sábado, 20 de noviembre de 2010

LAOS: DE LA BELLA LUANG PRABANG A LA FESTIVA Y AVENTURERA VANG VIENG

Una vez terminadas mis andanzas boscosas y rurales por el norte de Laos, mi siguiente parada sería Luang Prabang.
Para llegar a la estación de autobuses cogí un tuk-tuk y no dejaba de extrañarme la enorme distancia que hay entre Luang Namtha y esta parada, como 10 kilómetros, a la vuelta de la esquina, como el que dice.
Allí cogí un autobus local cargado mitad de laoñoles y mitad de otra gente rara. El vehículo era bien viejo e incómodo. Lo mejor era tener las ventanillas cerradas para que no entrara el polvo de la carretera, pero de tanto en tanto se pasaba el técnico auxiliar del conductor para que la gente las abriera y así se ventilara la estancia. Al poco, la gente volvía a cerrarlas.
El camino trancurrió casi en su totalidad entre montes y bosques. En un momento dado, la dirección (creo que era la dirección) comenzó a hacer un ruído horripilante, como si a un gato-robot gigante le pisara una bota con pinchos de un androide, también gigante... que bonito ejemplo.

El bus tuvo que parar obligatoriamente y pensé: ya la hemos liado, menos mal que esta noche no he quedado a cenar con el señor embajador.
El conductor y su técnico auxiliar se bajaron a ver qué pasaba y con ellos toda la tripulación. Los dos se metieron debajo del aparato y comenzaron a dar martillazos.
En la espera, que no fue muy larga, cada vez que pasaba un camión o coche por la carretera había que ponerse a cubierto, pues levantaba una polvareda que impedía visión y respiración.
      

Finalmente los buenos martillazos y supongo que alguna labor más delicada sobre la dirección, hicieron que el autobus continuara como si tal cosa.
Más adelante, en un profundo barranco que caía hasta el río, paró de nuevo el autobus, pero esta vez fue para que el conductor observara un accidente que allí se había producido seguramente no hacía mucho tiempo. Abajote del todo se veía un autobus en medio del río y gente que andaba caminando por el agua. No parecían heridos sino más bien inspectores del suceso. Como no nos entendíamos con el conductor, no se supo cuándo había sucedido, pero estaba claro qué había sucedido.
    

Al atardecer llegué al extrarradio de Luang Prabang, ciudad patrimonio de la humanidad. Tuve que coger un tuk-tuk, junto con otros extranjeros, para llegar hasta el centro y allí enseguida encontré buen alojamiento. Tras descansar un rato salí a buscar donde comer-cenar, ya era de noche y tenía hambre, por lo que no inspeccioné debidamente el terreno. Me senté en la terraza de un bonito hotel y allí me pedí una pizza que si bien estaba riquísima, también hacía riquísimos a los dueños.
Después paseé por el interminable mercado nocturno de la ciudad, una larga calle repleta de puestos con artesanía para turistas en la que casi no queda espacio para caminar. Después me salí de esa agobiante calle y di ya un más sosegado paseo por la orilla del río.
    
    
A la mañana siguiente me levanté sin prisas, que es lo normal en mi, y como había visto que la ciudad no era muy grande, decidí recorrerla caminando. Fue un error, aunque no grave, pues la ciudad es muy alargada y se tarda mucho en recorrerla.
Luang Prabang está considerada como la ciudad más encantadora de todo el sureste asiático y aunque no las he visto todas, claro, puedo decir que esta afirmación no está muy lejos de ser cierta. Me voy a explicar.
La cuidad ocupa una especie de península afilada entre el río Mekong y un afluente. Al otro lado del río, aunque hay alguna aldea, esta no se llega ni siquiera a ver debido a la frondosa vegetación, por lo que la vista que se tiene es de montes llenos de floresta que llega hasta el río. La ciudad está compuesta de unas largas calles paralelas al Mekong repletas de bonitos templos dorados y casas de madera de estilo laosino y colonial francés. No hay mucho tráfico, por lo que pasear es una delicia absoluta y si es en bicicleta, mejor aún.
En el centro de la ciudad hay un monte arbolado donde se encuentra un templo sobre una cueva sagrada y por sus calles pasan continuamente grupos de monjes vestidos de azafrán y ayudados por sombrillas para no sufrir los rigores del sol, que suele pegar duro.
Al ser patrimonio de la humanidad y vivir casi totalmente del turismo. la ciudad está exquisitamente cuidada, está repleta de bonitos hoteles y restaurantes y hay hasta coches de época adornando las calles.
Con este panorama, amigo mío, no es de extrañar que rápidamente decidiera quedarme unos días a disfrutar de tan encantador lugar.
    

