jueves, 2 de diciembre de 2010

SUR DE LAOS: UNA ISLA EN EL MEKONG Y UN TEMPLO MÁGICO BAJO LA MONTAÑA

Llegué a Pakse a las seis y pico de la mañana y esperé a que saliera el siguiente autobus hacia el sur, pues mi destino era Champasak a unas decenas de kilómetros, donde tenía pensado visitar Wat Phu, el enigmático complejo jemer.
Una hora después, a las siete y media, partió el autobus, en él íbamos una buena parte de los viajeros que veníamos desde Vientiane, pero casi todos continuarían hacia la región de las 4.000 islas del Mekong, fronteriza con Camboya. Pensaba que ese sería mi siguiente destino tras Champasak, pero nunca llegué. Ya veréis porcuá.

Junto a los tres florentinos con los que había dormido, había otro italiano, Shasha, también de la misma ciudad, y que había coincidido con ellos en el autobus. El mundo es pequeño, también para los italianos.
Resultó que los únicos que finalmente nos dirigíamos a Champasak eramos Shasha y yo. Para llegar hasta el pueblo había que tomar una barca y cruzar el río Mekong. Juntos nos fuimos a la ribera del río y un barquero se ofreció a transportarnos.
      

Por muy bien que yo pueda dormir en los autobuses, el día siguiente ando escaso de reflejos, y más aún si los tengo que utilizar en el idioma de la pérfida Albión. El caso es que el barquero, siguiendo las órdenes de Shasha, en lugar de dejarnos en la población, nos desembarcó en la isla de Dondaeng, encajada en el centro del cauce del río Mekong. Yo que iba atontado, no me apercibí de ello hasta que llegamos al tranquilo y bonito alojamiento que había en el extremo norte de la isla. Se trataba de unas instalaciones en las que colaboraba en su puesta a punto un francés que vive en Indochina dedicado a la mejora de las hospederías para turistas. El sitio disponía de una construcción de madera para salón, cocina y restaurante, una bonita casa sobre pilares con dos dormitorios colectivos, más los baños. Todo dentro de una finquita con jardín, arbolado y vistas sobre el río Mekong.
Cuando me percaté de que eso no era Champasak me quedé algo confuso, pues aunque este lugar parecía estupendo, quería ir al pueblo para visitar Wat Phu y en dos días marchar a las 4.000 islas. Y es que ya no disponía de mucho tiempo, pues mi visado no tardaría en caducar. Pensativo me quedé y finalmente resolví quedarme por ese día, ya que un poco el azar y un mucho de dejadez mental, me habían conducido hasta allí.
Después de un rato de reposar en el salón, Shasha y yo decidimos alquilar unas bicicletas para ir a recorrer la isla. Las bicicletas eran lamentables y cochambrosas a la par que caras, y al ponernos en marcha, la del italiano era aún peor que la mía, por lo que al poco de salir le aconsejé que regresáramos para que se la cambiaran. Dimos la vuelta y yo le esperé en la puerta de la finca a que saliera con otra. Pero Shasha no salía, así que entré a ver qué pasaba. El tío estaba recostado en uno de los sillones y al preguntarle qué sucedía me dijo que no había más bicicletas y que él se quedaba, pero que me fuera yo. Y es que hay que decir que Shasha, aunque muy buen tipo, es también un ser algo huraño, poco amigo de las pompas y de los requiebros expresivos. Qué le íbamos a hacer, que es que  nadie es perfecto.
Retomé el camino con la intención de dar la vuelta a la isla por su sendero perimetral, el que de hecho es, la principal vía de comunicación terrestre de la isla, pues aquí no hay coches: tan solo motos y bicicletas. En el camino me iba encontrando con aldeitas,  escuelas, bosquecillos, cultivos y templos, algunos de ellos en construcción (algo a recalcar: en Laos se están construyendo infinidad de templos budistas). Yo iba tan alegre saludando a toda persona con la que me cruzaba, ya fuera varón, hembra, infante o ganado.
    

