sábado, 17 de abril de 2010

TIBET I

El día 3 de abril partimos por la mañana en nuestro camino por el Tibet hasta Nepal subidos en un todoterreno Toyota Land Cruiser (con gran diferencia, el modelo más utilizado en el Tibet), el conductor, el guía Yakish, Juan Carlos, Rubén, Daniel y yo. Los equipajes iban fuertemente atados a la baca del vehículo.
El día resultó despejado y luminoso, ideal para disfrutar de los paisajes.

 
Tras abandonar Lhasa en seguidas nos introducimos en el Tibet más rural, un lugar de valles perfectamente llanos rodeados de montañas. Esto es así porque por los lugares que atravesamos, el terreno estaba conformado por suelos sedimentarios muy blandos que al ser erosinados rellenan los valles de forma uniforme.  El terreno además resulta muy árido, pues el himalaya impide que la humedad del sur llegue a esta meseta. El lugar además resulta muy frío por la altura media de más de 4.000 metros (diréis: vaya, qué tío más pedante, se ha empollado la wikipedia y ahora nos echa aquí todo el rollo. Estáis equivocados, me lo he inventado todo).
Las poblaciones del Tibet son más bien poblados, todos con el mismo tipo de arquitectura, con casas cuadrángulares grandes de una o dos plantas, casi siempre pintadas de blanco y con el pefil de las ventanas pintadas de negro. Se ven pocos árboles y hay cultivos, y casi nunca parecen muy grandes. Por el campo se ven yaks, vacas, vaca-yaks (un cruce de ambos) y un tipo de oveja o cabrita chiquitina, como portátil.
Los tibetanos siempre parecen estar medio sucios (o algo más que medio) pero resultan siempre muy simpáticos y sonrientes. Además, los que no son monjes llevan el pelo tirando a largo.

Ascendimos por una larga y empinada carretera hasta llegar al impresionante paso de Karo-la (4.960 metros) sobre el gran lago Yamdrok tse (tse es lago en tibetano), el más sagrado para los tibetanos. El lago es de inmensas proporciones y se nos presentó de un fuerte color azul turquesa. Al fondo se podían ver picos puntiagudos de casi 7.000 metros, pero no se trataba todavía de los montes himalayos.
Los chinos, en su eterno amor por el pueblo tibetano, construyó unas canalizaciones para generar electricidad para las bases militares de la zona, y ahora el lago se está vaciando lentamente.

La siguiente parada de impresión fue en el glaciar Nanchan-Kangstan, que se precipitaba desde la cima de la montaña hasta desapercer en su base, un gran espectáculo de la naturaleza para un pico aislado. Allí los pobladores de la zona, de aspecto muy mísero, nos ofrecían productos artesanales y fósiles de amonites, de la época antidiluviana, cuando, este terreno era el mar de Tetis Oriental. Tres cosas han cambiado desde entonces.

Echándole kilómetros al tema llegamos a Gyantsé, una ciudad que tiene como atractivos el monasterio de Pelkor, amurallado al estilo de Albarracín (entiéndaseme el símil), y que tiene en su interior la mayor estupa del Tibet, la llamada estupa de Kumbun, donde se abren más de 70 capillas con sus budas y dioses protectores de todos los colores. Además, la ciudad tiene un castillo roquedo muy vistoso que no visitamos aunque estaba en el programa. Este hecho nos pasó desapercibido pero finalmente tuvo su peso, como se podrá ver en las siguientes aventuras (punto a tener en cuenta número 1).

La jornada terminó llegando a la ciudad de Shigasté. Un lugar tirando a feo - muy feo y que tiene una fortaleza muy parecida al Potala, pero mucho más pequeña. Esta ciudad tenía un alto grado de contaminación y el negocio principal es la compra-venta de motos. Nunca he visto tantas tiendas de motos juntas. Yo no sé cómo lo hacen los orientales en general, pero son capaces de tener mil tiendas seguidas de lo mismo y subsistir. Sugerencia para un nuevo premio novel de economía: economía oriental de subsistencia: cómo se las apañan los charlies. A ver quién lo explica.

El hotel al que nos llevaron era algo cercano a lo lamentable, ya que estaba en obras y nos alojaron en un edificio interior, al lado de la casa de masajes (punto a tener en cuenta número 2). Las masajistas no miraban con ojos melosos y nos hacían señas para que nos acercáramos a preguntar precios o algo así. Casi ninguno de los miembros de la expedición nos acercamos.
Las camas de las habitaciones bailaban,  y por supuesto, nada de agua caliente en este lugar medio gélido.  A Daniel y Rubén les tuvieron que cambiar de habitación porque no funcionaba el cerrojo de la puerta. Lo bonito era que nos ofrecieron llevarnos el desayuno a la cama,... dado que no había otro sitio dónde tomarlo.
Salimos a pasear y a cenar, y a la vuelta me quedé en un cibercafé como cuatro horas, asqueado por los virus en mis tarjetas de memoria y en el disco duro. Además, pude presenciar una pelea  unisex, peso walter, entre los trabajadores del cibercafé, puñetazos y empujones incluidos (ganó el varón, la chica acabó llorando pero siguió en su puesto de trabajo). No me enteré de las razones de la pelea: hablaban muy rápido.
En el cibercafé también pude disfrutar del humo de los cigarrillos junto al olor de moqueta mohosa, las conversaciones a grito pelado de la gente en los chats, y el cantar estridente y los gapazos de la delicada chinita que tenía a mi lado. Salí de allí destrozado a la 1h30 de la mañana y decidido a pedir que me enviaran mi portátil a donde fuera; que a mi me resulta dificil ser un escritor de blog de altura rodeado de tanta cacota.

2 comentarios:

  1. Yo pensaba que el color de los tibetanos era porque tenían lapiel curtida, así que se lavan poquito...
    Escupen en la calle, hablan a voces, arreglan sus asuntos a palos,...
    Tengo que decir que yo trabajo con muchos TIBETANOS, en serio.
    SALUDOS DONBENITENSES
    PD,Tina en qué pueblo vives, a 6 km de Don Benito?

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