Como ya he contado, el primer día recorrí parte del lugar caminando, pero sin duda lo mejor es la bici, que además alquilan en casi cada esquina.
Al día siguiente, ya sobre dos ruedas, me di una de esas palizas a las que soy tan aficionado, pues tras recorrer todas las calles del centro de la ciudad, fácil, decidí explorar los alrededores, por lo que cruzando un puente sobre el afluente del Mekong, me fui hasta otra población ya mucho más rural, y donde el asfalto no existía, sólo pistas de tierra entre casas de madera.
A la vuelta, paré a comer en un restaurante junto a la orilla del Mekong. Vista única y maravillosa. Por cierto, que se come muy bien y barato.
    

Después de la comida y su merecido reposo, y por aquello de sacarle el máximo partido a la bici, tomé hacia el sur la carretera paralela al río, para ver hasta dónde me llevaba. Ya en las afueras me bajé hasta la orilla y estuve disfrutando, entre la arena removida por los camiones y la basura, de la belleza espectacular del río entre los frondosos montes.
Quise continuar aún más y seguí hasta una desviación donde decía que había a unos pocos kilómetros unas cascadas. Y hasta allá que me fui.
Las cataratas, aunque pequeñas, cataratitas, eran encantadoras, si no fuera porque estaban construyendo unos bungalows a su alrededor. Y digo yo como ibérico que sabe lo que es cargarse el entorno así porque sí ¿qué necesidad hay de construir unas casas justo al lado de las cataratitas, con el ruido que hacen día y noche y con la humedad que levantan? Hay mucha necesidad. ¿No sería mejor dejar unas buenas decenas de metros con sus arbolitos y su hierbecita manteniendo, o mejorando, un paisaje idílico? No (vaya preguntas más bobas que me hago).


Ahora sí, ya ligeramente cansado y con el día tocando a su fin, decidí dar la vuelta. Menos mal que todo el camino era llano. En el regreso paré en un hotel a las afueras donde vi una estupenda y espectacular colección de motos aparcadas. Casi todas eran Hilario-Davidez modelos grandotes, cromadas, limpias limpísimas, relucientes, junto con algunas Triunfo, y otras de marca alemana. Hablé con uno de los propietarios y resultó que eran moteros tailandeses que habían llegado desde Bangkok en dos largas jornadas de paseo y estruendo.
Continué camino y al rato pasaron todos los motoristas haciendo un ruídaco que seguro que sacaría a los monjes de sus meditaciones si es que estos meditaran (que creo que casi no, por lo menos no tienen mucha pinta: fuman, hablan por el móvil, están con el ordenador...).
Como la experiencia de ir en bici me satisfizo sobremanera (i.e. me moló mazo), al día siguiente alquilé de nuevo otra. Esta vez mi plan era cruzar el Mekong en el transbordador (i.e. barcaza fea) para explorar lo que al otro lado del río, lugar misterioso, pudiera encontrar. Mi guía de Laos es esquelética y no venía ninguna información sobre lo que allí había, pero una vez al otro lado encontré una bonita aldea con una oficina de turismo donde me explicaron qué podía hacer. Hay un paseo junto al río que lleva por la aldea, adornada para el deleite del turista, y más allá, un templo sobre una colina en estado de dejadez, una cueva donde antiguamente vivían los heremitas, y más allá, mucho más allá, un templo en medio del bosque. Pero me dijeron que debía ir caminando porque no era terreno para la bici y que además echaría el día hasta llegar y luego regresar. Yo le dije que yo con la bici iba a todas partes, que para algo la había alquilado, y que me diera un mapa. Pero se les habían acabado las fotocopias (en Laos siempre se les han acabado las fotocopias).
Me puse en camino y atravesé la adoquinada aldeita y subí al templo cochambroso donde había grandes vistas sobre Luang Prabang. No entré a la cueva, pero continué en busca del templo perdido, pero tras pasar por una casita de madera y los habitantes decirme por donde seguía el camino, tuve que caminar ya con la bici a un lado, y tras un centenar de metros resolví dar media vuelta, que efectivamente, la bici por allí ya no pasaba.


