martes, 28 de diciembre de 2010

GEORGETOWN EN SALSA ROSA (ISLA DE PENANG, MALASIA)

Y así, el 19 de diciembre por la mañana, tomé un barco-taxi en la playa de Ton Sai que me llevó a la playa contigua de Ao Nang, provincia de Krabi, Tailandia. Siguiendo las instrucciones que me habían dado en la agencia de viajes, me aposté junto a una oficina de la Policía esperando a que vinieran a recogerme mientras comenzaba a llover con fuerza. Por allí había más turistas esperando y todos fueron yéndose según venían a por ellos. Yo empecé a mosquearme porque debían haberme recogido sobre las diez de la mañana, ya eran las 10h30 pasadas y por allí no aparecía mi salvador. Pero ya cerca de las once vino un chico, y tras comprobar que era yo a quien buscaba, me indicó que me subiera a un minibus y comencé la marcha hacia Malasia.

En no sé qué población cerca de la frontera me bajé del minibus, un motorista vino a buscarme y me llevó hasta una pequeña agencia de viajes donde esperé a continuar el resto del trayecto.
Allí también estaba Jane, una chica inglesa de voz nasal y chillona, extrovertida y ultralocuaz, de esas que son capaces de contar, con todo lujo de detalles, las experiencias del día a una maceta con geranios y luego preguntarles qué opinan ellos. Además, como pude ir comprobando, tan pronto opinaba Blanco como después de un rato opinaba Negro. Todos andamos algo perdidos en esa cosa llamada mundo. Jane vive en Japón dando clases de inglés de forma apasionada, tal como ella me declaró, y me lo creo.
En la frontera con Malasia había un atascazo de coches tremendo. Llegamos al puesto fronterizo de Tailandia, nos bajamos del minibus, nos sellaron los pasaportes y a continuación volvimos a montar y, despacito despacito, llegamos al puesto de entrada en Malasia. Pasamos el equipaje por los detectores y nos pusieron un sello válido por 90 días de visita turística.
     

Seguimos camino y ya bien entrada la noche, sobre las diez, llegamos a Palau Penang, que en malayo significa: la isla del árbol de la pimienta de indias.
Yo me suponía este lugar pequeño y vestusto, pero todo lo contrario, es de las zonas más habitadas de Malasia.
La capital de la isla es Georgetown y a Jane y a mi nos dejaron en la zona antigua y turística. Juntos buscamos donde alojarnos a horas tan tardías. No fue fácil porque muchas posadas ya estaban llenas, unas eran cutres o caras y otras estaban regidas por enfermos mentales. Como en una en la que tras enseñarnos una habitación pregunté si podía ver el servicio y la dueña, una europea o algo peor, montó en cólera y entre gritos me dijo que qué desvergüenza la mía, ir a casa ajena y preguntar por el baño, desconfiando de su salubridad y adecuación, y además nunca había sufrido tal humillación ni había pasado por experiencia tan desagradable.
Total, que optamos por quedarnos en el agradable y simpático guesthouse de al lado, en un dormitorio común casi abarrotado, limpio y bien climatizado.
Nos fuimos a cenar a un puesto callejero antes de que cerraran, y ya de nuevo en la posada, nos quedamos bebiendo una cerveza en la entrada mientras hablábamos con unos argentinos. Jane se retiró y yo seguí charlando. Cuando quise entrar para ir a dormir, la posada ya estaba cerrada y como con la llave que me habían dado no podía abrir la puerta, llamé infructuosamente para que vinieran a socorrerme. Ya estaba yo midiendo mis posibilidades de escalar una tubería de la pared para alcanzar la terraza del primer piso, cuando llegaron una pareja de huéspedes y abrieron sin mayor dificultad el candado de una puerta lateral y pude entrar.
En un ordenador del salón estaba sentado Theodore, un griego viejuno y con muy malas pulgas que no había hecho nada para ayudarme cuando llamaba a la puerta.