Hacia la mitad de la ruta me encontré con dos mujeres españolas con las que paré a conversar un rato y que dieron la vuelta allí mismo, pues parecía que la isla no se acababa nunca. Y es verdad, el camino era duro y mucho más largo de lo que yo esperaba.
En un punto del camino este se hizo intransitable, di la vuelta y cogí una bifurcación para que me llevara hacia la orilla este.
Entre tanto, el paisaje era de lo más bonito, en unos lugares había bosquecillos de palmeras y en otros de grandes y densos árboles, también encontraba praderas y cultivos.
En el regreso, pues nunca encontré la forma de hacer la vuelta completa, paré en una escuela donde los niños andaban jugando por el patio. Me dirigí hacía las aulas, en unos barracones de madera en medio del campus, y toda la chiquillería vino hacia mí y me rodeó. Oye, cómo se reían entusiasmados cuando les enseñaba las fotos que les iba haciendo.
      

Llegué de vuelta a mi alojamiento justo de energías, pues entre el calor y la enorme incomodidad de la bicicleta, tenía hasta las piernas doloridas. Decidí almorzar frugalmente bebiéndome una estupenda Beerlao, la cerveza del país (muy apreciada también en la extranjería), junto con unos snacks o guarrerías que había comprado en un puestecillo en el camino.
Dejé pasar el rato y ya bien entrada la tarde, me decidí a ir a darme un baño en el Mekong siguiendo las sugerencia del francés que también se bañaba allí. A pesar de estar el alojamiento en la punta norte de la isla, a pié de los arenales, hasta que llegué a la zona de baño, tirando algo hacia el este, donde la corriente es menor, tardé un buen ratito, porque una cosa maravillosa que tiene este lugar en época seca, es su enorme y maravillosa playa fluvial de arena finísima, y sin una sola piedra u objeto que pueda dañar los piés.
El baño fue reconfortante y fantástico pues el agua, aunque fresca, no era fría y ganaba profundidad muy lentamente según me adentraba en el interior del cauce. Allí nadé un rato como en una cinta transportadora, pues haciéndolo contra la corriente, suave pero poderosa, permanecía casi en el mismo lugar.
Después de tan reparador baño, y tras la conveniente ducha, llegó la hora de la cena junto con Shasha y el francés. Cena exquisita de arroz, verduras del lugar y huevo atortillado.
Antes de irme a dormir, estuvimos el italiano y yo charlando durante un buen rato en el porche de los dormitorios, con una temperatura ideal y un entorno paradisiaco.

Al día siguiente mi intención era haberme marchado hacia Champasak pero lo idílico del lugar y lo agradable que para mi fue el día anterior, hizo que postergara la marcha un día más. El desayuno fue muy jugoso: arroz, verduras y huevo atortillado, junto con un café.
Al revisar mis fotografías descubrí que acumulaba un enorme retraso en su selección y clasificación, por lo que me pasé parte de la jornada liado con el ordenador sentado en un sillón del salón.
Además de estar con el ordenador y leer durante largo rato de forma relajada, este día me dí otro espléndido baño en el río. Ya fuera del agua, y mientras me secaba caminando por la arena de la orilla, pude contemplar una bonita escena de naturaleza: un grupo de vacas se dirigían con paso acelerado hacia el río al que tardaron en llegar largos minutos, pues la playa como ya he escrito, es enorme. Rápidamente se metieron en el agua, pero en lugar de refrescarse, darse un baño o comentar tranquilamente sus experiencias del día, bebieron brevemente y dieron la vuelta con indiferencia. A ellas el lugar no les impresionaba tanto como a mi ¿serían felices?
Shasha ese día cruzó el Mekong para ir a visitar el templo de Phu y no volvió hasta ya bien entrada la noche, justo antes de la cena. Comí con él, con el francés y otras dos chicas francesas, muy guapas ellas, que habían llegado un rato antes para pasar allí la noche. La cena también fue exquisita: arroz, verduras y huevo atortillado. También un poquito de pescado, y todo regado con cerveza del país. Después estuvimos charlando un rato y todos a la cama... y cada uno a la suya.
Por cierto, aquí unas fotillos del lugar, a que mola. It's cool!:


Cuando me levanté a la mañana siguiente pensé que qué huevos, en el sitio se estaba fenomenal y me quedaría un tercer día. Además con la tontería y la pereza del día anterior, no había fotografiado la playa ni había visitado una parte de la isla.
El desayuno estuvo muy bien: un café y arroz, vegetales y huevo atortillado; muy rico señora.