De vuelta al punto de origen, y ante muchas horas por delante, decidí tomar la carretera, no asfaltada que se metía hacia el interior, y que a falta de mapas o cualquier información, decidí descubrir si allí seguía habiendo mundo o ese era el comienzo del hades. Siguió habiendo mundo, es lo malo de que la tierra sea redonda: que no se acaba, macho.
Pasé por otra aldea y luego atravesé un caudaloso río. Menos mal que a esta altura de mi viaje he comprendido de sobra que eso de los zapatos es sólo para la vida urbana. Mejor sandalias.
Al rato alcancé otra aldea donde toda la chavalería enloqueció al verme. Me llevaron a que viera a su mascota. Un pobre mono encadenado a un árbol. El monito hacía movimientos muy nerviosos y se arañaba la cara y la cabeza; me intenté acercar, pero el bicho se mostró violento. El pobre estaba desesperado en su situación de preso político. Me dio mucha pena y les intenté explicar a los niños que el pobre mono estaba sufriendo, que eso estaba muy mal y que lo soltaran. Pero no me entendieron nada: ni mis palabras, claro, pero tampoco mis intenciones. ¿Por qué tanta crueldad? pues porque es muuuuy divertido ver sufrir a los otros...


Continué carretera adelante rodeado durante bastantes kilómetros de bosque entre montes y con una chicharrera de aúpa, sin saber hacia donde iba pero pensando que tarde o temprano llegaría a otra aldea, porque de vez en cuando pasaban algunas motos.
Finalmente llegué a dicha aldea, de nombre desconocido, de nuevo junto al río Mekong y donde había, como no, un bonito templo al final de una población toda ella de casas de madera. Casi no vi a nadie por las calles, que me daba a mi que estaban durmiendo todos la laosiesta. El templo, muy bonito, tenía las paredes primorosamente decoradas con frescos sobre la vida del Buda y de otros animales.
Tras hacer las fotillos de rigor, decidí dar la vuelta, que estaba ya algo cansado.
A la vuelta me fui encontrando de nuevo con la chiquillería que me volvían a saludar a mi paso, pero claro, ya no paré, aunque sí los saludé con grandes aspavientos: ¡¡¡Sabaydí!!! (o como se escriba).
     

Mi siguiente destino sería la polémica Vang Vieng. Polémica, digo yo, porque mucha gente rehuye ir allí debido a que es la capital de la marcha, las borracheras, las drogas y los turistas difuntos de Laos. Sin embargo, era una buena escala, ya que ir directamente hasta la capital, Vientiane, es un viaje demasiado largo y al fin y al cabo, Vang Vieng es un lugar bien bonito: no la villa en sí, que es fea, pero sí sus alrededores montañosos y kársticos.
Como en Luang Prabang no tenía información de los horarios de los autobuses locales, finalmente compré un billete para ir en minibus, opción mala, pues aunque los autobuses locales son una castaña, no lo es menos ir en minibus: solo turistas y el vehículo aprovechado hasta el máximo, estilo lata de sardinejas. Dado lo largo del trayecto, compré el billete para salir a las 8h30 en lugar de el de las 9h30, con lo que debía aguardar en el hall del hotel a las ocho a que vinieran a recogerme. No lo hicieron hasta las 9. Y el minibus no salió hasta las 9h30. Cabrones.