Malasia es algo más caro que Tailandia, pero aún así sigue siendo bastante económico, salvo para la cerveza y las bebidas alcohólicas en general, que alcanzan un precio similar al de España, por ejemplo. Al tratarse de un país musulmán, el alcohol está fuertemente gravado para que sus ciudadanos cumplan doble condena: primero pagándolo a alto precio y más adelante, Alá dispondrá, con el infierno.
Georgetown es la capital de la isla de Penang. Es una ciudad que se desarrolló en el siglo XIX cuando la corona británica se la donó a la Compañía de las Indias Orientales para el control del paso del estrecho de Malaca, entre la península de Malasia y la isla de Sumatra, el paso natural entre el océano Indico y los mares de sur de China que conecta con todo el Lejano Oriente. La compañía de las Indias Orientales además de Penang controlaba por aquella época los puertos de Malaca y Singapur.
Yo pensaba que este lugar era pequeño y poco desarrollado, pero era pura ignorancia. Georgetown y la isla de Penang es de los lugares más poblados de Malasia, tiene sus buenos rascacielos y el puente que une la isla con el continente es de los más largos del mundo con 8,4 kilómetros. Además, en Penang se encuentra la industria tecnologíca de Malasia, con numerosas fábricas y oficinas de firmas internacionales.
En Malasia conviven tres grupos humanos mayoritarios: los malayos (callos malayos, en general), los de origen chino y los de origen indio. Penang es la única zona de Malasia donde la población es mayoritariamente china (la isla de Singapur también está constituida mayoritariamente por chinos, pero es un estado independiente). Además del malayo, del chino y del indi, en Malasia todo, o casi todo el mundo, habla inglés.
    

La posada donde estaba alojado resultó ser un sitio muy agradable y por ello decidí quedarme allí hasta pasar el día de navidad. No se puede decir que en los largos días que estuve en Georgetown estuviera muy activo, todo lo contrario, sobre mi cayó la holgazanería y la pereza. Y es que como escribía Charles Boudelaire, no se puede ser sublime sin interrupción. A la postre y no sin esfuerzos, conseguí poner en orden fotos y escribir para el diario.
Pero esto no es algo que me ocurriera solo a mi, como la ciudad resulta de lo más acogedora y exótica, muchos viajeros paran aquí durante mucho tiempo y se dedican a conectarse a facebook, a charlar con otros viajeros, y a beber cerveza y whisky como a continuación se verá.
    

No hice por visitar ningún lugar de la isla salvo Georgetown, la cual me pateé en numerosas ocasiones y siempre disfrutando de su genuino sabor colonial y su exótica mezcla de razas malaya, china, india y europea. El casco antiguo de la ciudad es patrimonio de la humanidad. Está conformado por casas de dos plantas reciamente construidas y todas ellas con estrechos soportales para ponerse a salvo de las muy habituales lluvias torrenciales y del sol justiciero. Los edificios, si bien están en buen estado, no tienen ese aspecto impecable de otras ciudades patrimonio de la humanidad, muchos están descascarillados y descoloridos. Esto le da a la ciudad un aire de autenticidad que es mi favorito frente a las que están tan perfectas como una postal.
    

En Georgetown hay barrios indio y chino. Las casas coloniales son iguales, la diferencia está en la gente y en los templos. También hay alguna primorosa mezquita. El día que fui a visitarla dudé de si entrar o no, porque ya sabéis que yo con los musulmanes, más que encuentros tengo encontronazos. Finalmente, y tras recorrer su perímetro me descalcé y opté por entrar, pues como les gusta decir a los miembros más abiertos de esta religión para esclavos: aunque con diferentes caras y religiones, sólo hay un dios. Entré y caminé discreta y silenciosamente por una de las grandes salas hasta que al otro lado de la misma, vi como un hijo de Alá me hacía señas con la mano para que me marchara. En fin, que me quedo con los budistas, amables y sonrientes, y en cuyos templos siempre eres bienvenido.


Los primeros días en la posada estuve contento porque se dio la circunstancia que en ese momento la ocupábamos gente diversa e interesante, incluso agradable. Esto fue cambiando con los días mientras la gente iba marchándose y llegando otros de esos que prefieren no saludar. Además, se daba una curiosa circunstancia que se ha ido repitiendo en Malasia: tan pronto un día el guesthouse estaba lleno como al día siguiente prácticamente vacío. Estoy desarrollando una teoría sobre el comportamiento ondulante de la sociedad.

