miércoles, 6 de octubre de 2010

PHNOM PENH (LÉASE NOM-PEN, QUE ES MÁS FÁCIL)

A las 5 de la mañana del 30 de septiembre estaba preparado en la puerta del guesthouse a que vinieran a buscarme para, navegando en un barco, llegar hasta Phnom Penh, la capital de Camboya. No llegaron hasta las 5h30. Yo era el primero que recogía el autobus en su recorrido por diferentes hoteles de Siem Reap. Maldita sea, ya podría haber sido el último, porque no llegamos al embarcadero hasta las siete de la mañana. Yo era el más pobretón de los viajeros, porque todas las demás paradas, el bus las hizo en vistosos hoteles de las calles principales de la ciudad, que por algo el paseito en barco costaba 35 dólares. Después de recoger a todo el mundo, el autobus paró de nuevo para que la gente desayunara, pero yo ni salí, que estaba con un cansancio de aúpa.

El barco era un vehículo afilado y largo, muy potente, y que nos llevó a gran velocidad. Éramos pocos los que allí viajábamos, y es que se ve que se habían pasado tres pueblos con el precio del pasaje.
Nada más salir de puerto pude disfrutar de las casas flotantes a las riberas del río, y rápidamente alcanzamos al gran lago Tonlé Sap, casi un mar interior, que está situado al sur de la ciudad. Tanto a su principio como llegando a su final, pude observar multitud de barcas de pescadores pero, más adentrados en el interior, todo lo que se veía era agua y alguna errática vegetación flotante.



En seguida me subí al techo del barco, y sentado junto al radar, y para admiración del resto de pasajeros, que sólo se habían atrevido a asomarse a la proa, me dediqué a disfrutar de aquel enorme espacio abierto. Cuando hubimos atravesado el lago nos adentramos en el río Tonlé Sap que nos conduciría hasta la capital, y seguí disfrutando de la maravillosas escenas BUCÓLICAS de Indochina: cielos y nubes espectaculares, árboles que salen del agua, palmeras en las orillas del río, barcos de pescadores y pequeños pueblos asentados sobre pilares.























Tanta intemperie hizo que el sol y el aire me achicharraron la piel, modelo gamba.
Cuando pensé que ya había tenido suficiente, regresé a mi asiento y me quedé dormido. Y así estaba cuando llegamos a Phnom Penh.
Me desperté desorientado porque pensé que llegaríamos una hora más tarde, por lo que lenta y torpemente metí mis cosas en la mochila y salí el último entre la inquietud y las llamadas de atención de la tripulación: que sí hombre, que ya voy, que es que estaba dormido, les tuve que repetir un par de veces.

Fuera del barco me esperaba un camboyano con un cartel con mi nombre. Y es que antes de salir del guesthouse de Siem Reap, me preguntaron si ya tenía alojamiento, y como no lo tenía, me resevaron uno y vinieron a buscarme.
Mi nuevo alojamiento estaba situado a las orillas de un menguado lago de la capital, que ahora están desecando por aquello de la especulación inmobiliaria. Lo malo llega a todos los rincones del planeta. El sitio en cuestión es un lugar muy tradicional: edificio de madera sobre pilotes y sobre las aguas del lago. El hotelito estaba bien, pero con sus defectos, como la obsesión por poner películas de vídeo y música a todo volumen, muchas veces ambas a la vez, y eso a pesar de que no parecía que hubiera nadie con aspecto de querer tanta marcha.
 

Esa tarde salí a dar una gran vuelta y pasé por el mercado central, el cual ya estaba cerrado. Después continué por el bulevar de la orilla del río, que es la zona más turística de la capital y la de precios más elevados. Un lugar lleno de hoteles y de bares para extranjeros, todos medio vacíos.
Como no me decidía por parar en ninguno de estos sitios, finalmente me compré una bolsa de palomitas y una charly-cola y me los tomé en un banco junto al río. Lo sorprendente fue lo caro de las palomitas, un alimento de sencilla elaboración y costes mínimos. De nada sirvieron mis regateos y mis objeciones. Para colmo eran dulces, que en esta región del mundo no gustan de las saladas (y luego la comida pica mogollón; yo no entiendo nada). En una tienda del bulevar me compré la guía Laundry Planet del sureste asiático y que cubre todos los países por los que pasaré en los próximos meses. Se trata de una edición exquisitamente fotocopiada y que conseguí por cinco dólares tras una ardua negociación que comenzó por quince.
Algo exhausto, regresé al hotel y cené y me bebí una cerveza, que hay que cuidarse.