Después me equipé con todo mi material fotográfico y me puse a caminar por la playa norte para mi deleite y para el de mis posteriores lectores del blog, si los hubiere.
Las pisadas en la arena, la vegetación al fondo, la suave orilla empapada, todo era de una belleza sublime y comencé a disparar la cámara de forma desaforada pensando, además, en las posibilidades artísticas de aquellas formas, rugosidades, tonalidades, contrastes. Sí, temblad.


Para salir de la playa norte sin internarme en la isla tuve que caminar por el cauce del río con el agua casi alcanzándome las hueveras, pero disfrutando de aquel lugar espléndido. Llegué al margen este de la isla, donde había pescadores con sus largas barquitas y niños jugando en la orilla.
Después subí un alto terraplén y me introduje de nuevo en el interior de la isla, caminando por el sendero perimetral hacia el sur.


Fui pasando por chozas y pequeñas aldeas con sus templos, zonas boscosas, y cultivos. El sol pegaba de lo lindo, y al llegar hacia la mitad de la isla, cogí el camino que la cruza en busca de las ruinas de un antiguo templo que por allí debía haber. En este camino me crucé con Shasha que estaba haciendo el recorrido inverso y que venía cariacontecido por el calor, y me dijo que él no había visto las ruinas.
Seguí avanzando y no me costó encontrar el templo ruinoso, en un sendero de un kilómetro que salía del camino principal. El lugar, rodeado de bosque, estaba algo destartalado y no se puede decir que fuera bonito. Allí, además de los pedrolos amontonados, había un buda feo con cara de político tonto. Los alrededores estaban sembrados de tumbas budistas.


Como andaba deshidratado y algo hambriento, fui buscando algún lugar donde comprar una fresca cerveza y unas guarrerías para hacer el aperitivo on-the-road, pero no era posible, porque por los pocos sitios por donde pasé y que vendían cerveza, esta no estaba fría y además la comida no tenía un aspecto muy apetitoso. Más adelante vi a todos los varones adultos de una aldea arremolinados ante una televisión donde un par de señores se daban mamporrazos de lo lindo siguiendo las reglas del Muay Thai, o lucha tailandesa, de gran afición en toda Indochina.
Por fin me pude hacer con una cerveza y unos poco apetitosos snacks, y me los comí mirando al Mekong, lo que no es moco de pavo, ni de pava.



Cuando llegué de nuevo a mi alojamiento, otra vez bastante cansadote, me di otro estupendo baño en el río Mekong, y este fue ya el último. Consciente de ello, saboreé al máximo la experiencia al alcance de no demasiados mortales.
Por la noche antes de la cena, aparecieron por allí dos italianos amigos de Shasha que andaban buscándole. Resulta que mi huraño amigo viajaba con otros tres, pero ellos lo hacían en autostop y Shasha, con más posibles y menos ganas, prefería el autobus. Habían quedado en reunirse con ellos algún día por la zona y estos estaban tras su pista.
Los dos nuevos italianos eran del tipo encantador, morenos y bien parecidos, tono de voz meloso y grandes conversadores, también en español, pues habían vivido y trabajado en España. Su vida era de lo más interesante: mientras Shasha es un informático que trabajaba en Cambridge y había dejado el trabajo para darse un relajo de varios meses por Asia, los otros dos viven para viajar. Trabajan en bares, clubs, garitos y hospederías de todo el mundo y cuando se hacen con suficiente dinero para continuar viajando, dicen "muchas gracias, hasta la próxima" y continúan camino.
Después llegó Shasha, se saludaron con efusividad y todos juntos cenamos lo que en aquel lugar se ofrecía, siempre sorprendente: arroz, vegetales, huevo atortillado y algo de pescado. Como en el sitio ya no quedaba cerveza (gente poco previsora), uno de los italianos se ofreció a ir a comprarlas para todos.