Los dos primeros días andaban por allí un francés negro y musculado con su novia rusa, muy simpáticos y dicharacheros. Me contaron que cuando llegaron a la ciudad también pasaron por la posada contigua, pero al preguntarle a la irascible dueña si podían ver los baños, esta les había contestado como a mi, de forma iracunda, que por supuesto que no, así que se marcharon.
En el hostal llevaba mucho tiempo Tommy, un finlandés alcohólico pero buena persona como él mismo se define, y a fé que ambas cosas son bien ciertas. Un día me contó que no soportaba Finlandia, el clima, su frío, la oscuridad, su gente, la forma de vida. Él había decidido escapar y no quería volver; su mejor amigo no hacía mucho que se había suicidado pegándose un tiro en la cabeza.
Estaba también un americano de cuyo nombre nunca hice por enterarme porque me caía como una patada en el culo, el tipo se cruzó conmigo decenas de veces y nunca me miró a los ojos ni hizo por saludarme. Como yo también soy de aúpa, en varias ocasiones rehuí sentarme en el salón a charlar con la gente porque el tío este estaba entre ellos. Un día vino Jane llorando al dormitorio porque mientras estaba charlando en el salón, el americano le dijo que se callara de una puta vez.
También llegó al hostal Tetsuwo Ogata, un chico japonés muy divertido por su inconfudible forma de ser a la japonesa: cuando se presentó en el dormitorio nos saludó a todos los que allí estábamos con una profunda reverencia. Su inglés es trastavillado y difícil, parece que se entera de lo que le dices, pero al momento y con golpes de cabeza, reconoce que no se ha enterado de nada. Su forma de hablar es como los mandobles de una catana, cada palabra es un golpe sonoro.
Otro tipo pintoresco era Brent Bowie, un australiano de 21 años, heavy-siniestro o algo así, con toda la indumentaria reglamentaria: delgado como un palillo, mallas de licra, pelo larguísimo y banda de tela de leopardo en la cabeza, camiseta ajustada y raída, pulseras de pinchos, cinturón con calavera, botines de puntera de aguja, y tatuajes variados presididos por una perfecta imagen de David Bowie. Todo un espectáculo. Estaba en Georgetown porque le habían contratado para actuar en el Hard Rock Café de la parte moderna de la ciudad.

Además estaba Theodore, al que me referí antes. Griego que vive en Australia, mayorcete y algo decrépito, bajito y achatado, ojos azules, muy mala hostia. Los primeros días tenía un ojo morado, luego comprendí que le debieron dar un puñetazo, seguramente bien merecido. Por último hablaré de Phoebe (pronunciado Fibi), una inglesa macarra, lanzadísima y muy amiga de Johnny, el señor Walker.
Una noche iba a bajar a comprarme una cerveza para refrescarme el gaznate, cuando encontré en una de las terrazas de la posada a Theo y a Phoebe bebiéndose unos cubatas y charlando. Ella me dijo que se iban a ir a tomar más whisky a una zona de copas así que les pregunté si me podía unir a ellos. Phoebe dijo que claro, pero se ve que esto a Theo no le hizo ninguna gracia. Juntos marchamos mientras Theo intentaba meterle mano a Phoebe y le hacía proposiciones deshonestas, momento en el que comprendí que había hecho mal en ofrecerme a acompañarles. Llegados a una tienda, ella dijo que compráramos una botella de escocés malayo pero que ella ya había pagado la anterior. Theo no quería pagar y este sugirió que la comprara yo, discutieron entre ellos y Phoebe hizo amago de que se enfadaba y se marchaba, mientras yo no me enteraba nada bien de lo que estaba sucediendo. Entonces Theo me dijo que hiciera algo; pero como yo no sabía qué hacer, pues de nada me estaba enterando, me replicó iracundo que cómo que no sabía, que no hacía más que perseguir a Phoebe. Sorpresa, la primera noticia que tenía al respecto. En eso volvió la chica desenmascarando su farol y juntos se pusieron a caminar mientras seguían medio discutiendo. Yo me quedé algo atrasado, y como al fin y al cabo mi única intención era salir un rato a tomarme una cerveza y pasarlo bien, me paré mientros ellos se alejaban, di la vuelta y me volví a la posada.