Mis compañeros de minibus eran del estilo francés-autista, ni un saludo, ni una mirada, ni una sonrisa. Esta es otra de las razones para preferir los buses locales: no vas encerrado en un guetto con ruedas y al menos los laoñoles sonríen. El viaje de ocho horas fue de lo más incómodo, todo apretujado. Esta vez no hubo roturas del motor ni vehículos estrellados en el fondo del barranco, pero unas decenas de kilómetros antes de llegar a Vang Vieng, el paisaje se empezó a mostrar espectacular, con montañas de paredes verticales alrededor. El conductor paró para que hiciéramos unas fotos, y no porque nadie dijera nada, que a todos nos había comido la lengua el gato, sino porque se ve que es algo demandado por otros viajeros más dicharacheros.


Al día siguiente de haber llegado lo dediqué a caminar por Vang Vien y alrededores. La ciudad, o pueblo, está situado en el centro-norte de Laos, como a tres o cuatro horas de la capital y está lleno hasta rebosar de bares, restaurantes y tiendas para turistas. En todos los restaurantes tienen más o menos la misma carta y los precios son iguales. Los que dan al río tienen mesas bajas con colchonetas a su alrededor para espatarrarse mientras uno se pones ciego a cervezas o a cockteles. Los que están en el interior suelen tener varios televisores donde ponen la serie Friends o unos dibujos animados parecidos a los Simpsons que no sé cómo se llama. Me resultaba bastante patético ver a toda la gente mirando embobados estas series desde la mañana hasta la noche, pero claro, igual yo también era igual de patético, o más, a sus ojos, deambulando solo y a la deriva por esas calles tan feas.
En las tiendas venden de todo lo que un turista puede necesitar en un lugar como este, bañadores, sandalias, mochilas hidrófugas y bolsitos para meter la documentación y que no se moje. Y es que, amigotes, aquí el río lo es todo. La gente se pasea en bañador y descalza por las calles y muchos van a comer o a cenar así. Existe una ruta desde unos ocho kilómetros río arriba en el que la gente alquila los "tubes" o cámaras de aire de ruedas de camión a modo de flotador; un tuk-tuk les lleva, y una vez allí se lanzan al agua y comienza el descenso. A cada paso hay bares en la ribera donde se para, te bebes una cerveza del tirón o dos, o un cubata o dos, o te comes un pastel de la risa o dos, y sigues descenso hasta el siguiente. Además muchos de estos bares tienen trampolines, tirolinas y trapecios para lanzarte al río desde alturas realmente acongojonadoras. Claro, a la hora de soltarse se debe hacer en el lugar adecuado, so pena de muerte, como me advirtieron. Lo malo es cuando ya uno va completamente beodo y alegre: igual no aciertas a soltarte en el lugar adecuado y catacroquer, o si vas en flotador y te da por hacer el bobis, igual vuelcas y te entra agua por la boca y no aciertas a salir de un remolino. En fin, que merece la pena hacer el recorrido.

Por la noche Vang Vieng es todo una fiesta con los bares del pueblo con la música a tope y al otro lado del río, al que se llega por estrechos y algo endebles puentes de bambú, con discotecas al aire libre rivalizando en estruendo. Por allí me pasé, pero no entré, y pude contemplar el comportamiento gregario del ser humano (si algo pedante soy, pero que le vamos a hacer, que para algo estudié en Cincinati y en Oío). A lo que iba: mientras una discoteque estaba llena hasta reventar (pero alucinante, señora), en la de al lado no había nadie: cero absoluto, sólo los camareros sentados y aburridos. ¿Que por qué no me fui yo también de marchuqui? ¡uffff!... es largo de explicar.
     