Después de la cena, los amigos sacaron de su faltriquera varios productos de la tierra de Laos: flor del cáñamo y jugo de la adormidera, todo comprado de forma discreta y subrepticia por la zona. Lo prepararon  mezclándolo con tabaco y, siguiendo mi sugerencia, cogimos unas esterillas del local y nos fuimos todos a la playa fluvial invadida por una oscuridad casi absoluta. Nos sentamos comodamente y al principio conversamos, pero ante la rotundidad de aquel escenario y con los ojos de aquel que puede ver el infinito, nos fuimos tumbando y todos quedamos mudos.
La experiencia de esa noche fue de aquellas que nunca se olvidan en la vida. Rodeados de un enorme cielo sin luna y con una temperatura perfecta, nos sumimos en una profunda pero suave sensación de tranquilidad y placer mientras absortos, contemplábamos el universo que se presentaba ante nuestros ojos inmenso, bellísimo y fascinante. Así permanecimos hasta que todos, lentamente, nos fuimos quedando dormidos.
Cuando desperté eran las doce de la noche y me había quedado frío. Shasha ya se había retirado y yo procedí a lo mismo dirigiéndome a los aposentos. Los otros dos amigos se quedaron esa noche durmiendo en la playa, pues su alojamiento estaba en Champasak, y utilizaron como sábana la esterilla que Shasha y yo habíamos dejado libre.
A la mañana siguiente nos volvimos a encontrar todos y recordamos la maravillosa y excepcional noche pasada bajo la estrellas. Desayunamos juntos la que sería nuestra última comida allí. No os lo vais a creer, ese día tuvimos desayuno especial: un café, arroz, vegetales y huevo atortillado.


Shasha y yo recogimos nuestras pertenencias y cogiendo una barca, atravesamos el ancho y tranquilo río y llegamos hasta Champasak. Allí buscamos donde alojarnos, pero como no dimos con sus amigos, nos quedamos en una posada de tantas.
Con varios días de retraso, imprevistos pero maravillosamente degustados, alquilé una bicicleta y me dirigí hacia el complejo del templo de Phu, patrimonio de la humanidad y de estilo jemer, como los de Angkor.


Wat Phu dista como unos ocho kilómetros de Champasak y se llega de forma fácil por ser el terreno fundamentalmente llano. Se encuentra al abrigo de la montaña Phu Kao, que de forma informal es llamado monte del Pene, así como lo lees; y es, o fue, la morada de Shiva. El lugar es espectacular, precioso y muy frondoso. Fue ocupado desde el siglo V hasta el XIII más o menos, y allí se encontraba una importante ciudad primitiva del imperio jemer que fue abandonada para concentrarse en Angkor, Camboya.


En la parte inferior hay dos grandes lagos artificiales que representan los océanos y después se encuentran dos palacios (aunque se desconoce cual fue su uso). Estos palacios están bastante dañados por el movimiento de tierras y los efectos de la lluvia. Están siendo restaurados por equipos de arqueólogos italianos e indios. Aunque estaba prohibido, uno es amigo de colarse en los sitios, así que traspasé la valla del palacio norte y me acerqué a sus paredes de inclinación vertiginosa y que ahora tiene todos sus sillares numerados con pintura blanca. Allí estuve departiendo brevemente con el arqueólogo del equipo indio, quizás el señor Er. R. S. Jamwal, según me he informado.


Después hay una larga calzada flanqueada por hitos de piedra esculpida y que lleva hasta la base de la montaña.
Por unas escaleras tortuosas de baldosas removidas por los cambios del terreno y flanqueadas de arbolitos, e inmediatamente antes de la pared rocosa, se accede al llamado santuario. Se trata de un espléndido templo consagrado originalmente a Shiva pero reconvertido con el tiempo al budismo. Con paredes y dinteles con bellos bajorrelieves y un hermosote buda en su interior ruinoso, el templo me hizo evocar con perfección mi paso por Angkor.


Este es un lugar sagrado y mágico, y eso se observa facilmente por su ubicación en el abrigo de la montaña, como si el santuario estuviera colocado justo donde la montaña vierte su energía. Si uno además de guapo e inteligente, fuera suficientemente sensible (ninguno de estos adjetivos se me pueden asignar sin forzar hasta romperse el calzador), a buen seguro que habría sentido algo más que el simple extremecimiento por la belleza natural y artística que me rodeaba.
Más arriba del santuario, en una oquedad bajo la pared que alberga el santuario, la montaña rezuma su humedad formando una fuentecilla de aguas sagradas que son recogidas por un caño de madera esculpido como una cabeza de dragón (el dragón representa, tanto en oriente como en occidente, el poder de la naturaleza).
Además, a lo largo de la pared de la montaña tiene oquedades donde hay estatuas de budas y figurillas del panteón hindú, y esculpido en las rocas, se pueden encontrar elefantes, una serpiente, un cocodrilo, budas y la santísima trinidad hindú.
Desde el lugar, rodeado de densa floresta, se tiene una vista espectacular sobre todo el complejo y la llanura que forma el río Mekong.