En la tarde del día siguiente Phoebe me dijo que por la noche un grupo de gente del hostal iban a ir a Hard Rock Café a ver actuar a Brent y que si me quería unir. Le dije que claro que sí; al fin y al cabo con más gente, si había gresca la cosa estaría amortiguada. Luego entendí que seguramente, lo único que pretendía era compartir los gastos del taxi, que hasta aquel lugar era bastante caro. Finalmente solo íbamos cuatro: yo, Phoebe, Tetsuwo y un inglés de origen chino. Nos costó lo nuestro llegar, porque Phoebe había acordado con un taxista indio que nos llevara y trajera, pero como es habitual entre este gremio (taxistas indios), este no tenía ni la más remota idea de donde se encontraba el Hard Rock Café. Nos dejó en un sitio diciendo que allí estaba el local, pero al no verlo, preguntamos a unos viandantes si nos podían indicar. El bar estaba todavía bastante lejos y al informarle de ello al taxista, nos dijo que no nos llevaba. En fin, que cogimos otro, conducido por un malayo, que no tuvo el mayor problema en llevarnos mientras en su interior nos bebíamos unos cubatas improvisados por Phoebe.
Resultó que esa noche no actuaba nuestro amigo australiano, sino un grupo local que tocaba versiones perfectas y muy potentes de canciones hard-rock. En el local estaba Brent que se llevó una gran alegría al vernos llegar. Junto a él estuvimos viendo el concierto y bebiendo unas cervezas. Por cierto, toda la carta del local tenía unos precios estratosféricos. Lo pasamos bien, incluso salimos a bailar a la pista en alguna ocasión.
Como el australiano finalmente tocaría al día siguiente, tenía alojamiento en el lujoso Hard Rock Hotel y consumiciones gratis en el Café.
Una vez acabado el concierto nos fuimos, junto a los miembros del grupo que había actuado, a la terraza de un bar musulman cercano. Como no tenían nada de alcohol, nos pedimos unas rocacolas y Phoebe, ni corto ni perezoso y no aguantando esa situación de tan baja graduación, nos pidió dinero, se levantó, paró un taxi y le dijo que le llevara a la licorería más cercana. Al rato volvió con una pequeña botella de whisky y la mezclamos con las rocacolas.
Finalmente un miembro del grupo se marchaba a casa en su coche y nos ofreció llevarnos hasta nuestro alojamiento, cosa que le agradecimos infinitamente.
Una vez en el guesthouse, y como a Phoebe todavía le quedaba algo de whisky, me quedé con ella apurándolo en el salón, mientras hablábamos de lo mundano y de lo divino. Me comentó que ella venía de una familia que en su día había sido influyente y adinerada, y que había pertenecido a la francmasonería; pero con el tiempo había entrado en decadencia y habían perdido toda su riqueza. Ella estaba en Malasia abriendo un novedoso negocio de publicidad en internet y su intención era quedarse allí hasta hacerse rica de nuevo.

Foto tomada del Facebook de Brent Bowie

Y así, llegó la nochebuena. En el hostal hacían una fiesta de navidad para los huéspedes, pero mi melancolía me impedía bajar, pues no me apetecía ninguna fiesta, y estaba plácida y cómodamente leyendo en mi cama. Brent pasó por la habitación y me dijo que bajara, le dije que después. Vino también Tetsuwo y me dijo que bajara, le contesté que después. Finalmente llegó la dueña y me dijo que bajara ahora, y le volví a contestar que seguramente lo haría después. Con tanta insistencia por parte de buena gente, mi yo melancólico y mi yo vigoroso entablaron una fiera lucha de argumentaciones; finalmente venció el segundo y con casi tres horas de retraso me incorporé a la fiesta colocándome un gorro de Santa Clown. Por allí estaba Jon y su novia Idoia, vizcaínos, que habían llegado esa misma tarde al lugar (el Señorío de Vizcaya es una aislada y remota región fronteriza con Santander y Burgos, en el noreste de Castilla), también estaban Mahdi y Mona, una pareja de iraníes que viven en Kuala Lumpur y que caminando por las calles de Georgetown, habían pasado por delante del hostal y se habían quedado a celebrar la navidad con el resto de moradores. Estuve un rato hablando con ellos y me contaron que él toca la guitarra flamenca y a ambos les encanta el flamenco y España y que de hecho, Mona sentía que de existir la reencarnación, a buen seguro ella en otra vida fue española.
Después me puse a charlar con Jon y allí nos quedamos los dos hasta las cinco de la mañana, cuando todo el mundo hacía rato que se habían retirado a dormir. Entre muchas cosas me dijo que él había sido escalador, pero que desde un tiempo se dedicaba al surf y podía asegurarme que no hay nada comparable a la emoción de coger una ola y sentir la fuerza y el impulso del mar, emoción muy superior a la de la escalada. Eso sí, me dijo que la mayor parte de los surfistas son unos auténticos hijos de puta.