Al día siguiente por la mañana hablé con el motorista que me había ido a buscar al embarcadero. Le di mi pasaporte para que, por cuarenta dólares, me tramitara el visado de Vietnam en un día. También me engañó para llevarme de excursión con su moto a los dos lugares, ahora convertidos en museo, más representativos de la barbarie del periodo de gobierno de los Jemeres Rojos, la escuela de Tuol Sleng y el campo de Choeung Ek. Os pongo en antecedentes:

BREVE HISTORIA DEL MUY TRUCULENTO GOBIERNO DE LOS JEMERES ROJOS
 
Los Jemeres Rojos eran una guerrilla de inspiración maoísta que finalmente llegó al poder en Camboya en el año 1975 aprovechando la salida de EEUU de la zona tras la guerra de Vietnam, y derrocando la dictadura mulitar del general Lon Nol. La conquista de Phnom Penh supuso la imposición de un sistema totalitaro de economía radicalmente agraria bajo la consigna de evacuación de las ciudades y destrucción de la civilización y cultura urbana, que ellos consideraban burguesas. Así, bajo la terrible mano de su líder, Pol Pot, fueron torturados y asesinados todas aquellas personas que habían estudiado y que tenían títulos académicos, o eran sospechosas de no ser afines al nuevo régimen. También fueron eliminadas sus familias al completo para así evitar en un futuro venganzas y malos rollitos.
Mientras duró el régimen, toda la población fue desplazada al campo, y allí fueron controlados por el Ejército Campesino y sometidos a trabajos forzados. De esta forma fue aniquilada la cuarta parte de la población, más de dos millones de personas, hasta que el régimen cayó en 1979 cuando Camboya fue invadida por Vietnam. Los Jemeres Rojos se replegaron de nuevo en forma de guerrilla a la frontera tailandesa, pero fraccionados en varios grupos. En ese periodo recibieron el apoyo económico y armamentístico de EEUU y China, dado que Vietnam era aliado de la Unión Soviética. Así, los Jemeres Rojos, para sentirse más queridos internacionalmente, abandonaron el comunismo y la persecución de la religión y abrazaron con entusiasmo el capitalismo, mientras su líderes militares se enriquecían con la venta de madera tropical de los territorios que controlaban a las empresas madereras tailandesas.
Cuando en el año 1989 los vietnamitas abandonaron el país, se constituyó un nuevo gobierno y en los años sucesivos las diferentes facciones de los Jemeres Rojos fueron disolviéndose e integrándose en buena medida entre la nueva clase dirigente. El grupo que más tiempo pervivió fue el liderado por Pol Pot, el cual nunca fue juzgado por sus crímenes y murió en 1999 recluido cómodamente en su amplia vivienda. En 2009 se abrió un proceso contra el gobierno de los Jemeres Rojos en el tribunal internacional de la ONU, pero están siendo juzgados muy pocos responsables, y es obstaculizado por el gobierno de Camboya, que tiene a muchos de los asesinos integrados entre sus filas.

FIN de la breve historia....

Visité la antigua escuela de Tuol Sleng, que en los años del terror se convirtió en la más importante prisión, llamada S-21. En este lugar fueron recluidas y torturadas catorce mil personas que después fueron enviadas a los campos de exterminio. De todas ellas sólo se salvaron ocho.
El lugar resulta bastante terrorífico. Las aulas de uno de los edificios estaban destinadas a salas de tortura. Allí se pueden observar las camas de hierro donde eran amarrados los presos. Algunas fotografías en las paredes muestran escenas de la gente destrozada tras las sesiones de interrogatorios y torturas.
 

En otro edificio se pueden observar centenares de fotografías de los reclusos tomadas por los Jemeres Rojos para sus archivos. Hay bebes, niños, jóvenes, maduros y ancianos, hombres y mujeres. Muchas de las fotografías muestran claramente que los reos están esposados por la espalda y muchos tienen aspecto de haber sido golpeados. También están expuestas muchas fotografías de presos que no soportaron las torturas.



