el siguiente tramo de pared hasta el camino, si bien de nuevo Charo tuvo sus problemillas por aquello de la falta de experiencia en esos terrenos; pero ella, lejos de amedrentarse, se lo tomó con paciencia y buen sentido del humor.

Una vez abajo dejó de llover y nos fuimos hasta la playa de Railey este o, de forma más apropiada, playa de Phra Nang, a unas pocas decenas de metros. Esta tiene una enorme pared en uno de los lados, con su nutrido grupo de escaladores, y está repleta de gigantescas estalactitas que amenazan a los bañistas como lo hacía la espada sobre el cuerpo del insomne Damocles.
Nos dimos un buen baño para refrescarnos y quitarnos de encima el sudor y el barro.


Después del baño, Víctor y yo nos fuimos hacia el imponente peñón de Thaiwand, en el otro extremo de la playa, donde le habían contado que había una cueva que se podía atravesar trepando para aparecer en un mirador sobre Railey oeste. Recorriendo la playa pudimos disfrutar del maravilloso paisaje de islotes a pocas decenas de metros mar adentro, aguas turquesas y las pintorescas y coloristas barcas tailandesas, y todo envuelto por un cielo nuboso y amenazante.


Llegamos sin dificultad a la entrada de la cueva, un enorme agujero sobre la pared del peñón, y fuimos pasando de unas salas a otras entre grandes estalactitas y estalagmitas. Las trepadas eran sencillas, pues había instaladas escaleras de bambú sujetas con cuerdas. Además, la oscuridad rara vez era absoluta, pues las grandes oquedades que presentaba la roca por un lugar o por otro, hacía que casi siempre llegara algo de luz a nuestras retinas. A pesar de ello íbamos con linternas, que por supuesto, eran imprescindibles si uno pretendía salir de allí ileso.
Y trepando trepando llegamos al mirador sobre la playa oeste. Por allí había un escalador que cuando nos vio se llevó su buen susto, pues no pensaba que pudiera haber nadie, y menos unos domingueros como nosotros. Tranquilo, le dijimos, que hemos venido a traves de la cueva, y le sugerimos que podría regresar por allí si le placía. Pero no, prefirió regresar rapelando: escalada manda.



Regresamos a Ton Sai deshaciendo todo el camino de la jornada que, del tirón, no llegó a una hora en total. Por la noche quedamos de nuevo para cenar y después nos acercamos a un garito al aire libre donde fueron llegando el grupo de escaladores españoles, gente que sus vacaciones anuales las dedican a recorrer el mundo buscando las paredes más espectaculares y los paisajes más bonitos donde practicar su deporte. Por lo que me contaron, Ton Sai es uno de esos lugares donde la gente vuelve año tras año: es un lugar idílico y llegar hasta aquí es relativamente económico y sencillo, para lo lejos que se encuentra de Europa.
En el garito tenían tendidas unas cuerdas para hacer funambulismo y pudimos contemplar desde a un tailandes haciendo auténtica proezas, pasando por los que más discretamente conseguían atravesarla sin caerse, hasta los que se metían sus buenos leñazos contra el suelo. Cuando las cuerdas se quedaron vacías, algunos de nuestro grupo probaron suerte, pero con desigual fortuna.
Como el mundo de los escaladores es de gente sanota y disciplinada, todos se fueron retirando a dormir y finalmente solo quedamos Víctor y yo tras la marcha también de Charo. Ambos se iban a ir al día siguiente al paradisiaco archipiélago de Phi Phi, al que se llega en apenas un par de horas de navegación desde el área de Krabi donde nos encontrábamos.


Al día siguiente, ya de nuevo en solitario, me dediqué fundamentalmente a estar bajo cubierto, pues estuvo lloviendo. Cuando por la tarde escampó, salí a pasear por la playa y a averiguar cómo llegar hasta Malasia, mi siguiente destino.
Gente que ya había pasado por el país me habían recomendado que fuera a la isla de Penang, muy cerca de la frontera con Tailandia. Lo bueno de esta opción era que desde Ton Sai podía contratar un viaje combinado para llegar hasta Georgetown, la principal población de la isla.
Al anochecer volví a acercarme a la playa y allí me encontré de nuevo con el grupo de escaladores. Después nos fuimos a cenar y tras ello, volvimos todos al garito al aire libre del día anterior, lugar estupendo para charlar y relajarse. Como el día había sido pasado por agua, la gente había elegido unas paredes con desplomes y techos en las que pudieron escalar sin que les cayera encima ni una sola gota de agua. Es lo que tienen estas montañas costeras del sur de Tailandia, meca de la escalada.