 

El lugar es el mayor tesoro arqueológico de Laos, pero al estar en lugar remoto, no demasiados viajeros llegan hasta aquí. Esta relativa soledad hace que descubrir este lugar único sea aún más especial.
Y como podéis observar, una vez más se me ha ido la mano con el número de fotografías del lugar. Pero qué le voy a hacer, cómo privaros de tal espectáculo.


Cuando la tarde ya iba declinando, regresé por donde había venido y paré a saludar a un buda seriote incrustado entre las raices de dos árboles.
En el guesthouse me reuní con Shasha y juntos nos fuimos a visitar a sus amigos. Yo andaba hambriento porque no había vuelto a probar bocado desde la mañana, pero este me dijo que uno de sus amigos, cocinillas, había estado preparando, sorpresa, arroz para que cenáramos.


El arroz era lamentable pero me lo comí sin dudarlo a falta de otras opciones alimenticias a la vista. Allí nos tomamos unas cervezas y después descendimos hasta la estrecha margen del Mekong donde el guesthouse se asentaba. A pesar de lo calurosa de la noche, uno de los italianos, el cocinillas precisamente, quería hacer una hoguera y a ello que nos pusimos. Mientras ardía repetimos experiencia de ingesta de productos de la tierra laosiana. Esta noche fue muy distinta a la maravillosa experiencia del día anterior. Cambiado el entorno por uno mucho más estrecho y precario, con la luz que nos llegaba de la posada, y el calor de ambiente y hoguera, se puede decir que lo tomado esa noche y nada hubiera sido exactamente lo mismo. Yo me aparté un poco de mis compañeros para ver si en solitario podía sacarle más jugo a la cosa. Al poco de estar sentado entre la rala hierba, raíces y arena escuché un ruidito a mi espalda. Me giré y vi como venía hacia a mí un simpático escorpión negro zahíno. Cogí un palito y luché brevemente con él mientras se defendía con su cola aguijonada. Quedamos en tablas, pues no era cuestión de que ninguno saliera herido del lance. Regresé con mis compañeros y me senté en los escalones, lugar más seguro.
Sin mayores contratiempos ni sensaciones especiales nos retiramos todos a dormir.
A la mañana siguiente me levanté con el ánimo de, si era posible, coger un autobus que me llevara hasta Tailandia. Con mi estancia de tres días en la isla de Dondaeng, ya no me quedaba tiempo de visado para llegar hasta las 4.000 islas, más al sur, lugar al que iba a marchar Shasha en autobus y sus amigos en autostop.
Salí del hostal de Champasak camino del embarcadero y cuando llegué allí acababa de partir una barcaza, por lo que hasta que salió la siguiente tardó un buen rato, tanto que le dio tiempo a llegar a Shasha que tenía pensado salir como media hora más tarde que yo.
Juntos cruzamos el río Mekong y ya en la otra orilla, estuvimos esperando hasta que pasaran nuestros respectivos autobuses. El primero que llegó fue el del italiano, un pickup lleno hasta los topes y al que dudó si subir o no, pero ante la insistencia del conductor de que allí cabía sin problema, finalmente montó mientras el vehículo estaba rodeado de numerosos vendedores de frutas y baratijas que se habían avalanzado cuando lo vieron llegar.
Un ratito después llegó mi pickup, solo lleno hasta la mitad. Ya iba yo un poco justo de tiempo si quería coger el autobus para Tailandia tras la espera para cruzar el río, pero con este coche ya se me acabó de estropear el plan, porque antes de llegar a Pakse, la ciudad enlace, el conductor paró en diferentes sitios mientras iba a velocidad de tortuga. La puntilla la propinó el que parara en un mercado para que una de las viajeras seleccionara, uno a uno, pesara, valorara y finalmente comprara, un cargamento de pescado con el que llenó dos enormes cubos que ató a la parte trasera.


Ya en Pakse, en lugar de ir a la estación de autobuses, busqué una posada y me costó lo mío encontrarla, pues eran algo caras. El día lo eché dando una vuelta y conectado en un cibercafé.
A la mañana siguiente, antes de que partiera mi autobus hacia Tailandia, paseé por esta calurosa y feotilla ciudad, equipada con río y templos.