El resto de las estancias son celdas construidas en las aulas. Una parte estaban hechas con ladrillos y otras con madera, y son de unos cincuenta centímetros de ancho por menos de dos metros de largo. Muchas conservan todavía las cadenas donde eran atados los presos.
La dirección de S-21 le correspondió a uno de los altos dirigentes de los Jemeres Rojos, el llamado "Duch", y uno de los pocos que actualmente está siendo juzgado. En octubre de 2009 confesó que él mismo había torturado y matado a prisioneros.





Después del mal trago del museo del genocidio, uno no debe perderse la visita a los campos de asesinato de Choeung Ek (conocido internacionalmente como The Killing Fields, como la peli). Este lugar, a diecisiete kilómetros de la capital, era el lugar donde se mandaba a los reclusos de S-21. Allí se eliminaba a los presos y se les enterraba en fosas comunes. Además se mataban a los bebes cogiéndolos de los piés y golpeándoles la cabeza contra el tronco de un árbol. Esta gente era todo corazón.
En el centro del campo se ha construido una pagoda, torrifórmica, y con grandes ventanales de cristal donde están colocados y exhibidos para el recuerdo, los huesos y las ropas de la gente que ha sido desenterrada de las fosas comunes. Como los restos no son identificables, los huesos están agrupados por su tipología: primero en la parte más baja de la pagoda están las ropas, le siguen los cráneos, después los fémures, las clavículas, los omóplatos y así sucesivamente.


Pero no todo en Phnom Penh iba a ser terrorífico, también estuve visitando la ciudad a pié. Me hice un recorrido recogido de la guía de una francesa del guesthouse que me recomendó que no entrara en el Palacio Real, que cuesta seis dólares, pero vale mucho menos (por cierto, que en Camboya hay muchos franceses). Así, estuve visitando el mercado central (de estilo Art Decó), algunas pagodas budistas, museos y palacios por el exterior, grandes y despejadas avenidas, y finalicé el paseo por el bulevar del río.













Phnom Penh es un lugar casi tranquilo, ni muy feo ni muy bonito, con algunos edificios de estilo francés aunque la mayoría no son más que naderías, como en la mayor parte del mundo. Están construyendo algunos rascacielos que, de momento, conviven con la mayoría de las construcciones, que son de una o dos plantas.
Por cierto, en la guía pone que es mejor no salir por las noches y preguntado a la francesa me dijo que por supuesto, que a ella no se le ocurriría ir por la ciudad a esas horas. Yo la verdad es que el primer día que estuve en la ciudad hice la mayor parte de mi paseo en la más absoluta oscuridad, y no vi ni sentí nada raro. No me alejé del centro, aunque la guía no distingue entre lugares más o menos peligrosos.










La ciudad está atestada de motocicletas y los conductores no siguen ninguna norma de circulación establecida. Se comportan como las partículas de un fluido. Por lo tanto, cuando un peatón quiere cruzar una calle, por no decir una avenida, también debe fluir, pero con mucho cuidado y lentamente, esquivando a los conductores, que jamás frenan.
Además de motocicletas, la ciudad tiene un selecto parque de vehículos. Es sorprendente, pero los coches de más bajo nivel que se pueden encontrar en Phnom Phen son Tontoyotas, y no los modelos más pequeños. Y de ahí para arriba: muchos todoterrenos de lujo, muchos coches marca Percebes y hasta se puede ver algún Rocks Royne. Se ve que muchos de sus ciudadanos, de alguna manera por supuesto legal, se están enriqueciendo a manos llenas.