HORMIGUERO DE HORMIGÓN
(fotografía digital postprocesada)
FIESTA DE PLÁSTICO PARA CORAZONES DE NYLON
(fotografía digital postprocesada)
TORMENTO FERNÁNDEZ NO ESPERA COMPENSACIÓN
(fotografía digital postprocesada)
LA V CON LA A, VA; LA M CON LA O CON LA S, MOS;
LA Y CON LA A, YA: VAMOS YA
(fotografía digital postprocesada)
UNA RÁFAGA DE VIENTO Y MI PEINADO A LA VIRULÉ
(fotografía digital postprocesada)

12 comentarios:

  1. Quiero irme a vivir a Koh Tao ahora mismo. Creo que mis oídos aguantarían las inmersiones (y el reague de la superficie)

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  2. Vaya, por fin se puede comentar.Feliz año a todos y en especial a Don Juan J.Como te gusta meterte en cuevas, por lo menos llevas linterna que sería del colega, claro!!
    Esa islita es un paraíso, por cierto las escaladoras GUAPÍSIMAS.
    La segunda foto postprocesada parece una vomitona de escándalo y la últimaunos fósiles.Vamos digo yo, por comentar.
    Un saludo Villafranquino barroso

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  3. Feliz cumpleaños Jota, que lo pases hoy rebien...esta noche en el Ambros brindaremos en tu honor y recordaremos los abrazos del año pasado y por los futuros que quedan a tu vuelta...no dudes que te echaremos de menos y que sepas que es muuuduro trabajar mientras "otros" muestras que existen esos lugares que un dia vi con mis propios ojos y se que son de verdad y existen. Por favor, no nos tortures mas con esas impresionante fotografias...
    Maria A

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  4. Felicidades, Juanjo. Dice Juampe que son cuarenta los que cumples ¡Menuda tela! Pues nada, nada, dale cuerda al reloj si todavía no se te ha caído la corona y a patear entre el cuatro y el cinco. Recibe nuestros abrazos.
    PD: Ya hemos visto cómo se ponen las mujeres de Laos de opio. MO-RA-DI-TAS

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  5. HAPPY BIRTHDAY IN YOUR FOURTIES.
    EMILIO

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  6. Felicidades majete-cuarentón.Impresionante la isla, ayer estuvimos celebrando tu cumple y terminamos peor que los punkis de la foto.Un saludo.
    Juanpe.

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  7. Hola a todos: Muchas gracias por las felicitaciones. Estoy en la selva y peseando bajo los arboles y la lluvia, no lo vais a creer, pero todos los pajaritos, monillos, serpientes, arannas y sabandijas varias al unisono me decian: FELICIDADES.

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  8. Hola juanjo: Felicidades y feliz año nuevo, desde Valdemoro te deseamos esta familia que te sigue. José Claudio.

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  9. Hola, Juanjo!, muchas felicidades, con un poco de retraso., gracias por tu última postal, tus fotos impresionantes como siempre, aprovecho también para desearte todo lo mejor para este 2011.
    Muchos besos de mi parte y de Jesús, Ángel y Luis!

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  10. Hola Jose Claudio: felicidades a ti tambien y saludos a la familia. Besos.

    Marineli: si no te identificas no se quien eres, menos mal que conozco los nombres del resto del clan familiar. Besos y gracias.

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  11. Ostias!!!, si hay otro que ya tiene 40 tacos, como yo...
    Muchas Felicidades majete, con un poco de retraso, pero me acabo de enterar....
    Muchos besososos

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  12. Juanjoooooo...Con unos dias de retraso FELICIDADES y que cumplas muchos mas.....que sepas que no me das ninguna envidia, Madrid esta como nunca, desde que te fuistes todo es naturaleza y vida salvaje y ademas hay una playa acojonante que pusieron al lado del Manzanares, en fin, una maravilla...pero no te des prisa por venir porque por lo visto lo desmontan todo para mediados de marzo, lo siento tio, para la proxima sera.
    Un super abrazo

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