Tras mi día de investigación del pueblo y de estar conectado a internete en el hotel, al siguiente alquilé una moto para conocer los alrededores, unos alrededores muy bonitos por cierto, rodeado de montañas como bloques aislados y desperdigados.  En todos los sitios de alquiler, y hay muchos, pone que junto al alquiler te regalan un mapa de la zona ¡guau! Los tíos son unos cachondos. Alquilé la moto más barata y el mapa... en fin... era una hoja asquerosa y guarra fotocopiada por ene-ésima vez no permitía discernir absolutamente nada. Además, por lo que pude deducir, era sólo el mapa de Vang Vieng y no incluía ni alrededores ni nada. Me dije: iré a lo loco, o a lo ciego, llámese como se quiera.
En primer lugar me decanté por ir hacia el norte, río arriba, a ver lo que encontraba. Tras unos diez kilómetros y ante la falta de pistas de por donde iba, decidí meterme en una carretera que daba al río: a ver si puedo cruzar al otro lado, que parece mucho más molón, me dije. Enseguida desapareció el asfalto y dió paso a los baches. Llegué a un puente, efectivamente, pero fue el puente más terrorífico que he encontrardo en mi viaje, y ya he visto muchos y muy rotos.
Este era de una estrechez de unos ¿treinta centímetros? hecho con unos cables de acero y con unos palos de bambú como suelo. Por allí no pasaba la moto, claro. Intenté pasar yo, por aquello de hacerme el valiente, que le vamos a hacer. Pero no pudo ser, iba agachado y agarrado con fuerza mientras la madera crujía y la estructura se balanceaba. A un cuarto del trayecto decidí dar la vuelta. Más abajo se veía otro puente, también de bambú, más a nivel del río, pero al que se debía acceder desde otro lugar.


Cogí de nuevo la moto y cuando eché a andar noté que la rueda delantera se me iba para los lados. Había pinchado. Que mala pata. Lentísimamente tuve que regresar a Vang Vieng.
Cuando llegué a la tienducha de motos el tipo me dijo que le tenía que pagar por el pinchazo tal como rezaba el contrato que había firmado, y que le pagara en ese momento. Yo le dije que no tenía dinero (falso) y que le pagaría por la tarde. Como no quería esperar a que la arreglara me dio otra y comencé de nuevo la jornada, pero ya no quise ir de nuevo al norte, sino que tiré río abajo.
De nuevo sin saber por donde iba, tras unos quince kilómetros me decidí por desviarme por un camino que daba a una aldea. Seguí y en seguida llegué al río y a un buen y poderoso puente de hormigón. Continué por la carretera entre bosques durante unos cuantos kilómetros mientras me iba encontrando en sentido contrario con muchos camiones, hasta que llegué a una mina a cielo abierto. Era como de carbón, o por lo menos había mucho carbón. Intenté continuar tras atravesar ese paraje tan desolado, pero allí acababa el camino.


Eso sí, antes de abandonarlo me fijé en la extraordinaria combinación de colores y texturas que formaban los diferentes montículos de tierra que allí se mezclaban sin ton ni son. Así que preparé mi cámara con una idea, la de retomar mi vena más artística que desde hace tiempo, años, había aparcado. Me puse a fotografiar el suelo, intentando realizar composiciones atractivas, equilibradas, bellas, sobrecogedoras. En fin, geniales (¿¿¡¡!!??)

PREPROYECTO PARA LA OBRA SIN TÍTULO 10021

[Ahora, varias semanas después, he retomado estas fotos y las he estudiado, las he reinterpretado con ambición colorista y plástica, con mirada poética y transgresora (bueno esto ya no es posible) e imprimíendoles una fuerza de vanguardia post-vanguardista. Efectivamente, se me va la olla, bueno... nunca me llegó, o no me consta].

El resultado de este trabajo, si supiera laoñol o thai y además tuviera ganas de volver a Laos y a Vang Vieng y presentarme delante del museo de la mina a cielo abierto (que no creo que exista), o del museo municipal de Vang Vieng (que no sé si existe.... me da que no), se podría haber expuesto allí y su crítico de arte y comisario de exposiciones, el señor Dondaeng (que tampoco creo que exista), podría haber escrito (aunque lo más seguro es que, con una gran sonrisa y lleno de amabilidad oriental, me hubiera roto la obra completa en la cabeza), lo siguiente:
ศิลปิน ผู้มีเกียรติเราลึกรอบปฐมทัศน์โลกของการทำงานของเขาในพิพิธภัณฑ์ตามภาพของ ฉันหลุมของเรารักและมีมูลค่าเสมอของเรานี้จะแสดงกำลังและเขย่าความรู้สึกของ ความเหงาและความสิ้นหวัง, กระโดดเข้าไปในก้นบึ้งของสี และพื้นผิวของความเจ็บปวดจากการสูญเสียเป็นครั้งสุดท้ายที่พวกเขาจะไม่กลับ ใน ระยะสั้นทำงานที่น่าตื่นเต้นและไม่ซ้ำกันซึ่งแสดงให้เห็นชายคนหนึ่งกับที่ ผ่านมาและชะตากรรมของเขาเกินกว่าที่ตั้งไว้เปรี้ยวจี๊ดและศิลปะ
¿Os habéis perdido en algún punto? yo también. No importa, sólo la belleza tiene sentido.
    