Como en la ciudad casi todo el mundo tiene motocicleta, resulta casi insoportable el hecho de que la mayoría de las personas con las que me cruzaba me ofrecían llevarme a algún lugar: "motorbike?" preguntan todos. Yo les respondía a voces "No, thank you" con la esperanza que la gente de alrededor me escuchara y no me volvieran a preguntar. Pero era en vano, cinco metros adelante siempre encontraba a otro amable ciudadano dispuesto a llevarme. Y es que los camboyanos aman a los extranjeros: aunque tienen su propia moneda, lo que interesa es el US Dollar, hasta el punto que esta es la moneda que dan los cajeros. El precio mínimo para el turista es un dólar.
El último día que estuve en Phnom Penh tuve que coger una de estas motos para llegar a una agencia de viajes y comprar un billete que me llevara hasta Chau Doc, en Vietnam, por el río Mekong. La distancia hasta la agencia era de tan solo tres kilómetros en línea recta por la misma calle.
Se ve que elegí al más bobo, o él me eligió a mi. A los otros a los que había preguntado me pedían dos dólares porque decían que el sitio estaba muy lejos, casi remoto. Realmente estaba muy cerca, cinco minutos en moto, y habría ido andando, pero no quería que se me hiciera tarde. El caso es que le expliqué al charlie a dónde debíamos ir, mostrándole en mi mapa dónde estábamos y a dónde nos dirigíamos: en la misma calle, muy fácil. Me monté, arrancó, y en el primer cruce el tipo giró a la izquierda entre el tráfico fluyente y se metió en la calle perpendicular. Le grité que parase, que por allí no era, so jilipollas. El tipo, entre sorprendido e ido, dió la vuelta ahí mismo y circulando en sentido contrario y esquivando a todo vehículo que se nos echaba encima, nos devolvió a la avenida principal. Yo veía que esta persona debía ser de la luna o de más allá, porque haciendo continuos y zigzagueantes adelantamientos se pasó varios centenares de metros del lugar donde me debía de llevar. Cuando yo ya tuve claro que nos habíamos pasado, le empecé a decir que parara: "stop, stop, stop, stop..." no sé cuantas veces se lo repetí hasta que comprendió que debía parar. Mosqueado me bajé de la moto, le pagué con muy mal gesto el dolar, y deshice el camino a pié, que no quería continuar en las manos de semejante genio.
Está de más decir que pasé algo de miedo y que luego me volví andando.


El sitio donde yo estaba alojado es todavía la principal zona para mochileros de la capital. Está lleno de guesthouse que dan al lago, restaurantes y agencias de viaje. Allí las construcciones son principalmente de madera pero van a desaparecer en breve porque el lago está siendo desecado rápidamente.

Una noche me vi la película The Killing Fields, que no es buena. También jugué varias partidas de billar, pero yo sólo: quería aprender a cosas tan vanales como la manera de coger el palo o la posición de mi cuerpo para golpear la bola, no el tapete. Y es que, si como parece, por estos lares se estila mucho el billar, cuando juegue no quiero hacer el ridículo, que ya tengo una edad.


Como cada día llovía con fuerza un largo rato y el lago sobre cuyas aguas me alojaba se ve que ya no desagua, el nivel de las aguas crecía y crecía y en mi último día de estancia, el salón ya estaba parcialmente inundado, así como la entrada al guesthouse. Pensé que igual al día siguiente el nivel bajaría, pero todo lo contrario. Cuando el día 5 de octubre por la mañana abandoné el lugar, el agua ya casi inundaba el salón y en la entrada cubría hasta la pantorrilla. Así, contrariamente a mi uso habitual, abandoné el lugar calzando mis chancletas. Estas me han acompañado en el último decenio, y por ello, la suela es ahora perfectamente lisa. Y eso me iba a dar más de un susto.

3 comentarios:

  1. A tu edad y sin saber jugar al billar,verguenza me daría a mí.Si te hubieras escapado de las clases del instituto para ir a los billares, ahora te defenderías mucho mejor en la vida. Hay una trampa muy buena que consiste en apretar el botón de salida de las bolas con un golpe furte y seco, parece que te va a reventar el dedo, pero las bolas acaban saliendo GRATIS.
    Un saludo Extremeño.

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  2. los vietnamitas LiBERARON Cambodia, pais que a nadie en el mundo imporataba, el ejercito de vietnam, llego a la capital, solo queradon 3 o 4 personas vivas en la S-21, no terminaron de matarlos por falta de tiempo. Pol Pot huyo a la selva, y murio pacificamente muchos años despues en su cama como si nada..
    Vietnam libero Cambodia.
    alicia

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  3. en esas barquitas, viviria yo mas feliz que nada, si algun dia desaparezco, que me busquen por ahi!!, bueno, no me busquen, pero por ahi andare!!

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