Pasado el mediodía, un tuktuk vino a buscarme para llevarme a la estación de autobuses. Allí monté en el bus que me llevaría hasta Ubon Ratchathani, población de Tailandia pasada la frontera. En el autobus había overbooking, pues vendieron más asientos de los que realmente tenía, y algunos viajeros tuvieron que hacer el trayecto de pié entre protestas. Yo fui afortunado y cogí uno de los últimos libres. El trámite de la frontera fue sencillo: para salir de Laos había que rellenar el formulario de salida que dan cuando entras al país; pero yo había perdido el mío y no hice por pedir otro, así que cuando llegó mi turno entregué el pasaporte y nadie me pidió el formulario (yo tampoco lo entiendo). Además, había que pagar una pequeña tasa de dinero por salir, pero como yo había gastado todo lo que llevaba, les dije que no tenía dinero, por lo que me pidieron un dolar a cambio, dolar que sí que tenía, pero con el que salí ganando, pues era menos que lo que había que pagar en kips.
Con estos trámites abandoné Laos, un país que al principio del viaje no tenía seguro si visitar, y al que finalmente le dediqué casi un mes. Tranquilo y bello sin estridencias, poco desarrollado quizás para su bien, es un lugar que queda fuera de las grandes rutas turísticas, pero que es muy fácil de visitar y de disfrutar, con gentes sonrientes y amables, precios bajos y calidades adecuadas. Un lugar para presumir diciendo: que yo he estado en Laos, cagoenlamar.
Ya en la estación de autobuses de Ubon Ratchathani, Tailandia, tuve que esperar como una hora para que saliera el mío camino de Bangkok, a donde tendría que llegar al amanecer.
   

El haber llegado allí con tanta premura me permitió elegir el para mí, mejor asiento del autobus de dos plantas: la primera fila del piso superior, donde me agencié dos asientos. Eso me hubiera permitido disfrutar del paisaje nocturno y de la ancha y perfectamente pavimentada calzada de la autopista, si no me hubiera pasado todo el viaje durmiendo. Por cierto, dentro del autobus hacía un frío del copón.


CRUZÁRONSE Y NI MÚ DIJÉRONSE
(fotografía digital postprocesada)
IMPEPINABLE EMPAPAMIENTO
(fotografía digital postprocesada)

NUEVOS ENFOQUES CONDUCIDOS POR LA INCONTENIBLE HIBRIDACIÓN
(fotografía digital postprocesada)
EXTRACTO DE UN EXCESIVO EXPRESIONISMO DE EXTRARRADIO (¿O NO?)
(fotografía digital postprocesada)
SOLVENTAR EL PROBLEMA AL ANOCHECER SERÍA UN ERROR,
PUES LA FALTA DE LUZ TAMBIÉN ENSOMBRECERÍA MI CONSCIENCIA
YA DE POR SI DEBILITADA DESDE QUE, SIENDO TODAVÍA UN CRÍO,
UN RUFIÁN IMPLANTÓ EN MI MENTE INMADURA UNA SERIE DE IDEAS
TOTALMENTE DESCABELLADAS, COMO BIEN PUEDE USTED APRECIAR
(fotografía digital postprocesada)

10 comentarios:

  1. Felices fiestas, hoy voy a ejercer de crítico literario, asunto que no me compete pero que me lo asigno: en la frase "Las pisadas en la arena, la vegetación al fondo, la suave orilla empapada, todo era de una belleza subliminal..."

    Según un diccionario importante en la red (Espasa-Calpe) la palabra SUBLIMINAL = adj [Percepción sensorial,emoción o sensación] que el hombre percibe y experimenta sin tener conciencia de ello:
    la propaganda subliminal está prohibida en publicidad y cine.

    Me he permitido buscar la palabra: SUBLIME (adj.) Excelente,admirable,lo más elevado en su género:
    el reflejo de la luz en sus obras es sublime.
    La palabra SUBLIME podría ser más apropiada.
    Un saludo Zamorano, y disculpen por las molestias.