OBRA SIN TÍTULO 148: RODADAS AÉREO-VOLÁTILES DE ALTO CONTRASTE AL LADO DE VANG VIENG
(Fotografía digital postprocesada)
OBRA SIN TÍTULO 10021: CUMBRE CARBÓN-TIERRA CON UN POCO DE CAL
PARA MODERAR EL DEBATE EN VANG VIENG
(Fotografía digital postprocesada)
OBRA SIN TITULO 3221: AL SEÑOR DE LA IZQUIERDA LE SOBRESALE UN MOCO
DE LA NARIZ (PERO NO SE LO DIGÁIS, QUE ASÍ NOS REIMOS MÁS EN VANG VIENG)
(Fotografía digital postprocesada)
OBRA SIN TITULO 88: AUNQUE ANTES ERAN SOLO UNOS PEDRUSCOS
AHORA TENGO HAMBRE EN VANG VIENG
(Fotografía digital postprocesada)
OBRA SIN NINGÚN TITULO 200293: HASTA EN VANG VIENG ESTO ES INCLASIFICABLE
(Fotografía digital postprocesada)
OBRA SIN TITULO 112: CARACTERES INCOMPATIBLES PERO BIEN AVENIDOS
Y CON UN COMPORTAMIENTO MUY CIVILIZADO EN VANG VIENG
(Fotografía digital postprocesada)
OBRA SIN TITULO 29121: MARIE-HENRI BEYLE SE COMPORTÓ COMO
UN CAPULLO CUANDO VISITÓ VANG VIENG (HACE YA TIEMPO)
(Fotografía digital postprocesada)

Una vez que pude recobrar de nuevo la lucidez retorné por el camino y, cruzado de nuevo puente y pequeña población, llegué a la carretera principal. Deshice kilómetros y ya más cerca de Vang Vieng y de unos afloramientos montañosos
crucé de nuevo el río y seguí la pista. Llegué también a una mina, en este caso una extracción de piedra caliza a base de dinamita en la pared de la montaña en un paisaje vertical y cubierto de vegetación.


Después continué por una desviación hacia las montañas que veía hacia el norte y que se corresponden con las que hay al otro lado del río en Vang Vieng. Una vez llegado a sus alrededores tuve que pagar una tarifa de visitante-extranjero-con-motocicleta y continué el camino cruzando algunas muy bonitas aldeítas y parando para respostar.


Este es un pequeño parque natural de montañas de origen sedimentario oradadas con numerosas cuevas y cauces de agua. Yo, que iba sin la linterna, opté por no hacer el bobo y me contuve.
Una vez visitada la zona y de nuevo, ya cerca del anochecer, regresé por la pista de tierra y piedras hasta Vang Vieng tras cruzar un puente sobre el río.


Tenía yo en la cabeza, y de hecho me había informado, para ir a hacer escalada en los alrededores, pero este día fue tan caluroso que al final me apetecía más apuntarme a un día de descenso del río en canoa. Así que antes de devolver la moto, paré en una agencia de actividades "de aventura" y pregunté por las piraguas. Todo lo que me dijeron me pareció bien, por lo que sin dudarlo hice la reserva para el día siguiente a las nueve de la mañana. Una vez llegado al hotel aún me dio tiempo a ver una bonita puesta de sol desde la terraza.


A las nueve menos cinco del día siguiente estaba preparado en la agencia con otras personas de nacionalidades diversas y al poco llegó un pick-up portando en su techo todas las canoas. Montamos y nos fuimos río arriba. La primera actividad de la jornada iba a ser la visita de unas cuevas acuáticas.
Paró el coche delante de un puente de bambú y cuál no fue mi sorpresa que allí mismo estaba el puentecito terrorífico del día anterior.
Al otro lado paramos junto en un reposado río que surgía desde las fauces de la montaña. Al poco salió de allí un grupo de aguerridos turistas aventureros y después fuimos nosotros.