Foto tomada del Facebook de Tetsuwo
Foto tomada del Facebook de Jane

Foto tomada del Facebook de Theodore
Como hicimos buenas migas, al día siguiente, navidad, me fui con Jon e Idoia a cenar a unos puestos callejeros a casi media hora andando de nuestro hotel. Ellos continuaban camino al día siguiente en su largo viaje, por el que ya habían pasado por China y otros países de la región. Tienen un blog de su viaje, así que si percutes aquí, llegarás hasta él.
Yo por mi parte, y tras tantos días de estancia en Georgetown, ya parecía que me estaba haciendo ciudadano del lugar, así que tocaba volver al nomadismo y cambiar de población. Además, cada día que pasaba sentía el ambiente del lugar más enrarezido. La mañana del 26, cuando todavía mucha gente estaba dormida, Theo el griego montó en cólera diciéndole al japonés que tenía encima en la litera que no quería que durmiese la noche siguiente ahí, que se marchara, que no hacía más que moverse por la noche y no le había dejado dormir. Dio tan mal rollo la escena que esa mañana Jane cogió su equipaje y se cambió de guesthouse diciéndole a Theo que se iba por la escena que había montado.


El día 27 me marché hacia Kuala Lumpur. Antes de irme se me acercó Theo y me dijo que, cuando estuviera en la capital, le escribiera recomendándole un buen y barato alojamiento para él, que iría en breve. Se despidió de mi dándome la mano y diciendo en un español titubante: hola, hola. Por supuesto, nunca le escribí.




THEODORE HATZIGEORGIOU NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA
(fotografía digital postprocesada)

9 comentarios:

  1. Viajando uno tiende a toparse con ciertos elementos y personajes peculiares... pero lo tuyo es demasiado, parace que estaban todos juntos en el mismo sitio y a la misma hora!!

    saludos desde Vitoria! :)

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  2. Vaya colegas te has ido a echar en Georgetown, vente a Don Benito que he oído que hay gente normal.(Si vuelves a reunirlos podeis hacer una película Gore o apalizaros uu poquito)
    Un saludo (Este episodio ha sido muy jocoso)
    Un saludo Extremeño

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  3. No recuerdo algo tan gracioso desde los comentarios de Calmoril@.je,je,je..
    Otro saludo Donbenitense

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  4. Veo que sigues engrosando la lista de viajeros peculiares. Yaz sabes, de todo ha en la viña...
    Curiosas navidades las tuyas; estoy ansioso por llegar a Kuala Lumpur y fin de año.
    Un abrazo campeón !
    Dani

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  5. Joder Juanjo, menuda fauna te encuentras por ahí. Eso sí, lo bueno es que con tipos así no le da tiempo a uno a aburrirse. Espero que no coincidieras con tu amigo Theo ni con el simpático yanqui en Kuala Lumpur, que mal rollo.

    Cuídate mucho.
    David.

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  6. Parece que el declive de la Georgetown's family empezó cuando el cabrón del yanki hizo llorar a la adorable Jane. Todo esto es muy gracioso Juanjo.
    Muchos besos
    América
    PD: ¿Sabemos si el puñetazo que llevaba Theo en el ojo lo había propinado la masona?

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  7. Otra cosa ¿desde hace cuánto suena esa música en tu cabeza?, ¿cuándo no bebes te pasa?

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  8. http://www.youtube.com/watch?v=-lPZhdOLBTc

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  9. Hola a todos: me alegro que os hayáis divertido leyendo, yo también me reí bastante escribiendo. Aunque lo cierto es que es más gracioso escrito que vivido. Cosas de la literatura.

    América, efectivamente la falta de bebida hace que la música retumbe en mi cabeza, aunque pensándolo bien... cuando bebo también retumba. La idea es ir poniendo como una vez a la semana musiquita de esa que a veces tarareo, a ver si os vuelvo locos también a vosotros.
    Y muy bueno el camarote de los hermanos Marx, algo así era la posada de Georgetown ;-)

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