    ResponderEliminar
  2. Por cierto le voy cogiendo el punto a las imágenes digitales post-procesadas, son impresionantes e impresionistas.
    Otro saludo Villabonense

    ResponderEliminar
  3. Hola Emilín: tienes toda la razón del world, se me escapó la palabreja, así que voy a arreglarlo ahora mismo. Muchas gracias por el interés, veo que te lees el texto de verdad.
    Me alegro que te gusten las postprocesadas, pues así mis idas de olla artísticas no caen en el saco roto de la indifirencia. Toma ya.
    Feliz Navidad para toda la familia.

    ResponderEliminar
  4. "Laos, un país que al principio del viaje no tenía seguro si visitar, y al que finalmente le dediqué casi un mes. Tranquilo y bello sin estridencias, poco desarrollado quizás para su bien, es un lugar que queda fuera de las grandes rutas turísticas, pero que es muy fácil de visitar y de disfrutar, con gentes sonrientes y amables, precios bajos y calidades adecuadas. Un lugar para presumir diciendo: que yo he estado en Laos, cagoenlamar."

    Este breve relato sobre Laos, extraído de tu interesante artículo, bien podía haberlo escrito Luis Roldán (ex-guardia civil y vividor de lo ajeno).
    Por cierto, no te cortes con las fotos...son magníficas. Pakse, que envidia !!

    ResponderEliminar
  5. Hola Juan!! Soy Victor (me conociste en Ton sai: Railay)
    Me alegro de ver que todo va bien (auqnue Kuala lumpur no te este gustando). El blog parece una pasada! lastima que no tenga tiempo para leerlo ahora, pero lo mirare como ayuda de viaje cuando me mueva hacia el norte. Y menudas fotazas! eres un profesional!
    Felices fiestas y que todo siga bien, seguire tu viaje por aqui.
    Estamos en contacto, te he agregado al FB.
    Un abrazo!

    ResponderEliminar
  6. Hola Dani:
    De hecho, la frase resumen sobre Laos me la redactó Luis Roldán desde chirona y es que el gañán, además de continuar la larga y centenaria tradición de granujas y pillos castellanos (maldita sea), fue un precursor en turismo exótico. Por aquel entonces nadie sabía dónde estaba Laos y él lo abrió al turismo internacional.

    Hola Víctor:
    Me alegro que te guste el blog, gracias por los piropos. Tras nuestra amistad en Facebook he visto la foto de PhiPhi donde sale el tío feo ese pero que tiene la mejor luz para el color de las aguas.
    Que sigas el viaje con alegría y seguimos en contacto, seguramente por FB, al que cada vez me conecto más y dónde extiendo mi característica y enloquecida verborrea literaria.

    ResponderEliminar
  7. ¡Hola Juan! Me ha encantado tu relato. Lo cierto es que yo pasé por Laos medio de puntillas y no llegué a descubrir el sur. Viendo tus fotos me dan ganas de agarrar un avión y regresar a ver todo lo que me perdí.

    Si te parece bien, voy a recomendar esta entrada en la sección "Compañeros de Ruta" de Diario del Viajero, el próximo domingo.

    Un abrazo fuerte, espero que tengas una feliz entrada de año en KL, a pesar del cuchitril ;)

    ResponderEliminar
  8. Hola Ku: me alegro poder leerte de nuevo. Y además siempre es para piropearme; jopelines, qué bien.
    Yo encantado de tus recomendaciones para el Diario del Viajero, que cuanto más gente lea el blog, más se justifica mi dedicación (más que nada para autoconvencerme de que debo seguir esforzándome en su preparación).
    Muchas gracias y feliz año nuevo.

    ResponderEliminar
  9. Te felicito por haber sabido transmitir tan bien las maravillas de Dondaeng. Lo que parecía una encerrona terminó siendo un baño de tres jornadas y una noche estupenda.Lo extraño es que no buscaras al barquero para darle las gracias y un buen beso. Claramente Wat Phu y los jemer podían esperar.
    Ya te dije que acumularía tiempo de no entrar en FCBK y lo invertiría aquí. La verdad me he empapado de Asia y he salido ganando. Desde aquí también puedo desearte un 2011 lleno de visiones y andanzas
    América

    ResponderEliminar
  10. Reforzarte en tu esfuerzo que el blog se lee aunque no nos hagamos presentes.

    Feliz Año Nuevo ¡¡¡ Se te echó de menos por La Pasión je,je.

    Un abrazo.

    Anita (la vecina de Costanilla)

    ResponderEliminar