A cada uno nos dieron un flotador "tube" o cámara de camión y una precaria linterna frontal del que te colgabas la batería de moto al cuello. El agua estaba fría, así que un chupuzón antes de partir fue lo mejor para evitar escalofríos posteriores.
Nos montamos en nuestros flotadores y fuimos avanzando hacia el interior de la cueva ayudados por una cuerda que seguía todo el recorrido.
El viaje al centro de la montaña fue estupendo aunque bastante fresco para ir en bañador. Fuimos avanzando por el río interior y disfrutando de las estalactitas y el caótico techo de rocas encajadas. A la mitad de recorrido, el río perdía profundidad y lo atravesamos caminando flotador en mano, para a continuación seguir navegando utilizando las manos a forma de remos. Finalmente llegamos hasta no sé qué punto donde más allá era mejor no continuar, y dimos la vuelta.

[Aquí las fotos de un colega del grupo, para más señas, australiano]


Después comimos en el restaurante de la entrada de la cueva y seguidamente visitamos otra cercana cavidad, esta vez seca, donde había unas estatuas de budas custodiadas por unos monjes vigilantes y ceñudos.
          

Y ya como plato fuerte de la jornada nos preparamos para la canoa. A mi me tocó una simpática alemana cercana a la madurez avanzada pero habilidosa en el manejo del remo. Y comenzó el descenso entre un paisaje precioso.
Al rato empezaron a aparecer los diferentes bares donde sonaba la música a tope y donde la gente sobre sus flotadores deambulaban por el río. Unos en estado casi sobrio, y otros casi comatoso. En los bares, sobre todo los del principio, se veía un enjambre de gente, bebida en mano, asomadas al río mientras disfrutaban del espectáculo que ofrecían los más valentosos lanzándose al río en tirolina o en trapecio.


Más adelante, nuestros guías, que nos acompañaban en canoas, nos dijeron que íbamos a parar en un bar de estos para hacer un descanso y que allí podríamos disfrutar de lo lindo.
En el bar nos pedimos unas cervezas mientras el guía nos explicaba las actividades que  podíamos realizar y nos contaba que, quince días antes habían aparecido ahogados en el río una pareja de suecos que no habían sabido combinar adecuadamente agua  y otras cositas.
En mi grupo venía una pareja de australianos que ya habían estado en esta zona el día anterior, por lo que enseguida se subieron al vertiginosa torreta de madera para lanzarse al agua desde el trapecio. Yo les veía con envidia pero también acongojado, porque uno, aunque es montañero, es de los malos, con miedo a las alturas. Pero me dije, qué huevos, vamos a sufrir un rato. Me subí a la torreta y con los cataplines acomodados en mi garganta, me lancé al vacío y hasta que me solté dí mis buenos paseos aéreos, que no me decidía a dejarme caer. Antes de eso, el guía me aconsejó dónde debía soltarme, porque si lo hacía en otro punto: catacroquer.
Me gustó la experiencia y salté dos veces más.
Después me puse a jugar al volley. En una pista de tierra llena de agua formando un negro barro intentamos hacer un partido junto a unos polacos que por allí había. Pero bueno, lo cierto es que era imposible jugar salvo para caer al barro irremediablemente, puesto que el fondo estaba lleno de profundos agujeros.
La gente al rato se cansó de jugar y como yo estaba embarrado hasta arriba, en lugar de quitármelo con una manguera, me subí de nuevo al trampolín y me lancé al río.
Cuando salí, ya limpísimo, vi a otra gente jugando al volley y me uní a ellos de nuevo hasta que el guía vino a decirme que debíamos seguir. Así que, de nuevo hasta las orejas de barro, me volví a lanzar por quinta vez desde el trampolín. Y eso que al principio me resistía...


Continuamos río abajo disfrutando del paisaje y encontrando, de vez en cuando, zonas de aguas más tumultuosas que era muy divertido atravesar. Yo iba haciendo la goma en la canoa con el resto del grupo. Es decir, daba paladas con bastante fuerza hasta que nos poníamos delante de todos. Como no era cuestión de irse solos, parábamos un rato, o dábamos una vuelta por allí, llegaban todos los demás del grupo y cuando ya estábamos los últimos, de nuevo con fuerza hacia adelante.
Así que remando remando, llegamos bien entrada la tarde a Vang Vieng y allí se acabó el estupendo día de canoa, aventurillas de salón y divertimento.
Juntos nos fuimos a tomar unas cervezas y como el bar estaba al lado de mi hospedaje, me acerqué a coger el ordenador y por eso he podido poner aquí las fotos que hicieron los que llevaban cámaras impermeables.
Yo me quedé un día más en Vang Vieng a descansar, pero es que no tuve otra opción, pues con unas espantosas agujetas en todo el cuerpo, de las peores que recuerdo, no me pude ni mover.

LA NOCHE QUE VIENE 101118 EN VANG VIENG
(Fotografía digital postprocesada)
LA CONSPIRACIÓN FLUVIAL DE LOS PATOS ANARQUISTAS VANG-VIENGANOS
(Fotografía digital postprocesada)

8 comentarios:

  1. Parecen casi casi cuadros de Pollock tus fotografías artísticas.. jaja
    Veo que te lo pasas bien.

    Bs

    ResponderEliminar
  2. Esto es arte y del bueno, mañana pongo 2 fotos tuyas en el Guggenheim y otras 2 en el Reina Sofía, seguro que hasta alguien intenta comprar alguna.
    Qué buena pinta los deportes acuáticos sobre todo cuando aquí en Spain estamos sobre los 0 grados centígrados.
    Por cierto vaya jaleo tenemos montado con los controlodores. David cuéntanos algo de primera mano.¿Pilar está casualmente enferma estos días?Es broma.
    Un saludo a toditos.
    EMILIO

    ResponderEliminar
  3. Que tal Juanjo, veo que te lo pasaste teta en tu jornada acuática, aunque yo en tu lugar, y dado lo dificultoso de jugar al volley, hubiera propuesto una bonita competición de lucha en el barro (mixta a ser posible, o de chicas en su defecto, que tampoco hay que abusar). Por cierto, ¿al final cruzaste o no por el puente súper chungo el segundo día?

    Hola Emilín. Ya me gustaría a mí contarte algo de los controlatas, pero no me atrevo no sea que los militares tengan monitorizado el blog, me arresten sin mediar palabra, y me fusilen al amanecer por sedicioso (o por lo que les salga de los huevos, que aquí vale todo). Tan solo te diré que a nosotros nos pilló de viaje la movida, y que también hemos perdido un billete de avión por tener que volvernos antes de tiempo (para que luego digan que estaba todo preparado). Bueno os dejo, que Pilar entra a trabajar este viernes y todavía le tengo que enseñar a reconocer la graduación de los militares (no sea que confunda a un Coronel con el vigilante de Prosegur, y la liemos parda).

    Un abrazo pa tos.

    David

    ResponderEliminar
  4. Te juro que a mitad de relato, he pensado que te habiamos perdido para siempre. Pero no, veo que has recobrado la semi-cordura. Uff, que susto. Lo del neumating, kayak y trampoling supergüai. ¿hubo puenting?
    Un abrazo.
    Dani. Lleida

    ResponderEliminar
  5. Hola, Juanjo!, por fin he podido conectarme, desde la biblioteca nueva de Carabanchel he contestado tu mensaje y me he puesto un poco al día, como siempre fotos impresionantes, cómo echaba de menos estos ratos!
    Un fuerte abrazo!
    María.

    ResponderEliminar
  6. que de aventuras ¡¡¡
    tus fotos abstractas me han encantado ¡¡¡¡¡

    Jo majo cuando vengas tienes para hacer una exposcion bien maja ¡¡¡¡
    Un besote

    Amanda

    ResponderEliminar
  7. hey j soy riki por fin acabo de encontrar tu blog d puta madre sigue disfrutando y recuerda q CHARLIE NO HACE SURF
    besos y abrazos

    ResponderEliminar
  8. Hola no te conozco, pero tu blog y tus fotos son un sueño para mi...envidio la forma en que has conocido tantas culturas ... ojala algún día pueda hacerlo yo

    ResponderEliminar